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25 de junio de 2013

Otro encuentro con Juan el Bobo

Con Juan el Bobo me pasa, que cada vez que lo veo, quiero salir corriendo para otro lado. ¿Ustedes saben lo que me espetó el otro día?
-Hola Rogelio, ¿cuántos partidos políticos hay en Cuba?
-¡Ay mi madre, tú me quieres complicar la vida! ¿Tú no sabes que en Cuba hay un solo partido político legal?
-Bueno, pero es que he estado viendo las noticias de los congresos de la FEU y la CTC, y pensé que podían ser partidos.
-No, Juan el Bobo, no lo son. La FEU es la organización de los estudiantes universitarios, y la CTC es la central sindical.
-¿Ah, sí? ¿Y por qué entonces, por ejemplo, cuando veo lo de la FEU en el Granma o en el Juventud Rebelde, lo que salen son arengas sobre apoyar al gobierno? Yo esperaría que la directiva de una organización de estudiantes estuviera atenta a las preocupaciones de los jóvenes universitarios sobre su presente y futuro.
-Será por eso que en esos mismos periódicos se puede leer, aunque con sutileza, cómo las brigadas y la dirigencia de la FEU andan por caminos totalmente diferentes. El caso es que, por esos propósitos de defender lo que los dirigentes llaman "indestructible unidad revolucionaria", la FEU tiene en sus estatutos acatar a la UJC, que es la organización juvenil del Partido. Eso significa que obedece la agenda del Partido que es siempre defender la política del Estado, o del Gobierno, no sé bien.
-¿Aún cuando esa política les cueste desunir la base y a la dirigencia de la FEU? ¿Qué pasa si los estudiantes piensan en hacer otra organización? ¿Tú conoces alguna ley que lo prohiba?
-¿Tú ves, Juan el Bobo? Por eso yo me tengo que molestar contigo, porque te la pasas complicándome la vida. En Cuba no puede haber otra organización de estudiantes, está prohibido y punto. Yo no sé cuál es la ley, ni quién la hizo, el caso es que a nadie en su sano juicio se le ocurre hacer eso. Para empezar, le pueden aplicar aquello de "Universidad para los revolucionarios", y ponerlo de paticas en la calle.
-¿Aunque sostenga que su organización va a ser verdaderamente revolucionaria, porque va a ser sincera con los integrantes?
-Aún así. Y si no tienes nada más que decirme, voy tumbando.
-No, no, espera. Tengo que hacerte una última pregunta. ¿Cuántas CTC hay?
-Hombre, ¿cómo que cuántas? ¡Una sola, naturalmente!
-Ah, perdón. Es que yo veo que hay una CTC en las empresas estatales. Esa dice pone como su principal labor, que los trabajadores sean eficientes, trabajadores, ahorradores, que combatan las ilegalidades, vaya, que defiendan también los planes del gobierno, aunque sea para despedirlos. Por eso me suena como otro partido político.
-Bueno, eso ha sido común en todos los países que aplicaron el modelo soviético. ¿Qué tiene de raro?
-A lo mejor nada. Por cierto, los periódicos también dan a entender de esta CTC algo parecido a lo de la FEU, que para muchos de sus miembros es una cosa formalista, que le prestan poca atención, cotizan nada más, o hacen como que se reúnen y ya.
-Me pregunto por qué será –debo confesar que se me escapó la ironía, y Juan el Bobo la notó. El continuó, entusiasmado:
-Pero es que también oigo cuando dicen que la CTC quiere llegar a los cuentapropistas, conversando y ganándose su confianza, convenciéndolos que les conviene estar representados y que alguien defienda sus intereses. Por eso pensé que podía haber otra CTC y me quería borrar de la mía para apuntarme en esa otra.
-¡Ya basta, Juan el Bobo! ¡Tú lo que me vas a embarcar! ¡Buenos días, y no me dirijas más la palabra hasta que no se te pasen esos pensamientos disidentes de la cabeza!
-¡Oye, no, espera, mira, yo no quería…!
No oí el resto de lo que dijo Juan el Bobo. Qué va, yo no comparto con esos elementos.

22 de junio de 2013

Las piedras chiquitas, las piedras grandes y qué camino se estará empedrando

Quién nos iba a decir en una fecha no tan lejana, apenas en el 2006, que a estas alturas, en Cuba, su ciudadanía iba a vivir en un país "casi" normal. Ubiquémonos: en aquella fecha, no se podía:
-Vender o comprar el automóvil o la vivienda
-Construirte tu propia vivienda, en un terreno tuyo propio, o en uno arrendado de la  agricultura.
-Reservar habitaciones en hoteles
-Adquirir un teléfono celular ni una computadora
-Abrir un negocio particular (había cuentapropistas desde antes, pero estaba casi congelada la concesión de licencias) y contratar fuerza de trabajo para el mismo, cuando así se estime conveniente.
-Viajar al país que estuviera dispuesto a aceptarte
-Navegar por Internet en un ciber-café corriente.
 
La existencia de esta lista de imposibilidades en pleno siglo XXI parecía, ciertamente, obra de una aberración kafkiana aguda. No es que sean muchos los que puedan acceder hoy a esas libertades, sobre todo las más onerosas, pero por lo menos ya se despejó el bloqueo político interno que sofocaba su posibilidad teórica.
 
Del asunto de la velocidad de las reformas hay mucho que decir, pero me esforzaré para no desviarme de la idea que quiero ensayar. Tal vez suene reiterativo, respecto a escritos anteriores. Me atormenta el asunto del alcance, y su dirección.
 
Habrá quien dice que lo único que ha pasado, han sido reformas cosméticas. Pues bien, mucho que suspirábamos por ellas en aquel entonces. Aunque, tal vez, eso solo demuestre lo atrasados que estábamos.
 
Lo que yo pienso, en términos esperanzadores, lo ilustraría con una metáfora, con el oleaje del mar que peina y peina una y otra vez una orilla. Las primeras piedras en ser arrastradas, son las más pequeñas; luego, las medianas. Finalmente, las rocas mayores, desprovistas de la amortiguación que las restantes procuraban, son también erosionadas y vencidas. Lo triste, es que el mar tiene tiempos geológicos, y uno, apenas una vida humana.
 
¿Qué piedras mayores nos agobian hoy, férreamente atravesadas, hirientes y sobrecogedoras? Obviamente, aquellas que han hecho que la obra de limpieza no haya podido ser llevada a cabo por nosotros mismos, por la propia ciudadanía, y haya tenido que ser la erosión del tiempo la que arrastre toda la basura intermedia. Especialmente, ha sido la negación de las posibilidades, a los ciudadanos, de auto organizarse, de recabar información, expresarse, ya fuere para reclamar determinadas políticas o procurarse por sí misma los requisitos materiales y espirituales para una vida más plena. Con la misma fuerza con que, en los años de la década de 1960, se argumentaba que los trabajadores no estaban preparados para la autogestión de las empresas, se mantiene hoy a la sociedad civil bajo la disciplina de la trinidad Estado-Gobierno-Partido. De ahí que en las reformas no se concreta aún el protagonismo ciudadano, sino que cada una parece una merced concedida por los Altos Poderes.
 
Por otra parte, las reformas no hubieran sido efectuadas sin la presión de la opinión pública, con la divulgación –escurridiza cuanto haya tenido que serlo– de planteamientos, críticas y proposiciones de cambio– y la resistencia pacífica de los ciudadanos, en forma de la refractariedad creciente a los llamados políticos y discursivos. Estas formas de resistencia han influido, indudablemente, en descarrilar inexorablemente el el sistema socio-político-económico de corte soviético que se intentó implantar. Y seguirán presentes. También es verdad que todo se vuelve más complicado con la continua ingerencia del poder imperialista de la acera de enfrente.
 
El drama último será la dirección final de las reformas, que a muchos nos huele a capitalismo sincerado –a diferencia del monopolista de estado, anterior. Ahora mismo anda nuestro flamante vicepresidente y seguro próximo presidente, Miguel Díaz Canel, de gira por China y Vietnam, y se manifiesta "fascinado" por los logros de esos países.
 
Por supuesto, que no hay una palabra, un reconocimiento, al hecho de que el crecimiento de la economía de esos países ha sido por los carriles de la economía de mercado. Y no es por no reconocer que se hayan levantado esas dos naciones, de situaciones económicas espeluznantes, provocadas por las guerras o las locuras de líderes mesiánicos. Se trata de que la población cubana es, o se intenta que sea, manipulada y confundida por un discurso que esconde parte de las verdades. Se trata de que se intenta encubrir los aspectos más críticos de unos sistemas de explotación del ser humano y la naturaleza, sin muchos miramientos de sostenibilidad; de países donde crecen las desigualdades y donde, por demás, no es posible sostener sistemas de educación y salud universales y gratuitos.
 
Si la población cubana fuera libre de escoger esa opción, entre varias, con información suficiente, yo no soy nadie para oponerme a la mayoría. Tal vez se estime que lo que se gane es más que lo que se pierda: enhorabuena por la libre elección, y por asumir la responsabilidad de los actos propios. Pero para que se cumpla esa condición, tenemos todavía que resolver los grandes problemas del monopolio sobre la verdad, sobre la información y la organización de la iniciativa de las personas. Quedan las mayores rocas, entonces, atravesadas; y las que se han retirado, no está claro que camino están empedrando.

16 de junio de 2013

Décimas del Anauta

¡Ya tenemos Internet!,
nos dicen con alegría
Y se anima el alma mía
pensando entrar en la red.
Pero encuentro otra pared
levantada ante mí ahora.
¡Caramba! ¡Esto no mejora!
¡Tiene un precio inaccesible!
En moneda convertible:
cuatro cincuenta la hora.
 
A navegar me convidan
mercaderes informáticos
con el servicio emblemático
y la novedad del día.
En su linda tarjetica,
esbelta modelo asoma
cual sirena tentadora
o atractiva timonel
que me cobra en su bajel
cuatro cincuenta la hora.
 
No sé quién podrá pagar
con esos precios de espanto.
Una semana sudando
me lleva a mí acumular
una horita nada más
a esos precios sin clemencia.
Seguiré yo en abstinencia
porque los nuevos servicios
siguen siendo para el rico
o para la disidencia.
 
Para el hijo del papá,
el exitoso golfista;
los  nuevos capitalistas
de la escena nacional.
Don Dinero marcará
quién es el privilegiado.
Y hasta el flamante hacendado
dejará atrás los peones
sudar en sus plantaciones
en lo que él se ha conectado.
 
Uno, ufano, se esperaba
de avanzar escolarmente
y trabajar noblemente
que algo bueno resultara.
La utopía es destrozada
donde el Lineamiento mora.
Mi valor se esfuma ahora;
no soy más que un pobre A-nauta
ante inalcanzables pautas:
¡cuatro cincuenta la hora!

13 de junio de 2013

Unos zapatos que están por reventar

Periódicamente se pone en boga el tema de los servicios médicos en Cuba y su calidad. Más o menos se puede distinguir el hecho, objetivo, de que no hay que abonar alguna suma al asistir a una consulta, o cuando se le practica al paciente una operación u otro tratamiento en el hospital. Por otro lado, se aprecia cómo al cubano le puede llegar a salir, sin embargo, bien cara la posibilidad de sufrir alguna enfermedad. Esto se desprende del hecho de que el sistema médico nacional se mantiene a cuenta del trabajo y los salarios no pagados a la masa de trabajadores, amén de los gastos en que se incurre para llegar al centro hospitalario, refuerzo de comida, dotación de sábanas y otros insumos que faltan en tantos hospitales, y sin olvidar algún regalo que los pacientes intentan ofrecer, a la medida de sus posibilidades, a sus médicos.
 
Los trabajadores de este sector tenemos la perspectiva de estar, hora en los zapatos del que atiende en una clínica, hora en los del paciente atendido. Sin pasar por esta experiencia, es muy sencillo criticar y condenar actitudes de negligencia y desidia, que es cierto que no faltan. El ciudadano vendedor-plomero-chofer-electricista-albañil-artista, exige una atención médica de primera calidad, una sonrisa en nuestro rostro, todo el tiempo y las consideraciones del mundo –y sin que se le haga esperar mucho. Sin embargo, el problema es mucho más complicado.
 
El doliente criticará, y reconocemos que tiene toda la razón del mundo, cuando los profesionales no le ofrecen la atención que merece. Por eso no puedo rebatirle a mis familiares, a mis amigos, a mi propio yo, cuando todos nosotros estamos del lado del paciente maltratado. Pero si solo nos quedamos en ese nivel, estamos olvidando que el médico, y el técnico, y demás profesionales de apoyo, son solo un eslabón, puede que oxidado, en una cadena. Y toda la cadena está extremadamente oxidada, desde el desabastecimiento de medicamentos, reactivos, las dificultades de accesos a tantos servicios, el estado de las instalaciones, entre otros muchos, que no son responsabilidad propiamente del médico.
 
Se puede comentar, para enfatizar por lo más obvio, cómo los salarios del personal de salud cubren una fracción mínima del costo de la vida. Cualquier cantidad ínfima de víveres en un mercado nos cuesta tres o cuatro días del sueldo, y   por cualquier arreglo elemental de la plomería, electricidad, de un equipo electrodoméstico, o de albañilería doméstica que necesitamos, se nos exige abonar el ingreso de una semana, dos, o todo el mes. Llegar al trabajo requiere de estresantes maniobras con el transporte público, pues los vehículos particulares simplemente están fuera del poder adquisitivo del médico. Las opciones recreativas y turísticas de calidad, así como muchos espectáculos culturales, resultan un sueño inalcanzable por sus inalcanzables precios en una moneda 25 veces más cara que aquella en la que nos pagan,.
 
Se puede encontrar sin dificultad otros escritos que se extiendan en las malas condiciones de trabajo, la alimentación, el estado constructivo, etc., así que no vamos a extendernos en ello. Y todavía no se ha mencionado muchos problemas escondidos tras bambalinas, de agobios burocráticos, incomprensiones del aparato estatal administrativo o simplemente indolencias, demagogias y abusos, que deben sufrir el médico y sus compañeros de trabajo. El caso es que, en esas condiciones, con esos salarios, al quitarse los zapatos del que debe ser atendido y ponerse los zapatos del que atiende, se notará una apretazón más allá de lo descriptible, tal que parecerá un milagro, una hazaña extraordinaria, que en esas circunstancias, exista siquiera algún tipo de disposición para ejercer el servicio que, de alguna forma buena, mala, regular, todavía se brinda.
 
Inserto una anécdota cuya veracidad me consta. En cierto hospital ofrecen con cierta frecuencia, como postre a los trabajadores, un plato consistente en la semilla de un mango, en almíbar. No sé si la pulpa se queda en una fábrica de compotas, que manda el subproducto al hospital, o si son los turistas los que disfrutan de las sabrosas tajadas del fruto tropical. Lo que sé es que a los trabajadores del hospital les tocan las semillas. Por pura lástima no nos están dando también las cáscaras.
 
Por eso me encantaría que la solidaridad fuera mutua, que se extendiera horizontalmente, en todos los sentidos, y que ciudadanos-dolientes y ciudadanos-profesionales de la medicina, hicieran causa común. En lugar de tomarla solamente con el lado visible a su sufrimiento, el doliente podrá hacer acopio del altruísmo que se nos exige, del espíritu humanitario y todo lo demás, y acompañarnos en una demanda nacional para rescatar la dignidad del trabajo del profesional de la medicina. Ese profesional es el que, al final, le salva la vida a tantos como le alcanzan sus energías, aunque sea con cara de vinagre; ese, para realizar el trabajo que muchos encuentran insatisfactorio, tiene que aceptar vivir a un nivel de sacrificio que no todos están dispuestos a asumir.
 
Se ha dicho que esto es temporal y pronto los trabajadores de la salud recuperarán su preeminencia en la pirámide social. Se ha dicho, y se ha repetido, desde hace más de veinte años. Si algo se ha apreciado en este plazo, es que esas son palabras vanas, promesas sin capacidad de tornarse realidades. Alternativamente, se nos ha abrumado con discusos y llamados a la conciencia y a la austeridad y al estoicismo, como para convencernos de que una vida de siervo es la mayor recompensa a la que se puede aspirar, y pensar otra cosa es indigno de un revolucionario. Esto, de parte de las mismas autoridades que proclamaban, en los albores de la revolución triunfante en 1959, que el nuevo gobierno traería la prosperidad. En particular, los médicos (y otros técnicos apreciados por su impacto profesional) tendrían un buen nivel de vida, "vivienda y acceso a todas las posibilidades culturales y espirituales que se están formando en la Nación" (1). Y, para variar, se ha dicho que la culpa de que no sea así la tiene el imperialismo yanqui, y el bloqueo, y que quejarse de nuestras desgracias es anticubano o algo así.
 
Pero resulta luego que no tenemos un pelo de tontos, y percibimos que esa pobreza, que sería culpa del bloqueo, no es para todos. Cuando se divulga que los hijitos de papá intervienen en torneos de golf en reputados circuitos, podemos calcular cómo el precio de esa inscripción cubre fácilmente más de treinta meses de nuestros salarios. Cuando nos ponemos a pensar cuántos recursos se han malgastado en obras hijas del delirio y la mala planificación, en movilizaciones políticas que terminaron desmovilizando y enajenando a las personas, en políticas económicas irracionales que arruinaron industrias y territorios, nos preguntamos, si seguiremos pagando aquí abajo los platos rotos. Encima de todo, ahora se percibe un viraje en el discurso tradicional y se elevan loas al socialismo de la prosperidad. Esto vale para entusiasmar a las personas a que monten sus propias iniciativas empresariales y hagan sus negocios y prosperen económicamente –si antes ganan en la dura competencia del mercado, pero eso es otro tema–; bien, para los profesionales de la salud, ¿cuándo llegará la prosperidad?
 
Hoy día, como es sabido, son los servicios médicos la principal fuente de ingresos del país, por encima del turismo y las remesas. ¿Dónde está la retribución a los que mantenemos esta industria viva? ¿No se suponía que los que más aportáramos, recibiéramos más?
 
Sin ser capaz de elucubrar, por ahora, soluciones brillantes a tan serios problemas, seguiré acumulando razones para la zozobra. ¿Se acuerdan del otro pilar del discurso actual de lo que llaman Socialismo, en Cuba? Me refiero a la educación, que igualmente pasó o, mejor dicho, todavía atraviesa malos tiempos. Sin embargo, ha surgido todo un aparato educativo paralelo, privado, al abrigo de las reformas económicas que permiten la labor de los maestros particulares.
 
Era obvio. El estamento que progresa en la economía emergente quiere lo mejor para sus hijos, y las escuelas del Estado no satisfacen sus expectativas. La prole de las mismas clases superiores no siempre se encontraba a sus anchas o le sacaba todo el provecho a las academias de élite existentes en institutos vocacionales y universidades (hay que hacer la salvedad de que estas instituciones también estaban abiertas al hijo de Liborio, si manifestaba aptitudes suficientes). Por lo tanto, incluso antes de la apertura y legalización de la docencia por cuenta propia, miríadas de niños y adolescentes de familias pudientes pagaban los respectivos repasadores. Ello ocurría a pesar de que, en esa etapa, no escaseaban los anatemas y los llamados a descontinuar dicha práctica. Ahora la educación privada es toda una industria, que crece en cantidad y nivel organizativo y le discute espacios al aparato estatal, en comparación con el cual lo único que le falta es la potestad de extender certificados reconocidos oficialmente, de nivel escolar vencido.
 
¿Qué semillas están creciendo ahora en el terreno de la atención médica? Es por ahora ilegal, y oficialmente recibe fuertes condenas morales, pero se escucha un número significativo de comentarios respecto a profesionales de la medicina que cobran por prestar sus servicios de una forma, llamémosla así, más amigable, que a través de las instituciones oficiales. Esto, por supuesto, sobrepasa en mucho la posibilidad, comprensible, del agradecimiento a un médico a través de un regalo según las posibilidades del paciente. Esto implica ya una relación absolutamente distinta, la de la mercantilización del servicio.
 
Esto, en el campo de la educación, como señalamos, primero existió y después se hizo legal. ¿Qué ocurrirá entonces en el terreno de la atención médica? Considérense los planes de tantos cerebros de la economía, de desatar los nudos de las fuerzas productivas a cualquier precio; la presión de los nuevos ricos, los nuevos empresarios y hacendados, que desean que sus familias se atiendan con tanta calidad como la de los altos dirigentes. Dado que las capacidades de las clínicas de élite son limitadas, y la red de salud nacional más bien va para atrás que para adelante, con tanto recorte y racionalización, ¿cuál creeríamos que será el resultado? Con el creciente intercambio de viajeros, dineros y mercancías –que incluyen medicinas–; con el poderío económico empotrando firmemente sus fueros en la ideología; con el descontento de los profesionales de la medicina y el de los pacientes que existe hoy día sin solución a la vista; más la incapacidad manifiesta del Estado de transformar significativamente el orden de las cosas en este campo manteniendo los principios de universalidad y gratuidad, no sería extraño ver de aquí a unos años cómo se va imponiendo, seguramente de manera solapada, una apertura privada a la práctica médica.
 
No encuentro la capacidad de prever claramente ninguna de estas circunstancias en el futuro. No me vienen a la mente, por más que me la exprimo, soluciones claras y tangibles. Solo sé que en el suelo más favorable están plantadas las semillas más peligrosas. Prever y nombrar un peligro puede ayudar a exorcizar el fantasma, a que se discutan y aparezcan soluciones. Puesto que el problema puede reventar, como un pequeño planeta atacado por gruesos baobabs. O como unos zapatos viejos, gastados, y demasiado apretados en unos pies que ya no los soportan.
 
Notas:
(1) Informe en la Reunión Nacional de Médicos, del Dr. José Ramón Machado Ventura, Ministro de Salud Pública en 1961. En Fundamentos políticos ideológicos de la salud pública revolucionaria cubana. Compilación de Francisco Rojas Ochoa. Editorial Ciencias Médicas, La Habana, 2009