Por Antonio Navarro Wolff, gobernador de Nariño
MUCHAS VECES ME han preguntado mi opinión acerca de Cuba y de su gobierno, y siempre he respondido que tengo una inhabilidad personal para expresarla. El gobierno cubano en 1985 ayudó a salvar mi vida, después de sufrir un atentado en Cali que estuvo a punto de matarme, y del cual tengo como herencia la amputación de una de mis piernas y dificultades de dicción como resultado de la ruptura irremediable del nervio hipogloso.
Hoy, cuando se anuncia el retiro de su cargo del presidente Fidel Castro, voy hacer referencia exclusivamente a uno de los valores más importantes del pueblo cubano y del cual puedo dar testimonio personal: la solidaridad.
A partir del triunfo del Movimiento 26 de julio y del comienzo de la revolución cubana, un espíritu altamente idealista se apoderó de la mayoría de la población de la Isla: se debía dar ejemplo al mundo de cómo se debía construir el "hombre nuevo" del que tantas veces habló el Che Guevara. Elementos como el trabajo voluntario y el internacionalismo revolucionario eran mucho más que parte de la propaganda del Gobierno y el partido único. El ejemplo del Che muestra las dimensiones de la utopía marcada con el ejemplo de entrega personal de los más altos dirigentes de ese proceso.
La muerte del Che en Bolivia no debilitó ese espíritu de entrega por los ideales, sino que lo acrecentó. En las décadas de los 60, 70 y 80, los cubanos estaban dispuestos a compartir lo poco que tenían con los pueblos del mundo. No sé si en los últimos 20 años esa actitud se haya mantenido. Pero de esas tres décadas soy testigo presencial.
Cada vez que había una tragedia natural en algún lugar del planeta, las colas para donar sangre eran enormes. Aquí llegaron aportes para los sobrevivientes de Armero.
Cuando era necesaria la ayuda a combatientes y luchadores por la igualdad y la justicia en otras partes, Cuba siempre estaba lista a quebrar una lanza por ellos. El M-19 recibió muestras inequívocas de esa solidaridad en 1980 y 1982, con Carlos Pizarro a la cabeza.
Cuando fue necesario enviar soldados para luchar contra el apartheid surafricano en Angola, ningún joven cubano dudó en ser parte de esa expedición de la cual no podían esperarse satisfacciones materiales. Cuando había que recibir y atender heridos y enfermos, no sólo el Estado cubano estaba abierto a hacerlo: en mi caso, toda persona que conocí en mis meses en la Habana era generosa y me trató como parte de su familia.
Nadie duda de la influencia de Fidel en lo que ha sido la vida cubana en los últimos 50 años. Esa generosidad enorme de la que soy testigo está también relacionada con su forma de ver y entender la vida y el mundo. El juicio histórico a su obra tendrá por supuesto elementos positivos y negativos en la balanza. Hoy quiero señalar que ninguna evaluación será completa si elude la valoración de la solidaridad que ayudó a imprimir al pueblo cubano.
En este mundo tantas veces egoísta y rabiosamente individualista, estar dispuesto a dar la mano y compartir el pan, o jugarse la vida por otros, es algo que no puede dejar de admirarse. Al fin y al cabo, la enorme solidaridad de la que fui testigo hace que quienes vivieron esa etapa hayan sido mejores seres humanos, pues definitivamente es cierto el proverbio bíblico que dice que no sólo de pan vive el hombre... ni la mujer.
Hoy, cuando se anuncia el retiro de su cargo del presidente Fidel Castro, voy hacer referencia exclusivamente a uno de los valores más importantes del pueblo cubano y del cual puedo dar testimonio personal: la solidaridad.
A partir del triunfo del Movimiento 26 de julio y del comienzo de la revolución cubana, un espíritu altamente idealista se apoderó de la mayoría de la población de la Isla: se debía dar ejemplo al mundo de cómo se debía construir el "hombre nuevo" del que tantas veces habló el Che Guevara. Elementos como el trabajo voluntario y el internacionalismo revolucionario eran mucho más que parte de la propaganda del Gobierno y el partido único. El ejemplo del Che muestra las dimensiones de la utopía marcada con el ejemplo de entrega personal de los más altos dirigentes de ese proceso.
La muerte del Che en Bolivia no debilitó ese espíritu de entrega por los ideales, sino que lo acrecentó. En las décadas de los 60, 70 y 80, los cubanos estaban dispuestos a compartir lo poco que tenían con los pueblos del mundo. No sé si en los últimos 20 años esa actitud se haya mantenido. Pero de esas tres décadas soy testigo presencial.
Cada vez que había una tragedia natural en algún lugar del planeta, las colas para donar sangre eran enormes. Aquí llegaron aportes para los sobrevivientes de Armero.
Cuando era necesaria la ayuda a combatientes y luchadores por la igualdad y la justicia en otras partes, Cuba siempre estaba lista a quebrar una lanza por ellos. El M-19 recibió muestras inequívocas de esa solidaridad en 1980 y 1982, con Carlos Pizarro a la cabeza.
Cuando fue necesario enviar soldados para luchar contra el apartheid surafricano en Angola, ningún joven cubano dudó en ser parte de esa expedición de la cual no podían esperarse satisfacciones materiales. Cuando había que recibir y atender heridos y enfermos, no sólo el Estado cubano estaba abierto a hacerlo: en mi caso, toda persona que conocí en mis meses en la Habana era generosa y me trató como parte de su familia.
Nadie duda de la influencia de Fidel en lo que ha sido la vida cubana en los últimos 50 años. Esa generosidad enorme de la que soy testigo está también relacionada con su forma de ver y entender la vida y el mundo. El juicio histórico a su obra tendrá por supuesto elementos positivos y negativos en la balanza. Hoy quiero señalar que ninguna evaluación será completa si elude la valoración de la solidaridad que ayudó a imprimir al pueblo cubano.
En este mundo tantas veces egoísta y rabiosamente individualista, estar dispuesto a dar la mano y compartir el pan, o jugarse la vida por otros, es algo que no puede dejar de admirarse. Al fin y al cabo, la enorme solidaridad de la que fui testigo hace que quienes vivieron esa etapa hayan sido mejores seres humanos, pues definitivamente es cierto el proverbio bíblico que dice que no sólo de pan vive el hombre... ni la mujer.
Tomado el Jueves 21 de febrero de 2008 de http://www.polodemocratico.net/Solidaridad
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