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5 de marzo de 2015

La opinión del periodista

Hace algunos meses, los medios de prensa oficiales cubanos informaron sobre la publicación del libro Revolución, Socialismo, Periodismo-la prensa y los periodistas cubanos ante el siglo XXI. Recién lo terminé de leer, y me dio por contar las cosas notables que le vi.
 
El autor, Julio García Luis, participó en el movimiento revolucionario contra la dictadura de Fulgencio Batista. Después de 1959, se alineó a favor del nuevo gobierno y participó de varias de sus gestas significativas. Su vida y obra como periodista es caracterizada como sobresaliente por sus colegas, tanto que recibió el Premio Nacional de Periodismo José Martí.
 
Este texto realiza un aporte valioso, opino, porque hace una entrada honda en "el viejo problema de la democracia, la libertad y el papel de la prensa", como lo llama el escritor. Esta entrada está fuertemente matizada por la trayectoria e ideología del autor, pero de eso nadie está exento. Si aceptamos su sinceridad, nos aporta más comprensión todavía, porque es un tema verdaderamente complejo, polémico y contradictorio. Y esto puede ser sugestivo, o solo una casualidad, pero no lo he visto por las librerías; solo lo encontré una vez en la reciente Feria del Libro.
 
El autor desarrolla algunas tesis que trataré de sintetizar apretadamente, para luego meter mi cuchareta. Afirma que, alrededor de 1965, se trató de desarrollar un modelo de prensa autóctono, sin lazos iniciales con  el modelo de la entonces Unión Soviética, pero que terminó pareciéndose muchísimo. Esto está relacionado con que todo el entramado económico, político y social cubano de aquel entonces siguió el mismo caminito, la réplica de las estructuras verticales, autoritarias y estalinistas de Moscú.
 
Al principio, refiere García Luis, los directivos de la prensa cubana tenían más autonomía. Los altos dirigentes (Fidel Castro, Celia Sánchez, Armando Hart) se reunían personalmente con estos y dejaban pautas, pero más bien generales. Los periodistas tenían luego cierta autonomía para ver cómo cubrían las noticias y realizar los demás aspectos de su trabajo. Pasaron los años y el papel de tratar con la prensa fue asumido por aparatos auxiliares del Partido Comunista de Cuba. Estos aparatos y funcionarios de menor nivel, según el autor, tuvieron un papel funesto y determinaron la más triste decadencia de todo el sistema de prensa. Primero, el Partido sustrajo atribuciones propias de la prensa y sus direcciones. Luego, el cuerpo burocrático de la administración de la sociedad sustrajo a su vez esas atribuciones.
 
La prensa perdió su autonomía y autoridad, refiere. Se impusieron criterios de conveniencia y oportunidad y la supuesta necesidad de que los hechos reales coincidieran con el punto de vista del sistema. Predominó el enfoque difusivo, vertical y positivista; se enraizó el "síndrome del silencio" sobre todo tema que no ilustrara el continuo y victorioso avance hacia el socialismo. Ya metidos en la ortodoxia, con el I Congreso del Partido (1975) se terminó copiar "casi al calco, el método soviético para aplicar la crítica en la prensa".
 
García Luis señala, como consecuencia, que la prensa se volvió apologética; florecieron la censura, la autocensura y el monólogo retórico. Profesionalmente, traduce esto como monotonía, falta de agilidad y atractivo, reiteraciones entre medios supuestamente distintos; lenguaje esquemático y pobre, entre otros problemas. Apunta que los trabajadores no llegaban con su sentir real, problemas y opiniones, a los medios de difusión, y su posición revolucionaria se convertía en una ficción de unanimidad formal. Aún sin faltar a la verdad, estima, la prensa creaba un país formal en el que todo marchaba bien, todo era positivo y unánime, aún en los momentos en que el país verdadero se debatía en crisis serias, socioeconómicas y morales.
 
El autor considera que los altos dirigentes de la Revolución –Fidel y Raúl– estaban en contra de esta situación. Documenta varias ocasiones en que se pronunciaron por revertirla, por devolverle su papel combativo, crítico, promotor del pensamiento y los valores de la conciencia en una sociedad de hombres y mujeres socialistas. Constata, no obstante, el fracaso de varios intentos desde 1974 hasta el 2011 de elevar el papel activo de la prensa en la sociedad. El modelo de prensa adoptado era incapaz de ser funcional ante los problemas que plantea el país.
 
En el libro se comentan detalladamente estos fenómenos, significativamente contextualizados. El hecho de exponerlos con cierta crudeza es un gran mérito del texto. Eso no quita que uno encuentre muchas limitaciones en el discurso recibido. A uno le queden muchos cuestionamientos críticos que plantear. A lo mejor el autor se quedó con cosas en el tintero, por tener un nombre, un puesto, una reputación que cuidar. Quería que le publicaran el libro, después de todo. Como yo no tengo ningún problema de esos, suelto ahora algunas diatribas propias.
 
Un primer principio fundamental que queda en entredicho, después de lo expuesto por Julio García Luis, es el de la supuesta propiedad social de la prensa en Cuba contemporánea. Esta propiedad "del pueblo" queda muy en entredicho, si un estrato de funcionarios puede ponerle los yugos que el autor llora.
 
Es notable la fidelidad del autor hacia los altos dirigentes del Partido. Parece que estos no pueden equivocarse y, si dirigieran personalmente todo, todo estaría perfecto. Tristemente, esa letanía es parecida a la de los viejitos que dicen que los problemas son "porque Fidel no se entera de esas cosas y hay gente mala que lo tiene engañado".
 
Julio García Luis no se cuestiona, ni por un momento, cierta concepción de socialismo que parece que debemos dar por sentada. En esta, hay un Partido que merece toda nuestra pleitesía, que debe dirigir y controlar a través del Estado y del Gobierno. Se puede criticar el aparato administrativo de estos últimos, pero parece que cuestionar al Partido está fuera de lo concebible para el autor.
 
Pero fíjense en esta cita de Fidel, que el autor expone sin el menor reparo. Y que también le he oído repetir, en tono aprobatorio, a otros ideólogos oficialistas, sin ninguno que discrepe. Según esta idea, "nadie sabe cómo construir el socialismo". Cabe preguntarse ¿el Partido que nos exige seguirlo, no sabe en realidad a dónde vamos? Pero sigamos con el análisis.
 
En el libro, se explica y apoya lo que sería la concepción de Fidel y Raúl sobre el papel del Partido, que consiste en que este tiene que dar las direcciones generales de la política de la nación; ejercer el control sobre el gobierno y el Estado; atender a la política de cuadros; apoyar en el cumplimiento de las tareas, etcétera. Que es parte de la unidad de la nación, y entonces los cuadros máximos del Partido deben coincidir con los del Estado, y todas esas cosas. Queda clarísima la cuestión de que el Partido tiene que ocuparse del Poder; ejercerlo y administrarlo. Yo no estoy diciendo ahora que considere que eso esté bien o mal; digo que eso es lo que leí en el libro.
 
Toda esa fuerza para manejar el poder, la encuentra el Partido en su dominio del aparato administrativo general del Estado y el Gobierno, en todas las esferas, desde la industria, la agricultura, la cultura, etcétera. Estos aparatos de Estado y gobierno se encuentran bajo la égida de los respectivos aparatos especializados del Partido. Este termina, entonces, como el responsable de todo lo que salga bien o mal en aquellos. Y un aparato similar del Partido es el que controla los medios de comunicación. Imagínense un sujeto con ese nivel de poder, sin un rival, sin una contrapartida, sin un ente soberano superior al que rendir cuentas. Y que, además, controla la prensa. ¿Va a criticarse a sí mismo? Imagínense una monarquía como las antiguas. Sería absurdo esperar que nombrara un funcionario de la Corona, con el trabajo de criticar al Rey. Tampoco tiene sentido quejarse de los cortesanos, y anhelar que sean el Rey y un puñado de príncipes reales los que atiendan directamente los asuntos de algunos súbditos en particular. La existencia de la Corona implica la de una Corte, y los cortesanos, funcionarios de la Corona, necesariamente tienen que hacer ese trabajo de asegurar y coordinar todo el trabajo terrenal, mundano, que asegura la estabilidad de la Monarquía, sin sobresaltos ni amenazas al Poder real.
 
García Luis considera que eso es posible, tan solo con que la parte del Partido que controle a la prensa esté dentro de la prensa misma, y se encuentre así menos comprometida con el resto. De esa manera podría ejercer una función fiscalizadora, crítica, sobre todo lo demás. Pero eso es una utopía, un imposible: los medios de comunicación son uno de los factores estratégicos del poder, y ningún sistema de Poder puede concebirse con una fractura tan honda que separe ese elemento del resto y llegue a enfrentarlo. La burocracia nacional nucleada alrededor de este Poder tiene un sentido de clase exquisito, muy bien definido, y todos sus elementos se apoyan incondicionalmente. Tienen entre sí lazos familiares, de amistad, clientelares; se reciclan entre unas y otras esferas, y aplican el lema mosquetero, uno para todos, todos para uno.
 
Es cierto que los "altos dirigentes" han criticado bastante a la prensa y, de vez en cuando, le reclaman que sea más combativa. Pero no es menos cierto que, por cada uno de estos llamamientos, se efectúan diez, o cien, en el sentido de reforzar el control, la unidad y la disciplina, y de sancionar a quienes cuestionen estos principios; por parte de esos mismos "altos dirigentes". Entonces, la idea general que prevalece, reforzada por el sistema de premios y castigos, no va a favorecer el ambiente que García Luis añora. Para fomentar que se expresen puntos de vista críticos, polémicos o alternativos, primero tiene que ser legal y protegerse, que distintos actores de la sociedad puedan emitir dichos criterios, y poseer los medios materiales adecuados para divulgarlos sin coacción de mecanismos parapoliciales. Para que la prensa cumpla un papel adecuado en una sociedad, debe estar verdaderamente a cargo de instituciones democráticas, horizontales, participativas; que practiquen el respeto a todos los derechos humanos y ciudadanos, como condición trascendental y única capaz de garantizar a corto, mediano y largo plazo, la protección de los intereses de la patria y el socialismo.
 
García Luis estima que la prensa puede seguir tres modelos: de mercado, el soviético y uno de Estado. Que los dos primeros son malos, y el tercero debe ser el mejor. Ahora, de acuerdo con una concepción de socialismo que no debería ignorar, el Estado debe tender a la desaparición, como recordó también Fidel Castro en el citadísimo Palabras a los intelectuales. Pero García Luis prefiere una concepción donde se manifiesta una enorme concentración de poder. Concentración en un Estado que maneje, como en Cuba, todos los cuerpos uniformados de la nación –desde las fuerzas armadas hasta los trabajadores de la salud, los pedagógicos, los del transporte, y otros sectores que son, casi, como si trabajaran con uniformes.  Y un Partido que domina al Estado. ¿Y luego se queja de que los cuadros se acostumbran a actuar discrecionalmente? ¿Qué la prensa no puede enfrentar los males de la nación?
 
¿Pero es que acaso podía ser de otra manera? En el capitalismo, los grandes medios de comunicación, ¿no apoyan todos al sistema? Obviamente, la FOX y la CNN tienen infinitamente más colorido, recursos materiales, mejor gráfica, mejores valores de realización. Pero los análisis críticos y serios, sobre los problemas y crisis del capitalismo, sobre las tragedias humanas, sociales, climáticas, que el capitalismo provoca inevitablemente, van a ser esquivados, censurados, porque cada dueño de los medios, cada Poder, cuida sus intereses particulares de clase. Y que se caiga el mundo detrás.
 
En resumen, que el libro Revolución, Socialismo, Periodismo-la prensa y los periodistas cubanos ante el siglo XXI, de Julio García Luis, está interesantísimo, y dice un montón de cosas que es bueno saber. Pero puede que lo más importante, sean todos los cuestionamientos que deja abiertos, pendientes de analizar y responder.