Por Víctor Fowler
Cuando yo era niño, había una revista cuyo nombre era “Luz” y que estaba dedicada a cuestiones relacionadas con el estudio y análisis de la sexualidad y el erotismo humanos. En realidad, no se imprimía en aquellos años iniciales de los 60 cubanos, sino que constituía uno de los tantos remantes, que entonces eran visibles, del período anterior; según esto, escribir “había una revista” con tanta neutralidad, más bien esconde el hecho de que tales materiales circulaban de mano en mano y dentro de una suerte de código oculto. Dicho de otro forma, tal vez algún pariente adulto te daba algún ejemplar para que “fueras aprendiendo” o un compañero de aula lo había robado del escaparate del padre; tales eran los modos y objetivos en una sociedad en la cual, aún, cualquier asunto referente a la sexualidad se mantenía en secreto.
Junto con todo lo que olvidé, recuerdo haber visto allí, por vez primera, los misteriosos nombres de Havelock Ellis y Richard von Krafft-Ebing, autores que mucho más tarde leería en la Biblioteca Nacional; y, si atiendo a la memoria, buena parte de los artículos eran de corte antropológico y dedicados a costumbres en tribus lejanas. Creo que algo se decía de la sexualidad en la Biblia y tengo la vaga idea de algún otro sobre la prostitución en Londres durante la célebre epidemia de la peste; pero la joya de mi colección de fragmentos o memoria, es un texto que, en lo adelante, nunca conseguí olvidar y que formó parte de mi catálogo de terrores privados hasta bien entrada la adolescencia: un artículo dedicado a explicar, con fotos y lujo de detalles, los aparatos usados para impedir la masturbación en la Europa de los siglos XVIII y XIX.
El sentido del flash, del viaje que nos regresa en el tiempo, es para resaltar las condiciones dentro de las cuales –hace no demasiado tiempo- se iniciaba en el conocimiento libresco de la sexualidad; a la vez que, desde el mundo de los adultos, el tipo de relación a este propósito era tal que, cuando se hablaba de esos temas, se hacía con despliegue de lo que llamamos hoy “masculinidad hegemónica” o con vergüenza, como si hubiese algo intrínsecamente sucio en las preguntas mismas. El saber sobre la sexualidad comenzaba en la esquina, con compañeros de juego de mayor edad, y nos llegaba contaminado de fábulas, manipulaciones, chistes, simples mentiras y homofobia, mucha homofobia.
Uno de aquellos chistes hablaba de una recogida de locas, en la heladería Coppelia, que eran subidas a un camión de la policía y cómo, en medio de la confusión, dos varones rectos caían dentro del bulto. Al que protesta de los dos la policía le pide que se identifique y lo escuchamos contestar un nombre; de inmediato, cuando la policía pregunta, señalando al otro: “¿y él quién es?”, se escucha por respuesta: “¡Mi marido…!” Uno reía de aquello y, para que el chiste tuviese gracia, la frase última tenía que ser dicha en tono festivo, como si la condición homosexual fuese, de por sí y con recogida policial incluída, una fiesta y como si la extracción de estas personas del espacio público fuese el gesto correcto.
Poco después, en años de la secundaria, repetíamos las estrofas y chistes del venezolano Simón Díaz que, misteriosamente, se hicieron muy populares en aquellos años y transmitían una homofobia militante y feroz:
“¡Ay, mariposa,
tienes una mirada,
de lo más delicada
y misteriosa!
¡Ay, mariposa,
si comenta la gente
que es algo corriente!
¡Mira qué cosa!
Un muchacho tan fino
que camina tan raro;
yo me muero de risa
cuando pasa a mi lado.”
tienes una mirada,
de lo más delicada
y misteriosa!
¡Ay, mariposa,
si comenta la gente
que es algo corriente!
¡Mira qué cosa!
Un muchacho tan fino
que camina tan raro;
yo me muero de risa
cuando pasa a mi lado.”
Sólo ahora entiendo que aquella iniciación, con sus vectores entrelazados, tuvo lugar en medio de los setenta cubanos.
II
La presentación de estos números 36-37 y 38 de la revista Sexología y Sociedad que realiza el Cenesex me permite recuperar el pedazo de memoria narrado tanto como celebrar el paso del tiempo (con los cambios que ha comportado para la vida nacional), así como el trabajo de apostolado que los especialistas del Cenesex realizan. Porque investigando, haciendo práctica y publicando sobre problemas de la sexualidad humana se enfrentan a una tradición que nos quiso a todos heterosexuales, homofóbicos, anti-mujer, varones de masculinidad hegemónica o hembras convencidas de la inferioridad propia, practicantes de una supuesta sexualidad correcta que se construye encima del silencio y la doblez.
En el breve prefacio que escribiera Foucault, para la edición estadounidense de El Anti-Edipo, se le da al libro de Deleuze y Guattari una de las más elogiosas calificaciones que libro alguno merecería llevar: “una introducción a la vida no fascista”. Después de haber revisado, casi entera, la colección de Sexología y sociedad, parece justo decir que los textos aquí publicados nos ayudan a vivir vidas no fascistas; no en el ámbito estricto de la sexualidad, sino como sujetos humanos, pues los alcances holísticos con los que es concebida la sexualidad aquí implican que no hay plenitud propia en tanto no haya plenitud del otro, así como que la sexualidad florece en un complejo entramado de circunstancias en cuya raíz se encuentran las tradiciones culturales y los posicionamientos económicos. Pobreza o desventaja económica y tradición cultural o prejuicio suelen fundirse para mantener a individuos o grupos en un status subordinado.
III
Esta presentación ocurre en la UNEAC, lugar asociado a varios de nuestros más importantes luchadores por el derecho al placer; luchadores que se valieron del arte y la literatura (como mismo los de hoy) para librar sus batallas en cuanto a la libertad y los límites de la representación. Es bueno que literatura, arte, postulados pedagógicos e investigación científica se conecten, porque necesitamos futuros donde los humanos puedan –sin padecer humillación- ser homosexuales, transexuales, bisexuales, fetichistas, sádicos, masoquistas o practicantes de cualquier otro modo de sexo-erotismo consensuado que no implique violación de derechos, daño físico irreversible o abuso mental. Necesitamos universalizar el derecho a la libre orientación sexual, además del derecho al ejercicio del placer que se brinda o recibe y, cuando esto vaya ocurriendo, aumentarán las dimensiones de la experiencia sexo-erótica y del cuerpo, así como la exploración que re-define fronteras. Arte y literatura no son sólo recreación del pasado o reflejo de dolencias presentes, sino vehículos para la imaginación de esos espacios futuros de goce y libertad.
No los tenemos aún y, sin embargo, allí está el lugar de nuestra cita.
El abanico de temas que abordan estos tres números de la Revista Sexología y Sociedad es tan amplio que sólo con muy rápida pluma presentaré los textos que en ellas aparecen:
No. 36
- “La atención integral a transexuales en Cuba y su inclusión en las políticas sociales”, de Mariela Castro Espín.
“…mi operación no es un problema de capricho, sino humanitario, porque de la única forma que yo puedo ser persona es operándome.”
Sin disminuir la especificidad de estas palabras, son útiles para abrirnos a prácticas que abarcan variados espacios de la conducta sexual humana, pues también allí preside la frase: “de la única forma que yo puedo ser persona”.
- “El derecho a la libre orientación sexual: un derecho sin protección legal en Cuba”, de Rita M. Pereira Ramírez
- “Intersexualidad y estigma social”, de Adriana Agramonte Machado.
- “La igualdad sustantiva: un paradigma emergente en la ciencia jurídica”, de Alda Facio Montejo.
No. 37
- “La sexualidad como determinante social de la salud y su consideración en las políticas públicas”, de Leticia Artiles Vidal.
- “Género y violencia. Nuevas miradas a una vieja relación”, de Dunia M. Ferrer Lozano y María L. González Ibarra.
- “Diabetes Mellitus y sexualidad: experiencias y especulaciones”, de Daysi A. Navarro Despaigne
- “Anticoncepción de emergencia en adolescentes: nuestra experiencia”, de Jorge Peláez Mendoza
- “Prioridades globales para el logro de la salud sexual: un análisis de las metas del milenio y las necesidades globales de la salud sexual. La Declaración Salud Sexual para el Milenio”, de Eusebio Rubio-Aurioles
- “Esclavitud y cuerpos al desnudo. La sexualidad y belleza de la mujer negra”, de Sandra Álvarez Ramírez
No. 38
- “Sexismo en el lenguaje científico”, de Jeanette Vía Ampuero
- “La familia en la educación de la sexualidad: un enfoque filosófico”, de Yanira Puentes Rodríguez
- “Sexualidad y televisión infantil: huellas de doble vínculo”, de Carolina Díaz Bravo
- “La mujer ante la experiencia del parto y las estrategias de afrontamiento”, de Felipe Hurtado Murillo, F. Donat, P, Escrivá y C. Poveda
- “25 de noviembre. Violencia contra las mujeres: del silencio a la palabra”, de Ada C. Alfonso Rodríguez.
Nota:
En la década de los 90, participé varias veces en la muy humilde Jornada de Arte Erótico que, bajo la sombrilla protectora de la Asociación “Hermanos Saíz”, organizaba el poeta, crítico y dramaturgo Norge Espinosa. Por aquel entonces, en la sede provincial de la AHS (conocida como La Madriguera) y siempre de modo muy precario, nos reuníamos escritores, críticos, pintores, fotógrafos y público en general, dentro de una aventura que lo era de conocimiento de textos críticos, disfrute de las obras que se presentaban y, sobre todo, de celebración. Los públicos eran pequeños, más enormes el entusiasmo y la fe. Un rebrote de esto tuvo lugar, con participación mucho más significativa, cuando centenares de personas invadieron el Pabellón Cuba para asistir a las actividades, organizadas por esta misma fecha, con motivo de la Jornada contra la Homofobia donde también estuve. Jóvenes, sobre todo jóvenes. Y la esperanzadora acción de los medios de comunicación, que no sólo transmitieron resúmenes de lo sucedido, sino que hicieron una gran actividad promocional durante las semanas previas. Este año, el silencio fue total y volví a recordar aquellas celebraciones en La Madriguera, cuando Norge enviaba a todas partes la nota de prensa sobre nuestra reunión y nunca apareció reproducida en lugar alguno.
En un sitio con una historia como la cubana, su cultura y sus tradiciones políticas, no es un acto simple; el año pasado, junto con el entusiasmo de quienes estuvimos en el Pabellón Cuba, existieron centenares de cartas de protesta de personas que consideraron aquello como una ofensa y no pocas provenientes de organizaciones, en particular las de carácter religioso. Sin embargo, tampoco es un acto simple no celebrar y entonces des-proteger, vaciar de legitimidad en el espacio público, a aquellos estilos (vestir, hablar, reunión, interpelación) asociados a prácticas no-heterosexuales. Es el uso del espacio público, de manera continua, lo que define la actitud de los Estados respecto a los grupos y no su destinación puntual, durante un día o una hora; eso y la permeabilidad del Estado a la participación de tales grupos en él. La manera continua, procesal, quizás también implique que no se trata de impulsar decisiones de un golpe, documentos firmados de un plumazo, sino de movilizar la fuerza del Estado en esa misma manera –continua y procesal- para que cada vez sea más posible el disfrute del espacio público por aquel grupo que fuera, previamente, subordinado. Un disfrute desde la identidad que reivindican y no debiendo transformarse en subjetividades sin marca para sólo entonces verse aceptados.
Si el Estado es, por definición, una gigantesca máquina de control por encima de los individuos, también es una gigantesca máquina de educación hacia toda la sociedad; trabajar la diferencia sexual no es cuestión de unas horas, tragadas con el apuro de un trago rápido y desagradable, sino de todos y cada uno de los días. El Estado nos representa previa aceptación, cuando se invoca el nombre del país, no estamos presentes todos sus ciudadanos, sino sólo el puñado de funcionarios que el Estado designa y que hablan por todos; pero, si esto es cierto, el hilo de las decisiones, la distancia entre silencio y participación, es moral. No admite tacticismos, porque cualquier medida o norma que se decida hace cosas con las vidas de personas que son, por demás, sus ciudadanos. La discusión, pública y continua, de las vidas dañadas no es algo que Estado alguno tenga derecho a postergar o negar, pues la función moral del Estado es hacer plena la vida de todos los ciudadanos dentro de su cobertura; en este sentido, es allí donde su cobertura no alcanza que el Estado es puesto a prueba, exactamente en las vidas, de todo tipo, que hayan sido dañadas bajo su duración. Entonces cualquier demora implica la decisión terrible de continuar, con todo conocimiento, dañando y permitiendo daño; por tal motivo, para no destruirse a sí mismo en la raíz de su sentido, es que la protección del que fuera dañado, su cuidado y recuperación, así como su presencia y participación en el espacio público y en el Estado mismo, son acciones necesarias. A diferencia de mucho de nuestro estilo tradicional, no se resuelve en oficinas ni con acciones reparadoras silenciosas, sino que hay que dar a saber quién es el Estado y cuáles son todos sus alcances: la extensión universal de su proyecto.
Inteligencia, madurez, cultura profunda, cientificidad, capacidad de diálogo, serenidad, paciencia, audacia, habilidad para usar el poder de manera precisa y rechazo a abusar del poder concedido.
Nos vemos el año próximo.
Tomado de NotiG 112, La Habana, 19 de mayo de 2009.
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