Las autoridades cubanas y los medios de prensa ya lo informaron
oficialmente. El aumento salarial para el sector pedagógico, esperado
para el segundo semestre de este año 2016, no se producirá. No hay
condiciones económicas en el país, dicen.
Las últimas semanas previas al inicio del nuevo curso escolar, la
prensa reflejó el recorrido de la ministra de Educación, Ena E.
Velázquez, por el territorio nacional. Con los acostumbrados bombos y
platillos se ensalzaron las maravillosas condiciones que tendría el
estudiantado para entrar a las aulas en septiembre. Un elemento era
reconocido, a medias oculto entre la letra pequeña, prácticamente todas
las regiones presentaban, en mayor o menor medida, déficit de personal
pedagógico.
El sector de la Educación es uno de los estandartes emblemáticos del
modelo cubano. Su inexorable deterioro contribuye a la erosión del
prestigio y aceptación del gobierno. Desde finales del siglo pasado
arrastra el mencionado problema, desde que la depreciación de los
salarios estatales arrojó a maestros y maestras al fondo de la pirámide
socio laboral del país. Desde hace más de veinte años no aparecen luces
al final del túnel para un sector que, paradójicamente, todos consideran
esencial.
La economía cubana, tercermundista y subdesarrollada, se vio privada
en aquel entonces de los masivos subsidios de la era del campo
socialista. Desde entonces, no ha salido nunca verdaderamente del bache,
pues ligeros alivios se ven sucedidos por nuevos períodos de recesión.
En tales condiciones, no ha recuperado la capacidad de reflotar a un
sector costoso y masivo como el educativo.
El éxodo de profesionales hacia otras actividades más lucrativas se
ha convertido en un mal crónico. Se hace difícil reprocharles algo a
esas personas. Su sacrificada labor apenas les garantiza exiguos
sueldos, con los que se torna prácticamente imposible mantener un nivel
de vida mínimamente decoroso.
En este panorama se han acrecentado, además, las políticas
gubernamentales de racionalización de gastos sociales, subsidios y toda
otra serie de estímulos concretos que podían ofrecerse a quien trabaje
en Educación.
Los llamados a la conciencia y las promesas de mejores mañanas
abundaron, los homenajes y las medallas se propulsan, pero no permiten
mantener hogares, menores de edad, personas de la tercera edad,
etcétera.
En los penúltimos meses había llegado a insinuarse la promesa
concreta de una subida de los salarios. Esta ya se había producido en el
sector de la Salud -y esto es algo sobre lo que valdrá la pena
regresar. En el lenguaje oficial se volvía recurrente el lema de
socialismo con desarrollo próspero y sustentable. Se calculaban tasas de
crecimiento de tantos por ciento del Producto Interno Bruto. Se
proclamaba un plan de desarrollo con vistas al 2030 -y sobre esto otro
también valdría la pena regresar.
El proceso de normalización de relaciones con Estados Unidos parecía
justificar mayores esperanzas de bienestar. Y de súbito, cayó un cubo de
agua fría con el anuncio de la imposibilidad de mantener crecimientos
este año. Esta situación se confesó en la sesión veraniega de la
Asamblea Nacional del Poder Popular. Desde entonces, el incremento de
los salarios en Educación podía darse por perdido, aunque se demoraran
varias semanas en confirmarlo.
Lo que sí se implementó fue la extensión de impuestos sobre los
ingresos a sectores más amplios de trabajadores del sector estatal, con
exenciones para los que reciban menos de 500 pesos cubanos –unos veinte
dólares.
El fenómeno producido engendra serias reflexiones. Una vez más, las
esperanzas de la ciudadanía en general, y de educadores y educadoras en
particular, se ven defraudadas. El fatalismo al respecto acopia otra
fría y desagradable confirmación.
Si ya antes de esto las escuelas andaban cortitas de personal
docente, imagínense cómo seguirá la tendencia. Y si les cuesta algún
trabajo, auxilíense con otras noticias, confesadas en voz igualmente
baja, sobre la muy pobre demanda de las carreras pedagógicas en todo el
país -a pesar de que prácticamente las regalan en las universidades
correspondientes.
Ahora cabría añadir otras inquietantes aristas relativas al tema. Se
conoce que, bajo la licencia de repasador/repasadora por cuenta propia,
se extiende el negocio de maestros/as particulares. ¿Qué tipo de giros
introduce este sector?
Es evidente que el fenómeno de diferenciación social se refuerza con
el deterioro de la educación pública y el florecimiento de
establecimientos de educación privados. Estos últimos presentan una gran
diversidad.
Muchos los constituyen solamente pedagogos o pedagogas que trabajan
en sus viviendas, a nivel individual, que atienden a unos pocos jóvenes
cada vez, en una o dos materias de un nivel escolar más o menos
específico.
Otros constituyen verdaderos conjuntos, organizados con
sistematicidad y complejidad, que agrupan varias personas en calidad de
repasadores y atienden a decenas de adolescentes para impartirles
conocimientos de todas las asignaturas, de varios grados, y en locales
especialmente acondicionados. Los hay para cubrir todo el rango
académico local, desde la educación preescolar hasta la universitaria.
A cualquiera de esos establecimientos particulares acuden los retoños
de las familias suficientemente solventes, en el horario posterior al
de las deprimidas escuelas del Estado. Con estas clases privadas,
reciben una formación tan completa, que lo único que les falta es la
potestad de títulos oficialmente validados, para lo que todavía los o
las jóvenes tienen que acudir a la escuela oficial y rendir los exámenes
correspondientes.
Esto explica algo, en mi opinión, del porqué el sector de Educación
(público) continúa en las condiciones precarias en las que está. La
élite tiene asegurada la educación de su descendencia, y no ejerce tanta
presión para poner remedio a un problema que poco la afecta.
Con el paso de los años, las desigualdades se naturalizan en nuestras
calles. Al “pobretariado” le toca la escuela estatal, y que se las
arregle. Quienes tienen más recursos, quienes ya se distinguen del resto
por sus condiciones de vida, solvencia, vivienda, etcétera, ahora se
distinguirán cada vez más por la mejor formación e instrucción.
Esto se traducirá indefectiblemente en menores oportunidades para “la
plebe” de superación, de acceso a entornos profesionales con buenas
oportunidades. A los de abajo, se les estrechan otros caminos para
sobresalir, como no sean los de algunas actividades turbias o resaltar
como artista o deportista y servir al entretenimiento de masas.
Simplemente, el sistema burocrático estatal actual se confirma como
incapaz de resolver el problema de la Educación pública. Lleva más de
veinte años en las mismas, y cada atisbo de esperanza se desvanece con
nuevos y más tristes tropiezos. Se necesita una sociedad dinamizada, con
todo el potencial de sus fuerzas productivas en florecimiento, libre de
ataduras, para poder generar cambios radicales en tal situación.
Por su parte, el sector pedagógico necesitaría urgentemente de una
cohesión gremial efectiva, con representantes sindicales legítimos y
comprometidos, capaces de dialogar directamente con el resto de los
actores sociales y políticos del país.
Solo así podría alcanzarse un consenso sobre las inyecciones de
recursos imprescindibles para mantener un sistema educativo universal,
de calidad, que promueva la superación de todos y todas, con inclusión y
justicia social, y un nivel de vida para sus gestores, maestros y
maestras, a la altura de la dignidad del trabajo que desempeñan.
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28 de octubre de 2016
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