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29 de marzo de 2014

El elefante de Troya, o sobre el derecho a practicar la explotación

La nueva Ley de Inversión Extranjera que regirá en Cuba se aprueba en estos momentos, por parlamentarios cuya postulación es totalmente turbia y se reúnen a puertas cerradas en el apartado Palacio de las Convenciones, sin la trasmisión en vivo de los medios de prensa. Ha provocado bastante revuelo y, es de prever, todavía levantará más.

 

Ahora quiero referirme a uno de sus puntos más álgidos, al que quisiera aportar la perspectiva que entiendo como revolucionaria y marxista. Como es sabido, la ley otorga todos los derechos habidos y por haber de explotación de trabajadores cubanos a los empresarios extranjeros. También se extiende este derecho a los empresarios de origen cubano, que residen en el exterior.

 

De acuerdo con cierta lógica, una persona acostumbrada al capitalismo se podría hacer la pregunta siguiente: ¿y por qué vuelven a quedar los cubanos, residentes en Cuba, excluidos de este derecho? Aquellas personas afortunadas, vecinas de Liborio pero mucho mejor dotadas, están naturalmente dolidas de que los dejen fuera del banquete. Ahí tenemos a Silvio Rodríguez, por ejemplo, al que evidentemente ya se le pasó la etapa de necio y ahora, vuelto más inteligente, no quiere tener menos oportunidades que Alfie Fanjul. Reclaman, pues, el “derecho” de explotar a sus compatriotas.

 

Sin embargo, en un sistema que se presupone socialista, el fenómeno de la explotación debería recibir tanto repudio como la esclavitud y la servidumbre. Sin embargo, la discusión está establecida en un terreno bien alejado de esta cuestión medular. Por razones de propaganda y legitimación, el gobierno solo puede tolerar el capitalismo en dos modalidades. Está la del capitalista nacional, declarado, reducido a la pequeña y mediana empresa disfrazable de “cuentapropismo”, y está la modalidad de aquel otro, mucho mayor, pero disimulado mediante su integración a la estructura corporativa-estatal.

 

Para mantener este estatus, se necesita controlar el capitalismo grande y declarado abiertamente, con acceso sólo desde afuera, por una puerta y hacia unos espacios que queden muy bien dominados por la máxima jerarquía local. Lógicamente, los candidatos locales a empresarios independientes están muy molestos con este monopolio, y perciben esta exclusión como algo injusto, de manera semejante a como se percibían las prohibiciones de los hoteles, teléfonos celulares, etcétera, vigentes hace algunos años. Interesantemente, masas de desposeídos pueden llegar a adoptar sin cuestionamientos esta indignación por la exclusión de la ciudadanía local, del ejercicio de este “derecho”; a pesar de que la mayoría de esta, ni su descendencia, jamás podrá ejercer dicho “derecho”.

 

¿Qué se manifiesta, entonces, en este debate? Para mí, que se ha perdido de vista el concepto de que el socialismo es el sistema que aspiran a construir las personas trabajadoras para disfrutar, en libertad y sin explotaciones de ningún tipo, ni de adentro ni de afuera, del fruto de sus esfuerzos y de la solidaridad social. Debemos esta ideologización liberal rampante a medio siglo de un régimen autoritario que, en nombre del socialismo, hizo el mejor trabajo imaginable para afincar la idea de que este es un desastre, y solo el capitalismo puede desarrollar el país y permitir que las personas aspiren a prosperar. Ahí están, para confirmarlo, todas esas declaraciones públicas, desde el presidente hasta los economistas, periodistas oficialistas y demás, de que solo el flujo masivo de capital extranjero puede sacarnos del abismo. Y ahí están, inevitables, los ABCs marxista y martiano de que, el que paga, manda; que las personas pensarán de acuerdo a las reglas del sistema y esas reglas las pone el sistema de propiedad. Está armada la tormenta perfecta, y se torna natural que hasta el último descamisado considere como incorrectas las limitaciones sobre el “derecho” de explotar.

 

Vengan ahora necesariamente, una vez más, un par de aclaraciones sobre el criterio de este refunfuñón servidor. No se trata de negar las potencialidades de la inversión extranjera y las relaciones con las fuerzas económicas mundiales cuya influencia es determinante, lo queramos nosotros o no. Se trata de que, para sacar el mejor provecho de estas posibilidades, la solución no es adoptar la mentalidad capitalista.

 

La clase trabajadora, en un socialismo legítimo, ejerce sobre los medios de producción todos los derechos de posesión. Los emplea para producir riquezas y determinar los principios de su distribución social, de una manera democrática inalcanzable bajo el capitalismo. Una clase trabajadora organizada, dueña de las fuerzas de producción nacionales que es como decir, su destino, podrá interactuar sin sobresaltos con inversiones extranjeras, con la estructura económica, financiera y comercial del mundo globalizado. Podrá establecer acuerdos de mutuo beneficio, donde las concesiones inevitables al capital foráneo vengan balanceadas con suficientes compensaciones y beneficios para ambas partes. No es socialista, ni remotamente, un proyecto donde el conflicto mayor son las contradicciones entre distintos grupos de privilegiados, aspirantes cada uno a ejercer estos derechos en detrimento de los demás.

 

En otro escenario, con la clase obrera enajenada totalmente de los medios de producción, un paso de avance lo constituirían sindicatos poderosos, democráticos, corajudos e independientes del gobierno, capaces de defender a los trabajadores y enfrentar al capitalista extranjero demasiado ambicioso.

 

Lamentablemente, ni siquiera el segundo panorama parece factible en nuestro medio. Los sindicatos actuales, como es sabido, dependen del gobierno, y este último espera sacar el mayor beneficio de la inyección del capitalista, así que no hay que ser un genio para comprender de qué lado se colocarán las autoridades sindicales. La nueva ley tiene el espacio libre para penetrar, como un verdadero elefante de Troya del capitalismo, en un terreno tan abonado que parece que lo más importante que se va a discutir, es quién tiene derecho a montarse y quién no.

 

PS. Discúlpeme Fanjul y compañía que los mencione por enésima vez en otro post, es que uno no tiene tanta información y usa los pocos ejemplos que conoce que son así de representativos.

25 de marzo de 2014

Si no estamos en venta, estamos en subasta

A estas alturas, faltan acaso un par de días para que el Parlamento cubano apruebe, como mínimo por inmensa mayoría, una nueva ley de inversión extranjera. Ya he soltado un par de mal – escribencias sobre el tema y he plasmado los recelos que siento al respecto, pero me quedan unos apuntes adicionales que bien creo que vale la pena añadir.

 

Lo primero que merece la pena recalcar es que el proyecto de ley se ha mantenido muy bien resguardado del escrutinio popular. Será, como consideran ciertos diputados, que no vale la pena exponerles el tema a “la plebe”, y mejor mantenerlo entre los que “tienen algo que aportar”. Eso sí, es probable que tantas delegaciones de empresario brasileño y chino y de los otros países como las que han venido a explorar el terreno, ya conozcan las cláusulas que se le regatean a la ciudadanía cubana.

 

Este tipo de actitud, en realidad, es coherente con la negativa que me dieron en una asamblea eleccionaria de las nuestras, cuando expresé mi deseo de preguntar al candidato sobre sus ideas de cómo administrar las cuestiones públicas. Después andan por ahí los funcionarios y políticos cubanos, con el más hipócrita de los pregones, acerca de que la prensa debe ser informativa, veraz, objetiva, crítica, y todas las otras cualidades que le tienen vetadas en la práctica.

 

En la última noticia que encontré hoy en los medios oficiales sobre el tema, la palabra aislada “médicos” sugiere que ese tipo de servicios está entre aquellos que podrán ser objeto de inversiones. Y aquí entran más consideraciones todavía, y yo todavía no me he decidido a asumir que sea bueno o malo. Porque eso implicaría la apertura de clínicas basadas en el sistema del lucro. ¿Solo para turistas extranjeros? ¿Y si un cubanito o cubanita pudiente se proponen entrar en una de ellas? Los médicos que trabajarían allí, saldrían obligatoriamente del ya estresado sistema nacional. Las ganancias que generen estas clínicas ¿repercutirán en un beneficio que compense lo suficiente al paciente nacional que no tiene ni donde caerse muerto? ¿No habría sido conveniente en este, como en otros casos, atender el parecer popular?

 

Ahora quiero referirme a un argumento que han machacado incansablemente los Triana, Everleny, Murillo y compañía, sobre la necesidad imperiosa de inyección de capital para desarrollar la economía cubana. Según ellos, ese capital, del orden de dos o tres mil millones de dólares al año, sólo lo puede aportar la inversión extranjera, y de ahí la urgencia de la nueva ley que no puede ni esperar al período ordinario de sesiones de la Asamblea Nacional el próximo verano. Pero resulta que esa cifra coincide con lo que, según otros estudiosos, podría haber reportado actualmente la industria azucarera cubana, en las ventajosas condiciones del mercado actual. Por supuesto, para eso hubiera sido necesario, primero, que no hubieran desmantelado hace unos años ese patrimonio nacional.

 

Al día de hoy, el gobierno no tiene entonces con qué reactivar la economía nacional, ni sabe de dónde sacar. Así que acude al recurso de la inversión extranjera, contra la que no quiero mostrarme necesariamente hostil, pues puede ser muy provechosa si se administra sabiamente. Sin embargo, no voy a dejar de repudiar la actitud de la dirección del país. Su desconfianza contra los trabajadores le impidió y le impedirá eternamente confiar en la clase social a la que dicen representar. Las circunstancias exigen, una vez más, la política revolucionaria de poner en manos de las personas trabajadoras los recursos, fuerzas y medios productivos; fomentar en su máxima expresión las políticas de autogestión y cogestión. Dentro de un marco así, no está excluida la inversión extranjera, que podía también entrar sin peligro alguno para los trabajadores y trabajadoras cubanos, que ejercerían de dueños definitivos y plenos en provechosa interacción con todos los elementos favorables al desarrollo. Establecidas unas relacione s de producción verdaderamente socialistas, libres de enajenaciones y frenos burocráticos y autoritarios impuestos por una clase élite autoritaria, veríamos un despegue económico y social sobre bases auténticamente socialistas. No obstante, un panorama de este tipo está excluido de la mente de la dirección del país que, con mentalidad colonizada y liberal, prefiere poner las zonas francas, los centrales, las empresas cubanas y lo que sea, en manos extranjeras.

 

Por último, y como también hemos apuntado ya, puede que las manos extranjeras sean las últimas de las que nos debamos preocupar. Por un conjunto de factores muy largo para enumerar ahora, no veo la manera de impedir que florezcan capitalistas nacionales, que empleen posiblemente parientes o relaciones en el extranjero, para invertir en casa. Con las conexiones políticas necesarias y un capital inicial no desdeñable; el conocimiento del lugar; el terreno preparado por el dominio político administrativo previo, la camada de los potentados locales disputará su pedazo del botín. Lindoro Incapaz, hoy director general del taller Rosca Izquierda, con el rejuego necesario para no ponerse en evidencia, podrá lavar los fondos que tiene acumulados, producto de la malversación continuada de la administración de la empresa. Por supuesto, la tajada mayor se la llevará el compañero Pepín, que medra al nivel del Nivel Central. Al Liborio de a pie le tocará ver dónde se deja explotar menos abusivamente, como siempre, mientras escucha las explicaciones sobre lo inevitables y positivas que son las desigualdades.

 

¿Esto será un problema? No sé ni qué pensar. ¿Qué será menos malo para un Chicho en el mentado taller Rosca Izquierda: vender su fuerza de trabajo a un brasileño nuevo que entre a explotarlo, o vendérsela al ya conocido Lindoro Incapaz, compatriota suyo? (Nota 1) Obviamente, el problema es la explotación; el capitalismo en sí no tiene nacionalidad, a be ce del marxismo que algunos eligen convenientemente olvidar.

 

Lo que sí, definitivamente, puede poner la situación peor todavía, seria la extensión de la corrupción entre los funcionarios que administren esta esfera de las inversiones extranjeras. Como la experiencia nos indica, el pueblo cubano tendrá mínima información, y nulo control, sobre un piquete tan apto para aficionarse a las mieles del poder como los que estaban antes que ellos. Así que lo menos que se puede hacer, es esta idea que se aplica con cierto éxito en otros lugares, que consiste en que el funcionario muestra su estado patrimonial antes y después del período en que desempeña su función. Por algún blog que no recuerdo bien ¬–puede haber sido La Joven Cuba– vi la propuesta de aprobar una ley así, y me pareció muy valiente y adecuada. Si el funcionario se vuelve casualmente acaudalado durante el tiempo en su cargo, pues ya se sabe lo que hay que hacer.

 

Ese nivel mínimo de transparencia, de responsabilidad, es poco probable que se genere espontáneamente. Se necesitará mucho valor cívico, una enorme conciencia de clase, para enfrentar, en condiciones totalmente desventajosas, las consecuencias más preocupantes de la nueva ley.

 

Nota 1: Chicho, Lindoro Incapaz, Pepín del Nivel central: Personajes de un popular material de televisión humorístico cubano, donde Chicho es un mecánico y los otros son jefes.

7 de marzo de 2014

Diálogos francos ante encrucijadas complejas

Este sábado termina, acá en La Habana, el evento Fe Religiosa, institucionalidad nacional y modelos sociales. Yo llevaba un buen tiempo, a decir verdad, ocupado con el peso que tienen en nuestra sociedad, esos temas de salario y el papel del trabajo. Esta aventura me ha desviado – aparentemente – de ese menester y me apresuro a ofrecer algunas “filtraciones” a los amables seguidores del Observatorio Crítico (OC) y Bubusopía.

 

El evento es auspiciado por la Arquidiócesis de La Habana, y cuenta con la eficiente conducción del equipo de Espacio Laical. Con gran deferencia, extendieron la invitación a los miembros del OC, que hemos tenido así la valiosa oportunidad de participar en los debates que se desarrollan en el antiguo Seminario de San Carlos y San Ambrosio.

 

En primer lugar, extendamos el testimonio de los homenajes rendidos a una figura venerada de la cultura y la sociedad cubana, Mons. Carlos Manuel de Céspedes. Los y las participantes no han escatimado elogios respecto a la vida y aportes del religioso cubano, de grata recordación por estos lares.

 

A partir de este momento, téngase en cuenta que no podemos hacer un resumen lo suficientemente abarcador de todo lo que ha sucedido, y falta por suceder, en este evento. Las memorias del mismo ocuparán todo un número de la publicación Espacio Laical¸ al que ya le extiendo mi total recomendación.

 

Las razones para este aval, modesto como el que nosotros podamos ofrecer, emergen de la seriedad, amplitud y sinceridad que percibimos en las exposiciones de expertos de un amplio rango de criterios. Criterios elaborados desde un extenso abanico de posiciones han encontrado un espacio de diálogo franco, abierto, como el que siempre es provechoso celebrar en el seno de las sociedades civilizadas, independientemente de que se encuentre uno más de acuerdo con unas posturas que con otras. O, tal vez, precisamente por esto mismo.

 

Las discrepancias, compréndase, han sido tan agudas como respetuosamente expresadas. Varios sesudos, extranjeros y cubanos, cubanos “de aquí” y cubanos “de afuera”, han expuesto sus criterios sobre la calidad y el papel que, en las actuales circunstancias de nuestro país, tiene la institucionalidad existente y la que podría existir en el futuro; díganse el Estado, el empresariado, la propiedad, el trabajo, la inversión extranjera, el Partido (o los partidos), la Iglesia... Las deficiencias actuales y sus consecuencias han sido apuntadas con fuertes críticas, si bien divergen las opiniones sobre las posibles soluciones en los temas del desarrollo, el crecimiento económico, la prosperidad, la legitimidad y sustentabilidad del sistema sociopolítico, etcétera. No han faltado las exhortaciones a tomar elementos de otras sociedades que, si bien han resuelto algunos de los problemas que tenemos acá, también es verdad que provocan sus propios problemas.

 

En general, existe la impresión de una gran incertidumbre sobre el rumbo que tomará el actual proceso de reformas que conduce el gobierno de Raúl Castro. Intervenciones muy sensatas han llamado a considerar, en todo momento, los beneficios y los costos, tanto de cada decisión, como del ritmo rápido o lento con que se pueda aplicar y el papel, intenciones y ambiciones de los distintos sujetos en el terreno. El azar y las desigualdades sociales, acrecentados en la vorágine que se avecina, convocan también a serias consideraciones. Las negativas consecuencias del atraso en la masificación de las tecnologías modernas, en contraste con el elevado nivel educativo de la población general, no ha sido pasado por alto.

 

La importancia de la preservación de los valores espirituales y hasta qué punto prevalece la continuidad o la ruptura generacional han sido abordadas asimismo por los ponentes y en las intervenciones que les suceden. Se ha expresado, constantemente y de variadas maneras, un hondo compromiso respecto a la necesidad de normalizar las relaciones entre todas las personas cubanas, independientemente del lugar donde residan. Esto es un motivo de optimismo entre el público participante, que de seguro podrá ser compartido por la generalidad de quienes lean y sigan el devenir de estos empeños.

 

Los delegados e invitados representan, una vez más, un extendido rango de edades y procedencias, tanto fuera como dentro del país. Es difícil sobrestimar el valor que eventos, como éste, pueden aportar como ejercicio de debate sincero y exposición libre de posturas de cada persona que crea tener algo que ofrecer.

 

Finalmente, reconocemos también el apoyo de la embajada del Reino de Noruega en La Habana, a la realización del encuentro.

 

4 de marzo de 2014

El trabajo, la prosperidad y las desigualdades "necesarias": una postura marxista; o los intelectuales no deben ser payasos del liberalismo

El actual proceso de reformas que experimenta la sociedad cubana viene acompañado de varias operaciones de travestismo ideológico. Una de las más peligrosas de estas operaciones es aquella que proclama que, para lograr que el trabajo sea la base de la prosperidad individual y colectiva, se hace “necesario” aceptar la profundización de las desigualdades sociales. Los propagandistas del oficialismo, después de décadas defendiendo el igualitarismo a ultranza –con odas a la libreta de la bodega incluidas–, se han cambiado al bando opuesto con la misma naturalidad que de camisa.

 

En ocasiones como esta, convendría que personas honestas y versadas en el marxismo le dieran, a estos tracatanes, la respuesta que merecen. Yo no sé tanto de esas filosofías políticas como quisiera, pero no deseo sentarme a esperar así que, mientras tanto, suelto mi diatriba particular.

 

En primer lugar, partamos de reconocer que no hay nada de malo en conseguir que las personas, en una sociedad, puedan prosperar en base a su trabajo. Ojalá logremos eso, cuanto antes mejor. Ahora bien, para ese estado de cosas, las dichosas desigualdades no tienen por qué ser un acompañamiento sempiterno ni lacerante. Vamos a tratar de ilustrar esta tesis, y sus consecuencias, con las pizquitas de marxismo que se me han pegado por aquí y por allí.

 

Si usted mira a la sociedad sin ojos de explotador, reconocerá que la mayoría de las personas tienen una capacidad más o menos estándar para el trabajo. Y a casi nadie, en realidad, le gusta trabajar; se hace para ganar dinero. Si a las personas les gustara trabajar, así espontáneamente, entonces ya habría aparecido quien cobrara por proporcionar trabajo. Ah, que hay quien tiene más capacidad y quien tiene menos, es cierto; cuando se resuelven decorosamente las necesidades en base al trabajo, habrá quien le cueste más esfuerzo alcanzar resultados parecidos a los que alcancen otros. Habrá quienes conseguirán un poco más, y quienes consigan un poco menos. Pero esas desigualdades no serán tan profundas, no serán tan dolorosas; se referirán seguramente a algunos aspectos materiales no trascendentales que, en un plano espiritual, no tendrían porqué tener mayor repercusión. No producirían discriminaciones. De hecho, es posible que activen mecanismos movilizativos de la fraternidad y la solidaridad colectivas. Estos últimos mecanismos tendrían, por supuesto, la mayor repercusión en la atención a personas que, por discapacidades de mayor severidad, encuentren sus capacidades productivas más limitadas. Damos por sentado que las personas jubiladas gozarían de la protección ganada durante su vida laboral, y que estudios de calidad serían un derecho al alcance de todos.

 

Por otra parte, no es factible, al menos en las circunstancias de nuestro país hoy y en el futuro cercano, señalar que las personas de mayor calificación académica ganarían mucho más que los trabajos más sencillos. Los profesionales nos encontramos sólidamente instalados en el sótano de la pirámide económico social cubana. Allí parece que estaremos por largo rato; puesto que no parece que nos vayan a empezar a pagar en dólares ni nada por el estilo, aparte de algún aumentico o migaja que nos puedan soltar. Más bien tendríamos que descalificarnos un poco, a ver si alcanzamos los estándares de los tarimeros de mercados agropecuarios, plomeros, albañiles, camareros de hoteles y otros trabajos de mayores remuneraciones.

 

Sin embargo, esto no quiere decir que vivamos sumidos en el odio hacia estos últimos personajes. En una sociedad con libertades económicas razonables, las ventajas temporales de estos gremios  atraerían un número creciente de practicantes. Una mayor oferta bajaría las ganancias y, poco a poco, se alcanzaría un equilibrio distinto, entre el valor social del aporte de esas personas y su reconocimiento a través de la respectiva remuneración. Las desigualdades que favorecen hoy a estas personas son, en última instancia, hijas de su esfuerzo y de una dosis de maraña de la que pocas personas en general están exentas; pero esta última prospera, sobre todo, por las anómalas condiciones de la economía de este país, gobernado de una manera disparatada. En estas condiciones, uno puede tener cierta envidia pero no se encuentra, para reprochar, nada más que no tener la oportunidad de no cobrar en la misma moneda.

 

Sin embargo, una campaña sistemática intenta acostumbrarnos a la idea de aceptar la coexistencia con futuras diferencias ¿de estatus? ¿de clase? que hoy, todavía, se considerarían intolerables. Y yo no creo que se refieran a las mismas que comentamos unas líneas más arriba, casi angelicales al lado de las verdaderas, lacerantes, intolerables desigualdades que no son, como bien debería saber todo aquel que presuma de marxista, las que surgen entre personas que viven de su trabajo, sino las que elevan a los que usufructúan el fruto del trabajo de los demás. Nadie se hace millonario mediante su esfuerzo, por más maraña que le sume –aunque algunos puedan alcanzar un nivel de consumo elevado–; solo el apoderamiento de una gran cantidad de trabajo ajeno permite un grado de diferenciación verdaderamente desequilibrante.

 

¿Será para una situación así, para la que nos desean preparar hoy? De hecho, se conoce que sus acomodados ha habido, que sufragaron muchos viajes, vehículos y mansiones con los recursos nacionales desde la época de la economía planificada –solo que antes eran más discretos. No acumulaban capital en el sentido económico del término, más bien se aprovechaban de sus potestades al administrar instituciones y flujos dentro del entramado burocrático del Estado. Una posibilidad es que se hayan cansado de disimular. La mayor posibilidad, empero, es que se preparen para quitarse la careta; capitalizar sus posiciones, poderes e influencias hasta proclamarse empresarios del “modelo cubano de socialismo”; –maquillaje de hoja de parra para futuros capitalistas nacionales– y dedicarse a explotar simple y llanamente a Liborio, en colaboración entusiasta de los nuevos amigos que han hecho en China, Brasil y otros lugares.

 

Aquellos que hoy calculan quedar arriba, nos recomiendan aceptar mañana las desigualdades que crecerán entonces hasta un grado nunca visto por acá en los últimos 50 y tantos años; en una especie de recomendaciones fatalistas para disminuir las resistencias y lubricar la transición. Sin la existencia de una oposición revolucionaria y socialista, les sería más fácil enraizar un sistema explotador y acumular el capital que marcará las diferencias sociales definitivas dentro del país. Pueden contar con los sindicatos oficiales como fieles aliados de las administraciones; con la colaboración de todos los medios masivos de comunicación; de las retóricas economicistas de los Miguel Limia y compañía, tan armónicas con las recetas del FMI; con la imagen de progreso que proyectan en sus etapas iniciales las inversiones de los monopolios como Odebrecht, Repsol, Lenovo y, si se pudiera, también de los oligarcas cubano americanos; en fin, con todos los recursos de reproducción ideológica dedicados al machaque del cerebro de la ciudadanía local.

 

Espero que queden en Cuba bastantes marxistas como para perfeccionar estos rudimentarios apuntes míos, y denunciar una cantinela adormecedora de la conciencia nacional. Vamos a ver también si, cuando se acreciente más y más la brecha entre las personas trabajadoras y los nuevos explotadores, cada vez más evidentes, va a ser posible imponerla como “el orden natural de las cosas”.