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23 de abril de 2007

Memorias 2007: Fernando recibe una reclamación ante su consecuencia marxista

La sala estaba llena. No me sorprendió. El lector podrá argumentar que es apenas el tercer día de la XVI Feria Internacional del Libro y la gente no está cansada de las ceremonias, de los elogios y severas inclinaciones de cabeza para indicar agradecimiento. Usted se equivoca, hipotético lector (es que ignora de qué hablo y la causa de mi criticable demora en atacar la noticia), le aseguro que, aunque fuera el último día de esta fiesta de la letra impresa y lloviera a cántaros sobre el viejo castillo frente al mar –¿ya mencioné que se llama San Carlos de la Cabaña y data del siglo XVIII?– la sala Nicolás Guillén habría estado igual de llena, con gente de muchas generaciones y una fe: que la mejor defensa del socialismo es profundizarlo, cambiando las actitudes mentales que hemos heredado del capitalismo por otras nuevas, verdaderamente nuestras.

La ceremonia se organizó para otorgarle a Fernando Martínez Heredia –de manera oficial– el Premio Nacional de Ciencias Sociales 2006, para reconocer su fecunda obra, el amplio espectro de sus investigaciones, que contribuyeron, desde los sesenta del siglo XX hasta ahora, al enriquecimiento del pensamiento marxista en Cuba y América Latina. Conste que esas no son mis palabras, sino algunos de los argumentos expuestos en el acta del Jurado, acta que leyera Sergio Guerra, uno de los oradores de la tarde.

¡Perdón! Estoy apresurando las cosas. Antes de eso se reunieron en la mesa presidencial Abel Prieto, ministro de Cultura de Cuba; Francisco Sesto Novás, ministro de Cultura de la República Bolivariana de Venezuela; Iroel Sánchez, presidente del Instituto Cubano del Libro; Eduardo Torres-Cuevas, Premio Nacional de Ciencias Sociales 2000 y César López, Premio Nacional de Literatura 1999 –escritores a los que se dedica esta feria; Ana Cairo y Sergio Guerra, miembros del jurado que le otorgó el lauro el pasado diciembre.

Bueno, salvados los deberes informativos, vuelvo al asunto: a que la sala estaba llena de compañeros de trabajo de Fernando, cuando era profesor de Filosofía de la Universidad de La Habana; de compañeros de la redacción, cuando era director de la mítica revista Pensamiento Crítico (1967-1971); de alumnos que se beben sus palabras en las conferencias que organiza la cátedra Antonio Gramsci en el Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello (de 1997 a acá); de los lectores emocionados de Ché, el socialismo y el comunismo (Premio Extraordinario Casa de las Américas 1989), El corrimiento hacia el rojo (2001) y En el horno de los noventa (2005). Estaba llena porque hoy era su fiesta, y la fiesta de muchos que en las trincheras del pensamiento, aunque sus espacios sociales fueran diversos, mantuvieron la convicción de que un verdadero revolucionario debe ser inquisitivo, audaz, crítico con su realidad.

De esa larga y fructífera trayectoria –que incluye también la fundación de Ediciones R y el Instituto Cubano del Libro– habló Ana Cairo en el obligado “Elogio”. No trataré de reproducir aquí el cuidadoso texto de esa otra gran maestra, sino apenas apuntar una definición poética con que casi concluyera su intervención: “Hijo espiritual del Che”. Así llamó a Fernando, no solo por sus estudios sobre el pensamiento de aquel gran guerrillero de vista audaz y pensamiento cauteloso, sino porque, como Ernesto, Fernando se ha dado, se siente más que cubano.

Luego fue el turno del “Agradecimiento”, las palabras con que Fernando debía explicar ante ese público heterogéneo y admirado, sus propias reacciones ante semejante honor. Empezó con humildad, recordando al galardonado del 2005, porque Francisco Pérez Guzmán ya no está con nosotros. Entonces, solo entonces, admitió su sorpresa en diciembre pasado, cuando le llamaron para informarle.

Fue bombardeado entonces por felicitaciones de muchas personas, sus contemporáneos y esos que pueden ser sus hijos, sus amigos, colegas, editores, estudiantes y lectores remotos, más tarde llegó la obligada reflexión: ¿qué significaba que él, Fernando Martínez Heredia tuviera el máximo galardón de las Ciencias Sociales de Cuba, un reconocimiento vitalicio?

Hago un alto ahora, porque lo que tengo que decir no lo dijo él en sus palabras –es un tipo tremendamente modesto–, pero debe ser dicho y es que su vida está llena de batallas, que no de derrotas. En el prólogo a En el horno de los noventa (2005) Julio César Guanche lo resume de esta manera: “representa un ejemplar típico de intelectual orgánico de la revolución que, comme il faut, fuera en los sesenta un cuadro político e intelectual de toda confianza; en los setenta un proscrito; en los ochenta alguien de cuidado; y en los noventa, un intelectual herético y orgánico a la vez.” Ya podemos volver a las palabras de Fernando.

Este es un premio a la consecuencia de una posición, afirmó. Por tanto, soy él es el representante de muchos hombres y mujeres, personas todas ellas que se permite simbolizar en Hugo Azcuy Enríquez, su compañero de largos años en Pensamiento Crítico y en Centro de Estudios de América hasta el fatídico 1996. Todos ellos se empeñaron en construir una ciencia social nueva, que comprendiera la angustia y la maravilla de esos jóvenes hechos adultos al tiempo que la revolución se abría camino.

Pero a nivel personal, concluyó, el premio no es homenaje, sino exigencia. Lo fundamental sigue siendo lo que hago, lo que falta por hacer.

Las personas aplaudieron, varias lloraban. Fernando, bajito y calvo, parecía más pequeño entre Torres-Cuevas y nuestro ministro de Cultura, pero sus ojos brillaban y sonrió. Él era, en ese momento, muchos, no podía temblar.

La ovación continuó.

Publicado por primera vez en el sitio de la Feria Internacional del Libro de Cuba (XVI edición, 10 de febrero de 2007 (http://www.cubaliteraria.com/evento/filh/2007/)

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