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25 de febrero de 2014

Congreso de trabajadores, con ideología de patrones

Con bombo, platillo y discurso del presidente cerró el XX congreso de la central sindical cubana, CTC. Algunos vistazos y análisis sencillos alcanzan para percibir el porqué de la inutilidad supina de aquella institución supuestamente de las personas trabajadoras de este país.

 

Los medios oficiales reflejaron las facetas escogidas por los dirigentes para centrar el debate: los sempiternos temas organizativos; los afanes de elevar la productividad en los puestos de trabajo; la representatividad de la afiliación por parte de la organización, y las maltratadas cuestiones del trabajo “político e ideológico”.

 

La primera pista sobre las razones del gran ridículo la da el hecho de que, entre las cuatro bases mencionadas, apenas una pueda despertar algún atisbo de interés en una membresía preocupada por lo que van a poner en el plato de comida familiar, cada noche. Y esa en particular, la de la representatividad de la CTC, está tan desacreditada que se une a las otras tres, como una gota más en una llovizna anodina. Triste realidad, un país en crisis económica y el derroche de recursos en la organización de un cónclave de monumental irrelevancia.

 

Obviamente, muchas voces volvieron a clamar desde las bases por el aumento de los salarios. Existen, incluso, algunos indicios esperanzadores de que el Estado, al fin, aumentará levemente los risibles estipendios –que no salarios– que devengamos sus “pobretarios”. Como era de esperar, todavía los dirigentes pretenden condicionar esta medida de alivio al incremento de la eficiencia, de la producción, de sacar más del sudor de Liborio. De hecho, cuentan para esta tarea con el apoyo incondicional del aparato de la CTC. Por momentos, pareciera que esta es la principal contradicción en la sociedad cubana, por lo menos del mundo laboral. Ganancia de la empresa vs remuneración de la clase trabajadora: miren el conflicto ahí y, si quieren, distráiganse en el apoyo a uno u otro bando.

 

Sin embargo, esta estancia superficial es solo un atisbo del verdadero conflicto; el enmascaramiento de la contradicción de fondo que se puede descubrir con la aplicación de un marxismo tan elemental como el que está a mi alcance. El meollo del asunto está, como bien lo sabe el economista Triana, en el tema de la propiedad de los medios de producción. En la contradicción entre el carácter social del trabajo y el carácter nada social de la administración de la actividad económica, de la cadena productiva y de la apropiación de los frutos del trabajo.

 

Mientras la discusión no profundice más allá del nivel de la cuantía del salario, se permanecerá en un estadio idéntico al de la clase trabajadora de cualquier país capitalista. Está bien, no cualquier país capitalista, solo cualquiera que haya implementado sistemas de salud y educación universales y gratuitos; no son muchos, pero sí hay unos cuantos. Con la diferencia de que aquellos lo lograron después de haber alcanzado un alto desarrollo económico y nosotros, como se sabe, no salimos de la precariedad. Y por causa de nuestro mismo subdesarrollo, además de pocos bienes y servicios de consumo, se torna utópico satisfacer las exigencias imperiosas de mejoramiento de nuestros bastante maltratados salud y educación.

 

Los voceros oficialistas, o ignoran olímpicamente al marxismo para recomendar sus recetas de liberalización, o lo reducen a la obediencia dentro de un sistema unipartidista y contrapuesto a un pérfido enemigo externo –que no es menos cierto que también existe. Es por ello que dan un traspié detrás de otro, y no logran explicarse la falta de compenetración de la dirección político-social de hoy con la población trabajadora; la refractariedad a las convocatorias; el desinterés por aportar energías, sentimientos, vidas, en fin, la enajenación que se ha provocado. Con mentalidad de esclavistas o capitalistas victorianos, consideran que la “plebe” solo es buena si se le obliga a ser productiva por los medios que sean necesarios; que hay que vigilarlos continuamente para que no roben y que cada inversión en ella es un subsidio demasiado oneroso. A continuación, no se explican por qué Liborio se niega a “trabajar para el inglés”. Ni, tampoco, por qué no se molesta en velar por los intereses y proteger los recursos del patrón.

 

La intervención del compañero Ulises Guilarte de Nacimiento fue una flagrante muestra de esta incomprensión. Al menos, en la versión resumida que aparece en la edición especial del diario Trabajadores de este domingo, 23 de febrero, se refiere que comentó “la participación de los trabajadores en la batalla económica, las limitaciones que provocan baja productividad y los problemas del salario” –qué gentil de su parte acordarse de esto último –; y se lamentó por que los trabajadores no son suficientemente combativos ante aquella parte de la corrupción, ilegalidades e indisciplinas –las que molestan a los de arriba.

 

En el grupo de las intervenciones reseñadas por el rotativo, se encuentran numerosas resonancias con el proyecto burocrático corporativista, el de poner a los empleados en la misma sintonía de la clase que los emplea. No caben dudas de que esto redunde en el mayor gusto y provecho de gerentes, administradores, funcionarios. Para los que sudan torsos o sesos, cabe la esperanza de tímidas mejoras en sus condiciones de explotación. Algunos miembros de la interesante y compleja clase de “trabajadores por cuenta propia” cantaron sus cuarenta, para lo que les pueda servir. También parecen haber aprovechado la oportunidad de callar  respecto a las necesidades y particularidades que tendrá un movimiento sindical legítimo, en escenarios emergentes y de tanta repercusión como las grandes inversiones extranjeras que ocurren en la industria azucarera, la zona franca del Mariel y otras por el estilo.

 

No fue decepcionante el contenido de este Congreso, porque nadie esperaba más que lo que produjo. Si había algún militante marxista, algún auténtico socialista presente, no le habrán dejado alzar la voz. Como mínimo, se habría planteado la necesidad de hacer reales la propiedad de los trabajadores sobre los medios de producción, llámese empresas, talleres, industrias, hoteles… con los derechos de autogestión, autoorganización, gerencia obrera. Se habrían lanzado estrategias para el fortalecimiento de un movimiento cooperativo auténtico, libre, sin ataduras burocráticas, como la verdadera y suprema forma de organización de la vida laboral en el socialismo. Se habría dado el espacio que demanda al fortalecimiento de los imprescindibles lazos solidarios entre todos los grupos de trabajadores y vecinos de un país donde no se desea ver florecer el egoísmo y el sálvese el que pueda. Bueno, este servidor no lo desea y espera que sus amables lectores y lectoras tampoco.

 

Las personas revolucionarias presentes en una reunión de trabajadores, con ideas marxistas en la cabeza y los pies en la tierra cubana, se habrían pronunciado con respecto a la situación de aquellas otras personas, de piel oscura; respecto a la situación de las mujeres; y la necesidad de enfrentar de manera decidida, posibles prácticas discriminadoras en los escenarios de racionalizaciones y despidos que se avecinan. Justamente, el proyecto socio comunitario, Cofradía de la Negritud, dirigió una carta al compañero Ulises Guilarte, con un llamado a los delegados del evento a manifestarse “con claridad y vigor su rechazo y condena a la práctica de la discriminación racial en el ámbito laboral de cualquier sector”. No trascendió alguna iniciativa semejante por parte de la Federación de Mujeres Cubanas u otra institución afín. En cualquier caso, el aparato burocrático conductor del evento mantuvo la puesta en escena firmemente dentro de un guión previamente establecido, que evitó cualquier momento refrescante, renovador, revolucionario.

 

Y para ponerle la tapa al pomo, el compañero presidente Raúl Castro cerró con un discurso con perlas del tipo “La CTC y sus sindicatos deben concentrarse en lo esencial, que es ejercer su actividad en interés de la implementación exitosa de los Lineamientos y desarrollar un trabajo político-ideológico diferenciado y abarcador en defensa de la Unidad de los cubanos”. Acábense de convencer que la representatividad y la defensa de las personas trabajadoras no son los objetivos de la CTC, qué va, por el contrario, si la labor sindical, según el presidente, debe despojarse de la “vieja mentalidad”, que para aquel significa “años de paternalismo, igualitarismo, gratuidades excesivas y subsidios indebidos”. Con sindicatos como ésos, el Estado podrá ahorrarse los salarios de las administraciones. Con esa ideología pro – patronal, me pregunto, a quién le pago yo mi cuota de afiliado.

16 de febrero de 2014

Bienvenidos compañeros señores capitalistas

En estos últimos tiempos, el gobierno cubano está de lo más contento o, por lo menos, sus medios de prensa trasmiten esa sensación, con unas noticias que en otros tiempos resultarían muy inusitadas.

 

Sitios como Cubasi y Cubadebate publican, eufóricos, detalles sobre la cantidad y magnitud de negociantes brasileños, chinos, mexicanos y de otras nacionalidades interesados en asentar negocios en la Zona Franca del Mariel. El mes que viene, el Parlamento cubano se reunirá en su primera sesión extraordinaria de la historia, para aprobar una nueva Ley de Inversión Extranjera. Los hombres de negocios estadounidenses y cubanoamericanos intercambian besitos con la cancillería en La Habana.

 

Recuerdo cómo me molesté mucho con una de esas noticias, relacionada con las obras del Mariel. El periodista refería, muy campante, cómo se había mandado a técnicos cubanos a Brasil, con los que más saben de esas cosas, para aprender de tecnologías y metodologías empleadas en la construcción de las obras que se iban a construir en el megapuerto cubano. Pocas líneas más abajo, se comentaba que la administración portuaria de las instalaciones cubanas (o cubano-brasileñas, o brasileño-cubanas, en realidad no sabemos) iba a ponerse en manos de una empresa de Singapur, porque era también de la que más sabe de esas cosas. El periodista no notaba ningún aire extraño en lo que exponía, pero yo me pregunto: ¿no podemos mandar Liboritos al extranjero –por ejemplo, a Singapur–para que aprendan a administrar y dirigir nuestros puntales económicos, pero sí podemos mandarlos a Brasil, donde aprenden a construir aquello que se va a poner luego en manos de otros?

 

Entre tanto, se publican notas sobre empresarios muy interesados en venir acá a “invertir” y que vienen en grandes grupos. Ahora cabe preguntarse – pero ningún periodista oficialista lo hace– ¿no son acaso estos mismos compañeros señores, los capitalistas que tienen sus maquilas en México, Centroamérica, China, el sudeste asiático? ¿No se supone que, como socialistas, como revolucionarios, estemos, como mínimo, preocupados por las prácticas explotadoras que los caracterizan?

 

¿Tenemos que suponer, tal vez, que producir acá en Cuba, para estos inversores, implicará algún tipo de ventajas tan significativa, que están dispuestos a no aplicar sobre los obreros y obreras cubanos, los mismos estándares de explotación que imponen en otras latitudes? ¿Cómo lo sabemos, cómo podemos saber si el balance de ventajas y desventajas será aceptable para los y las de abajo? ¿Cuándo se va a abordar ese tema?

 

Con toda la discusión pública del nuevo proyecto de Código Laboral, se evidenciaron grandes lagunas en la protección de la clase trabajadora. Imagínense ustedes lo que traerá una Ley de Inversión Extranjera que no pasó por el mismo proceso de escrutinio y cuestionamiento nacional, sino que se va a aprobar de manera expedita en el próximo mes de marzo. Tal vez los compañeros señores ya conozcan los pormenores de la dichosa ley, y por eso están tan contentos.

 

Algunos funcionarios cubanos se ufanan, y se publica, porque el carácter de la Zona Franca será tal, que la legislación e impedimentas burocráticas que rigen en el resto del país no afectará la actividad de los empresarios allí establecidos. Qué maravilla, eh. Cuánta libertad, para el capital. Me pregunto yo, una vez más, si eso no implicará también algunas potestades que ya no le van a convenir tanto al que deje su sudor en esas maquilas para enriquecer al inglés, o más bien al chino, al brasileño y a cualquier otro capitalista.

 

Capítulo aparte merecería el sector azucarero. Puede que haya hasta quien piense, de buena fe, que Odebrecht representa a un grupo de capitalistas brasileños “buenos”, en cuyas manos vale la pena poner los centrales cubanos que, de cualquier forma, el estado cubano es incapaz de administrar de manera racional. Sin embargo, cuando uno mira al Nordeste brasileño –con su polo azucarero–, cuando se recapàcita que en ese tremendo, hermoso, potente país, coexisten la opulencia y la miseria en los lados opuestos del contraste más dramático de este continente, tal vez surjan algunas dudas. Y si fuera por el gobierno de aquí, ese no sería el extremo, no, mi estimado o estimada lector o lectora.

 

Por que, lo que es este gobierno, parece que no se va a detener en ninguna línea cuando se trate de buscar capital. Ahora los invitados de moda son los herederos de los centrales azucareros nacionalizados en los primeros años de la Revolución, los Fanjul y compañía… que estén dispuestos a perdonar, tal vez aceptar alguna reparación, y volver a aportar financiamiento, mercados, lo que se necesite para sacar a flote “la economía”. Pero, ¿no será “la economía” desde el punto de vista de dueños, funcionarios, gerentes, vaya, la burguesía vieja y nueva? Las malas lenguas señalan que las instalaciones azucareras estadounidenses y de cubanoamericanos en República Dominicana y otras áreas de América Latina, no han mejorado mucho los estándares de explotación draconiana que, según recuerdo de mis clases de historia en la escuela, lacraban el campo cubano y que, supuestamente, superamos con la Revolución. ¿Será que en el gobierno nuestro no queda un ápice de conciencia de clase? ¿O que sí existe, y bastante, pero no de la clase que yo querría?

 

Que conste que yo creo que la reconciliación nacional es necesaria; que la normalización de relaciones entre diáspora y permanecidos es un fin digno de sacrificios; también de las ventajas que pueden traer las posibilidades de interacciones económicas. Pero, definitivamente, esto no puede llevarse a cabo sin mucho cuidado. Si se ignora que, lo que sea que exista por acá, pretende constituir una alternativa a las relaciones capitalistas, de explotación y demás, pronto no lo será más.

 

Si los Fanjul, los Gómez Mena, los Julio Lobo y demás desean venir, conversar, intercambiar, explorar posibilidades mutuas, désele la bienvenida cortés propia de personas civilizadas, que compartimos mucho más que idioma, origen, hasta sentido de pertenencia a un terruño; pero no confío, para establecer los términos de las nuevas relaciones, en el gobierno que despoja a los médicos del 80% de lo que se paga por sus servicios médicos en el extranjero. Que venga enhorabuena “Alfie” Fanjul, y llegue hasta los centrales que fueran de su familia; que le exponga a los trabajadores y trabajadoras cubanos lo que se propone. Que estos trabajadores sean entonces los que negocien con él, los que tomen la decisión en base a un análisis colectivo entre ellos, sin que pierdan nunca las potestades sobre un medio de producción y vida socialista tan trascendental para sus vidas y la esencia misma de la nación cubana, como lo es la industria azucarera.

 

Perdón, de qué  hablo: no se puede perder lo que no se tiene. Esas potestades pertenecen al estado-gobierno y su casta privilegiada de funcionarios-gerentes-burócratas. Se las venderán a Fanjul, por un plato de lentejas, por treinta monedas, por lo que sea. Habrá que rogar y esperar que este Fanjul tenga buen corazón y trate mejor a los empleados en el siglo XXI que a aquellos de antes de 1959. Como los que pongan las inminentes maquilas en el Mariel, los que compren a perpetuidad instalaciones inmobiliarias con su servicio doméstico, y como todos los demás compañeros señores, capitalistas extranjeros a los que se les vende este país a pedacitos.

5 de febrero de 2014

Entre la irritación y la tristeza

Se me ocurren una o dos frases duras, poco adecuadas para publicación. Lo pienso mejor, mientras rechazo la tristeza que trata de ganarme. Los mayores molinos que embestía Alonso Quijano no eran los de aspas y piedras, sino los de la estupidez humana, o los de la sinverguenzería.

 

Nuestra prensa, nuestra bendita prensa. Esta captura de pantalla la hice este 4 de febrero en la página del sitio www.cubasi.cu. Después se preguntan por qué no funcionan las campañas de promoción de buenos hábitos de salud y hasta de convivencia cívica, sí, por el aquello de que te fumen a tu lado, cuando uno tiene una sólida repulsión por el desgraciado humito. Si ni ellos mismos se las creen ni toman en serio.

 

 

Por supuesto que también abundan en la calle, los tolditos y las propagandas de Brascuba y Holliwood. El consumismo paga, el hábito de consumir la droga legal del tabaco vende bien, y las corporaciones propiedad total o parcial del estado cubano están para hacer dinero. Lo único  novedoso en esta imagen es el grado tan alto de unidad que se ha encontrado, capturada en una pantalla, de la flagrante contradicción. Las instituciones de corte social, pobrecitas ellas, no tienen capacidad o voluntad para enfrentar los poderosos monopolios económicos de la clase corporativa cubana. Ni por las vías legislativas, ni por medio de campañas mediáticas, valientes, que enfrenten realmente al promotor más entusiasta y letal de la enfermedad.

 

Y yo, ingenuo, que no logro entender cómo es que en los portales, las aceras, las áreas adyacentes al mismísimo hospital oncológico donde trabajo, pacientes, acompañantes y más de un trabajador prenden, deleitados, sus cigarros.