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17 de enero de 2013

Actualización del modelo económico... ¿qué hay del educativo? (II)

Etiquetas: activismo, altruismo, antropología, autogestión, autoritarismo, burocracia, capitalismo, Constitución, Cuba, democracia socialista, derechos humanos, discriminación, economía privada, educación, planificación, socialismo
 
II Del soldado de la Revolución a la inercia, el vacío o el estatismo de mercado
 
En la entrega anterior cerré insinuando la posibilidad de que el objetivo último del sistema educativo aplicado en nuestro país fuera la de crear una masa maleable, enajenada, permisiva, aunque se proclamara oficialmente otra cosa –la doctrina del "soldado de la Revolución". En realidad, realizar esta maniobra de manera consciente implica un grado de maquiavelismo del que, en el fondo, no creo capaz a nuestra inepta burocracia nacional. Lo que sí considero posible es que la sensibilidad de este estrato dominante le permitiera percibir, en la situación que se desarrollaba, un clima favorable para sus trapacerías–, así que se aferrara con fanatismo acérrimo a las directrices establecidas y combatiera toda señal de que era necesario cambiar las reglas. De cualquier modo, a la luz del proceso de reformas que están en plena marcha, cabe entonces plantearse unos cuantos cuestionamientos.
 
Imprimir y reproducir una mentalidad castrense solo tiene sentido –un sentido impuesto, no un sentido democrático, pero sentido al fin– en el modelo en el que el todopoderoso papá Estado exige toda la obediencia, y a cambio asume todas las responsabilidades. El soldado marcha pero no tiene que preocuparse por las botas, el rancho o las municiones, que se supone que asegura la logística central. Sin embargo, ahora toda la lógica del asunto está cambiando. Papá Estado ha declarado que ya no puede ocuparse más de la mayor parte del mantenimiento de quien hasta ayer era convocado como soldado. Que éste se las va a tener que arreglar por su propia cuenta. Si acaso, se le seguirá atendiendo la salud y el entrenamiento, perdón, la educación. En cambio, Liborio tendrá la oportunidad ahora de cambiar el uniforme y las botas –ya bastante raídos, de todas formas– por los tenis y camisetas deportivos de la tienda, si es que los puede comprar. Idénticamente, se le retira el ranchito –igual, iba de mal en peor–; pero ahora ya podría, sin que resulte escandaloso, buscarse los frijoles con otro coronel, rectifico, con otro patrón. Y hasta entrar, como candidato a nuevo empresario y aspirar a ser de los ganadores, en cierta competencia que, gracias a las nuevas transformaciones, ya debemos suponer como éticamente buena, compatible con lo que sea que los árbitros de aquí llamen socialismo y, especialmente, que no está amañada de inicio.
 
Y aquí es donde se cae de la mata la necesidad de transformar el sistema educativo hasta sus raíces. La formación del educando no podrá seguir como en el paradigma anterior, que enfatiza las cualidades típicas de entrega al modelo social a cambio de algunas seguridades, que a veces eran solo promesas de seguridades y muchos, pero muchos, sermones conscientizadores.
 
Algo de esto ocurre ya. Por lo menos, el dislate de formar masivamente graduados universitarios para los cuales no van a existir luego empleos válidos –especialmente en el campo de las Humanidades–, fue ya percibido y rectificado.  Sin embargo, todavía queda en pie la importante cuestión de qué van a hacer los graduados universitarios de cualquier rama, al momento de acabarse los dos o tres años de gracia en los que tienen asegurados un trabajo –mejor o peor, en dependencia de muchos factores– y queden sueltos en un escenario donde van a regir las más vulgares leyes del mercado capitalista de trabajo y mano de obra.
 
Para los próximos años, según se ha manejado por distintas fuentes oficiales, trabajar para el Estado será una opción para menos del 50 por ciento de la fuerza laboral, tal vez menos del 40 por ciento. Esto implica que la mayoría, librada a su propia suerte, necesitará obviamente de habilidades profesionales y sociales adaptadas a la nueva situación. Dudo profundamente que, en las escuelas actuales, ya se esté preparando a los chicos y chicas para adoptar la mentalidad de independencia o autogestión que requerirán en el porvenir inmediato. Más allá de los sectores de educación y salud, que seguirían siendo públicos, las relaciones que se establecidas entre ciudadanos y empresas –incluso aquellas que se mantengan en propiedad estatal– no serán otras que las de mercado, como ya se implementa en toda una serie de sectores. Más allá del punto de si esto es bueno o no tanto, implica la necesidad de una formación adecuada para aumentar las posibilidades de progreso de la persona.
 
Se puede continuar abordando el tema fiscal, por aquello de los impuestos, el contribuyente, etc. El gobierno insiste en la necesidad de que el ciudadano realice aportes al fisco. Esto es razonable. Pero deriva hacia un peliagudo punto, el del derecho del contribuyente a disponer del conocimiento sobre cómo se administra su dinero, e influir con su opinión sobre este uso. ¿Han previsto en el Ministerio de Educación cómo fomentar, en el educando, estos valores cívicos? Sospecho que la primera parte va a recibir mucho más atención que la segunda.
 
En el plano ideológico, presente inevitablemente en todas las sociedades, muchos quebraderos de cabeza tendrán los encargados de elaborar aquí las nuevas líneas doctrinarias. ¿Cómo van a explicar a los jóvenes que la nación es socialista pero que se aprueba la explotación del hombre por el hombre? ¿Cómo se fomentará el valor de la igualdad, en un marco económico de relaciones de mercado que, como se sabe, echan mano de todas las desigualdades habidas y por haber para maximizar ganancias? El aumento de la cultura –o, al menos, de la instrucción– por parte de la población, plantea otros retos no menos imponentes; como puede ser la existencia de muchas personas con formación apreciable en informática, que exigen el derecho a acceder a recursos comunicacionales informáticos. Por último, personas económicamente independientes del Estado, merced a los ingresos obtenidos en empresas particulares, pueden desarrollar y desarrollarán inevitablemente una cultura política igualmente independiente. ¿Preparará el MINED a los jóvenes para que reconozcan valores cívicos socialmente positivos, así sea desde visiones alternativas al poder? ¿O más bien, dada la inercia del dogmatismo y el autoritarismo característicos de la casta burocrática regente, unidas al vacío programático e ideológico de su espíritu oportunista, le darán la espalda a esta necesidad?
 
En resumen, que ahora que el gobierno desea que el modelo Cuba se acerque y se parezca más al mundo en ciertos aspectos –para bien, o para mal– no va a poder evitar que su ciudadanía también experimente nuevas condiciones. Lo ideal sería que se pudiera participar, todos, democráticamente, de la planificación del mañana, incluyendo las políticas educativas. Pero no es lo que ocurre. Hay que ver lo que sale de aquí.

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