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31 de mayo de 2013

Por sus precios los conoceréis

Cómo se manifiestan las ironías, ahora que se anunció la apertura de los tan esperados servicios de Internet para el público cubano.
 
La primera frase sarcástica que me viene a la mente trae tono de pregunta, dirigida a todos esos voceros del oficialismo: bueno, qué, ¿quitó el bloqueo el gobierno de los Estados Unidos?
 
Tendría que haber sido así, según el discurso de todos estos años. El principal culpable de que los criollitxs estuviéramos masivamente desconectados, me repetían hasta el hartazgo, era ese bloqueo que impedía que Cuba intercambiara abiertamente con las redes informáticas mundiales. Yo no lo entendía muy bien, porque mi red Infomed, en mi hospital, me concede acceso a centenas de revistas y otras fuentes científicas internacionales, incluso basadas en los Estados Unidos. Y las personas privilegiadas por el gobierno, más las corporaciones, los turistas de los hoteles, etc., tenían desde hace mucho, mucho más acceso. Pero a la prensa y a los funcionarios del gobierno nuestro, no los distingue la lógica. ¿O, debería decir, la sinceridad? ¿Se sentirá alguien ofendido por esta implicación de falsía? El caso es que si antes no teníamos Internet por culpa del bloqueo, y ahora sí tenemos, sería porque se acabó el bloqueo. O porque el pretexto era mentira. El caso es que el viceministro de Comunicaciones, Wilfredo González Vidal, le dijo clarito, clarito, a los periodistas cubanos que lo entrevistaron: "Reiteramos que no hay otras limitaciones que no sean las tecnológicas y financieras".
 
Entonces resulta que ahora reapareció el famoso cable desde Venezuela. Pobrecito, parecía que se había ahogado o que los tiburones habían hecho espaguettis con él. Después de todo este tiempo, en el que simplemente preguntar por el mismo podía resultar problemático para el atrevido. Pregúntenle,  si no lo creen, a los chicos de La Joven Cuba.
 
El siguiente tema de escándalo pudiera ser, aunque ya estemos acostumbrados, el tema de los precios. Una horita de navegación en uno de los flamantes ciber cafés del Estado, me costaría mi salario de una semana de trabajo. Por supuesto, ni pienso acercarme por esos lugares, que bastantes dificultades tenemos ya para costearnos una alimentación adecuada. La argumentación oficial sobre el costo de las inversiones, de operación, de la necesidad de una ganancia comercial, es tan unilateral como siempre. Los que mantenemos esa aberración de Estado con nuestros esfuerzos e inteligencia a cambio de una subsistencia ínfima, sabemos y confirmamos que cada día que, mientras no le arrebatemos el embudo de su poder, nos va a seguir tocando la ley del lado flaco. O esperar a que, cuando la rana críe pelos, nuestros salarios y los precios empiecen a corresponderse racionalmente.
 
La última perla de la versión oficial es la afirmación de que "No será el mercado el que regule el acceso al conocimiento en nuestro país". González Vidal lo soltó así mismitico, con toda la complacencia de los periodistas, como insulto final a la inteligencia de los que estamos en el público. Mire usted, decir eso con los precios que le han puesto al servicio. Después de llenarse la boca por tanto tiempo con la demagogia de "los usos sociales" de Internet, de la conectividad de los centros educativos, de investigación, de salud, etc. ¿Dónde están las mejoras en conectividad para los hospitales y los policlínicos, para las Universidades y las escuelas del barrio, para los Joven Club de computación a donde puede ir el hijo de Liborio que no puede pagar los casi 150 pesos que cuesta convertirse en inter-Nauta por una fugacísima hora? Para este sector no hay cable, mejora de conectividad, servicios de telecomunicaciones modernos, solo zozobra en un mar de angustia y precariedad. Para un futuro, se nos promete, llegaréis a buen y próspero puerto si seguís confiando y cumpliendo con lo que se os orienta. Aquel futuro, intuimos, en el que el batracio del párrafo anterior va al barbero.
 
Una vez más, el gobierno lo ha hecho muy, pero que muy bien –desde su perspectiva– con la nueva medida. Esta se ha añadido a la posibilidad de que los cubanos –pudientes– tengan y usen teléfonos celulares; se alojen –los que puedan pagarlos– en lujosos hoteles; compren computadoras, vehículos, en fin, que no quede ni una de las realmente anacrónicas prohibiciones que le estorben el camino al buen consumidor. Naturalmente, pagando las mayores cantidades de dinero que el mercado rampante y campante le permite obtener al celoso dueño del único monopolio legal y posible. Que no se diga ya que hay una restricción política interpuesta en el camino de los negocios. Como lo dejó entrever el viceministro, todas las demoras en el camino hacia la plena maduración de las relaciones capitalistas –de las más mentirosas que en este mundo hayan sido, pero sus hechos revelan su verdadera naturaleza–, son solo en lo que se resuelven cuestiones tecnológicas y financieras.

25 de mayo de 2013

Desde adentro: investigadores cubanos desnudan mecanismos totalitarios en el gobierno

Un refrán popular reza que la mentira puede correr muchos años pero la verdad, en cuanto la sueltan, la alcanza en un día.
 
Este proverbio resonará en la cabeza de cualquier persona que hojee el libro La Verdad no se ensaya¸ del especialista cubano en derecho Julio César Guanche y publicado por la editorial Caminos.
 
Tan notable como el contenido mismo de la obra, es el hecho de que este haya sido el fruto de autores cubanos, residentes y trabajadores en Cuba, y publicado por un medio cubano reconocido. Si bien este último posee una relativa autonomía de las estructuras oficiales, la aparición de un texto con las características de La Verdad…, en las librerías oficiales del Estado cubano, resulta tan sorprendente como el grito del chicuelo en cierto cuento donde un rey salió a caminar desnudo por la calle.
 
Este ignorante comentarista no se había tropezado nunca antes con unas observaciones tan serias, tan fundamentadas y críticas del sistema político social instaurado en Cuba a partir de 1959, como las que hallé en este libro. El autor despliega un poderoso arsenal teórico y metodológico, con el que estudia y desmenuza dramáticamente fundamentos del sistema político, ideológico, gubernamental, de nuestro país. Los resultados de sus análisis señalan catastróficas carencias en materia democrática y participativa, que laceran la vida de los cubanos.
 
Para los no entendidos, nos costaría ofrecer de manera coherente una visión lo suficientemente abarcadora y, a la vez, sintetizada, del libro de Guanche. El tratamiento de cada tema es riguroso, profundo, como corresponde a un experimentado jurista, politólogo, historiador, ensayista, tal que no deja espacios a tergiversaciones maliciosas o cuestionamientos superficiales. Para rebatir esos argumentos, hay que estar a la altura del ponente. Y lo que es mejor, se torna imposible tachar a este último de interesado al servicio de extraños agentes que manipulan a su conveniencia la verdad. La verdad es que el rey está sin ropas, y un dedo ineludible recorre sus desnudeces. También hay que decir, para respetar el principio de la veracidad, que la posición de Guanche es la de respeto y optimismo ante un sistema que, alega, debe perfeccionarse y no destruirse. En todo caso, hay que partir de un diagnóstico veraz, duélale a quien le duela.
 
Guanche empieza con el abordaje del tema de qué se entiende por Revolución cubana, cómo se piensa y quiénes la llevan a cabo. En estas arenas brota el sujeto más importante para Guanche, el de una ciudadanía con personalidad y derechos universales. La consagración de esta, como razón de ser de todo proceso político nacional, debe ser la medida última del triunfo o el fracaso de tal movimiento. En cada etapa histórica de nuestro país han existido tanto avances como retrocesos en este sentido, y Guanche revela la decadencia de las ideologías que se atrasan irremisiblemente respecto a sus contextos.
 
El recorrido continúa mediante la constatación de la diferencia entre acatar… y cumplir. Este viejo recurso cuenta con una larga tradición en Cuba, ante la pretensión de imposiciones irrealizables por parte de elevadas autoridades. La legitimidad del sistema sale mal parada cuando se observan grandes discrepancias entre orden normativo y operatividad real, con lo que la coherencia entre fines y medios queda en entredicho.
 
Los temas de constitucionalismo y de participación ciudadana son la especialidad de Guanche, como podemos atestiguar los que hemos compartido alguna de sus siempre interesantes charlas. Las declaraciones cubanas de derechos humanos se encuentran desactualizadas respecto a sus pares de América Latina y a los tratados internacionales de los que forma parte la mayor de las Antillas, revela. Asimismo, la supuesta soberanía del sujeto popular sobre el poder político se encuentra sin verdaderas garantías en nuestro país, según se desprende de los análisis que realiza el autor, con lo que los poderes discrecionales de las élites gobernantes no tienen contrapartidas efectivas.
 
Termina el libro con un ensayo sobre el pensamiento filofósico y político de Raúl Roa. en el que se pueden encontrar sorpresas picantes. Resulta que el llamado Canciller de la Dignidad tuvo en alta estima el sistema democrático de Cuba en los años de la década de 1940 y defendía un sistema socialista con respeto del multipartidismo y ese tipo de libertades que se tachan hoy en día, en nuestros medios, de burguesas.
 
Ciertamente, la publicación y venta de este volumen resulta un hecho inédito en nuestro país. Sugiere que la apertura al pensamiento y al debate proclamada por el presidente Raúl Castro avanza, lentamente, pero avanza. Hace tan solo un quinquenio la censura lo habría bloqueado sin apelación posible. Hace diez años, habrían expulsado además al autor de su trabajo. Y hace quince o veinte, a ningún intelectual cubano residente y trabajador en Cuba le habría pasado por la cabeza escribirlo.
 
No podemos saber si esto marca una tendencia a democratizar realmente el debate sobre las realidades de nuestro país. Una cosa es permitirle mayores libertades a los intelectuales, que escriban ensayos y filosofen y discutan, otra muy diferente es devolver al pueblo el poder que a este pertenece. Nos viene a la mente la reciente autorización que fue extendida en persona por el Vicepresidente cubano, Miguel Díaz Canel, a un grupo de blogueros matanceros, para que siguieran su actividad, mientras que el acceso general a Internet permanece como tema tabú. En todo caso, me alegra sobremanera el texto de Guanche y preveo que, a todo el que lo consiga, le será de tanta utilidad como me ha resultado a mí, para entender e interpretar la realidad que vivo.