El otro día iba yo en un ómnibus de la ruta del P4. Atestado, a la hora en que
mataron a Lola, en una de estas radiantes tardes de verano. Las personas, que
luego de haber esperado largo tiempo en distintas paradas, se habían podido
subir superando a otros menos pujantes en las consiguientes moloteras, no iban
de buen humor. Casi todos estresados, acalorados, pensando seguramente mal del
gobierno, por lo menos del ministerio del transporte. Y yo, no.
Yo, desde que llegué a la parada, había sacado mi librito de cuentos de
Junichiro Tanizaki. Relajadamente me había puesto a leer, abstrayéndome del mal
ambiente. En el momento de llegada del ómnibus, aplicando las lecciones del arte
marcial oriental, conseguí que la fuerza de los demás fuera la que me hiciera
entrar por la esquiva puerta. Agarrado de cualquier forma a un tubo con una
mano, seguí disfrutando de los ambientes de geishas, samuráis y valles sembrados
de arroz, en lo que unas mujeres prorrompían en obscenidades a mis espaldas, en
ardiente discusión por un asiento de embarazada. Yo, abstraído. Unos señores
mayores más adelante, vomitando sapos y culebras posteriores a un intercambio de
empujones, y la magia de la literatura me las transformaba en haikus. El chofer
enojado denostando a los morosos en el pago con frases poco pedagógicas, y yo
abstraído, pensando en cómo contarle a mis amigos, aficionados a la lectura como
yo, el singular romance de Flor de Cerezo en Primavera.
Qué culto, qué buena manera de aprovechar el tiempo, eh. Si lo presento así,
claro, según la filosofía de algunos periodistas intelectualosos de nuestros
medios nacionales. Ahora, cambiemos algunas palabras.
Literatura, por música. Libro, por dispositivo reproductor MP3 o audífonos de
celular con la prestación cancionil (ojalá, eh). Junichiro Tanizaki por Elton
John, Vivaldi, Michael Jackson, Enya, Buena Fe o Los Aldeanos. Amigos
aficionados a la lectura, por seguidores de una cuenta -soñada, por ahora- en
alguna red social.
Ipso facto, puedo visualizar los ceños de aquellos periodistas de ahorita, cómo
se fruncen. Ya no verían el abstraído, distraído, soñador, que practica aquello
de que la cultura no tiene momento fijo. Ahora verían a un obtuso consumista,
que pierde las oportunidades de estrechar relaciones reales con las personas de
verdad, para refugiarse en un mundo ficticio, y enajenante.
Consecuentes e inconsecuentes por igual, que me perdonen si prefiero cualquier
mundo al de aquel P4 a la hora a la que mataron a Lola.
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