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25 de julio de 2015

Intercambios sobre el uni-multi-partidismo


El experimentado ensayista Samuel Farber me hace un honor inesperado al tomar un articulejo de este servidor y profundizar el análisis de las ideas tratadas. El tema gira alrededor del papel de uno o más partidos políticos, en las sociedades en general y en la situación cubana en particular.
Como destaca Farber, pocos intelectuales cubanos, de los más reputados como “leídos y escribidos”, se animan a debatir este tema. Ya que ellos no quieren hacer la limonada, nos dejan entonces en la situación, a los aficionados de adentro como yo o a otras personas más experimentadas de afuera, de exprimir los limones y mezclarlos como mejor sepamos o podamos.

Por mi parte, me quedé encantado con la respuesta de Farber. Además de halagarme su atención, encontré la oportunidad de ver otros reflejos de estos fenómenos, profundizados, con nuevos elementos.

La explicación de Farber sobre el unipartidismo cubano, con un poder al frente que tiene el nombre pero no la naturaleza de un partido político, es esclarecedora. En general, comparto con aquel la explicación del monopolio y las diferentes correas de trasmisión. También la necesidad de la sociedad civil y política de participar, bajo otros principios democráticos.

Debo introducir unas acotaciones a la interpretación de Farber sobre mis explicaciones. Mi tesis comprendía, a los partidos políticos burgueses típicos, como defensores de los intereses de esa clase, de forma general. No pretendí asentar que, en una sociedad capitalista, un partido político representara a toda la clase burguesa. Tal escenario sería impracticable teóricamente y errado de acuerdo a la historia. Tal vez con un ejemplo imaginario pueda dar una mejor explicación de mi idea.

Supongamos una ciudad-estado específica: una Verona, como la de Shakespeare, pero mucho más adelantada en desarrollo, con un capitalismo mucho más avanzado que lo que le correspondería a esas alturas del Renacimiento. Digamos que los Montesco fueran... empresarios de textiles. Y los Capuleto, capitanes del comercio. Las contradicciones económicas explicarían de lo más bien el odio entre las familias. Digamos que unos promoverían una política proteccionista. Los otros, el libre comercio.

Obviamente, esos dos grupos no van a constituir un partido político conjunto. En el afán de volver menos sangriento sus rifirrafes, sí podrían acordar el enfrentamiento a través del juego cívico electoral. Aún así, diríamos que las estructuras partidiarias defienden, en última instancia, los intereses generales de la clase capitalista.

Porque tal vez se arruine la familia perdedora, por las políticas de la ganadora. Pero lo que seguro no va a suceder es que, si ganaran los Capuletos, permitieran a los obreros de los telares apropiarse de los mismos. Y en el caso contrario, los Montescos tampoco dejarían que los estibadores y almaceneros socializaran los medios, servicios y ganancias de la actividad comercial.

Lo que sí es probable es que, si todos esos trabajadores, de conjunto, trataran de reclamar un espacio de participación política, con derechos y demás, les cerraran el paso desde arriba. La burguesía, con todos sus recursos, experiencia y poder, les opondría una alianza más sólida que cien matrimonios de Romeos y Julietas. De aquí la necesidad de esas personas de abajo, en nuestro ejemplo ficticio, de no dividirse por cuestiones que no afecten los principios básicos de una unidad de clase trabajadora.

He de prolongar este ejemplo caprichoso, como recurso ante mi falta de la erudición comparado con mi amable crítico. Los objetivos, el alcance y las formas organizativas de la actividad de la clase trabajadora constituyen un tema tan extenso y complejo, que ni el trabajo de muchas personas inteligentes durante varios siglos ha podido resolverlo plenamente. ¿Querría el proletariado veronés organizar un partido, a la usanza común? ¿Querría trabajar como una red de organizaciones gremiales y comunitarias e inventar de paso las ONGs?

Cualquier cosa que hagan, no deberá funcionar como estructura autoritaria y centralizada. Martianamente, diríamos: una República no se dirige como un campamento. Si una distorsión así se abriera paso y triunfara, una nueva élite no tardaría entonces en sustituir a los antiguos explotadores; Montescos y Capuletos se reciclarán, y los de abajo volverán a estar tan mal como antes. Apoyamos, entonces, lo planteado por Farber en el sentido de involucramiento activo de la membresía, la transparencia y la democracia como antídotos contra la burocratización y las tendencias autoritarias.

El movimiento político, partido o como se le quiera llamar, de trabajadores veroneses, puede plantearse realizar un programa acorde a sus intereses de clase. Idealmente, estaríamos hablando de nada menos que una revolución.

Almaceneros y tejedores tendrán intereses comunes, compartidos con las mayorías trabajadoras, dígase de las herrerías-forjas, artesanos, campesinos de los alrededores, etcétera. Elevar el nivel de salubridad de sus vidas, mejorar la atmósfera de crecimiento de sus hijos, serían algunos fines del programa revolucionario. Un proceso estratégico ineludible para garantizar tales fines, consistirá en la intervención o control del proceso y los medios de producción, y la defensa de este control. Se incluirían algunas entidades financieras que ya se hubieran establecido, y alguna más que paso por alto. Aún a través de las mejores maneras, leyes parlamentarias aprobadas democráticamente y todo eso, se buscarán un gran problema. La reacción de la burguesía expropiada amenazará, como históricamente lo ha hecho, con sangre y fuego.

Fuera de este objetivo central, los miembros de la clase trabajadora veronesa tendrán otros intereses muy diversos e, incluso, ideas diferentes acerca de cómo alcanzar los mismos objetivo. Por ejemplo, el mismo dilema viejo de proteccionismo versus apertura. Farber señala el importante punto de la contradicción entre planificar, priorizando la inversión, o el consumo. También habría mucho campo de discusión en lo relativo a políticas artísticas, escuelas científicas, urbanísticas, filosóficas; hoy añadiríamos, y grupos feministas, ecologistas y un largo etcétera.

La mayor parte de estas discusiones podría ser conveniente, incluso, realizarlas fuera del ámbito reducido del cuerpo partidista, “político”, en el sentido estrecho de la palabra. Las asociaciones y gremios de trovadores, asambleas de vecinos, de amantes de las artes plásticas y de los paisajes medievales, tendrán mucho que aportar y deberán ser partícipes destacados de toda la vida en esta Verona imaginaria. Así todo puede desarrollarse con más frescura, espontaneidad, y cada trabajador o trabajadora impulsar su espíritu con espontaneidad. Lo mejor que pueden hacer, creo yo, es debatir las diferencias fraternalmente, con plena libertad, pero sin fracturar la capacidad del conglomerado para asumir los retos colectivos que se les presentarán, una y otra vez.

Le agradezco su amable atención y críticas a Samuel Farber y a todos cuantos estimen pertinente aportar constructivamente en este debate. Espero continuemos este intercambio en lo futuro.

16 de julio de 2015

Sobre el Unipartidismo. Un comentario acerca de las tesis de Rogelio M. Díaz Moreno

NOTA DEL EDITOR
El siguiente artículo NO REPRESENTA el criterio del colectivo Observatorio Crítico. Pero apareció como respuesta a un material de un miembro de nuestro colectivo (Rogelio Díaz), publicado con anterioridad, planteando el debate correspondiente. Luego Díaz (o sea, yo) trabajó (trabajé) en un nuevo artículo en respuesta a la respuesta de Farber. Para que se pueda entender todo el asunto, consideramos que hacía falta publicar lo dicho por el señor Samuel Farber. Después de todo, en Cuba ha salido hasta por la televisión nacional, la intervención del ex presidente de los EE.UU, James Carter, en la Universidad de La Habana recomendando “lo bueno” del capitalismo. En fin, éste es el material de Farber. Las críticas o los elogios que estimen convenientes los lectores, se los dedican a él.
El artículo respuesta de Rogelio Díaz (el mío) saldrá en breve en este mismo sitio.
Decidir entre opciones es válido, pero una vitrina como de una tienda no siempre contiene la libertad. Imagen tomada de datuopinion.com
El artículo de Rogelio Díaz sobre el tema de los partidos suscitó esta respuesta de Samuel Farber. Imagen tomada de datuopinion.com
Sobre el Unipartidismo. Un comentario acerca de las tesis de Rogelio M. Díaz Moreno
Por Samuel Farber*
I
En Cuba el multipartidismo es un tema muy controvertido con el que muy pocos críticos de izquierda del régimen cubano han querido lidiar. Es por eso que le agradezco a Rogelio M. Díaz Moreno su artículo “La izquierda y el multipartidismo en Cuba. Una mirada clasista” que apareció recientemente (en dos partes) en la Red Observatorio Crítico. Es para profundizar en ese tema que aquí expongo los siguientes comentarios a dicho artículo.

Vayamos por partes: En primer lugar, la abolición del unipartidismo cubano no es la misma cuestión que el sistema político que lo reemplazaría, tenga este muchos o ningún partido político. En realidad el PCC no es un partido -lo que implicaría la existencia de otros partidos- sino un monopolio político, social y económico de la sociedad cubana. Este monopolio -refrendado por la Constitución del país- se basa, entre otros mecanismos autoritarios, en el control de la sociedad cubana a través de las así llamadas organizaciones de masas que funcionan como correas de transmisión de las decisiones tomadas por el PCC. La CTC, por ejemplo, es la correa de transmisión que le permite al estado cubano mantener su monopolio de la organización de los obreros cubanos. Creo que Rogelio y yo estamos de acuerdo que los obreros (y el resto de los cubanos) deben tener el derecho de organizarse independientemente del PCC para así poder luchar p or sus intereses lo que necesariamente implica la abolición del sistema de partido único y de las organizaciones de masas como las correas de transmisión de ese partido.

El sistema imperante en Cuba parece ir en vías de una transformación, que probablemente se va a acelerar después que los lideres históricos de la revolución hayan fallecido, al modelo de capitalismo de estado de estilo sino-vietnamita bajo la dirección del PCC. Por lo tanto, aunque las circunstancias históricas cambien significativamente, la necesidad de que el sistema de monopolio de partido único con sus correas de transmisión sea abolido continuará en vigor.

Los partidos politicos modernos comenzaron en el siglo diecinueve a medida que se expandió el sufragio y que sectores de la clase gobernante, al sentirse amenazados, se organizaron políticamente para defender sus intereses de clase, típicamente en partidos liberales, conservadores y a veces cristianos. Han habido ocasiones en que los partidos gobernantes representaron a una sola y a toda una clase social, como sucedió en various períodos con los Tories en Inglaterra. Pero lo que históricamente ha sido mas frecuente es que diferentes partidos representen a diferentes sectores de la clase gobernante. Liberales y conservadores no solo representaron conflictos materiales dentro de las clases gobernantes, como por ejemplo los intereses de los grandes terratenientes contra los de los nuevos capitalistas industriales, sino también conflictos ideológicos de origen pre-capitalista sobre el rol y poder de la Iglesia Católica en la sociedad.

Aparte de representar intereses de sectores de las clases gobernantes, estos partidos también incorporaron a sectores intermedios de la sociedad, como profesionales independientes y pequeños comerciantes, y trataron de cooptar anhelos y luchas populares de manera que no amenazaran los intereses fundamentales de los poderosos. En muchas ocasiones, los llamadas estratos y clases medias también organizaron sus propios partidos políticos especialmente en sistemas parlamentarios con representación proporcional que históricamente han propiciado la creación de numerosos partidos. En la historia política de Cuba, tenemos el caso del Partido Ortodoxo fundado por Eduardo Chibás, un partido basado principalmente en las clases medias pero con un creciente apoyo multiclasista. El hecho que este partido aceptara implícita o explícitamente al capitalismo cubano, no quiere decir que era una expresión o tenía una relación orgánica con las clases gobernant es.

O sea que históricamente hablando la relación entre clase y partido no ha sido unívoca; la clase gobernante no es un monolito y generalmente no ha sido representada por un solo partido. Ciertamente, este tambié ha sido el caso con la clase obrera, cuya representación ha sido asumida por partidos tan diversos como los social demócratas, los comunistas y los social cristianos. En el caso de la social democracia en su etapa clásica cuando representaba a la clase obrera a través de sus estrechos lazos con los sindicatos, sus crecientes tendencias conservadoras no eran de índole meramente ideológicas sino representaban también el desarrollo de la burocracia sindical cuando esta, basada en el poder que habían adquirido los sindicatos, tuvo la posibilidad de extraer concesiones, a veces significativas, de las clases gobernantes. Estas concesiones ayudaron a desmobilizar a los obreros y de esta manera solidificaron a una burocracia más preocupada p or proteger sus copiosas inversiones en la infraestructura sindical que en arriesgarlo todo en pos de un rompimiento de tipo revolucionario (como en la Europa de la primera postguerra) o en resistir al belicismo imperialista (1914). Esta fue la historia de la muy poderosa y supuestamente marxista y revolucionaria (puesto en duda por Max Weber antes que Lenin se diera cuenta) Social Democracia alemana cuyo modelo burocrático-oligárquico fue retratado por el sociólogo italo-alemán Roberto Michels en su clásico Partidos Políticos.
Con respecto al partido bolchevique de Rusia: aunque tanto el estalinismo como los apologistas de la guerra fria en el mundo occidental mantuvieron el mito de que no hubo diferencia alguna entre los Bolcheviques y los estalinistas, muchísimos historiadores (Stephen Cohen, Alexander Rabinowitch y William Rosenberg entre otros) han demostrado que ese partido revolucionario en realidad fue, antes del proceso de degeneración burocrática que comenzó con la guerra civil de 1918-1920, bastante pluralista y democrático. Entre muchísimos ejemplos, puedo citar el hecho que aunque líderes bolcheviques como Kamenev y Zinoviev se opusieron a la revolución de octubre, continuaron siendo importantes líderes del partido después de la revolución, y que aunque Bukharin públicamente adoptó y agitó por una línea radicalmente opuesta a la de Lenin con respecto a la paz de Brest-Litovsk en 1918, permaneció como dirigente del partido por muchos años después. Lejos de la “unidad monolítica” defendida por los hermanos Castro, los Bolsheviques se caracterizaron no solo por la pluraridad de posiciones, sino por una tendencia crónica al faccionalismo que generalmente no obstaculizó la “unidad en la acción”. Es por todas estas razones que hace casi 80 años León Trotsky en La Revolución Traicionada criticó duramente la teoría estalinista sobre los partidos y las clases sociales que trataba de justificar el unipartidismo:

En la realidad las clases son heterogéneas; se desgarran por antagonismos internos, y obtienen la solución de sus problemas communes solamente a través de la lucha interna de tendencias, grupos y partidos. Es posible, con ciertas reservas, admitir que un partido es parte de una clase. Pero -dado que las clases tienen muchas partes-, algunas miran al futuro y otras al pasado, una misma clase puede crear varios partidos. Por la misma razón un partido puede estar basado en partes de clases diferentes. En todo el curso de la historia política no se puede encontrar un solo ejemplo de un partido correspondiendo a una sola clase -desde luego, provisto que uno no tome la apariencia políciaca como si esta fuera la realidad.

Con respecto al pluripartidismo de las sociedades capitalistas, no cabe duda que ha habido un serio deterioro de la demócracia política a través del mundo, lo que se refleja en el hecho que los partidos políticos tienen menos y menos contenido substantivo y están sujetos a las exigencias de las formas más superficiales de mercadotecnia política, una tendencia que ha sido agravada por el costo extraordinario, especialmente en los Estados Unidos, del uso de los medios masivos de comunicación en las campañas políticas, a los cuales los nuevos movimientos sociales y los candidatos que se oponen al sistema no tienen acceso. Al mismo tiempo, las instituciones parlamentarias han declinado, con el poder ejecutivo asumiendo muchos de las funciones parlamentarias, utilizando la doctrina de secretos de estado para ampliar y proteger su poder. Dada esa situación, no sorprende que la apatía e ignorancia política y la abstención se han convertido en car acterísticas importantes de la democracia política capitalista. Mientras que estas son fatales para cualquier concepción de la democracia basada en la participación y control de una ciudadanía activa e informada, son definitivamente convenientes y muy funcionales para un sistema capitalista que estructuralmente privilegia al poder económico y corporativo a expensas de la regulación pública y del control democrático desde abajo.
Pero supongamos por el momento que el sistema unipartidista en Cuba acabe por abolirse. Querámoslo o no, surgirán nuevos partidos una vez que la represión y los obstáculos legales y constitucionales hayan cesado. ¿Vamos a pedir que se supriman esos nuevos partidos por la fuerza o vamos en vez de éso, entrar con la manga al codo en la lucha, propaganda y agitación política e ideológica contra la inevitable ola reaccionaria y neoliberal que generalmente ha sucedido al comunismo burocrático a través del mundo? Dadas esas circunstancias, pudiéramos luchar, por ejemplo, por una nueva Convención Constituyente para debatir públicamente la cuestion crítica de lo que deber ser la sociedad que reemplace al comunismo burócratico, debates que incluirían, por supuesto, nuestros argumentos a favor de la construcción de un socialismo basado en la democracia y la libertad. Ese debate además sería una estrategia para evitar que inmediatamente se proc eda a campañas electorales y sus mercadotecnias enfocadas no en programas políticos sino en individuos, muchos de ellos financiados, entre otros, por los cubano-americanos ricos de Miami. Dada esta posibilidad plutocrática, habría también que luchar por el financiamiento exclusivamente público de toda actividad electoral, incluyendo el libre acceso a los medios masivos de comunicación y distribución de fondos públicos de acuerdo al respaldo popular de cada grupo político.

Pero supongamos el caso óptimo -y desafortunadamente poco probable bajo las circustancias existentes- de un amplio movimiento de masas reemplazando al unipartidismo burocrático con un socialismo revolucionario y democrático basado en las mas amplias libertades y en la autogestión obrera, campesina y popular. En ese caso, que significaría la unidad por la cual Rogelio aboga? Al grado que existan intereses comunes tanto materiales como ideológicos y políticos, se debería tratar de lograr la unidad a través de actividades políticas conjuntas y negociaciones con el fin de realizar alianzas basadas en principios e intereses políticos compartidos. Pero esta no tiene por qué ser la “unidad monolítica” propagada por Raúl Castro y otros líderes revolucionarios que ha significado la censura y la supresión de puntos de vistas diferentes aún dentro de las filas del gobierno revolucionario. Como bien dijo Rosa Luxemburgo, la libertad es para aquellos que piensan diferente. Es equivocado y peligroso asumir que no habrá divisiones importantes tanto de intereses como de puntos de vista entre las clases populares bajo un socialismo revolucionario y demócratico.

No hay motivo para pensar que los conflictos de clase agotan los posibles conflictos sociales, incluyendo aquellos basados en cuestiones estrictamente materiales. Por ejemplo, una de las cuestiones fundamentales de cualquier sociedad, sea esta capitalista o socialista, es la tasa de acumulación, o en otras palabras, que parte del producto económico se consume inmediatamente y que parte se ahorra para asegurar la reproducción de la sociedad y la mejora de las condiciones de vida. En el capitalismo esto se decide a través de las decisiones de la clase gobernante dentro del marco de la economía de mercado que favorece y consolida su poder. Bajo el socialismo, esta decisión afectaría a todos los sectores y grupos sociales dado que determinaría los recursos disponibles en cada centro de trabajo y comunitario. Por lo tanto, es de esperar que surgirían diferencias entre, por ejemplo, los que están más a favor de pasarla bien hoy y los que están pre ocupados por el nivel de vida de las generaciones futuras. Podemos fácilmente imaginar que esa no sería la única fuente de divergencia y conflicto entre la gente. En ese caso, ¿cómo se organizarían esas diferencias y conflictos en alternativas coherentes y sistemáticas para que las grandes mayorías puedan decidir demócraticamente el futuro de la nación en sus lineas más generales? Esa sería la función crítica de los partidos políticos bajo el socialismo, educando y agitando a favor de visiones alternativas del rumbo que la sociedad pueda o deba tomar. Esto incluye una gran variedad de decisiones como las prioridades económicas con respecto, por ejemplo, al rol de las exportaciones de materias primas, y la política exterior del país.

Por otra parte, bien sabemos que los partidos políticos, así como muchos otros tipos de organizaciones, han mostrado pronunciadas tendencias burocráticas y oligárquicas. Pero hay medidas que se pueden adoptar para compensar y combatir dichas tendencias, como combatir la apatía y abstencionismo entre las bases a través del debate democrático y el continuo ejercicio del poder en la práctica. Una membresía activa, informada e involucrada en los asuntos tanto de la sociedad como de los partidos es la mejor garantía contra la burocratización. Pero eso no es todo. Hay también medidas organizacionales que pueden contribuir a estos fines, como lo es el control democrático local así como nacional de los funcionarios de los partidos y de los sindicatos, y la máxima transparencia con respecto a sus políticas y funcionamiento interno, aparte del derecho de las bases de remover a cualquier líder a través de referendos partidarios y sindicales. Hay gente que ha abogado por prohibir la reelección de líderes partidarios y sindicales. Aunque esta propuesta es digna de discussion, creo que sería contraproducente y posiblemente antidemocrática y en todo caso no prevendría la manipulación por parte de los lideres que hayan sido oficialmente reemplazados.

Le agradezco a los compañeros y compañeras de la Red Observatorio Crítico la oportunidad que me han brindado para presentar mis criterios sobre el tema del partido único con la esperanza que continúe esta discusión para esclarecer ideas en torno a un tópico tan importante como controvertido.

* Samuel Farber nació y se crió en Cuba y emigró a Estados Unidos antes del 1959. Ha escrito muchos libros y artículos sobre Cuba incluyendo Cuba Since the Revolution of 1959. A Critical Assesment publicado por Haymarket Books en el 2011