Secciones

Secciones

Reglas para comentar

1) Los comentarios ofensivos serán borrados
2) Los comentarios deben tener alguna relación con el tema del post
3) Se agradecerá el aporte de argumentos con referencias para que podamos ampliar el debate

19 de abril de 2007

Memorias 2006: El autor se construye para bien, o lo construyen para mal, pero nadie es inocente

Los Encuentros de Editores de la Feria siempre son espacio para debates serios y audaces sobre la industria del libro, sus problemáticas económicas, políticas y culturales. Esta mañana, la primera jornada dejó en los participantes la agradable sensación de que ante ellos se desplegaban argumentaciones polémicas sobre la construcción del autor, que fue el tema propuesto para la mesa redonda integrada por Eliades Acosta –Director de la Biblioteca Nacional de Cuba–, Lisandro Otero –Premio Nacional de Literatura y Presidente de la Academia Cubana de la Lengua–, Víctor Bravo –escritor y ensayista venezolano–, y Santiago Alba –ensayista, guionista de televisión, y traductor español.

Estos cuatro intelectuales, unidos por su amor a los libros como objetos donde se deposita la memoria de la humanidad, expusieron sus puntos de vista sobre la construcción del autor en tanto ser social, ser poético, representante de una cultura o un grupo de poder específico. Porque todas esas cosas –y otras cuya enumeración harían tediosa esta nota, amén de incompleta– es el que afronta la aventura de escribir para otros. Pero a esas vertientes mencionadas se refirieron los cuatro reunidos, y sus ideas trataré de llevar al lector.

Eliades Acosta expuso en suscintas reflexiones el poder de la promoción, su papel en el reconocimiento de los autores. El canon, enunciado desde los centros de poder cultural de Occidente define, sin verdadero conocimiento de las realidades nacionales, qué es lo mejor de las diversas literaturas. Puso como ejemplo El Canon Occidental, de Harold Bloom, donde solo se incluyen tres escritores de Cuba: Alejo Carpentier, José Lezama Lima y Guillermo Cabrera Infante. Elecciones por demás discutibles, pero que asombran más si se comparan con la increíble lista de autores norteamericanos de segunda línea incluidos. Acosta llamó a la movilización de bibliotecarios y editores para la producción de un canon nacional, que jerarquice nuestra producción editorial y oriente a estudiosos y lectores interesados. Solo así, concluyó, podremos oponer un canon verdaderamente literario a los cánones de interés comercial o político.

Otero, con una vasta experiencia en el periodismo y la ficción que le hicieron merecedor del Premio Nacional de Literatura 2003, continuó el análisis del director de la Biblioteca Nacional, pero desde un enfoque económico. En su intervención, Otero se refirió a la concentración del capital mediático, que elimina a las pequeñas editoriales y otros grupos de información alternativa. Ejemplo de ello son la compra del canal CNN por el conglomerado Times–Warner, o la sistemática absorción por el Grupo Prisa de emisoras de radio, canales de TV locales, sellos de música o pequeñas editoriales por toda España. Con este mecanismo el libro deja de ser una emanación del espíritu para convertirse en objeto de mercado. Un mercado que se estructura sobre tres carriles básicos: la Ingeniería Literaria (los equipos asesores ordenan en qué proporciones debe un autor administrar diversos elementos para que un relato sea más rentable, más sexo, menos llanto, introducir un adulterio, etc.), los Circuitos de Legitimación (el autor recibe premios, lo entrevistan, es objeto de ensayos), y los Productos Paralelos (juegos y objetos de todo tipo diseñados en referencia a los personajes, o tramas de este o aquel autor). Por supuesto, solo los autores respaldados por grandes empresas pueden ser objeto de tal despliegue mediático y su libro deviene rentable. Esto lleva a la desaparición de la diversidad de voces, engullidas paulatinamente por los grupos transnacionales de la información.

El editor, ensayista y profesor venezolano Víctor Bravo atacó el tema desde un ángulo diferente: su intervención se refirió a las ubicuidades del autor como persona que se multiplica en sus libros, de tal manera que puede transformarse, incluso, en personaje. El carácter legal del autor llega con el advenimiento de la imprenta y la reproducción masiva de textos, explica, antes de eso, la literatura oral cambiaba los versos en cada pueblo o taberna, dejando la responsabilidad en las amplias espaldas de los divinos autores. Con el surgimiento de la industria del libro, el autor se singulariza, pero la faena del libro se multiplica en los distintos obreros que de su construcción se encargan. La imprenta también cambia el sentido de términos como tradición y plagio, cuyas significaciones para la cultura o la ley han cambiado a lo largo de estos siglos. Ejemplo de tales extrañas relaciones es, ¡por supuesto!, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. ¿Cómo olvidar que Cervantes escribió la segunda parte asaeteado por las novelas apócrifas, que Alonso Quijano vio la impresión de su propio libro, y que, finalmente, Jorge Luis Borges demostró que Pierre Menard era el autor de otro Quijote?

Por su parte Santiago Alba, conocido para muchos por sus constantes colaboraciones en Rebelión.org, integró estas dos visiones del autor para llamar la atención sobre la sistemática manera en que el capitalismo silencia a los autores al quitarles la voz propia. Autor, en términos etimológicos, es aquel que acumula suficiente fuerza divina como para hacerse escuchar en público. Sin embargo, ¿quién habla hoy a través del autor? Antes eran los dioses, pero ya no. Hay fuerzas que determinan qué se puede o no decir –recordemos las denuncias de Frances Stonor Saunders en La CIA y la Guerra Fría Cultural– y, aún sin la CIA, el dios que habla es el Mercado. Esa autoridad no está oculta, si se consulta la prensa diaria uno ve que los autores tratan de parecerse a las top models, a los conductores de Fórmula 1, a las estrellas del fútbol. Las novelas y los poemas compiten con series de TV o comerciales para imponerse en el mercado y tienen fecha de caducidad. Todo esto no es solo doloroso para las personas conscientes, es incluso escandaloso que los libros descartados por el mercado –no por los lectores, o por la crítica, o por oscuras instituciones de censura– se quemen. En efecto, las leyes del mercado ordenan que los libros restantes se quemen como mismo se quemaron en los años de la Inquisición Española, el partido Nazi y el fanatismo McCarthista, pero con la terrible diferencia de que hasta hace cincuenta años eso era objeto de repulsa y hoy transcurre cotidianamente.

En el debate que siguió a las intervenciones surgió la inquietud de si esos mecanismos que despliegan los conglomerados mediáticos podrían ser aprovechados por la izquierda. Salió a flote el término de Ingeniería Literaria.

El primero en responder fue Otero, el mismo que introdujera el concepto en su alocución. Aclaró que Ingeniería Literaria es algo que hacen todos los buenos editores. Ajustar un libro, señalar sus carencias o excesos al autor. En cambio, Otero se declaró en contra del uso de esta herramienta en el proceso de cosificación del libro por asesores solo interesados en su carácter comercial. Alba, por su parte, expuso un punto de vista diferente. Es imperativo que aprendamos a usar esos mecanismos, que seamos subversivos en grado sumo, destruyendo al capital desde sus mismas tribunas.

La sesión concluyó, los corrillos se dirigían a las otras presentaciones sin renunciar al debate. Todos esperamos ya la segunda jornada del Encuentro de Editores, mañana a las 10:30 a.m., con el tema de las censuras y la represión intelectual. De todos modos ya tengo una conclusión preliminar: entre autores, editores y promotores –sean de izquierda o derecha– no hay inocencias.

Publicado por primera vez en el sitio de la Feria Internacional del Libro de Cuba (XV edición, 7 de febrero de 2006 (http://www.cubaliteraria.cu/evento/filh/2006/)

No hay comentarios: