Tags: Cuba, política social, medios de comunicación, universidad, internet, Palabras a los Intelectuales, Fidel Castro
En días pasados se estuvo conmemorando intensamente en nuestros medios relacionados con las esferas de la cultura y el pensamiento social, el cincuenta aniversario de los encuentros de Fidel Castro con un grupo de escritores y artistas que dio origen al material recogido bajo el título de Palabras a los intelectuales. También en estos días me he estado leyendo un libro de lo más interesante, A viva voz, que recoge un grupo de entrevistas a Fernando Martínez Heredia. En el libro tropezé con referencias de FMH a aquellas Palabras
, y recordé y relacioné algunos elementos sobre los que me pareció que valía la pena detenerse.
Como hace FMH, es necesario situarse en el contexto y los antecedentes. A mí me pareció particularmente notable el destaque de cómo en Cuba, hasta poco antes de aquellos momentos, se había concretado un intenso vórtice de vida intelectual y de debate y discusión y creación filosófica, política y social, conectado estrechamente con las corrientes más productivas del mundo en su momento. Históricamente se había formado un conjunto de publicaciones, periódicos, revistas, "de una riqueza y diversidad extraordinarias", lleno de "informaciones, reportajes, crónicas, secciones, comics", muy leídos, influyentes y con alcance y resonancia en toda América Latina. Según FMH, se trataba de "un mundo de enorme amplitud y alcance", a cargo de las tareas de socialización de la palabra, escrita y también hablada a través de un "formidable conjunto de emisoras radiales nacionales y regionales, que gozaba de una audiencia y una influencia descomunales", con una televisión que era pionera también de América Latina y que avanzaba a una velocidad impresionante. Las comillas son extractos literales de una de las entrevistas del libro.
Je, je. Como quien dice, Cuba estaba a la vanguardia de la Internet de la época. Con el triunfo revolucionario y la lucha de clases desatada, el Estado tuvo la necesidad de nacionalizar la totalidad de aquellos medios, y hacerse cargo de su funcionamiento. Muchos intelectuales sintieron recelos de lo que les podía ocurrir, de que les aplicaran los mecanismos de la Rusia estalinista de control de la cultura y del pensamiento. El líder de la Revolución percibió la necesidad de reunirse con ellos y disipar aquellos temores.
Entonces Fidel definió aquellas pautas tan esperanzadoras. Asentó que no había razones para sentirse pesimistas. Que la Revolución había venido a mejorar las condiciones de vida y trabajo de los intelectuales, no a perjudicarlas. Sobre la libertad de la labor y el pensamiento, Fidel destacó cosas que ojalá se recordaran más, esto es, "en primer lugar que la Revolución defiende la libertad, que la Revolución ha traído al país una suma muy grande de libertades, que la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades". Esta preocupación no era tanto para los integrados totalmente al proceso revolucionario, que la acataban naturalmente como la coronación de sus ideales, sino más bien para los que preferían permanecer en un campo más autónomo, sin que eso quisiera decir que se opusieran a las cosas de la Revolución, claro está: "la duda queda para los escritores y artistas que sin ser contrarrevolucionarios no se sientan tampoco revolucionarios", porque "Nadie ha supuesto nunca que todos los hombres o todos los escritores o todos los artistas tengan que ser revolucionarios". Esta vez las comillas las uso para frases literales del manifiesto fidelista.
Ahora bien, es inevitable percibir una contradicción que debiera resultar embarazosa para todos los que se han llamado revolucionarios, y es que años después se pudo constatar cómo se volvió un problema para una persona el no poner mucho énfasis en las actitudes que según ciertos cuestionarios, determinaban cuanto de "revolucionariedad" había implícita o explícitamente en las proyecciones personales. En principio, en el momento histórico de Palabras
, para el líder máximo de la Revolución no resultaba obligatorio "que todo hombre honesto, por el hecho de ser honesto, tenga que ser revolucionario". Se podía concebir con aquellas ideas, un estado de cosas donde, aún cuando los revolucionarios constituyeran la fuerza directriz del desarrollo de la nación, podían haber trabajadores manuales o intelectuales que no se hubieran integrado tan íntimamente al proceso y, sin embargo, resultaran "escritores y artistas honestos; que además querían ayudar a la Revolución; que además a la Revolución le interesaba su ayuda; que querían trabajar para la Revolución y que a su vez a la Revolución le interesaba que ellos aportaran sus conocimientos y su esfuerzo en beneficio de la misma." Y ahora merece recalcar otro párrafo de aquel discurso:
"es deber de la Revolución preocuparse por la situación de esos artistas y de esos escritores. Porque la Revolución debe tener la aspiración de que marchen junto a ella no solo todos los revolucionarios, no solo todos los artistas e intelectuales revolucionarios. Es posible que los hombres y las mujeres que tengan una actitud realmente revolucionaria ante la realidad, no constituyan el sector mayoritario de la población: los revolucionarios son la vanguardia del pueblo. Pero los revolucionarios deben aspirar a que marche junto a ellos todo el pueblo. La Revolución no puede renunciar a que todos los hombres y mujeres honestos, sean o no escritores o artistas, marchen junto a ella; la Revolución debe aspirar a que todo el que tenga dudas se convierta en revolucionario; la Revolución debe tratar de ganar para sus ideas a la mayor parte del pueblo; la Revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo, a contar no solo con los revolucionarios, sino con todos los ciudadanos honestos [...]. La Revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios."
Y así, de esta manera, se deben establecer las condiciones para que TODOS "encuentren que dentro de la Revolución tienen un campo para trabajar y para crear; y que su espíritu creador, aun cuando no sean escritores o artistas revolucionarios, tiene oportunidad y tiene libertad para expresarse. Es decir, dentro de la Revolución."
Hubiera sido excelente que se hubiera podido concretar la síntesis fidelista: "¿Cuáles son los derechos de los escritores y de los artistas, revolucionarios o no revolucionarios? Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho". Para mí en particular, aquel discurso demostraba la justeza de dedicarse a defender y trabajar para la Revolución y el derecho de esta última a defenderse de quien pretendiera agredirla, en tanto esta se definía como un acto de justicia suprema para las personas trabajadoras, para los explotados y humillados de la sociedad, que recuperaban con ella su dignidad humana, su capacidad de trabajar por un presente mejor para ellos y un futuro de bienestar para sus hijos e hijas. Lamentablemente, con el tiempo se hicieron un número de cosas en nombre de la Revolución, que nunca hubieran debido ocurrir, y aquella esencia que estaba tan clara para todos -hasta los enemigos de la Revolución eran una cosa bien clara- pareció que se diluía hasta el punto que el 1ro de mayo del año 2000, casi 40 años después, Fidel se vio en la necesidad de volver a ofrecer un concepto de Revolución (aquel de "sentido del momento histórico, cambiar todo lo que debe ser cambiado", etc.) que muchos exégetas loaron mucho. En cambio, en aquel discurso de 1961 todo estaba claro, concreto; se sabía por qué luchar y se esperaba que el triunfo de esa lucha condujera indefectiblemente al triunfo de la utopía de máximo nivel de democracia, libertades, derechos para todos, que se desprendían de aquellas palabras dirigidas no solo a los reunidos en la Biblioteca Nacional, sino a todos los cubanos y cubanas preocupados por el funcionamiento político, ideológico y filosófico de una sociedad en plena ebullición.
Entonces, tras los momentos actuales de conmemoración del cincuentenario de Palabras a los intelectuales, valdría la pena recapitular la implementación de aquellas pautas. Esto puede ofrecer más de una dificultad. Es sabido que los religiosos estuvieron entre los primeros en sufrir de marginación dentro del sistema estatal. Los gustos artísticos, proyecciones personales espirituales, aspectos como la manera de lucir físicamente o las preferencias sexuales resultaron parámetros sometidos a rigurosas restricciones para quienes aspiraban a hacer ejercicio de los derechos prometidos. Fácilmente le viene a cualquiera una consigna del medio estudiantil que resulta muy incómoda de defender a la luz de lo que dijo Fidel hace 50 años, la seguidilla aquella de "universidad para los revolucionarios". Si reconocemos con Fidel que revolucionarios pueden ser una vanguardia, y que el resto de los mortales como personas honradas también tienen, dentro de la Revolución, derecho a todos los derechos (que deben ser muchos más que los de antes, en las condiciones restrictivas y opresoras de la primera República), entonces los derechos de efectuar estudios superiores, desarrollar el intelecto con los medios más avanzados existentes y poner esas capacidades al servicio de un empleo socialmente útil, no se pueden enajenar o condicionar a respuestas políticamente halagüeñas para ciertos oídos. Ahora que la dirección máxima de la FEU reconoció que la mayoría de los estudiantes en la brigada está bastante divorciada del vocerío oficial, sería inteligente dejar de propugnar una frase que se hace más hueca con cada uno de los millares de jóvenes profesionales que emigran anualmente, después de haber pronunciado todas las consignas que se les exigieron para graduarse.
Hay que ser fiel a la palabra empeñada, nos enseñan. Algo parecido pasa con la actividad laboral, intelectual o no, de todos los que se quedan. Mi comparación de la esfera mediática de los años 40 y 50 del pasado siglo con la Internet no fue casual y se anticipaba a lo que sigue. Si se libraron duros combates contra los gobiernos que pretendían imponer la censura en aquellos medios, y a la larga se ganaron, no puede ser posible en el día de hoy que se proclame realizado un salto cualitativo sin par en las libertades y en el desarrollo de las capacidades para el ejercicio de esas libertades, y se considere al mismo tiempo que se hace necesario limitar y controlar el acceso que los nuevos canales de circulación de ideas, de noticias, de pensamiento, de cultura. El argumento de la limitación técnica quedaba como el único plausible, suponiendo que se hubiera realizado el máximo desarrollo posible bajo una restricción física pre-existente conexión satelital de escaso ancho de banda, pero ahora, que tenemos el tan esperado cable de fibra óptica, todo intento ideologicista, todo silogismo oportunista dirigido a la restricción de las fuerzas y mentes en este campo (siempre que no se trate de fuerzas contrarrevolucionarias), va en dirección contraria al espíritu y la letra de Palabras a los intelectuales.
Esperemos que en el aniversario 100 no estemos hablando de lo mismo.
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