A esos sediciosos de marca mayor se unió un joven norteamericano llamado Henry. Dicen que apenas hablaba español, pero que solo tuvo que leer una nota ambigua en cierto diario de Nueva York para irse al sur, a luchar por la libertad. Su apellido era Reeve, y en los campos cubanos le pusieron “El Inglesito”. Con un grupo de jinetes corajudos organizó operaciones que daban vuelta a las concepciones de la estrategia tradicional, se ganó la admiración de hombres de la talla de Máximo Gómez e Ignacio Agramonte. Su vida se volvió leyenda.
Henry Reeve sobrevivió a tantas cosas y participó en tales combates, era tan alegre y sencillo, tan loco y disciplinado, que a mediados del siglo XX ya los historiadores “serios” no creían la mitad de las anécdotas que a él se atribuían. Uno de los pocos que creía, y el único con ánimos para comprobar la verdad, fue Gilberto Toste Ballart, quien publicara su biografía en 1973, bajo el sello de Ciencias Sociales. Tan grande fue la reacción y tan apasionado el debate desatado, que la editorial debió reeditar el libro apenas un lustro después. Ahora Ciencias Sociales lanza una tercera edición de Reeve, el Inglesito, para alegría de los más jóvenes, porque los ejemplares ya se estaban transformando en piezas de colección.
En la reunión de hoy para comentar y comprar el volumen, Eduardo Torres Cuevas –prestigioso historiador y pedagogo– recordó lo que para los jóvenes estudiantes de Historia de 1973 representó la edición príncipe de Reeve, El Inglesito. En medio de los debates sobre el sentido de la escritura y la investigación de campo –explicó– la aparición de este volumen definió muchos puntos para nosotros. Antes del la biografía de Toste Ballart, El Inglesito era una leyenda. Pero después de leer este trabajo de investigación serio y minucioso, comprendimos que es cierto: la realidad supera la leyenda. Porque este libro apasionante nos descubre la tremenda figura de un hombre que transgredía la realidad con su valor, que la forzaba para dar cabida a mayores heroicidades.
Salgo de la sala de presentación “Nicolás Guillén” y me siento en la muralla. Entre mis manos sostengo el ejemplar de esta tercera edición, que compré para satisfacer a mi padre (eterno lector de biografías de héroes de la independencia cubana), medito.
Este inicio del siglo XXI no da cabida a hombres de la talla de Reeve, o puede que los esté pidiendo a gritos. No lo sé…
Ahora mismo el hermano de un amigo mío está en Pakistán, socorre a las víctimas del terremoto de octubre pasado, junto a otros especialistas de la salud. Ellos son parte de la Brigada Médica “Henry Reeve”, nombrada así en homenaje a ese jovencito rubio que dejó su sangre en nuestra tierra hace siglo y tanto. Cuando mi conocido se fue, contento y cubierto de abrigos, yo le dije hay que estar loco para ir allá con ese frío y esas montañas, y esa gente que no habla tu idioma, y tantas enfermedades, y la nieve, y qué te importa a ti…
Una vez, los españoles atraparon a Reeve. Armaron un pelotón de fusilamiento y procedieron. Cuatro balas. El médico firmó el documento. Allí lo dejaron. Cuando todo estuvo en silencio, sin molestar ni a los grillos, aquel hombre pálido y sangrante se movió. Hay que moverse para vivir. Se arrastró con sus cuatro balas entre pecho y espalda hasta hallar gente amiga. Volvió a montar a caballo, a disparar, a comandar hombres. Eso contó Torres Cuevas con los ojos brillantes como un muchacho y no como el hombre mayor, serio y responsable que es. No hay historia comparable –dijo– a la de este hombre. Hay que estar loco…
Ahora entiendo la sonrisa boba en las fotos que Zener manda desde allá. Tiene la misma locura del Inglesito. Todos ellos están locos de ganas de empujar la realidad para el otro lado del imposible, de amor por los desconocidos que sufren y por los desconocidos que no saben que sufren, porque así han estado toda la vida.
Malditos locos, le hicieron perder su colonia a España y almas a la Parca. Malditos locos, van de aquí para allá y dicen que hay que cambiar, que no importa si duele, que no importa si es lejos y no hablan tu lengua, que ellos son tú y viceversa. Malditos locos que afirman que Henry Reeve no murió, sino que vive en ellos y hay que cruzar el mar de vuelta y dar sangre por sangre, sonrisa por sonrisa, entrega por entrega. Pero no al mismo, sino a otro que saldrá a andar por el mundo a dar también sangre por sangre, sonrisa por sonrisa, entrega por entrega.
Mejor no leo el libro. ¿Verdad? Quién sabe si me contagian… de generosidad.
Publicado por primera vez en el sitio de la Feria Internacional del Libro de Cuba (XV edición, 6 de febrero de 2006 (http://www.cubaliteraria.cu/evento/filh/2006/)
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