“La llovizna, las personas envueltas en sobretodos grises que disimulan sus formas y géneros”. Yo acentué la última palabra, para captar su interés, pero la pelirroja desvió la mirada hacia la gente vestida de colores brillantes –como corresponde al trópico aun en días de invierno– que se agitaba alrededor de las carpas de libros: algunos abrían con premura sus sombrillas no menos multicolores, otros seguían caminando sin dar importancia al chubasco.
“¿A quién le importa la lluvia en Londres?”, repuso con desdén. Yo entrecerré los ojos, ¿jugaba a la intelectual despectiva con el centro? Ella miró al mar y más allá. Con el cielo nublado de este lunes, desde las murallas de San Carlos de La Cabaña apenas son visibles el Capitolio y el Focsa. Pero somos habaneros, no hay que ver la ciudad para saberla ahí, aun si la niebla –llegada desde Londres por expreso– o la escasa luz de un mediodía encapotado y húmedo de febrero la desdibujan.
Yo me cansé de mirarla –mirar sin poder tocar es harto frustrante– y busqué algún conocido entre la marea de la plaza. Mis ojos chocaron con la figura de Aurelio, erguida y sonriente, que casi se perdía en el arco que conduce a la sala Fernando Ortiz.
“Ya llegaron. ¿Vendrás conmigo?”, de verdad quería que ella entrara a la presentación, no perderla de vista me parecía imperativo para mis planes. Hay mucha gente en la Feria y cualquiera de esos amigos que se ven de febrero en febrero –creo que la frase es de Teresa Melo– podrían tentarla.
La pelirroja arrugó su adorable naricita en tanto ponderaba el asunto. “No.”, dijo al fin. “Mejor te espero en el café de los escritores. Seis en punto. ¿OK?”. Se marchó muralla arriba sin dejarme opción, y un grupo de adolescentes, que recitaban a Paco Urondo a todo pulmón –esos libros que regalan los argentinos de pronto me parecieron casi minas antipersonales–, opacó mis llamadas.
Pestañeé insegura, pero tuve suficiente ánimo para girar, caminar, esquivar niños con cuadernos de colorear y restos de comida, doblar, empujar la puerta que se traba y buscar un asiento entre el público que esperaba la presentación de dos libros de la editorial Ciencias Sociales: Religión y cambio social, El campo religioso cubano en los noventa y Sociedad cubana hoy. Saqué mi libreta de notas y comencé a trabajar.
Dos números primos, un mal agüero y la articulación soñada
La editora de Religión y cambio social… fue Enid Vian, y también fungió como presentadora, acompañada en la mesa con tres de los trece autores del volumen. Sonia Jiménez, investigadora del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS); Ana Celia Perera, jefa del Departamento de Estudios Socioreligiosos del CIPS y Aurelio Alonso, subdirector de la revista Casa de las Américas, sonrieron felices de que este ensayo, de temática nada común en el panorama editorial cubano, llegara por fin a los lectores, incluso cuando su impulsor inicial, Jorge Ramírez Calzadilla, no alcanzara a ver su resultado final.
Explicó Alonso que Ramírez Calzadilla, pionero en Cuba en las investigaciones científicas con tema socioreligioso, fue el gestor del libro, del sueño de sacar a la calle el resultado de cinco investigaciones organizadas dentro del proyecto Religión y Cambio Social, del Departamento de Estudios Socioreligiosos del CIPS. “Por supuesto, los informes de investigación son a menudo áridos, por lo que todos trabajamos en la articulación completa de la redacción y la información. De modo que cada uno de nosotros sabe qué aportó, pero el lector no percibe saltos de estilo o redundancia en conceptualizaciones y detalles metodológicos.”
Entonces, concluyo de prisa para no perderme las primeras palabras del siguiente título, Religión y cambio social… no es importante solo porque sea el último texto de alguien tan valioso como Jorge, sino porque es el primer resultado de investigación colectiva, llevado a la imprenta en los veinticinco años de existencia del departamento. También porque confluyen en él múltiples líneas de investigación y se actualiza una investigación similar sobre los ochenta, pero a la vez se supera el precedente al desglosar la década por sus puntos de giro –en lo que a religiosidad se refiere–, analizar las reacciones de la población a estos hechos y convertir la informaciones en gráficas estadísticas de fácil comprensión al final del volumen.
Los enfoques múltiples y la realidad única
La mesa fue ocupada entonces por Ermel González Mastrapa, jefe del Departamento de Sociología de la Universidad de La Habana y encargado de presentar Sociedad cubana hoy, una compilación coordinada por Alain Basail Rodríguez.
Al contrario del título anterior, los ensayos de este libro no intentan articularse en términos estilísticos o metodológicos, cada uno es reflejo de una investigación, un punto de vista, una personal manera de enfrentar el reto de atrapar la sociedad. Los une, eso sí, que sus autores son relativamente jóvenes –solo Niurka Pérez Rojas nació antes del triunfo de la Revolución.
Dividido en una introducción y dos partes, este puñado de investigaciones se acerca a diversos fragmentos de la sociedad cubana, a las historias y motivaciones personales, tratando de construir un retrato de grupo con la ayuda de pequeñas historias ambientadas en diversos espacios de la nación.
La primera parte, “Crisis, vulnerabilidad y actores sociales”, compila seis estudios: Marisol Alfonso de Armas analiza los conceptos de población y vulnerabilidad; Daima Echevarria León estudia a las mujeres; Aymara Hernández Morales reflexiona sobre la descentralización económica en los noventa; mientras Antonio Suset Pérez, Arisbel Leyva Remón, Oscar Ávalos Boytel y Niurka Pérez Rojas aportan tres materiales sobre la vida actual en las zonas rurales.
La segunda coda fue nombrada “Cultura y cambios sociales”, en ella se agrupan textos de vocación un poco más abarcadora, pero no menos apegados a la contemporaneidad. Grysca Miñoso Molina investiga el SIDA; Galia Figueroa Alfonso, Anagret Mederos Anido y Niuva Ávila Vargas se unen alrededor de las religiones afrocubanas; Laritza Vega Quintana estudia la marginalidad en la narrativa; Elienne Ferrer Zulueta, los cambios en la moda; Yisel Rivero, las diferencias culturales entre los jóvenes; y Alain Basial, las intrincadas rutas de las políticas culturales.
Sin dudas, esta convocatoria para conformar un espacio de múltiples lecturas que enriquezcan las discusiones sobre las percepciones de nuestra realidad social es saludable. Acaso –y suscribo las palabras de la editora del volumen– su mayor contribución sea ilustrar el desarrollo de una conciencia crítica en la joven intelectualidad cubana y, sobre todo, en la comunidad sociológica. Este grupo de jóvenes busca dialogar con el presente, sin dudas, pero con el compromiso crítico de desarrollar la reflexión social y responder a los requerimientos de toda la nación.
El regreso
Llovía cuando emergí de la bóveda. Dudaba entre continuar la charla con los autores de Religión y cambio… o ir a buscarla. Miré mi reloj y las manecillas reflejaron una rosa roja.
“Me aburría en el café”, explicó en lo que me ponía la flor entre el libro azul y el rojiblanco y giraba el pie derecho con el talón apoyado en el suelo. “Y entonces pensé que tus cuentos de Londres no están mal”. Sonrió, era una sonrisa sincera y decidí pagarle con la misma moneda.
“Lo único que sé de Londres es que tiene niebla, un río y guaguas de dos pisos, pero te puedo hacer un cuento de sociólogos en lo que redacto”, y señalé los libros, mi libreta de notas, El cañonazo de las 9 a.m. lleno de marcas.
Ella se encogió de hombros y tomó la mitad de los textos cosechados en mi jornada “¿Sabes? Zumbado dijo que la capacidad de síntesis de las Ciencias Sociales es admirable”.
No supe qué responder, por una vez fui razonable y solo caminé a su lado.
Publicado por primera vez en el sitio de la Feria Internacional del Libro de Cuba (XVI edición, 11 de febrero de 2007 (http://www.cubaliteraria.com/evento/filh/2007/)
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