El Francisco era un pueblo de Las Tunas –ahora se llama Amancio– pero en la memoria de un camagüeyano, cuya familia dejó atrás el Francisco hace tres generaciones, ese pueblo aún vive de alguna manera. Vivir en el Francisco, de Milton Sánchez, no debe ser entendida por ello como una novela autobiográfica –no tengo certeza de que el autor halla pasado demasiado tiempo allí–, sino como una búsqueda en la memoria familiar que le permite el ejercicio de una fresca –por momentos abigarrada– crónica pueblerina.
Los personajes de Francisco, nucleados alrededor de las familias de Juana Espinosa y Lucrecia y Digna del Monte, giran en el torbellino de las altas y bajas políticas y económicas de la Cuba republicana como a ciegas. La lejanía que mantiene el pueblo respecto a los sucesos de la capital, del país, permite a Milton transformar los hechos en rumores y los cambios se tornan algo aparencial, que no modifican la esencia estática de las condiciones de sus habitantes.
Los personajes tienen un cierto aire de sainete tradicional, pero eso es solo al principio, poco a poco alcanzan densidad gracias a las certeras descripciones. Así nos llegan datos sobre los móviles y estrategias de seducción o sobrevivencia. Acaso se pueda reprochar al narrador –omnisciente, irónico a menudo– que administre con tanta lentitud los elementos que nos permitirían comprender a estos personajes desde el inicio de la historia. Pero ese recurso tiene su lado bueno: usted no sabrá cuál va a ser la reacción de cada uno de ellos en la siguiente página. De este modo las peripecias y transformaciones internas de las criaturas de Francisco están en constante redefinición aparencial.
No digo aparencial por gusto, Milton nunca deja de advertir la más íntima naturaleza de estos “sobrevivientes”. Puede que logren ascender en la escala social y económica del poblado, pero seguirán siendo lo que fueron: personas con caracteres diversos y similares en dos elementos, invariabilidad interna y persistencia en los objetivos. Los caminos para trepar serán diversos, como diverso es el retablo de corrupción y deterioro que ofrece esta pequeña república mediatizada, tan olvidada de los otros que a veces parece funcionar por sí misma.
No es extraño entonces que el relato termine con el fin de año de 1958. Las hijas y nietas de Juana Espinosa, después gastar el dinero de sus maridos, huyen hacia otra realidad. Dejan tras sí los objetos y los hombres: elementos imprescindibles para el ascenso de las féminas en esa sociedad. Que tres mujeres hechas para el matrimonio digan “Adiós Francisco” desde la ventanilla de un auto, justo en la madrugada del primero de enero de 1959, le abren la puerta al primer cambio verdadero. Buena suerte a ellas y a Milton. Nos volveremos a ver, espero que lejos de Francisco.
Publicado por primera vez en el sitio de la Feria Internacional del Libro de Cuba (XIII edición, 10 de febrero de 2004 (http://www.cubaliteraria.cu/evento/filh/2004/).
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