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30 de enero de 2009

Papelitos de colores

El otro día, –el cumpleaños de alguien en la familia, el día de las madres o los padres, o por el Día Mundial de cualquier Cosa que a mí me parece Importante, salí con la intención de comprar una panetela sabrosa en alguno de esos establecimientos que se han abierto en nuestra ciudad con el galicista apelativo de Sylvain. Una acción tan sencilla me dio pie a reflexionar sobre unas cuantas boberías que decidí traer aquí a colación.

Para los efectos de este escrito, voy a definir como dinero lo que me paga la sociedad en reconocimiento a mi trabajo en el hospital donde laboro como físico médico. Entonces, lo primero que puedo observar, es que con dinero no se puede comprar en una Sylvain. Si a continuación definimos como tienda el lugar donde se adquieren mercancías a cambio de dinero, pues, la Sylvain no es una tienda, pues los sabrosos dulces que allí ofrecen, los cambian por unos papelitos de colores. A estos –también conocidos como CUC-, como no me los dan a cambio de mi trabajo, no los voy a llamar dinero, sino así simplemente, papelitos de colores. Para continuar con el proceso de definiciones-renombramientos, llamemos a la Sylvain la “semi-tienda 2”, porque desempeñan la segunda parte de la función de una tienda, dar la mercancía –aunque no reciben el dinero, sino los dichosos papelitos.

El mecanismo para procurarse los papelitos no es desconocido para nadie. Uno va –con dinero- a uno de esos establecimientos especiales, que no son otra cosa que tiendas de papelitos y que tienen el nombre de CADECA, acrónimo para Casa de Cambio. Y allí, naturalmente, compra aquel monto de serpentinas que le haga falta para cambiar luego por la mercancía apetecida en la semi-tienda 2. Ahora podemos llamar a la CADECA con el epíteto “semi-tienda 1”, pues realizan la primera mitad de la operación comercial, es decir, reciben el dinero, pero no entregan la mercancía apetecida. Como no hay más de 25 cuadras entre la semi tienda 1 de confeti coloreado y la semi-tienda 2 de mercancías, para mí, con 29 años y una bicicleta -que no es nada del otro mundo pero rueda- no me fue difícil completar la gestión compra de papelitos con dinero-trueque de papelitos por el cake. Claro, que hubiera sido mucho más simple si hubiera podido comprar directamente el cake con mi dinero. Repasemos: al principio de la jornada, yo tenía el dinero, y el Estado –dueño de las semi tiendas 1 y 2- los papelitos y el cake. Al final, yo tenía el cake, y el Estado tenía los papelitos y mi dinero. Es un intercambio neto de dinero por mercancía. Parece redundante el trámite de los papelitos y la división de la tienda en dos mitades, ¿no es así?

Un papelito de colores de esos puede terminar el mes un poco mareado: de un depósito del Estado a la semitienda 1, de ahí a la semitienda 2, de ahí al depósito del Estado, de ahí a la semitienda 1... El tránsito entre las dos semitiendas corre a cargo del cliente, los otros son operaciones complicadas llevadas a cabo con aparatosos despliegues de seguridad. Para el cliente este sistema representa también bastantes molestias. Ganar la cantidad de dinero que me permitió al final adquirir el postre, me llevó unos 3 días de trabajo -de donde se puede calcular que no era de los más caros. Sin embargo, yo hubiera podido dedicar a otra cosa la hora gastada en el trámite intermedio. Más allá de que yo tenga una vida bastante sedentaria y el ejercicio me resulte beneficioso, habrá quien esté apurado, y habrá el anciano o cualquier persona con menores capacidades físicas que preferiría comprar sencillamente en una tienda, cuando pueda, cuando el dinero le alcance. Y para el Estado, el sistema conlleva aún más absurdos, pues implica –para quedarnos en lo más evidente y obviar muchos otros muchos fenómenos más complejos de la economía-, la existencia de este sistema de semitiendas 1, con personal asalariado, red informática, sistemas de climatización en los quiosquitos, y muchos, muchos guardias de seguridad, más movimiento de carritos blindados, más gente contando y controlando tanto eso que yo llamo –todavía, y a pesar de todo- dinero, como aquellos papelitos, más engorro por donde quiera que lo mires.

Y si se trata de un pueblo de aquellos del campo donde hay shoppings y no hay CADECA todavía...

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