Con frecuencia escucho o leo sobre una presunta crisis de valores de
nuestra Cuba contemporánea, y generalmente me producen las mismas
náuseas. Repasemos algunos hechos bobos que meritan, por lo menos,
repensar un poco las alternativas.
En el Archivo Histórico de la ciudad de Trinidad, el documento más
antiguo que se conserva es el de un proceso penal. En las primeras
décadas tras la colonización de Cuba por España, cierta autoridad fue
acusada de corrupción, contrabando y ese tipo de actividades sin
autorización del Rey, que nos resultan tan familiares.
Una serie de personajes célebres de la época de la Colonia, que han
sido llamados patricios, prohombres y fundadores de la Patria, eran
connotados dueños de esclavos. En este saco caen Francisco de Arango y
Parreño, Domingo del Monte y unos cuantos notables más. Según algunos
estudiosos, esos personajes pudieran haberse inventado la famosa obra
fundacional de la literatura cubana, el Espejo de Paciencia. Con toda tranquilidad, la epopeya narrada en este Espejo
soslaya cuidadosamente los reflejos de relajito y contrabandeo que se
gastaban los vecinos de Bayamo –otra de las primeras Villas del país.
Una de esas Católicas Majestades calculaba, al contar los dineros
gastados para elevar las fortificaciones habaneras, que tan onerosos
edificios debían verse desde su balcón, en el palacio en Madrid.
Administradores, ingenieros, constructores, se conchababan alegremente
para engordar los bolsillos. Otra vez sucedió que un rey de aquellos
envió a un hombre de su confianza para poner orden. El serio personaje
llegó, y los súbditos fieles le regalaron –o sea, los más potentados
que hicieron la ponina– un ingenio azucarero con toda su dotación de
esclavos, con el nombre propicio de Amistad.
Memoria de la Vagancia en la isla de Cuba se titulaba una
obra destacada de aquellos tiempos. José Antonio Saco sugería en ella,
remedio para las “enfermedades morales” como el juego y el alcoholismo.
De paso, el ilustrado criollo llamaba a poner coto a la “desgracia” que
le suponía que creciera una clase de personas de piel negra, con cierta
prosperidad por sus emprendimientos en artes y oficios.
En fin, en eso pasaron las guerras de independencia, la intervención,
y se fundó una República, con sus avances… y sus “problemitas”. El
segundo presidente, el general José Miguel Gómez, era conocido con el
sobrenombre de Tiburón. Se baña, decían sus muchos admiradores, pero
salpica. Así daban a entender que el popular caudillo le permitía a sus
seguidores que imitaran, a menor escala, sus trapacerías con el dinero
público.
Poco después de que el edificio del Capitolio fuera terminado, una
mano misteriosa robó el diamante que marcaba el kilómetro cero de los
caminos del país. La identidad del ladrón nunca fue descubierta, pero la
célebre joya “apareció”, solita, en un despacho de un funcionario.
Un proxeneta se convirtió, durante varios años, en un personaje de
gran popularidad de aquella sociedad. Alberto Yarini encarnaba los
ideales del macho, del próspero emprendedor, de la fama y el glamour,
con sus dominios -para nada subterráneo- sobre prostitutas y otros
negocios turbios. Tras resultar asesinado por un rival, recibió honras
fúnebres multitudinarias.
El Partido Comunista en aquella época era –como tantos de
Latinoamérica– socio fuerte del Comintern. Y tuvo unas ideas
antológicas. Por ejemplo, el más famoso y aborrecible de los dictadores
que habíamos tenido hasta el momento fue derribado por una huelga
general. El Partido no la había convocado ni dirigía su mayor parte. Sin
embargo, durante el apogeo de dicho levantamiento le ofreció, al tal
dictador, aplacar el proceso, a cambio de la legalización y el
reconocimiento político.
En cuanto a los prejuicios sociales, los avances no ocurrían sino muy
lentamente. Entre las personas se establecían injustas diferencias, a
partir de factores como el género, el color de la piel, la orientación
sexual y la religión que se practicaba, entre otras. Tales
discriminaciones eran aceptadas ampliamente por aquella sociedad que tan
frecuentemente se nos quiere poner como una referencia a rescatar. Pero yo no le acepto lecciones de moral a nadie que entienda como correcto y justo que, en las áreas públicas, las personas tengan áreas separadas según su color de piel.
Los hombres de negocios estadounidenses mejor recibidos eran los
Santos Trafficante, Mayer Lanski y sus colegas mafiosos, con sus ofertas
de prosperidad e inversiones en garitos de lujo. El último partido
político de aquella época en ganar cierto prestigio, el Partido
Ortodoxo, tenía como emblema una escoba. Con ella, evocaba la idea de
barrer con todo el desprestigio del resto del cuerpo político.
La Revolución de 1959 generó muchas novedades. Y entonces encontramos
otros fenómenos. Demasiadas familias permitieron que la política –más
bien, la conveniencia– rompiera lazos que hubieron de valorarse mejor.
El miedo en algunos casos, pero también el oportunismo en otros muchos,
llevó a numerosos creyentes a disimular espiritualidades compartidas por
Frank País y José Antonio Echeverría [1].
Al pasar algunos años llegó otra época, recordada con nostalgia hoy
en día, por cierta prosperidad material que llegó a insinuarse en la
sociedad cubana, y relativamente mejor repartida que en tiempos
anteriores. Aquella abundancia estaba basada en los pilares, totalmente
endebles, de los masivos subsidios soviéticos. Lo de ser reacio o reacia
a trabajar y producir tampoco ocurrió tan recientemente como dicen: en
aquel entonces, se inventó lo de traer tomates de Bulgaria y cosas
parecidas.
Por disfrutar de las partes más gordas de aquellas vacas, se
alimentaban instintos sumamente bajos. Con verdaderas cacerías de brujas
a lo McCarthy, pero contra el lado contrario. ¿Se acuerdan, de cómo se
denunciaba la “debilidad ideológica”? La imagen de la corrección
político-social era prácticamente la misma que la de los burguesitos
pacatos de occidente, temerosos de los hippies y aborrecedores de la
música rock. De esa misma época fueron ciertos sonados escándalos de
fraude masivo en importantes universidades, con ribetes de películas de
artes marciales. Eso, si no consideramos que el fraude mayor era el
promocionismo practicado masivamente, por indicaciones superiores y
subordinados acomodaticios. Si esos fueran los valores que hemos
perdido, pues vayan con viento fresco.
En aquella época también se robaban los recursos del Estado, pero se
controlaba muy poco y siempre los rusos mandaban más. Así que pasaba
inadvertido y, además, ¿para qué arriesgarse a algo ilegal? Simplemente,
muchas veces se coordinaba con el jefe correspondiente adecuado y este
mismo los regalaba a sus conocidos. Por cierto, en cuanto a artículos de
uso y consumo, tampoco había tanto que robar, y se podía adquirir con
cualquier salario que te dieran por hacer como que trabajabas.
En fin, que hoy la ciudadanía humilde cubana hace lo que ha podido
hacer siempre, sobrevivir y tratar de pasarla bien, de las pocas maneras
que ha aprendido a hacerlo o están a su alcance. Sin preocuparse mucho
de la moral de las élites, desde que aquellas solo se preocupan de que
dicha moral se les aplique a los demás, como mismo han hecho siempre.
—–
[1] Líderes del movimiento revolucionario, caídos durante la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista.
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7 de noviembre de 2016
¿Hay una crisis de valores en Cuba?
Etiquetas:
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