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29 de enero de 2013

Se buscan chicas cantantes, pero que sean blancas

Etiquetas: activismo, afrodescendencia, antirracismo, antropología, autogestión, autoritarismo, Cuba, derechos humanos, discriminación, educación, Rogelio M. Díaz Moreno, socialismo
 
 
El cartelito lo encontré en la parada de ómnibus en la esquina de las avenidas 41 y 42, en el municipio habanero de Playa. El origen podía ser de lo más común: una compañía artística joven que necesitaba completar su elenco, convocaba a audiciones.
 
El problema aparecía en una serie de condiciones físicas, prerrequisitos exigidos a las candidatas. Lo primero es que una chica bajita, por muy buena voz que tuviera, quedaría fuera, aunque eso es más o menos común en el modelaje y tal vez en otras manifestaciones, donde conviene que a uno lo vean de lejos. Ahora, lo más escandaloso, lo verdaderamente intolerable, es que se exigiera que la muchacha fuera "De tez clara".
 
Whitney Houston, Rihanna, Tina Turner, Diana Ross, –o Elena Burke, Omara Portuondo y demás compatriotas cantantes afrodescendientes–  si en vuestra próxima reencarnación ustedes llegan a nacer en Cuba, no se acerquen a la compañía Habana Joven. Cuando traten de franquear la puerta del teatro Mariana Grajales, probablemente un empleado les informará que no reúnen las condiciones que exigen en aquel conjunto. Tal vez si pasan los tratamientos como aquellos con los que el super famoso ídolo del Pop, Michael Jackson, quedó bien blanquito, reciban la merced de una audición. De otra manera, tendrá que probarse con una carga al machete como las de los hijos de aquella, cuyo nombre lleva la sede de la compañía.
 
Me molesté lo suficiente como para sacar el bolígrafo y poner, sobre el cartel, el tachón y el epíteto "¡Racista!" que pueden verse allí en la imagen. Estuve un par de días elucubrando una conspiración digna de un serial de héroes anónimos: una llamada al lugar, hacerme pasar por el representante de una chica "que canta muy bien, pero que es un poquito oscura, ¿saben?, a ver si le podían dar una oportunidad". Pensaba  averiguar hasta dónde eran capaces de llegar los de la malhadada convocatoria, pero al final no lo realizé. Cuando volví a pasar por esa esquina, el cartel seguía allí –con mi añadido. Así que, simplemente, lo arranqué y lo traje a casa, para escanearlo y producir esta denuncia.
 
No es secreto para nadie que nuestra sociedad, la Cuba del siglo XXI, es todavía racista. La educación, la cultura, pueden hacer retroceder lentamente una lacra, acorralarla hacia los rincones más apartados hasta hacerla desaparecer. Se ha avanzado mucho por ese camino, convengo, pero en cierto momento pareciera que llegamos a un empantanamiento e, incluso, se comienza a retroceder. Los prejuicios discriminativos extienden sus expresiones públicas, hasta el punto de plasmarse en un cartel como el de esta ocasión.
 
Las posiciones retrógradas se ven estimuladas por las desigualdades que se asientan y profundizan en nuestra sociedad. La selva del individualismo y los paradigmas mercantilistas a los que nos abocamos, hacen buen caldo de cultivo para el florecimiento de actitudes egoístas. Estas, a su vez, implican echar mano de cualquier recurso bueno ¬–por ejemplo, el racismo– para pisotear y adelantar a los demás.
 
No estoy diciendo que la compañía Habana Joven sea partícipe consciente de esta inmoralidad. Puede ocurrir, simplemente, que ciertas actitudes se interiorizan y se tornan tendencias naturales. Se pierde de vista –sobre todo, si uno no es el perjudicado de manera directa– la carga negativa que contienen algunas posturas y se busca el acomodo dentro de lo que se cree que será lo más provechoso. Así que uno puede necesitar actrices, y las busca entonces dentro del molde de belleza impuesto por el paradigma preponderante. Se participa del prejuicio y, con esa actitud, se refuerza.
 
Los sistemas educativos gubernamentales permanecen arrastrados por la crisis nacional generalizada y anclados a mecanismos petrificados en el tiempo de burocracias y autoritarismos. Poco pueden hacer para revertir el avance de las nuevas realidades, cuando ni dentro de las aulas se puede contener el avance del racismo. Sin embargo, con culpar a las nuevas generaciones o a los maestros de un problema de toda la sociedad no se adelanta un ápice. Este problema, como tantos otros, está llamado a convertirse en uno de los retos más severos para todos los actores que se decidan a jugar sus roles, ya sean del gobierno o de la sociedad civil.

17 de enero de 2013

Actualización del modelo económico... ¿qué hay del educativo? (II)

Etiquetas: activismo, altruismo, antropología, autogestión, autoritarismo, burocracia, capitalismo, Constitución, Cuba, democracia socialista, derechos humanos, discriminación, economía privada, educación, planificación, socialismo
 
II Del soldado de la Revolución a la inercia, el vacío o el estatismo de mercado
 
En la entrega anterior cerré insinuando la posibilidad de que el objetivo último del sistema educativo aplicado en nuestro país fuera la de crear una masa maleable, enajenada, permisiva, aunque se proclamara oficialmente otra cosa –la doctrina del "soldado de la Revolución". En realidad, realizar esta maniobra de manera consciente implica un grado de maquiavelismo del que, en el fondo, no creo capaz a nuestra inepta burocracia nacional. Lo que sí considero posible es que la sensibilidad de este estrato dominante le permitiera percibir, en la situación que se desarrollaba, un clima favorable para sus trapacerías–, así que se aferrara con fanatismo acérrimo a las directrices establecidas y combatiera toda señal de que era necesario cambiar las reglas. De cualquier modo, a la luz del proceso de reformas que están en plena marcha, cabe entonces plantearse unos cuantos cuestionamientos.
 
Imprimir y reproducir una mentalidad castrense solo tiene sentido –un sentido impuesto, no un sentido democrático, pero sentido al fin– en el modelo en el que el todopoderoso papá Estado exige toda la obediencia, y a cambio asume todas las responsabilidades. El soldado marcha pero no tiene que preocuparse por las botas, el rancho o las municiones, que se supone que asegura la logística central. Sin embargo, ahora toda la lógica del asunto está cambiando. Papá Estado ha declarado que ya no puede ocuparse más de la mayor parte del mantenimiento de quien hasta ayer era convocado como soldado. Que éste se las va a tener que arreglar por su propia cuenta. Si acaso, se le seguirá atendiendo la salud y el entrenamiento, perdón, la educación. En cambio, Liborio tendrá la oportunidad ahora de cambiar el uniforme y las botas –ya bastante raídos, de todas formas– por los tenis y camisetas deportivos de la tienda, si es que los puede comprar. Idénticamente, se le retira el ranchito –igual, iba de mal en peor–; pero ahora ya podría, sin que resulte escandaloso, buscarse los frijoles con otro coronel, rectifico, con otro patrón. Y hasta entrar, como candidato a nuevo empresario y aspirar a ser de los ganadores, en cierta competencia que, gracias a las nuevas transformaciones, ya debemos suponer como éticamente buena, compatible con lo que sea que los árbitros de aquí llamen socialismo y, especialmente, que no está amañada de inicio.
 
Y aquí es donde se cae de la mata la necesidad de transformar el sistema educativo hasta sus raíces. La formación del educando no podrá seguir como en el paradigma anterior, que enfatiza las cualidades típicas de entrega al modelo social a cambio de algunas seguridades, que a veces eran solo promesas de seguridades y muchos, pero muchos, sermones conscientizadores.
 
Algo de esto ocurre ya. Por lo menos, el dislate de formar masivamente graduados universitarios para los cuales no van a existir luego empleos válidos –especialmente en el campo de las Humanidades–, fue ya percibido y rectificado.  Sin embargo, todavía queda en pie la importante cuestión de qué van a hacer los graduados universitarios de cualquier rama, al momento de acabarse los dos o tres años de gracia en los que tienen asegurados un trabajo –mejor o peor, en dependencia de muchos factores– y queden sueltos en un escenario donde van a regir las más vulgares leyes del mercado capitalista de trabajo y mano de obra.
 
Para los próximos años, según se ha manejado por distintas fuentes oficiales, trabajar para el Estado será una opción para menos del 50 por ciento de la fuerza laboral, tal vez menos del 40 por ciento. Esto implica que la mayoría, librada a su propia suerte, necesitará obviamente de habilidades profesionales y sociales adaptadas a la nueva situación. Dudo profundamente que, en las escuelas actuales, ya se esté preparando a los chicos y chicas para adoptar la mentalidad de independencia o autogestión que requerirán en el porvenir inmediato. Más allá de los sectores de educación y salud, que seguirían siendo públicos, las relaciones que se establecidas entre ciudadanos y empresas –incluso aquellas que se mantengan en propiedad estatal– no serán otras que las de mercado, como ya se implementa en toda una serie de sectores. Más allá del punto de si esto es bueno o no tanto, implica la necesidad de una formación adecuada para aumentar las posibilidades de progreso de la persona.
 
Se puede continuar abordando el tema fiscal, por aquello de los impuestos, el contribuyente, etc. El gobierno insiste en la necesidad de que el ciudadano realice aportes al fisco. Esto es razonable. Pero deriva hacia un peliagudo punto, el del derecho del contribuyente a disponer del conocimiento sobre cómo se administra su dinero, e influir con su opinión sobre este uso. ¿Han previsto en el Ministerio de Educación cómo fomentar, en el educando, estos valores cívicos? Sospecho que la primera parte va a recibir mucho más atención que la segunda.
 
En el plano ideológico, presente inevitablemente en todas las sociedades, muchos quebraderos de cabeza tendrán los encargados de elaborar aquí las nuevas líneas doctrinarias. ¿Cómo van a explicar a los jóvenes que la nación es socialista pero que se aprueba la explotación del hombre por el hombre? ¿Cómo se fomentará el valor de la igualdad, en un marco económico de relaciones de mercado que, como se sabe, echan mano de todas las desigualdades habidas y por haber para maximizar ganancias? El aumento de la cultura –o, al menos, de la instrucción– por parte de la población, plantea otros retos no menos imponentes; como puede ser la existencia de muchas personas con formación apreciable en informática, que exigen el derecho a acceder a recursos comunicacionales informáticos. Por último, personas económicamente independientes del Estado, merced a los ingresos obtenidos en empresas particulares, pueden desarrollar y desarrollarán inevitablemente una cultura política igualmente independiente. ¿Preparará el MINED a los jóvenes para que reconozcan valores cívicos socialmente positivos, así sea desde visiones alternativas al poder? ¿O más bien, dada la inercia del dogmatismo y el autoritarismo característicos de la casta burocrática regente, unidas al vacío programático e ideológico de su espíritu oportunista, le darán la espalda a esta necesidad?
 
En resumen, que ahora que el gobierno desea que el modelo Cuba se acerque y se parezca más al mundo en ciertos aspectos –para bien, o para mal– no va a poder evitar que su ciudadanía también experimente nuevas condiciones. Lo ideal sería que se pudiera participar, todos, democráticamente, de la planificación del mañana, incluyendo las políticas educativas. Pero no es lo que ocurre. Hay que ver lo que sale de aquí.

16 de enero de 2013

Caen las penúltimas máscaras

Etiquetas: Denuncia, Economía, Política, activismo, altruismo, anticapitalismo, autogestión, autoritarismo, burguesía, burocracia, capitalismo, Constitución, cooperativismo, Cuba, democracia socialista, derechos humanos, economía privada, educación,explotación de trabajo asalariado, marxismo, protesta, socialismo
 
Me ha caído en las manos una pieza, una joya en el plano de la revelación de la naturaleza del autor y de sus semejantes. La suscribe Hugo Chinea, una figura no demasiado brillante de la narrativa cubana y de actividad más bien concentrada en los campos administrativos y políticos de la cultura. Algunos recordarán la polémica que sostuvo recientemente con Leonardo Padura, el flamante Premio Nacional de Literatura, a raíz de que Padura denunciara las políticas persecutorias de la estructura burocrática imperante durante varias décadas.
 
El texto de Chinea, de título Contextos y Descontentos, fue recogido en el blog La Polilla Cubana, administrado por Rosa Carmen Báez, y considerado lo suficientemente meritoro para su divulgación a través de un boletín del Ministerio de Cultura que llega periódicamente a mi buzón. En sí, es una burda pieza de manipulación de la evolución histórica del proceso cubano a partir del triunfo de la Revolución, dirigida a justificar la transición al capitalismo que, desde los espacios del Observatorio Crítico, hemos estado denunciando en los últimos años. Me ha parecido importante regresar sobre este tema, que ya hemos recorrido varias veces, porque en el escrito de marras se evidencian de manera especialmente inequívoca, con una claridad sin precedentes, las intenciones del sector del aparato gobernante que apuesta a la extinción gradual del socialismo.
 
Al leer dicho material, se notará con un esfuerzo analítico ligero la superficialidad de la argumentación del sujeto, que le permite llegar a conclusiones absolutamente carentes de base –y no hablemos ya de ética o principios. Después de una cuartilla dedicada a denunciar las agresiones imperialistas a nuestro país, a raíz del triunfo revolucionario, Chinea establece tres líneas que, para él, parecen haber contenido el contenido "socialista" del proceso cubano: el racionamiento a través de la "libreta de abastecimientos"; la nacionalización absoluta de todas las unidades productivas y de servicios –con la llamada "Ofensiva Revolucionaria" de 1968, y el establecimiento de un partido político único en la sociedad como fuerza regente. También esboza rápidamente las características, para él principales, que signaron el proceso: aquella mezcla de paranoia monacal con utopismos desenfrenados, enardecida sobre todo en los años ´70 del pasado siglo.
 
A todo esto, siguiendo la lógica del escrito, no habríamos llegado siguiendo un programa y unos principios propios, sino forzados por unos "contextos" sui géneris, que son los que explican la evolución descrita. Concluye Chinea que, en realidad, no éramos tan socialistas o comunistas, pese al nombre del Partido, sino ante todo, lo importante era que estábamos monolíticamente unidos alrededor de ese partido y de su máximo líder, el compañero Fidel. Como, finalmente, la experiencia histórica "demostró" que el socialismo no da buenos resultados, pues ahora deberemos olvidarnos de toda esa bobería, "ponernos para las cosas", y tomar del capitalismo todo lo que pueda servirnos para progresar. Esto, según Chinea, estaría justificado incluso con argumentos procedentes de las ideas del Ché Guevara. El autor hace algunas fugaces referencias a "descortezar" las partes más malas de esas herramientas capitalistas para que se conserve el nivel de justicia social que habríamos alcanzado en nuestro país.
 
Para tratar con propiedad este tema, se pueden escribir varios tomos de muchas páginas, pero la indignación y el sentimiento de urgencia no tienen tanto tiempo, ni muchos lectores se permiten tanta paciencia. Tengamos estas líneas rudimentarias por ahora.
 
La propuesta que adelanta Chinea –y que es recogida amistosamente por los demás sujetos que mencioné más arriba– implica la consumación de la traición a los ideales socialistas que se gesta desde hace tiempo ya, por parte de una burocracia que desea solidificar aún más sus privilegios y control sobre lo que haya de valioso en la economía cubana. Es un eco fiel de aquellos pasos, dados en la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que cambiaron, en un momento dado de su proceso de derretimiento, el adjetivo "Socialistas" por el de "Soberanas".
 
Antes de seguir desarmando la infamia a la que se nos quiere conducir, debemos establecer un par de líneas, triviales para algunos pero importantes para todos. Los que defienden, y trabajan, y estudian las ideas del socialismo con sinceridad y reales convicciones, han estado conscientes de que al modelo cubano le faltaba mucho para llegar a convertirse en una sociedad digna de ese nombre. Los medios de producción, confiscados a la burguesía internacional y nacional, y desde la mayor hasta la microscópica, no estuvieron nunca en poder de sus trabajadores, sino del todopoderoso estado. El carácter del trabajador, asalariado de un poder ajeno a sus capacidades, no se modificó demasiado, si bien es de reconocer que recibió avances sociales sustanciales que justificaron, a los ojos de muchos, el estado de cosas impuesto. Así y todo, aquello se le podía llamar todavía un proyecto de nación que tenía establecidos determinados mecanismos –autoritarios, absolutistas– de ascensión social y política. Con la retórica actual de Chinea, del ideal que se identificaba con el socialismo –con mayor o menor acierto– no queda ni eso, sino que se ve reducido a la obediencia a un caudillo y a su hipertrofiado aparato de poder, más la Libreta de Abastecimientos. Incluso, los que son más fidelistas que socialistas podrían sentirse ofendidos, pues su ídolo queda muy mal parado en la exposición de Chinea: convertido en un mero oportunista sin principios que navega como puede –hábilmente, eso sí–, entre aguas turbulentas.
 
La retórica vacía que invoca facilismos de justicia y equidad no salva a quien ha negado ya tres veces el único espacio donde esos, y otros principios, pueden concretarse. ¿O será que Chinea y sus compinches terminaron por descubrir la elusiva "Tercera Vía"? Hay que advertir que la socialdemocracia es antagónica con el monopartidismo, pero allá ellos con sus contradicciones. Lo que no podemos permitirles, es que nos cercenen nuestros sueños.
 
No debemos confundir un desvío hacia un callejón ciego con el fin del mundo. El socialismo, para empezar, es la consecuencia lógica de cualquier revolución popular que se propone sacudirse el oprobioso régimen de explotación del hombre por el hombre. La agudización de la lucha de clases, y las agresiones de los imperialismos externos pueden acelerar el proceso o deformarlos, en el peor de los casos, pero nunca ser la causa última o "contexto" que determina esta evolución. El socialismo legítimo, ese que soñamos aunque no lo hayamos llegado a concretar, permite que los trabajadores, al ser los dueños efectivos de los medios de producción, implanten y defiendan el reino de las libertades y la democracia públicas, como nunca lo hará una sociedad capitalista. No negaré que el capitalismo haya traído avances colosales para la Humanidad –en las facetas científico-técnicas, y también en cuanto a teorías sociales y de desarrollo humano y demás–; pero sí que afirmo que, bajo su hegemonía, estos avances tienen un tope, sumamente insatisfactorio excepto en algunas sociedades privilegiadas del primer mundo –y a un enorme costo para el resto del planeta. Solo el socialismo auténtico está llamado a aportar los próximos avances en todos esos campos, de manera más equitativa para todas las personas y países y bajo relaciones mucho más respetuosas con el medio ambiente.
 
Un grupo de compinches encumbrados, de los cuales Chinea es apenas un portavoz, fueron incapaces de comprender y participar de un proyecto así. Ante el reto y la crisis de sus deformadas visiones, frente a la posibilidad de perder los privilegios que gozan, prefieren revertir los ideales sembrados en la mentalidad popular; optan por sustituirlos paulatinamente por los viejos cuentos de la sociedad capitalista que esconde la explotación y las desigualdades bajo ilusiones de prosperidad por cuenta propia. Ahora nos tratan de vender el cuento de que las herramientas y las técnicas no tienen ideologías y se pueden asimilar tranquilamente. Sin embargo, sin un marco ideológico-filosófico concreto, ¿cómo van a plasmar, en la realidad, lo de asimilar esquemas capitalistas sin minar los principios de una sociedad menos injusta? Evidentemente, profundizar en esta parte no le interesa al malhadado autor, que apenas la menciona para salvar las apariencias.
 
Cuando el sueño de Chinea y los suyos, de eliminar lo que se entiende todavía como "socialismo", se concrete, la reciclada burguesía cubana no tendrá ya siquiera los últimos reparos que hoy le quedan, para despedir a libre albedrío a cualquier cantidad de trabajadores para aumentar la plusvalía; tendrá vía libre para privatizar todas las empresas rentables del país, sus bancos, sus playas y hoteles, sus minas y demás recursos naturales; podrá cuestionarse la existencia de servicios públicos, universales y gratuitos de salud y educación. Cuando el sueño de Chinea y los suyos se concrete, se habrá asestado un último y colosal golpe posible a los propósitos de los pueblos que trabajan por un futuro mejor. ¿Qué quedará de las esperanzas de los movimientos sociales?; ¡qué desorientación tan profunda; qué total pérdida de confianza y prestigio de los ideales revolucionarios y socialistas se producirá entre los trabajadores del mundo, que verán estupefactos la implosión y caída de la última bandera que defendía sus más sagrados anhelos! ¿Cuántas décadas y generaciones, cuánto sudor y cuánta sangre, costará reconstruir la fe y la esperanza en un proyecto que aparentemente, se reveló como infructuoso? La CIA y sus satélites deliran de felicidad.
 
Sería bueno que todos los que se cuestionan la pertinencia de nuestras denuncias sobre cómo la burocracia cubana prepara la transición al capitalismo, se pronunciaran respecto al texto de Chinea, que obra tal como el refrán "a confesión de parte, relevo de pruebas". Emplazo, de esta manera, a decantarse a cada bloguero, periodista, personalidad pública, intelectual, militante comunista, socialista con o sin carnet, de los que participan en estos debates. Insisto en que la sinceridad de cada participante se revelará en la toma de posiciones al lado de uno u otro grupo de personas. En última instancia, Chinea, el socialismo es la Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes. Esos humildes que, en el capitalismo, nunca van a ser los dueños de "Paladares" refinadas; de fincas con muchas cabezas de ganado; de hoteles cinco estrellas, de minas ni de centrales azucareros, sino apenas su explotada mano de obra, cuando no parte del ejército de desempleados.
 
Esa causa fue consagrada por la sangre de los milicianos en Playa Girón y el Escambray; por las víctimas de los atentados terroristas de la CIA; por los caídos con el Che en la gesta boliviana; en otras misiones internacionalistas. Por el sudor de los que creyeron en las zafras del pueblo, o en servir de maestros o médicos en una montaña a quinientos o mil kilómetros de la confortable casa en la ciudad; por los trabajadores –calificados o sencillos– que hoy persisten en sus puestos de utilidad social y postergan, con más quijotismo que lógica, la decisión de emigrar, a pesar de no faltarles oportunidades. Tal vez esa causa tenga su destino –temporalmente– ya fijado, pero Chinea y aquellos a los que él representa, no se librarán del estigma del traidor.