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21 de mayo de 2010

Yo cedo mi parte

Los que defienden esta manera de funcionar las cosas, plantean que la propiedad estatal es la que garantiza que los medios de producción sean propiedad de todo el pueblo, y por lo tanto los frutos de estos medios. Naturalmente, las fábricas y demás centros de producción necesitan entonces de una dirección que sepa coordinar de manera centralizada y controlada el flujo de trabajo-mercancías-distribución-consumo. Una de las conclusiones que se extraen de este asunto es que los trabajadores llanos deben seguir disciplinadamente los dictados y cuidar celosamente que se aproveche todo, que se rinda el máximo, que nada se desvíe del sabio curso que está determinado en los altos y expertos niveles, pues solo así llegará la felicidad en forma de una plena, aunque algo futura, retribución.

Independientemente de que Marx nunca dijo que propiedad estatal fuera sinónimo de propiedad socialista – y en la historia de la humanidad hubo muchas formas de propiedad privadas y colectivas no capitalistas –, a las personas como a mí nos sigue resultando difícil sentirnos dueños del lugar donde trabajamos, mucho menos de una planta de cualquier cosa situada a un par de provincias de distancia. Nuestra posesión de estos lugares nos resulta un poco lejana de lo que entendemos como tal.

Por ejemplo, supongamos que una fábrica de cemento se encuentra en Guaracabulla. Sinceramente, si yo tengo algún derecho de pertenencia sobre esa planta, no sé en qué radica.

No la puedo vender ni regalar.
No puedo nombrar a los directivos de la fábrica.
No puedo decidir si ampliar o reducir la producción.
No puedo determinar a quién se le vende el producto.
No puedo participar en el proceso de fijación de precios.

No puedo votar en la decisión de qué parte de los ingresos de la fábrica dedicar a la retribución de los trabajadores –salario–, cuánto dirigir a la inversión en la capacidad productiva y condiciones de trabajo, cuánto entregar al fondo estatal nacional.

No puedo tomar otras decisiones relativas a la plantilla de trabajadores, (re)distribución de los empleos, régimen vacacional, prestaciones adicionales como guarderías, etc.

En mi lugar, esas decisiones las toman ciertos funcionarios designados por ciertos otros funcionarios superiores designados a su vez por otros funcionarios superiores, quizá nombrados al menos formalmente por ciertos diputados de alto nivel, escogidos por otros delegados de menor nivel a los que yo sí puedo elegir.

El cemento de esta fábrica “mía”, no está más cerca de mí que el resto de la planta. Yo no podría, aunque tuviera los papelitos de colores en los que ese cemento quizá se contabilice, comprar ese cemento. Sólo se le puede vender, si sigue el esquema de cierta instalación camagüeyana que detallaron un día en nuestra prensa, a cierta empresa mayorista (también “mía”). Esta empresa mayorista, a su vez, solo se lo puede vender a ciertos clientes empresariales (otras de mis personalidades secretas) designados por algunos de los niveles de funcionarios-delegados que me representan, en caso de que estos funcionarios-delegados les aprueben a estos últimos clientes la compra en el plan del año en curso. Yo no diseñé ese sistema, que conste.

Rara forma de poseer una fábrica, ¿no? Curiosamente, los obreros de esta hipotética fábrica no tienen muchas más formas que yo de ejercer su derecho de posesión, y por lo general se les exige ejecuten lisa y llanamente lo que el primer grupo de funcionarios les orienta. A veces se les exhorta a que desarrollen mayor energía, iniciativa y entusiasmo y controlen más… la ejecución de tales orientaciones.

Tal vez los obreros que trabajan directamente en esta instalación no puedan o deban cambiar el estado de las cosas, porque es el que más conviene a los intereses del pueblo y los míos, por lo tanto. No, al menos, sin que todos los otros dueños de esa fábrica estemos de acuerdo.

En lo que a mí concierne, estimados compañeros obreros y obreras de la fábrica de cemento de Guaracabulla, cuenten con mi respaldo en las decisiones que ustedes democráticamente tomen –respetando cierto nivel de participación de los vecinos que comparten el entorno en el que la fábrica se inserta–, y dedicando cierta parte de las ganancias de la fábrica a la nación, mediante el pago de un sencillo impuesto proporcional –negociable luego. De ahí para adentro, ustedes pueden decidir cómo se organizan, quién dirige, a quién le venden –solo tal vez se pueda establecer una parte del impuesto en especie para clientes poco pudientes pero de interés de la nación. Yo confío en que ustedes, que llevan trabajando mucho tiempo en ello, sabrán dirigir bien su empresa, que será socialista porque será propiedad de los obreros que en ella trabajan, que será productiva porque ganarán según lo que trabajen, y será eficiente por poder prescindir de manera expedita de la burocracia agobiante que se erige como garante de una propiedad “mía” que no deseo, y que lo que más me reporta son pérdidas.

12 de mayo de 2010

Cosa de juego


A mi hijo le regalaron un juguete de lo más pintoresco. Un gato plástico, similar al muñequito japonés Doraemón (para pláceme de Yasmín), que se mueve mediante unas rueditas y un motorcito de baterías AA. Mientras se mueve, el gato va tocando un tambor situado delante de sus piernas. Cuando choca con un obstáculo (no tiene una dirección de movimiento muy definida) permanece unos instantes detenido y luego torna en otra dirección. Eventualmente, dos placas plásticas que conforman la cara se abren hacia los lados, convirtiéndose en orejas de un elefante cuya conversión se completa con la aparición de una trompa desde dentro de la cabeza.

Cuando Auril está protestando porque lo ponen dentro del corral cuando él lo que quiere es actividad, uno de los recursos para atraer su atención y calmarlo es echar a andar el gato-elefante frente a él. Me alegra mucho que nos hayan regalado este juguete, tan fuera de nuestro alcance mientras la mitad de mi sueldo se nos va en comprar jabones de lavar.

En nuestro hospital han invertido bastante en equipamiento médico, y una de las colaterales es que el embalaje está tirado por doquier. He recogido cierta cantidad de material semejante a la poliespuma, pero con más consistencia – no se desmorona como aquella – y de colores pasteles, y lo he picado formando cubitos, prismas, triángulos y otros poliedros. Para Auril tenga algo colorido dentro del corral o a su alrededor en el piso que le de variedad a su entorno, funciona, sobre todo con un adulto que se ponga a jugar con los cuerpecitos, poniendo unos sobre otros, tirándolos de aquí para allá y cosas así, porque Auril mismo está todavía muy chico para coordinar algo más que sacudirlos, morderlos y tirarlos.

El domingo de las madres pasado, en casa de mi abuela, una primita de Auril de unos cuatro años se puso a jugar entusiasmada con aquellos cuerpecitos, haciendo casitas, torres, disfrutando a partir de aquellos bloquecitos tan simples, a pesar de no ser una niña a la que le falten los juguetes.

Tal vez debería sentirme complacido de haber conformado estos juguetes sencillos pero efectivos. Sin embargo, no puedo dejar de compararme con aquellos personajes pobres de solemnidad de las historias de nuestros libros escolares que, naturalmente a causa de los males de la sociedad capitalista, improvisaban juguetes para sus hijos con materiales de desecho.

1 de mayo de 2010

Una convocatoria graciosa

Para este primero de mayo tenemos una de las convocatorias más graciosas que haya yo visto.
Por una parte, hay que denunciar como siempre al imperialismo y a sus malignas campañas, pero esa parte es seria, mucho daño que hacen. La parte graciosa de la convocatoria es la segunda, marchar en apoyo a las reformas económicas en marcha.
Las primeras reformas económicas que me vienen a la mente son aquellas que permitieron a los cubanos adquirir celulares y entrar a los hoteles. Recuerdo hace menos de cinco años, un buen compañero le preguntaba a un alto dirigente porqué no teníamos esos derechos. El dirigente le respondió, entre otras cosas, que eso era así porque antes del 1959 los negros tenían esas limitaciones. Ah, muchacho impaciente, si hubieras esperado unos añitos, no solo hubieras podido preguntar sin caer en desgracia, sino que hasta hubieras podido marchar en apoyo a tu hotel y tu celular.
Otra reforma que tampoco me parece mal es la de dejar que los barberos/peluqueros se hagan cargo de sus establecimientos. Mi apoyo a los barberos/peluqueros. Claro, que los diarios nacionales no lo han publicado, pero eso es un detalle secundario, para qué quieres que te lo digan si puedes marchar por ello. Por otra parte, no se sabe si esta política se va a extender a otros establecimientos de servicios. “Está en estudio”, nos dicen. Sea cual sea el resultado del estudio, marcharíamos por él.
Y lo que ya es la guinda del pastel, parte de las reformas que sabemos que deben venir es una racionalización de la fuerza de trabajo, de hasta de 1 millón de trabajadores. Es de esperar que los que sobren tras los ajustes de plantilla cuenten con otros ofrecimientos de trabajo, pero aún así este debe ser el pueblo más consciente del mundo, único al que pueden convocar a marchar porque le racionalicen el empleo.