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3 de enero de 2009

¿Acaso seremos definibles?

Por Rogelio M. Díaz Moreno

Entro, con tremenda aprensión, al pantanoso terreno de la polémica. Nunca he enfrentado un conflicto sin una sana dosis de miedo a mi contrincante. Si las habilidades y talentos de aquel son destacables, y más aún han sido destacadas, con mayor razón preferiría estar casi en cualquier otro lugar. Al final, a duras penas, la reflexión con matices anarquistas me descubre que no podría rehuir el trance, no sin albergar culpabilidades que solo en esa arena podré saldar.

Sin mucha esperanza de evitar los ataques de un buen sector del público, cumplo de inicio la profesión de fe en el respeto al criterio ajeno, a la divergencia de pensamiento y a la necesidad de defender el derecho del otro a expresar y defender sus puntos de vista, por opuestos que resulten a los propios. El acatamiento a estos principios es lo que reviste de algún valor a toda opinión y discurso, ya sea de planteamientos y afirmaciones, o de contradicción y polémica. Sobre todo, en el caso de estos últimos, que es el que me concierne en este texto.

Y para entrar en materia, digamos que quiero referirme al material "A vuela Cuba", de la conocida bloguera Yoanis Sánchez, para expresar respetuosamente mis divergencias con los criterios que allí se asientan. Los familiarizados con la meteorología de la blogosfera cubana comprenderán de inmediato los recelos que acarreo, por la capacidad argumentativa de la aludida, su empuje mediático y, por supuesto, las acusaciones de agente del régimen que ya siento apuntar hacia mí.

En el material de marras pretende realizarse una descripción de la hornada, quizá del par de ellas, de cubanos, generación más o menos, con la característica de habernos desarrollado en cierta época: los años 70, 80, 90 y lo que va de siglo XXI -de las que me atañen a mí sobre todo las dos últimas acotadas. Los denominadores comunes que parecemos tener, de acuerdo con YS, constan –además de la superabundancia de nombres Y–, de una gran flexibilidad de carácter, buenas tandas de desilusiones, intoxicación por sobredosis de muñequitos rusos, no poca promiscuidad, fraude y simulación por arrobas, y mucho, mucho cinismo. Las causas de esta desdichada combinación estarían en el entorno socio-político-económico que nos enmarcó, y YS las describe de manera muy convincente: la escasez económica, la imposibilidad de influir en los destinos predeterminados de nuestras vidas, las manifestaciones hueras y forzosas de compromiso oficialista, etc. Como resultado inevitable de todo aquello, no conservaríamos más ideales que los de dotarnos de abundantes y coloridos productos de consumo, tan ausentes de nuestras manos como profusos en hogares que sería más prudente no mencionar.

Es de suponer que YS no pretenda retratar a todos los que generacionalmente corresponde su material, aunque sí a la aplastante mayoría. Yo sería ingenuo si pretendiera únicamente establecer una diferencia particular con este retrato de mis coetáneos, que no puedo encontrar más funestos. La cuestión clave es, por supuesto, en términos generales, ¿tiene razón YS?

Antes de entrar en el meollo del asunto, intentaré ganar una primera escaramuza, oponiéndome a las tesis de "A vuela Cuba", como quien se agarra de una brizna de hierba para no caer de un precipicio. Mi grupo generacional sería, según YS, por encima de todo, cínico. La escuela cínica de pensamiento –sí, voy a los clásicos, ya que están ahí y creo que me pueden ayudar- sostenía que el conocimiento parte de la sensación, que no hay conceptos generales definibles, y que solo el individuo era real e intuible en su existencia. La virtud es el único Dios, y todo lo demás, arte, ciencia, placeres y dolores, desdeñable e indiferente; el hombre debería renunciar a todo ello, buscar la virtud en las formas naturales, viviendo solo de “lo más esencial” y haciendo que la felicidad consista en una vida bastante miserable.

Difícilmente una descripción de nuestra generación, diría. La veneración de la virtud no está entre nuestras prioridades, lo reconozco, y ese desdén por el arte, la ciencia, los placeres y dolores, nos son absolutamente ajenos. El colmo sería salir a buscar a un cubano que conforme su felicidad a base de miseria –aunque va y aparece alguno, y este es el fin de la escaramuza.

Claro que el cinismo hoy tiene otras connotaciones, que de seguro son las que nos encasqueta YS. Resultaríamos, por cínicos, indiferentes a las convenciones, opiniones y valores a los que nos hubieran expuesto; inmunes a las ideologías y a las emociones patrióticas; violadores de la moral desprovistos de vergüenza y sin sombra de principios. Qué cuadro.

¿De verdad nos hemos convertido en eso? Es decir, sí hicimos muchas de las cosas que nos restriega YS. ¿Nos convirtieron en eso? ¿No hicimos otras cosas también significativas? De haberlas hecho, ¿influyeron para convertirnos en algo de lo que se pueda estar un poco más orgullosos?

Como cínicos irremediables, no deberíamos guardar interés en ninguna actividad de la vida, personal o social. Los malvados funcionarios del estado totalitarista se habrían encargado de hacernos perder toda capacidad de asombro y fascinación por las artes, por los sueños de cada uno, por cada posible esfera de ejercicio de la personalidad. Yo no voy a defender disparates y barbaridades cometidas por el gobierno cubano en todas sus etapas. La crítica contundente a sus errores, el enjuiciamiento objetivo de sus políticas desacertadas no encuentra en mí un oponente. Pero aquello no fue todo. No simplifiquemos exageradamente, maniqueamente. Porque, además de no ser justo, presuponer que todo en nuestra génesis fue funesto, nos conduciría a una actitud neurótica de auto desprecio, una espiral de auto odio y auto destrucción.

Cientos de miles de los muchachit@s, en una primera etapa, que llevaron pañoletas, sin entender bien de qué iba aquello, sí podían comprender la abrumadora diferencia ganada, comparando el sistema que les llevaba a convertirse en personas preparadas que se ganaban unas vidas modestamente decorosas, con el que hacía fallecer a sus padres o abuelos en la miseria. Dudas y reservas ante el nuevo régimen, podían subsistir, naturalmente, pero razones a su favor no faltaron, tremendamente superiores, en mi modesta opinión. Nosotros vinimos después, dice YS, y no podríamos asimilar aquello como la enorme conquista que representó. Yo mismo digo que las comparaciones con hace 50 años no cuentan. Partir de una base más alta, es una carga pesada. Pero el salto abismal que dieron para bien la educación y la salud, se extendió a la ciencia, al arte, al deporte, a muchas manifestaciones de la cultura. Los oficiales responsables del quinquenio gris, los artífices de las persecuciones en las universidades por creencias religiosas y gustos de sabores extranjerizantes, fueron una realidad que ensombreció el sol: eventualmente hay que escoger entre reconocer la luz –procurando remediar sus manchas- o criticar solo las manchas.

Poco a poco, argumenta YS, se olvidaba el terrorífico pasado y prevalecían las insatisfacciones del presente cuyo avance se ralentizaba (¡y todavía no hemos llegado a los 90!). Yo no llegué a conocer, por ejemplo, cómo era ver nacer un niño en un bohío. Supuestamente no debería impresionarme el hecho de haber sido parido en un hospital, con todas las garantías. Pero resulta que mi padre me llevaba a pasear al campo, y más de una vez visitamos la humilde casuchita donde vivía su familia. Acampar allá, viniendo de la ciudad, era una experiencia muy bucólica. Pero también dejaba una huella…

De regreso al entorno urbano: dar por sentado que teníamos derecho a muchas cosas, no impidió que sintiéramos pasión por muchas de ellas. El desarrollo masivo del talento artístico, científico y deportivo, cuéntese con ello, despertó muchos entusiasmos y vitalidades nada cínicas. Váyase a uno de esos denostados preuniversitarios: concedo de antemano la razón a la mayoría de los anatemas, pero obsérvese si falta entusiasmo en los eventos deportivos; condéneseme si falta alegría real en las fiestas con todo y reguetón incluido; crucifíqueseme si unos cuantos no sueñan con la consecución de planes académicos personales; aquellos estudiantes pueden ser frívolos y promiscuos, pero escúpaseme si fueran, en su mayoría, cínicos en sus pasiones amorosas.

¿YS no puede soportar el “cinismo” de nuestras actitudes políticas? Pero ella ha hecho algo al respecto: lleva un blog, donde analiza el problema. Ella se está comportando de manera no cínica. Está asumiendo una actitud, sobre todo si lo hace por manifestar un determinado desacuerdo o disgusto con el estado de las cosas, y cierto deseo de que cambien, junto con aquellos que condujeron las cosas a ese estado. El último párrafo de su texto expresa esperanza en que las nuevas generaciones, posteriores a la nuestra, sean mejores, y construyan un mundo que ella espera sea mejor. Bienvenida, YS, al mundo del no-cinismo.

Abordemos entonces el fenómeno del presunto cinismo político de la generación donde muchos –pero no todos- tienen nombres con Y. Recuérdese que cinismo expresa falta de interés. Y ahí es donde yo más seguro me sentiría de que YS se equivoca, porque se puede tener la seguridad de que la aplastante mayoría del pueblo cubano, de todas las generaciones, nombres y orígenes, tiene un enorme, profundo e inalienable interés en su situación económica y social. Que en su expresión más condensada reciben el nombre de política. A las personas les preocupa el cómo van a vivir; en qué condiciones; si prosperarán, si podrán satisfacer sus anhelos sublimes o pequeños; si podrán ejecutar o no sus proyectos de vida. Y eso pasa, obligatoriamente, por el contexto de la sociedad en que viven, desde la Edad de Piedra hasta nuestros días. Al cubano lo haría feliz que el país mejorara, aunque sea por el interés egoísta de que eso significará mejoras para él. Aunque ya se haya cansado de esperar por lo primero y solo piense en lo segundo. Aunque lo hayan convencido de que solo puede tener éxito si se dedica a sí mismo. Desde ese punto de vista, el cubano no es, ni será nunca –como la mayoría de los seres humanos de este planeta casi redondo- cínico.

¿Que lo que expresa esta generación, en la arena de las reuniones oficiales, está lejísimos de lo que se guarda para su fuero interno? Si eso fuera el argumento decisivo para calificar a alguien de cínico, YS tendría razón. Sin embargo, el disimular la opinión propia en una reunión oficial, cuando esta opinión es discordante con la de una maquinaria enorme, temible, rencorosa -y presente en la reunión-, no me parece fenómeno merecedor de tanta alharaca. Hay quien le llama instinto de conservación. Por lo pronto, no se puede negar que es una actitud humana en grado sumo, presente –de nuevo- en cualquier latitud.

Hasta qué punto esta generación fue testigo pasivo o cómplice de abusos, para mejor satisfacer ambiciones personales, será una cuestión por la que nos juzgarán nuestros hijos. Del otro lado de la balanza, del que pesa a favor nuestro, pondremos los maltrechos ideales que sobrevivieron a las grandes debacles; lo poquito que hayamos podido construir para dejarles; las briznas de rebeldía que pudimos ejercer.

Nuestras generaciones no fueron durante estos años, sostengo, absolutamente cínicas o descreídas. Muchos compartimos sinceramente los valores –el "Seremos como el Ché"- que YS descarta para sí. Ella tiene todo el derecho a hacerlo, pero por favor, que no extrapole tan a la ligera. Al pasar el tiempo, unos desecharon esos valores por supuestamente obsoletos, y otros descubrimos la necesidad de reinventárnoslos en nuestra propia realidad. Tuvimos la suerte, algunos, de alcanzar un conocimiento de la historia y la cultura de nuestra patria más profundo que el que satisfacía a ciertos fantoches, y los superamos, sin negar de nuestro común legado, estando hoy en una posición también polémica pero desde otra perspectiva. Otros compartieron parte de aquellos valores y descubrieron su rebeldía contra algunas de sus limitaciones, literalmente a contra-pelo, a contra-música, a contra-que-tú-me-digas-con-quién-me-tengo-que-relacionar. Un buen grupo, también, defendió ideales filosófico-religiosos, a costa de enfrentar el ostracismo oficial, la expulsión de los mejores centros de trabajo o estudio, entre otras realidades vergonzosas que hoy quisiéramos no haber vivido. Finalmente, hasta los que han escogido la vía del exilio, han mostrado una fuerza nada cínica en su resolución –nada fácil es dejar el país donde uno nace y adquiere conciencia de ser humano. Me rehúso a aceptar la existencia de una gran homogeneidad, y esto es válido tanto para la homogeneidad en la fidelidad de la que el gobierno blasona, como de la homogeneidad cínica que YS defiende.

Y en cuanto las condiciones se hicieron menos agobiantes, en cuanto fue menos peligroso expresar divergencias respecto al ideal del proyecto común, una ola recorrió los centros estudiantiles y muchos laborales, y barrió con la actitud falsísima de los llamados come-candela. Éstos siguen presentes por aquí o por allá, pero ya no hay ni uno por grupo o brigada. Pueden haberlos nombrado secretarios generales, pero no están presentes –no dan abasto- en todas las reuniones a niveles de base –y cuando están, reciben el fuego cruzado de cualquier cantidad de ideas, calificadas de heréticas en los tiempos en que la voz del oficialismo más fanático campeaba por sus respetos. Esto también ha sido obra de la generación Y, que carga sin embargo el pesado epíteto del cinismo según YS. Incluso en reuniones con “altos dirigentes” de la UJC, de la FEU, de la dirección del país, los que hoy tenemos entre 25 y 40 años les hemos cantado más de cuatro verdades a ciertos personajes. Es verdad que ya las condiciones no son las de hace 20 años, en que la expulsión hubiera sido fulminante por pecados mucho menos graves, sin embargo han sido ocasiones que han requerido valor, para personas que merecen ser considerados, según YS, sólo como escépticos, apáticos o camaleónicos.

Y es que las personas no son la suma pasiva de sus circunstancias. De haber sido así, los sesudos ya hubieran develado las ecuaciones del futuro y de la historia. Independientemente del optimismo o pesimismo respecto al estado de cosas de nuestro país, de lo que se estime sucederá en el futuro con la revolución, las personas pueden tomar una posición –y mi convicción es que lo hacen-; las personas pueden decidir asumir una actitud en pro de transformar, mejorar –y, por ese camino, hasta revolucionar, quién sabe- las realidades que los rodean. El entorno en que aterrizamos al nacer y donde crecimos ¿no nos satisface, lo consideramos perfectible, nos disgusta? Pregunta con afortunada variedad de respuestas. ¿Qué hacer con él? Mayor y más afortunada variedad aún. YS piensa que para nosotros todo está cínicamente perdido, pero –recuérdese el último párrafo de su texto- las nuevas generaciones pueden marcar una diferencia.

Y si ella no permanece cínica ante esa realidad, yo –con el resto de la generación Y- no tengo por qué serlo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha encantado tu entrada y calidad del desarrollo que has mostrado, está claro que la definición de las cosas depende del ojo que lo mira.... nada es tal cual parece, por lo que muchas veces una definición es errónea.
Para mí, nada es definible sino solamente aproximado.

Garrincha dijo...

lo que va a quedar de esa generación (y de otras)solo podrá ser evaluado a una distancia histórica y en un contexto neutral que no existen en el debate.
de otra forma, corres el riesgo de estar defendiéndote, más que otra cosa.
pero alguien tiene que debatir en algún momento.
así que te felicito a ti y a yoanis.

saludos.