Secciones

Secciones

Reglas para comentar

1) Los comentarios ofensivos serán borrados
2) Los comentarios deben tener alguna relación con el tema del post
3) Se agradecerá el aporte de argumentos con referencias para que podamos ampliar el debate

25 de septiembre de 2011

El camino fácil

Tags: Cuba, unidad, debate social, socialismo
 
Entre los libros que he estado leyendo estos días, hay uno donde Fernando Martínez Heredia (El ejercicio de pensar) bosqueja las transformaciones en la política del país en el cambio de década de los 60 hacia los 70, marcados por el fracaso de la zafra de los 10 millones, el consiguiente estrechamiento de los lazos de Cuba con el CAME y la inevitable deriva y costo político que correspondió a estas transformaciones.
 
La década de los 60, para quienes la vivieron y nos hablan de ello, fue una etapa que conoció los episodios más agudos de la lucha de clases en nuestro país en el tránsito desde el capitalismo anterior hacia el actual sistema – con desembarco mercenario por Girón, Crisis de Octubre y Lucha contra Bandidos incluida– así como también un rico intercambio de ideas y debates y polémicas sobre el tipo de sociedad que se podía construir. Eran los tiempos de "contra la revolución nada y dentro de la revolución todo". Se recordarán las discusiones entre Carlos Rafael Rodríguez y el Ché, y también se suelen citar los trabajos en la revista –justamente donde trabajaba FMH– Pensamiento Crítico. El Ché, que era cualquier cosa menos libertario, mas que admitir, promovía no obstante que se plantearan y defendieran, siempre entre revolucionarios, las opiniones y discrepancias de cada cual, o al menos eso cuenta gente como R. Fernández Retamar, Aurelio Alonso, etc. Y si una implementación con ventaja en un momento dado, chocaba con malos resultados, se esperaba tener el coraje para cambiarla en cuanto sucumbiera ante el peso de la crítica, por otra corriente que también se inspirara en los ideales de un pueblo trabajando en colectivo por su bienestar.
 
Ah, qué tiempos aquellos.
 
Paradójicamente cuando pasaron esos tiempos más agudos de la lucha de clases, o sea cuando entramos a los ´70, entonces, en nombre de la unidad ante el peligro de la agresión del enemigo, como cuenta Martínez Heredia, se escogió el camino fácil y se desestimuló este rico debate de la década anterior. No, mal dicho, no se desestimuló, se reprimió simple y llanamente. Que lo digan los intelectuales parametrados, los estudiantes, maestros y demás profesionales separados de sus centros de trabajo o estudio y mandados a Guamuta por tener opiniones o posturas o actitudes o gustos o tendencias un poco diferentes de la ortodoxia declarada doctrina sagrada y moral. Eso describe Martínez Heredia en un libro de ensayo de corte histórico social; en otro de narrativa que también estoy leyendo –gracias al préstamo de un amigo–, la novela de Leonardo Padura El hombre que amaba los perros, también hay un personaje que vive la segunda etapa y recibe su mala dosis de ostracismo. En todo caso se percibe que la doctrina en sí no era nada profunda y se podía sintetizar bastante bien con un mandamiento "harás sin chistar todo lo que, y nada más que lo que, ordenen desde arriba, que por cierto es perfecto".
 
Entonces, en tiempos en que casi no habíamos salido de la guerra civil, parece que había más espacio para el debate y la crítica que cuando tuvimos la paz consolidada. Como dijimos, se cerró este espacio en nombre de la unidad ante el peligro de agresión. El daño al país fue irreparable, porque la visión económica y social unilateral impuesta a la cañona profundizó varios males típicos de nuestra economía, como la monoproducción y el descuido ambiental; nos incrustó otros característicos de las economías planificadas centralizadamente como la baja productividad, las plantillas infladas, el burocratismo y el desestímulo al trabajador. Pero sobre todo, asestó tremendísimo golpe a la formación espiritual de las personas que debían construir, junto con las condiciones materiales de su futuro, una conciencia imbuida de la liberación, responsabilidad y la plenitud que se supone que se aspira a través de una revolución socialista. La persona que se creó no podía estar más lejos del hombre nuevo; acomodándose (si de arriba) al uso del poder para fines personales o (si de abajo) a un sistema de distribución que, como quiera que se anunciara, terminaba funcionando "de cada cual según su inocencia, a cada cual según su obediencia".
 
Y, al menos, ¿sirvió este empeño para favorecer la unidad ante el peligro de agresión? Muchas personas no lo vemos así. El carácter estalinista, lejos de fortalecer la verdadera unidad, le abrió las puertas a la enajenación, al enraizamiento de la doble moral y el oportunismo, como ya había sucedido en la URSS y era previsible que sucediera acá.
 
Treinta, cuarenta años después de aquella ofensiva en nombre de la unidad ante el peligro de agresión, parecen haberse convertido en leyendas mitológicas de los abuelitos, inalcanzables e irrepetibles, los electrizantes empeños de la nación que se unió para erradicar el analfabetismo del país, que acudió masivamente a conformar batallones de milicianos, que acudía a los mismos trabajos voluntarios a los que asistían los ministros del gobierno… Hoy ya no se reconocen el trabajador que pide botella (solidaridad para transportarse) y el funcionario que va dentro del vehículo que no lo recoge. Hoy se dividen mikis y repas también por el hecho de que generalmente los primeros tienen más capacidad adquisitiva para pavonearse con las mejores prendas, en los establecimientos turísticos y recreativos más caros y con los últimos artilugios de la tecnología. Hoy la mayoría del estudiantado no se identifica con las consignas vociferadas por la dirección de la Federación Estudiantil Universitaria, según reconoce la más reciente ex-presidenta de la FEU en entrevista publicada en Alma Mater. Hoy un buen sector de la población no tiene otro sueño que el de dejar atrás el país de la unidad, y desde los sucesos del Mariel aprovechan cualquier oportunidad para ello, desde deportistas, trabajadores manuales, intelectuales (el Ministro de Educación Superior reconoce que en las universidades solo quedan los profesores más viejos y los recién graduados, en entrevista publicada en el Granma y Juventud Rebelde), hasta vagos habituales, que el éxodo de todos ellos compone el segundo factor en importancia en el decrecimiento de la población cubana, después de la baja natalidad (dice la Oficina Nacional de Estadísticas en sus Anuarios). Hoy un buen sector de burócratas vive de parasitar a Liborio aprovechando su autoridad desde todos los sectores que se han puesto bajo su control (dijo Marino Murillo, por lo menos de los sectores de Vivienda y de Acopio, en la sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular el pasado verano). Y con sus malhabidos ingresos alimentan en sus hijos las mezquindades de los nuevos ricos. Aunque estos no hacen sino imitar ejemplos de más arriba, dígase de los recientemente purgados Ministerio de la Industria Básica, presidencia del Instituto de Aeronáutica Civil de Cuba, o las cabezas de los desaparecidos organismos de la llamada Batalla de Ideas, y otros donde también brillaban por su ausencia un verdadero sentimiento de unidad con el pueblo que hubiera consistido en servirlo con honradez y probidad.
 
Ahora no se sabe si estos daños son irreparables, o cuándo y cómo va la historia a asentar responsabilidades, pero lo que sí me gustaría es que todos los que se siguen desgañitando, reclamando obediencia incondicional en nombre de la unidad y el peligro de agresión, estuvieran conscientes del daño que causa seguir este camino facilista, así como los que los obedecen y creen que de verdad hacen bien. Recuerden que en los ´60, la contrarrevolución tiraba bombas cada semana, el peligro de agresión de los yanquis también estaba ahí, y demostramos que todo eso se podía vencer sin dejar de discutir y construir una sociedad mejor.

21 de septiembre de 2011

Cuba: Yo no soy racista, pero.

Por Sara Más

En Cuba casi nadie admite públicamente que es racista, pero los prejuicios y comportamientos discriminatorios respecto al color de la piel siguen vigentes en la sociedad actual, indican especialistas, investigadores y la práctica cotidiana.

Gran parte de esos criterios excluyentes se expresan a diario: abundan en las bromas y proverbios populares, en acciones que desestiman el valor de las llamadas personas "de color", se esconden en las desventajas y desigualdades que aún perviven.

Así lo evidenció el intercambio sobre "Ciencia, racialidad y sociedad" que el pasado miércoles 7 de septiembre tuvo lugar en la capital cubana, en el habitual espacio "Letra con Vida", que conduce la doctora Alina Pérez Martínez, para reflexionar y dialogar sobre la cultura de la salud en el Centro Cultural Dulce María Loynaz.
"Cuando la gente no puede expresar un sentimiento inferiorizante hacia otra persona, acude a la broma, al chiste o la sentencia popular", aseguró Zuleika Romay, directora del Instituto Cubano del Libro y estudiosa de la comunicación, "que sirve para expresar, pero también apara ocultar lo que pensamos", dijo.

Explicó que, cuando en una sociedad hay un tema que se vuelve espinoso o tabú, la comunicación interpersonal busca vías para expresar esas tensiones que la sociedad porta y no se pueden manifestar de otra manera.

Así emergen enunciados peyorativos como: "Los negros, cuando no la hacen a la entrada, la hacen a la salida", "Es negro, pero muy decente", "Los negros de amigos, no de maridos", "Hay blancos peores que los negros" o, directamente, la muy reiterada frase "¡Tenía que ser negro!", entre algunos ejemplos.

"Nuestra tradición popular está llena de sentencias populares que jerarquizan racialmente a las personas. De esa manera se canalizan sus representaciones y actitudes hacia el otro, lo que además les permite decir, si alguien protesta: 'No chico, era jugando' ", abundó Romay.

Para el filólogo y master en Antropología Rodrigo Espina, "el de la raza y el color de la piel es un esquema que tiene muchas implicaciones de carácter social".

Tras entrevistar a 117 personas extranjeras clasificadas como blancas, procedentes fundamentalmente de Europa, América del Norte, Centroamérica y América del Sur, entre 1997 y 2003, Espina comprobó que todas admitieron la existencia de marginalidad en sus países y que, de acuerdo con cada caso, esta era "más o menos coloreada".

"No tiene ninguna implicación el color de la piel, sino la posición que les tocó ocupar a cada cual en la estructura socioclasista, por muchas razones sociológicas, históricas, económicas y políticas", dijo el también investigador del Centro de Estudios Culturales Juan Marinello.

Bajo el precepto de que el racismo expresa un ejercicio del poder, Espina asegura que pervive también porque "hemos sido educados en esa forma de pensar, en una sociedad donde la posición donde está el negro se sigue viendo como natural".

Lo más común es encontrar que las personas se declaren abiertas, desprejuiciadas y permisivas, pero…siempre hay una objeción que devela reticencias discriminatorias y racistas. Es lo que algunos han llamado "racismo del pero", aplicable también a cubanos y cubanos, según Espina, y que se resume en una frase tan repetida como: "yo no soy racista, pero…los negros no me gustan".

Los orígenes de tales criterios se pierden en una larga historia de dominio y diferencias de clases que se remonta a más de cinco siglos atrás, cuando los indígenas, primeros pobladores de la isla, y luego la población africana traída como fuerza de trabajo, fueron sometidos por los conquistadores españoles.

Una mezcla de indios, españoles, africanos y en menor medida asiáticos, mesorientales y otros europeos fue conformando la nación cubana, su población e identidad, en un proceso que el etnólogo Fernando Ortiz llamó "gran ajiaco cubano".

Tan diversa y compleja composición multirracial convivió en la época colonial con el racismo, sustento ideológico del régimen esclavista impuesto por los blancos de origen hispano a los negros africanos y sus descendientes, y se extendió en la práctica segregacionista de la República.

Pero ese sistema y sus prácticas discriminatorias han dejado huellas que no se borran por decreto ni con la voluntad política expresada, después de 1959, de eliminar todo tipo de discriminación, ya sea por motivo de raza, color, sexo u origen nacional.

"Tiene que ver con una historia muy antigua, pero que se escribe todos los días", sostuvo Romay. "Tenemos la herencia y también nuestros propios aportes diarios a la racialización de las relaciones con otras personas".
En la base del problema Romay ubica el hecho de que, pese a todo lo que se ha hecho para cambiarla, "la sociedad cubana sigue siendo clasista y racializada".

A nivel popular se reconocen numerosas clasificaciones basadas en el color de la piel, el tipo de cabello y el color de los ojos, que pueden ir desde el negro-azul y de color teléfono, hasta el blanco lechoso y el albino, pasando por el moro, el indio o el mulato color cartucho o el más blanconazo.

Junto a esas marcas, a los grupos les han atribuido históricamente determinadas características. A los blancos, por ejemplo, se les identifica con valores y conductas positivas, mejores normas de convivencia, mayor responsabilidad, interés de superación, estabilidad familiar y organización en la vida.

A las personas negras, en cambio, el estereotipo les reprocha las más diversas actitudes delictivas, comportamientos excéntricos, bulliciosos y alteradores del orden, al tiempo que les reconoce fortaleza física y aptitudes para la construcción, la música, el baile y los deportes.

"Hemos heredado, culturalmente, toda esa manía clasificatoria para diferenciarnos racialmente unos de otros, incluso dentro del mismo grupo racial. Y de esta percepción racializada del otro participamos los cubanos de todos los colores", profundizó Romay.

Como herencia cultural, además, es un proceso difícil de cambiar y que, ideológicamente, tiene una relativa autonomía, advierte la investigadora.

"Hay gente que se cree revolucionaria y es racista, quien se cree educado y es racista, porque las representaciones que hacen de los demás, en términos raciales, tienen un nivel de compatibilidad muy alto y pueden coexistir incluso con pensamientos realmente opuestos,", explicó.

El tema es realmente complicado, según Romay, "no solo por lo que heredamos y no somos capaces de transformar", sino por "lo que reproducimos en nuestra vida cotidiana". A ello suma los factores de crisis, desigualdades y la imposición de cánones blanquizantes que van alimentando prejuicios y estereotipos.
Las condicionantes históricas, económicas y sociales del racismo se expresan también en cuestiones concretas. Estudios locales de diversas instituciones cubanas entre 1995 y 2003 evidencian, como tendencia, una posición desventajosa para las personas mestizas y de piel negra, desde el punto de vista económico, social y cultural, precisó el antropólogo Rodrigo Espina.

Entre otros resultados, se evidenció que más del 50 por ciento de las personas residentes en ciudadelas y solares eran negras y mestizas, también con una presencia mayoritaria en grupos de obreros del sector no emergente o tradicional, con una alta proporción de profesionales técnicos. "Sí hay profesionales negros, pero están en sectores tradicionales", subrayó el investigador.

En el sector emergente, en cambio, se encontró mayor representación de negros y mestizos entre obreros y trabajadores de servicio indirectos en el turismo, sector donde estos apenas alcanzaban el cinco por ciento entre dirigentes, profesionales y técnicos.

Las remesas, que en mucho contribuyen a solventar necesidades de la familia, llegan 2,5 veces más a los blancos que a los negros y 2,2 que a los mestizos, en tanto la mayor movilidad ocupacional, entendida como posibilidad de ascender y mejorar, corresponde a personas blancas.

Estas últimas, además, reciben 1,6 veces más propinas que las negras y 1,4 más que las mestizas, además de que consumían 3,7 veces menos productos normados por la libreta de abastecimiento que las negras y 2,1 menos que las mestizas.

La tendencia general apreciada en las indagaciones fue la de declararse de acuerdo con la elección de pareja que hacen los hijos para el matrimonio, sobre todo la del varón; pero lo cierto es que hay una dinámica hacia la intrarracialidad en los matrimonios constituidos, de todas las edades, añadió Espina. No obstante, en familias mestizas y mixtas se aprecia una mayor movilidad hacia los matrimonios interraciales.

En las aulas universitarias predominan las mujeres blancas, con padre o madre de nivel universitario o dirigente, e igualmente abundan sujetos de piel blanca en escuelas vocacionales de ciencias exactas y en los cursos universitarios diurnos, por la vía de exámenes de ingreso.

El reconocimiento de desigualdades ha tenido también una implicación muy grande en otros campos relacionados, como la salud, consideró la doctora Patricia Varona.

Enfermedades crónicas que enferman y matan a la población cubana (cardiovasculares, cáncer, cerebrovasculares) son más frecuentes en la población negra, y los factores de riesgo que las condicionan son el tabaquismo y la ingestión de bebidas alcohólicas, igualmente más comunes en ese grupo.

Hasta 2008 la mortalidad general en el país era de aproximadamente 8 por cada mil nacidos vivos; en la población negra era de 10 por cada mil.

"El patrón de la mujer cubana que bebe o fuma, y que bebe y fuma a la vez, es negra y soltera", citó Varona. La especialista reiteró a SEMlac la importancia de hacer este tipo de estudios para poder acometer intervenciones diferenciadas, a partir de la impronta de las desigualdades en la salud de determinados grupos.

"La desigualdad, la polarización de los ingresos y sobre todo de los consumos, va generando el caldo de cultivo para todo eso", consideró Zuleika Romay, partidaria de cambiar las condiciones de existencia de las personas para poder revertir muchos de estos problemas.

La directora del Instituto Cubano del Libro abogó, además, por la recuperación de algunos mecanismos de coerción social debilitados con la crisis de los últimos años, lo que ha llevado a que actitudes prejuiciadas y racistas tengan menos censura social, y que poco a poco se vayan naturalizando.

Seguir abriendo espacios de debate para articular este y otros temas afines, como la discriminación de género y la sexual; socializarlos en los medios de comunicación; introducir estos asuntos en el sistema de educación y suministrar herramientas de análisis desde edades tempranas, fueron varias de la propuestas emanadas del encuentro.

"Creo que hay un racismo antiguo y otro reciente", afirmó el investigador y crítico literario Roberto Zurbano, quien defendió la tesis de abrir espacios de debate del tema a todos los niveles, para poder dictar políticas al respecto; propuso usar más los diagnósticos que se han hecho y elaborar normas jurídicas para que la gente tenga, legalmente, cómo ejercer sus derechos.

Tomado de Centro Cultural Dulce María Loynaz

11 de septiembre de 2011

Karl Marx tenía razón

Tags: Karl Marx, John Gray, capitalismo, revolución, clase media, lucha de clases, crisis económica
 
Por John Gray
 
Como efecto secundario de la crisis financiera, más y más gente está dándose cuenta de que Karl Marx estaba en lo cierto.
 
El gran filósofo alemán del siglo XIX, economista y revolucionario, pensaba que el capitalismo era radicalmente inestable.
 
Tenía incorporada la tendencia de producir auges y colapsos cada vez más grandes y profundos y, a largo plazo, estaba destinado a destruirse a sí mismo.
 
A Marx le complacía esa característica: estaba seguro de que habría una revolución popular, la cual engendraría un sistema comunista que sería más productivo y mucho más humano.
 
Marx erró en lo que se refiere al comunismo. Pero su percepción de la revolución del capitalismo fue proféticamente acertada.
 
No fue sólo sobre el hecho de que en ese sistema la inestabilidad era endémica, aunque en ese respecto fue más perspicaz que la mayoría de los economistas de su época y de la actualidad.
 
A un nivel más profundo, Marx entendió cómo el capitalismo destruye su propia base social: la forma de vida de la clase media.
 
La terminología marxista de burgueses y proletariado suena arcaica.
 
Pero cuando argumentó que el capitalismo hundiría a la clase media en algo parecido a la existencia precaria de los angustiados trabajadores de su época, Marx anticipó un cambio en la manera en la que vivimos que apenas ahora estamos teniendo que afrontar.
 
Destrucción creativa
 
A pesar de que se equivocó, Marx pronosticó lo que iba a suceder.
 
Para Marx, el capitalismo era la teoría económica más revolucionaria de la historia, y no hay duda que difiere radicalmente de los sistemas previos.
 
Las culturas de los cazadores-recolectores persistieron con su forma de vida por miles de años, las esclavistas por casi el mismo tiempo y las feudales por muchos siglos. En contraste, el capitalismo transforma todo lo que toca.
 
No son sólo las marcas las que cambian constantemente. Compañías e industrias se crean y se destruyen en una corriente incesante de innovación, mientras que las relaciones humanas se disuelven y reinventan en formas novedosas.
 
El capitalismo ha sido descrito como un proceso de destrucción creativa, y nadie puede negar que ha sido prodigiosamente productivo.
 
Prácticamente todos los que viven en países como el Reino Unido hoy en día reciben ingresos reales más altos de los que habrían recibido si el capitalismo no hubiera existido nunca.
 
El problema es que entre las cosas que se han destruido en el proceso está la forma de vida de la que, en el pasado, había dependido el capitalismo.
 
La promesa...
 
Los defensores del capitalismo argumentan que le ofrece a todos los beneficios que en la época de Marx sólo tenían los burgueses, la clase media asentada que poseía capital y tenía un nivel razonable de seguridad y libertad durante su vida.
 
El negocio de los mercados es volátil, y ahora estamos sintiendo las consecuencias.
 
En el capitalismo del siglo XIX, la mayoría de la gente no tenía nada. Vivían de vender su labor y cuando los mercados se debilitaban, enfrentaban dificultades.
 
Pero a medida que el capitalismo evolucionó -dicen sus defensores-, un número mayor de personas se beneficiaron.
 
Carreras satisfactorias dejaron de ser la prerrogativa de unos pocos. La gente dejó de tener dificultades todos los meses por vivir de un salario inseguro. Las personas estaban protegidas por sus ahorros, la casa que poseían y una pensión decente, así que podían planear sus vidas sin temor.
 
Con la expansión de la democracia y la riqueza, nadie se iba a quedar sin una vida burguesa. Todos podían ser clase media.
 
La realidad
 
De hecho, en el Reino Unido, Estados Unidos y muchos otros países desarrollados, durante los últimos 20 a 30 años ha ocurrido lo opuesto.
 
No existe la seguridad laboral, muchas de las profesiones y oficios del pasado desaparecieron y carreras que duran toda la vida no son mucho más que un recuerdo.
 
Si la gente posee alguna riqueza, está en sus casas, pero los precios de la propiedad raíz no siempre aumentan. Cuando el crédito es restringido, como ahora, pueden quedarse estancados por años. Una menguante minoría puede seguir contando con una pensión con la cual vivir cómodamente y pocos cuentan con ahorros significativos.
 
Más y más gente vive al día, con muy poca idea sobre qué traerá el futuro.
 
La clase media solía pensar que sus vidas se desenvolverían en una progresión ordenada, pero ya no es posible considerar a la vida como una sucesión de niveles en los que cada escalón está más arriba que el anterior.
 
En el proceso de creación destructiva, la escalera desapareció y para cada vez más personas, ser de clase media ya no es siquiera una aspiración.
 
Ganancia negativa
 
A medida que el capitalismo ha ido avanzado, ha llevado a la mayoría de la gente a una nueva versión de la precaria existencia del proletariado del que hablaba Marx.
 
Los salarios son más altos y, en algunos lugares, en cierto grado hay un colchón contra los sacudones gracias a lo que queda del Estado de bienestar.
 
Pero tenemos poco control efectivo sobre el curso de nuestras vidas y las medidas tomadas para lidiar con la crisis financiera han profundizado la incertidumbre en la que tenemos que vivir.
 
Tasas de interés del 0% conjugadas con el alza de precios implica que uno recibe beneficios negativos por su dinero y produce la erosión del capital.
 
La situación para muchos jóvenes es aún peor. Para poder adquirir las habilidades indispensables para conseguir empleo, hay que endeudarse. Y como en cierto momento hay que volverse a entrenar, hay que ahorrar, pero si uno empieza endeudado, eso es lo último que podrá hacer.
 
Cualquiera que sea la edad, la perspectiva de la mayoría de la gente hoy en día es una vida entera de inseguridad.
 
Quienes se arriesgan
 
Al mismo tiempo que ha despojado a la gente de la seguridad de la vida burguesa, el capitalismo volvió obsoleto al tipo de persona que disfrutaba de la vida burguesa.
 
En los '80s se habló mucho de los valores victorianos, y los promotores del mercado libre solían asegurar que éste reviviría las virtudes del pasado.
 
Pero el hecho es que el mercado libre socava las virtudes que mantienen el estilo de vida burgués.
 
Cuando los ahorros se están desvaneciendo, ser cauteloso puede llevar a la ruina. Es la persona que pide grandes prestamos y que no le tiene miedo a declararse en bancarrota la que sobrevive y prospera.
 
Cuando el mercado laboral es volátil, no son aquellos que cumplen cabalmente con las obligaciones de su trabajo quienes tienen éxito, sino los que siempre están listos a intentar algo nuevo que aparenta ser más prometedor.
 
En una sociedad que está siendo transformada continuamente por las fuerzas del mercado, los valores tradicionales son disfuncionales y quien quiera vivir de acuerdo a ellos está en riesgo de terminar en la caneca de la basura.
 
Se desvaneció en el aire
 
Examinando un futuro en el que el mercado permea todas las esquinas de la vida, Marx escribió en el Manifiesto Comunista: "todo lo que es sólido se desvanece en el aire". Para alguien que vivió en la Inglaterra victoriana temprana -el Manifiesto fue publicado en 1848- era una observación asombrosamente visionaria.
 
En esa época, nada parecía más sólido que la sociedad en cuyos márgenes vivía Marx.
 
Un siglo y medio más tarde, vivimos en el mundo que él anticipó, en el cual la vida de todos es experimental y provisional, y la ruina súbita puede llegar en cualquier momento.
 
Unos pequeño puñado de gente ha acumulado vastas riquezas pero incluso eso tiene una cualidad de evanescente, casi fantasmal.
 
En los tiempos victorianos, los verdaderamente ricos podían darse el lujo de relajarse, si eran conservadores a la hora de invertir su dinero. Cuando los héroes de las novelas de Dickens finalmente reciben su herencia, no vuelven a hacer nada jamás.
 
Hoy en día, no existe un remanso de seguridad. Los giros del mercado son tales que nadie puede saber qué mantendrá su valor, ni siquiera dentro de unos pocos años.
 
No fue el mayordomo
 
Este estado de alteración perpetua es la revolución permanente del capitalismo y yo pienso que nos acompañará en cualquier futuro imaginable realísticamente.
 
Estamos apenas a mitad de camino de una crisis financiera que pondrá muchas cosas de cabeza.
 
Monedas y gobiernos probablemente caerán, junto con partes del sistema financiero que creíamos seguro.
 
No se ha lidiado con los riesgos que amenazaban con congelar a la economía mundial hace apenas tres años. Lo único que se ha hecho es obligar a los Estados a asumirlos.
 
No importa qué digan los políticos sobre la necesidad de frenar el déficit, deudas de la magnitud de las que se han incurrido no pueden ser pagadas. Es casi seguro que lo que harán es manejarlas recurriendo a la inflación, un proceso que está abocado a ser muy doloroso y empobrecedor para muchos.
 
El resultado sólo puede ser más agitación política, a una escala aún mayor.
 
Pero no será el final del mundo, ni siquiera del capitalismo. Pase lo que pase, vamos a seguir teniendo que aprender a vivir con la energía errática que el mercado emanó.
 
El capitalismo llevó a una revolución pero no la que Marx esperaba. El exaltado pensador alemán odiaba la vida burguesa y pensó en el comunismo para destruirla.
 
Tal como predijo, el mundo burgués ha sido destruido.
 
Pero no fue el comunismo el que cometió el acto.
 
Fue el capitalismo el que mató a la burguesía.