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13 de junio de 2013

Unos zapatos que están por reventar

Periódicamente se pone en boga el tema de los servicios médicos en Cuba y su calidad. Más o menos se puede distinguir el hecho, objetivo, de que no hay que abonar alguna suma al asistir a una consulta, o cuando se le practica al paciente una operación u otro tratamiento en el hospital. Por otro lado, se aprecia cómo al cubano le puede llegar a salir, sin embargo, bien cara la posibilidad de sufrir alguna enfermedad. Esto se desprende del hecho de que el sistema médico nacional se mantiene a cuenta del trabajo y los salarios no pagados a la masa de trabajadores, amén de los gastos en que se incurre para llegar al centro hospitalario, refuerzo de comida, dotación de sábanas y otros insumos que faltan en tantos hospitales, y sin olvidar algún regalo que los pacientes intentan ofrecer, a la medida de sus posibilidades, a sus médicos.
 
Los trabajadores de este sector tenemos la perspectiva de estar, hora en los zapatos del que atiende en una clínica, hora en los del paciente atendido. Sin pasar por esta experiencia, es muy sencillo criticar y condenar actitudes de negligencia y desidia, que es cierto que no faltan. El ciudadano vendedor-plomero-chofer-electricista-albañil-artista, exige una atención médica de primera calidad, una sonrisa en nuestro rostro, todo el tiempo y las consideraciones del mundo –y sin que se le haga esperar mucho. Sin embargo, el problema es mucho más complicado.
 
El doliente criticará, y reconocemos que tiene toda la razón del mundo, cuando los profesionales no le ofrecen la atención que merece. Por eso no puedo rebatirle a mis familiares, a mis amigos, a mi propio yo, cuando todos nosotros estamos del lado del paciente maltratado. Pero si solo nos quedamos en ese nivel, estamos olvidando que el médico, y el técnico, y demás profesionales de apoyo, son solo un eslabón, puede que oxidado, en una cadena. Y toda la cadena está extremadamente oxidada, desde el desabastecimiento de medicamentos, reactivos, las dificultades de accesos a tantos servicios, el estado de las instalaciones, entre otros muchos, que no son responsabilidad propiamente del médico.
 
Se puede comentar, para enfatizar por lo más obvio, cómo los salarios del personal de salud cubren una fracción mínima del costo de la vida. Cualquier cantidad ínfima de víveres en un mercado nos cuesta tres o cuatro días del sueldo, y   por cualquier arreglo elemental de la plomería, electricidad, de un equipo electrodoméstico, o de albañilería doméstica que necesitamos, se nos exige abonar el ingreso de una semana, dos, o todo el mes. Llegar al trabajo requiere de estresantes maniobras con el transporte público, pues los vehículos particulares simplemente están fuera del poder adquisitivo del médico. Las opciones recreativas y turísticas de calidad, así como muchos espectáculos culturales, resultan un sueño inalcanzable por sus inalcanzables precios en una moneda 25 veces más cara que aquella en la que nos pagan,.
 
Se puede encontrar sin dificultad otros escritos que se extiendan en las malas condiciones de trabajo, la alimentación, el estado constructivo, etc., así que no vamos a extendernos en ello. Y todavía no se ha mencionado muchos problemas escondidos tras bambalinas, de agobios burocráticos, incomprensiones del aparato estatal administrativo o simplemente indolencias, demagogias y abusos, que deben sufrir el médico y sus compañeros de trabajo. El caso es que, en esas condiciones, con esos salarios, al quitarse los zapatos del que debe ser atendido y ponerse los zapatos del que atiende, se notará una apretazón más allá de lo descriptible, tal que parecerá un milagro, una hazaña extraordinaria, que en esas circunstancias, exista siquiera algún tipo de disposición para ejercer el servicio que, de alguna forma buena, mala, regular, todavía se brinda.
 
Inserto una anécdota cuya veracidad me consta. En cierto hospital ofrecen con cierta frecuencia, como postre a los trabajadores, un plato consistente en la semilla de un mango, en almíbar. No sé si la pulpa se queda en una fábrica de compotas, que manda el subproducto al hospital, o si son los turistas los que disfrutan de las sabrosas tajadas del fruto tropical. Lo que sé es que a los trabajadores del hospital les tocan las semillas. Por pura lástima no nos están dando también las cáscaras.
 
Por eso me encantaría que la solidaridad fuera mutua, que se extendiera horizontalmente, en todos los sentidos, y que ciudadanos-dolientes y ciudadanos-profesionales de la medicina, hicieran causa común. En lugar de tomarla solamente con el lado visible a su sufrimiento, el doliente podrá hacer acopio del altruísmo que se nos exige, del espíritu humanitario y todo lo demás, y acompañarnos en una demanda nacional para rescatar la dignidad del trabajo del profesional de la medicina. Ese profesional es el que, al final, le salva la vida a tantos como le alcanzan sus energías, aunque sea con cara de vinagre; ese, para realizar el trabajo que muchos encuentran insatisfactorio, tiene que aceptar vivir a un nivel de sacrificio que no todos están dispuestos a asumir.
 
Se ha dicho que esto es temporal y pronto los trabajadores de la salud recuperarán su preeminencia en la pirámide social. Se ha dicho, y se ha repetido, desde hace más de veinte años. Si algo se ha apreciado en este plazo, es que esas son palabras vanas, promesas sin capacidad de tornarse realidades. Alternativamente, se nos ha abrumado con discusos y llamados a la conciencia y a la austeridad y al estoicismo, como para convencernos de que una vida de siervo es la mayor recompensa a la que se puede aspirar, y pensar otra cosa es indigno de un revolucionario. Esto, de parte de las mismas autoridades que proclamaban, en los albores de la revolución triunfante en 1959, que el nuevo gobierno traería la prosperidad. En particular, los médicos (y otros técnicos apreciados por su impacto profesional) tendrían un buen nivel de vida, "vivienda y acceso a todas las posibilidades culturales y espirituales que se están formando en la Nación" (1). Y, para variar, se ha dicho que la culpa de que no sea así la tiene el imperialismo yanqui, y el bloqueo, y que quejarse de nuestras desgracias es anticubano o algo así.
 
Pero resulta luego que no tenemos un pelo de tontos, y percibimos que esa pobreza, que sería culpa del bloqueo, no es para todos. Cuando se divulga que los hijitos de papá intervienen en torneos de golf en reputados circuitos, podemos calcular cómo el precio de esa inscripción cubre fácilmente más de treinta meses de nuestros salarios. Cuando nos ponemos a pensar cuántos recursos se han malgastado en obras hijas del delirio y la mala planificación, en movilizaciones políticas que terminaron desmovilizando y enajenando a las personas, en políticas económicas irracionales que arruinaron industrias y territorios, nos preguntamos, si seguiremos pagando aquí abajo los platos rotos. Encima de todo, ahora se percibe un viraje en el discurso tradicional y se elevan loas al socialismo de la prosperidad. Esto vale para entusiasmar a las personas a que monten sus propias iniciativas empresariales y hagan sus negocios y prosperen económicamente –si antes ganan en la dura competencia del mercado, pero eso es otro tema–; bien, para los profesionales de la salud, ¿cuándo llegará la prosperidad?
 
Hoy día, como es sabido, son los servicios médicos la principal fuente de ingresos del país, por encima del turismo y las remesas. ¿Dónde está la retribución a los que mantenemos esta industria viva? ¿No se suponía que los que más aportáramos, recibiéramos más?
 
Sin ser capaz de elucubrar, por ahora, soluciones brillantes a tan serios problemas, seguiré acumulando razones para la zozobra. ¿Se acuerdan del otro pilar del discurso actual de lo que llaman Socialismo, en Cuba? Me refiero a la educación, que igualmente pasó o, mejor dicho, todavía atraviesa malos tiempos. Sin embargo, ha surgido todo un aparato educativo paralelo, privado, al abrigo de las reformas económicas que permiten la labor de los maestros particulares.
 
Era obvio. El estamento que progresa en la economía emergente quiere lo mejor para sus hijos, y las escuelas del Estado no satisfacen sus expectativas. La prole de las mismas clases superiores no siempre se encontraba a sus anchas o le sacaba todo el provecho a las academias de élite existentes en institutos vocacionales y universidades (hay que hacer la salvedad de que estas instituciones también estaban abiertas al hijo de Liborio, si manifestaba aptitudes suficientes). Por lo tanto, incluso antes de la apertura y legalización de la docencia por cuenta propia, miríadas de niños y adolescentes de familias pudientes pagaban los respectivos repasadores. Ello ocurría a pesar de que, en esa etapa, no escaseaban los anatemas y los llamados a descontinuar dicha práctica. Ahora la educación privada es toda una industria, que crece en cantidad y nivel organizativo y le discute espacios al aparato estatal, en comparación con el cual lo único que le falta es la potestad de extender certificados reconocidos oficialmente, de nivel escolar vencido.
 
¿Qué semillas están creciendo ahora en el terreno de la atención médica? Es por ahora ilegal, y oficialmente recibe fuertes condenas morales, pero se escucha un número significativo de comentarios respecto a profesionales de la medicina que cobran por prestar sus servicios de una forma, llamémosla así, más amigable, que a través de las instituciones oficiales. Esto, por supuesto, sobrepasa en mucho la posibilidad, comprensible, del agradecimiento a un médico a través de un regalo según las posibilidades del paciente. Esto implica ya una relación absolutamente distinta, la de la mercantilización del servicio.
 
Esto, en el campo de la educación, como señalamos, primero existió y después se hizo legal. ¿Qué ocurrirá entonces en el terreno de la atención médica? Considérense los planes de tantos cerebros de la economía, de desatar los nudos de las fuerzas productivas a cualquier precio; la presión de los nuevos ricos, los nuevos empresarios y hacendados, que desean que sus familias se atiendan con tanta calidad como la de los altos dirigentes. Dado que las capacidades de las clínicas de élite son limitadas, y la red de salud nacional más bien va para atrás que para adelante, con tanto recorte y racionalización, ¿cuál creeríamos que será el resultado? Con el creciente intercambio de viajeros, dineros y mercancías –que incluyen medicinas–; con el poderío económico empotrando firmemente sus fueros en la ideología; con el descontento de los profesionales de la medicina y el de los pacientes que existe hoy día sin solución a la vista; más la incapacidad manifiesta del Estado de transformar significativamente el orden de las cosas en este campo manteniendo los principios de universalidad y gratuidad, no sería extraño ver de aquí a unos años cómo se va imponiendo, seguramente de manera solapada, una apertura privada a la práctica médica.
 
No encuentro la capacidad de prever claramente ninguna de estas circunstancias en el futuro. No me vienen a la mente, por más que me la exprimo, soluciones claras y tangibles. Solo sé que en el suelo más favorable están plantadas las semillas más peligrosas. Prever y nombrar un peligro puede ayudar a exorcizar el fantasma, a que se discutan y aparezcan soluciones. Puesto que el problema puede reventar, como un pequeño planeta atacado por gruesos baobabs. O como unos zapatos viejos, gastados, y demasiado apretados en unos pies que ya no los soportan.
 
Notas:
(1) Informe en la Reunión Nacional de Médicos, del Dr. José Ramón Machado Ventura, Ministro de Salud Pública en 1961. En Fundamentos políticos ideológicos de la salud pública revolucionaria cubana. Compilación de Francisco Rojas Ochoa. Editorial Ciencias Médicas, La Habana, 2009

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