Como dije en la primera parte de este post, la homeopatía es un sistema creado por el médico alemán Samuel Hanehman (1755-1843), quien basó este sistema en dos “leyes” reveladas por él mismo. Por la “Ley de los Similares”, se explicaría que las sustancias que causaran síntomas similares a los de cierta enfermedad, tendrían cierto valor medicinal contra este mal; la “Ley de los Infinitesimales” establecería que mientras más veces se diluyera un medicamento, mayor sería su potencia curativa, merced a la liberación de los poderes inmateriales y espirituales del compuesto.
Podríamos construir un par de ejemplos muy sencillos para ilustrar estos absurdos. Supóngase que un vaso de cocimiento de cierta hierba produzca dolor de cabeza: según los homeópatas, este vaso diluido en una pipa de agua sería un remedio seguro contra el dengue, la neuropatía, la epilepsia y otras enfermedades que afectan esa parte del cuerpo; dado que el mango en cantidades excesivas afloja la barriga, una lasquita disuelta en el embalse Zaza curaría el cólera, la disentería y todo cuanto produzca enfermedades diarreicas.
En la época de Hanehman, no se puede negar, la homeopatía tenía sus ventajas. En aquellos días los médicos aplicaban a las personas sanguijuelas, purgas, vomitivos y variopintos mejunjes, nada aconsejables por los estándares actuales. Desde ese punto de vista, era preferible que le dieran a uno una agüita hervida en espera de que el organismo, por sus propios mecanismos homeostáticos, recuperara el equilibrio y sanara por sí solo. Pero hoy en día, la inocuidad de un compuesto ya no es suficiente para convertirlo en un remedio recomendable.
Para valorar una propuesta científica, se requiere disponer de un marco teórico potente que permita distinguir entre ciencia y seudociencia, como [explica el Dr.C. Luis Carlos Silva Aycaguer, del ISCM de La Habana] (Editorial, Revista Cubana de Investigación Biomédica 1997;16(2):78-82. Disponible en http://bvs.sld.cu/revistas/ibi/vol16_2_97/ibi01297.htm). En una ciencia particular, se dirigirán los esfuerzos a establecer rigurosamente las leyes que rigen los fenómenos que constituyen su objeto de estudio. Se buscará conformar teorías que expliquen los acontecimientos conocidos y predigan los que posiblemente ocurrirán en el futuro, en el mundo exterior o generados en los laboratorios. Todo esto, con la perspectiva de alcanzar posteriormente un control tecnológico provechoso sobre el fenómeno en cuestión. Y esto no es un proceso sencillo:
Es bien conocido que el proceso de conformación de dichas leyes y teorías exige la aplicación de un método riguroso, que muchas veces es arduo y árido, complejo y lento, a diferencia de la especulación no científica, que resulta más fácil y en principio más interesante que la paciente colección de datos objetivos en un marco teórico previo y el proceso subsiguiente de desentrañarlos y organizarlos dentro de estructuras teóricas que sean interna y externamente coherentes.
Una explicación científica profundizaría mucho más detalladamente el proceso esbozado a continuación y a manera de ejemplo: Mantener un nivel adecuado de la hormona insulina en el organismo, le permite a nuestro cuerpo degradar la glucosa, produciendo el trifosfato de adenosina empleado en las células como fuente de energía química presente en los enlaces de sus moléculas. Este es un fenómeno concreto, reproducible, cuantificable y verificable experimentalmente.
Ante el tamiz riguroso del análisis científico en la medicina moderna, las bases de los homeópatas lucen sumamente endebles, tanto aquella de que lo semejante cura lo semejante, como la de que las sucesivas diluciones de cierto compuesto incrementan su efectividad a través de la liberación de sus “poderes inmateriales y espirituales” –o, como suelen afirmar otros, a través de cierta impronta en el solvente de la “memoria” de la presencia de la sustancia inicial, que “potencia” la capacidad del organismo para producir una respuesta de inmunidad ante las enfermedades.
Concediendo a las teorías homeopáticas el inmerecido beneficio de la duda, quedaría por observar que no ha sido posible demostrar nunca, en experimentos que hayan seguido la metodología exigida para la validación de compuestos farmacéuticos, la efectividad de sus preceptos en términos de [mejoría objetiva de la salud de los pacientes tratados] (Scofield. 1984. The Brit Homeo J. 73: 161-226, citado en Skeptic vol. 3, no. 1, 1994, pp. 50-57. No está de más recordar que para este fin, se necesita un largo proceso, uno de cuyos últimos pasos consiste en conformar grupos numerosos de voluntarios, comparables entre sí por edad, sexo, estado previo de salud, entre otras variables, y suministrarles a unos el medicamento en prueba, a otros una sustancia inocua conocida como placebo –ningún voluntario sabe si está tomando en realidad el medicamento o el placebo.
Una exigencia científica y ética de alta severidad es que se conozca, al menos teóricamente y de acuerdo a lo confirmado en pruebas in vitro, el principio activo y el mecanismo de acción del medicamento bajo prueba. Las condiciones de los pacientes son rigurosamente controladas, de manera que no existan otras diferencias significativas que no sean la del compuesto que se está incorporando. La evolución de los pacientes debe ser evaluada por especialistas que tampoco dispondrán de esa información. De acuerdo al estado final de los voluntarios se pueden entonces establecer los valores del compuesto en examen. Miles de sustancias con propiedades prometedoras deben iniciar este camino, para que una de ellas llegue al exitoso final de tornarse en un fármaco reconocido por las autoridades regulatorias médicas de cualquier país. Nuestros trabajadores de los polos científicos, de los centros de biotecnología y productores de vacunas y otros fármacos, tienen sobrada experiencia en estos temas.
Naturalmente, las personas no familiarizadas con esta rigurosa metodología pueden ser inducidas a confusión por anécdotas de casos particulares de curaciones, en historias impresionantes pero de escasa o nula significación en términos reales, al carecer de peso estadístico, no tener el control de otras condiciones externas (por ejemplo, que la persona en cuestión haya seguido simultáneamente otro tratamiento) y, sobre todo, por ignorarse u olvidarse cantidades de casos donde el proceder intentado no tuvo resultados efectivos.
No es ocioso tampoco mencionar aquí que más de una institución opuesta a la pseudociencia ha ofrecido jugosas sumas en efectivo a quien pueda demostrar la validez de la homeopatía –entre otras falacias que no han podido nunca reclamar el premio.
En nuestro patio se han publicado varios materiales, por parte de fuentes confiables, que deberían poner en guardia a las personas contra estas peligrosas iniciativas. El 25 de agosto del pasado 2009 y a partir de un despacho de la agencia EFE, Infomed divulgó detalles de la reacción de científicos jóvenes del Reino Unido y varios países africanos, comprometidos con la salud de los habitantes de este continente, contra intentos de dedicar recursos a campañas homeopáticas contra el sida, la tuberculosis y la gripe, entre otras enfermedades:
“La homeopatía no protege a los pacientes de esas enfermedades. Quienes trabajamos con las personas más pobres del mundo rural nos las vemos y deseamos para suministrar la ayuda médica necesaria. Y cuando se interpone además la homeopatía, peligran las vidas", señalaron los médicos de la Red de Jóvenes Científicos.
Según el doctor Robert Hagan, investigador de ciencia biomolecular de la Universidad de St. Andrews, en Escocia, y miembro de la citada red científica, "los gobiernos de todo el mundo han de reconocer los peligros de promover la homeopatía para el tratamiento de enfermedades mortales".
Con informaciones de este tipo empieza a entenderse, además, que ni siquiera las supuestas inocuidad y baratura de la homeopatía constituyen una disculpa para sus promulgadores. Cualquier campaña de este tipo exige la dedicación de recursos humanos y materiales, tiempo precioso de personas como nuestra amable, agobiada y confundida enfermera del consultorio; un esfuerzo para la producción del compuesto a escala industrial, su transporte, distribución y administración por las redes comunitarias, malgastado tal vez con las mejores intenciones pero que estaría mucho mejor empleado en otros fines. La población sin conocimientos científicos es inducida al error, brindándosele una falsa sensación de seguridad (por suerte se divulgaron declaraciones de un funcionario del MINSAP llamando a no bajar la guardia).
Y si algo quedara por señalar que resulta aún más indignante, es que los promotores de este esfuerzo anuncian su propósito de evaluar –mediante estimaciones con enormes incertidumbres de por medio– el famoso “NoDEGRIP” después de que se le haya suministrado al pueblo, ¡tomando a toda la población como sujeto de experimentación con un compuesto de dudosa procedencia, sin explicaciones acerca de los presuntos principios activos, y apenas comprometiéndose a no producir efectos secundarios! Esto último es lo más probable, afortunadamente, aunque nunca del todo seguro; pero resulta definitivamente escandaloso que se le brinde a la población, a manera de medicamento preventivo y recomendado, un mejunje intrigante con el que no se han hecho siquiera pruebas de campo para comprobar su efectividad –que ya podemos prever cuál será.
En resumen, que apreciamos una mayúscula metedura de pata por parte de nuestras autoridades y estructuras de salud pública, y confiamos en que, con el aporte y el asesoramiento del personal científico formado en nuestras Universidades y centros de investigación gracias a la Revolución, esto sea rápidamente corregido y nunca más cometido.
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