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22 de septiembre de 2012

Llénense las palabras con un contenido concreto (II)

tags Enrique Ubieta, Isbel Díaz Torres, actualización del modelo económico, Cuba, diálogo, debate, democracia, democracia socialista, derecha, anticapitalismo,autonomía, burocracia, capitalismo, censura, crítica, derechos ciudadanos, filosofía, iglesia católica, información, izquierda, manipulación, marxismo, Papa, periodismo, reformas, verticalidad
 
En la página web de un centro hospitalario cubano se divulgaba recientemente un material informativo, en el que se presentaba el mecanismo denominado Control Interno como "un instrumento de gestión que maximiza la iniciativa de los colectivos obreros". La persona que deseaba profundizar en el tema, encontraba enseguida cuáles eran los métodos que podían seguir los obreros para "maximizar su iniciativa", según el citado documento, a saber: Realizar lo correspondiente al contenido de trabajo de su contrato y mantener una conducta integral y positiva. La manera de ejercer esta responsabilidad que se le ofrece al trabajador consiste, en breve, en cumplir con el trabajo asignado y rendir cuentas fidedignamente.
 
Leyendo el tal texto, me vinieron a la mente las muchas ocasiones en que numerosos dirigentes juveniles han proclamado que la Revolución le ha dado a los jóvenes cubanos los derechos y privilegios más apetecibles, díganse, los de sacrificarse toda la vida, trabajar y luchar abnegadamente en pos de ciertos ideales que estos dirigentes conocen muy bien.
 
Obviamente, deben existir criterios divergentes en cuanto a cómo podrían mejor los obreros ejercer la iniciativa, y cómo preferirían los jóvenes balancear aquellos derechos con otros, digamos, más pedestres.
 
A raíz del nuevo dardo que nos ha disparado el compañero Enrique Ubieta, yo me volvía a convencer de que, para extraer algo útil de un debate, es necesario que protagonistas y espectadores aprecien significados establecidos y compartidos en los conceptos que se usan por cada parte. Que de poco vale que cada cual se desgaste afirmando que tiene la democracia, la libertad, la vida, el camino y la luz, si no se parte de una tradición y una cultura que llene semánticamente cada vocablo, y además se indica claramente por los adversarios que se está abrazando una u otra alternativa.
 
En esta entrega voy a argumentar la importancia que considero que se le debe prestar a este aspecto.
 
De entre los mantras que repite Ubieta, obsesivamente, voy a empezar por los de la soberanía y la independencia. Aquel asume que como el gobierno actual garantiza, para Cuba, estas cualidades, ya se ofrecen las máximas garantías alcanzables para un sistema de justicia y felicidad para sus habitantes, por lo que oponerse al tal gobierno sería una actitud muy fea.
 
La soberanía, sin dudas, es un don invaluable. Le permite a las poblaciones de cada nación resolver sus asuntos internos sin interferencias de vecinos codiciosos, y aceptar el acercamiento de estos últimos solo bajo condiciones de mutuo acuerdo y beneficio que no comprometen sino, por el contrario, refuerzan las soberanías mutuas. Ahora vamos a contemplar que, de todas maneras, aparecerán debilidades si se mantiene el supuesto de Ubieta en una formulación demasiado simple.
 
¿Alguien se acuerda del gobierno de los Khmer Rojo, en Cambodia? Un gobierno bastante soberano, hasta donde conocemos. Sin ninguna interferencia externa, cometió en los años '70 un genocidio espantoso contra todo aquello que oliera a civilización occidental, masacrando millones de personas. A tal extremo llegó, que cuando el ejército de la República socialista de Vietnam entró en el país y ocupó la capital, derrocando al tal gobierno, desde ninguno de los bandos de la entonces Guerra Fría se escucharon demasiados lamentos. En Europa, el dictador español Franco, luego de la derrota de sus aliados fascistas, sobrevivió varias décadas por sí solo, sin que la autonomía le sirviera de consuelo a las víctimas de su régimen. Se pueden encontrar otros ejemplos de gobiernos que han cometido, soberanamente, grandes monstruosidades. Vemos entonces, en primer lugar, que la soberanía es un requisito necesario, pero no suficiente.
 
En segundo lugar, cabe cuestionarse en qué se basan la soberanía y la independencia de que pregona Ubieta. Cuando se derrumba la Unión Soviética, se apreciaron en nuestro terruño de la peor manera posible, las consecuencias de ser dependientes de sujetos externos, de una manera tan conocida que no vale la pena ahondar en ello. En estos momentos, dado que de los convenios con un país –Venezuela– dependen la mayor parte de los ingresos económicos de nuestro país y la entrada segura y estable de combustible en condiciones tolerables para nuestra maltratada economía, cabe preguntarse dónde está la independencia. Podrían añadirse a estas preocupaciones, hechos como el peso de las remesas entre las fuentes de divisas de Cuba; que los capitalistas industriales de Brasil están manejando el establecimiento de nuestro próximo mayor puerto comercial y zona franca económica en el municipio del Mariel, y sus monopolios agrícolas cubren las tierras que fueron cañaverales nuestros, con sus haciendas para el monocultivo de soya (¡malvada transgénica!, añadiría mi hermano Isbel); que, una vez más, los Estados Unidos son el mayor abastecedor de alimentos para el mercado cubano, y eso con bloqueo y todo; y otros matices que ensombrecen un poco los supuestos rampantes de Ubieta de soberanía e independencia.
 
Ubieta repite tantas veces que debe creérselo, que el gobierno que defiende es genuinamente socialista y, en él, hay democracia y hay libertad, y que esto solo se puede lograr gracias al severo veto sobre toda otra posibilidad de manifestación de posturas diferentes. De acuerdo con esa idea, todas esas posturas no son sino desvíos malignos para perdernos y que se deben combatir severamente. Sin embargo, cuando desde posiciones con origen en el Vaticano se deja entrever que estamos caducos y perdidos en el llano, Ubieta mira hacia otro lado. Cuando se manda a despedir más de un millón de trabajadores, no lo vemos buscando soluciones para los despedidos. Cuando se promueve la contratación privada de trabajo asalariado, no propone medidas a favor de los que se convertirán en la nueva clase explotada. Cuando se le pasa la mocha a los presupuestos sociales, no promueve alternativas para compartir y suavizar el trancazo. El problema que me atosiga se destaca así con mayor intensidad: cómo definir con claridad qué son entonces la libertad y el socialismo, qué cree Ubieta que es la democracia, qué papel juega la ciudadanía, cuál es el rol de la política, de la soberanía, de la independencia, de la libertad y la igualdad de las que tanto se afana.
 
A Ubieta le sorprende encontrar en el espacio del Observatorio Crítico posiciones que asigna a la derecha contrarrevolucionaria, alrededor de estos conceptos de libertad y democracia. Sería conveniente recordar que el gobierno cubano firmó un pacto mundial bastante famoso –allá afuera– el Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos. En el 2008, se aceptó por parte de nuestras autoridades que los ciudadanos poseen determinados derechos, inalienables, que integran y refuerzan los conceptos de libertad y democracia. Hay quien diría que se demoraron bastante pues ya Fidel Castro, desde antes de ser enjuiciado en 1953 y pronunciar el alegato La Historia me absolverá, había reivindicado el derecho de los patriotas a recuperar las libertades arrebatadas al pueblo cubano por el dictador Fulgencio Batista con su golpe de Estado, el año anterior. Sin embargo, a estas alturas aún no se ha ratificado internamente, aquello que se proclamó en ocasión de refrendar en Ginebra el dichoso pacto: que había sido la Revolución la que permitió al pueblo cubano disfrutar los derechos de libre expresión, asociación, movimiento y otros recogidos en sus artículos; que en la Constitución del país están recogidos estos principios y que las políticas y programas del Estado son los garantes de su ejercicio y protección.
 
Si esta es la posición genuina del gobierno cubano, sería en verdad un hito de progreso y ejemplo de todo lo que el socialismo puede lograr, y que el capitalismo solo puede fingir. Pero resulta que levantar esas banderas termina por convertirse, merced a los malabares verbales de la burocracia autoritarista tan cara a Ubieta, un acto contrarrevolucionario y anticubano. ¡Contrarrevolucionario, reclamar aquello por lo que se condujo la lucha revolucionaria! ¡Anticubano, defender que en la patria cristalicen los ideales de Martí y de los mártires del Moncada que lo recogieron como autor intelectual! En verdad es como para confundir a cualquiera. ¿Cómo y cuándo permitió el gobierno cubano que estos ideales se convirtieran, según sus exegetas, en el discurso de los otros, de los malos, de la derecha contrarrevolucionaria?
 
Pues nada, todavía hay que, antes de seguir con la discusión, definir qué entendemos por libertad, por igualdad, a ver si encontramos en esta discusión con Ubieta algún otro sentido aparte del berrinche agresivo de un ser irracional y verborreico.
 
A mí me complace sobremanera el concepto martiano de que la libertad es el derecho que todos tenemos a ser honrados, y a pensar y hablar sin hipocresía. Mientras más contemplo esa definición, más completa y hermosa la encuentro. Para tener la persona el derecho a ser honrada, es preciso que ninguna fuerza externa amenace sus capacidades de construirse una vida decorosa con su esfuerzo legítimo. La libertad le permite vivir, trabajar, expresarse según su conciencia, sin temor a censores ni a disgustos con dirigentes afectos a las mieles del poder, que le serrucharán el piso si lo perciben como amenaza. La libertad le permite alabar aquello que encuentra digno sin que se sospeche adulación interesada, así como trabajar para rectificar aquello defectuoso –con la crítica como un instrumento más de rectificación – sin que se le recriminen dobleces. ¿Cómo, entonces, es la mejor manera de medir, de saber si hay libertad? Una manera insuperable fue lanzada por una revolucionaria y comunista que dio su vida por el socialismo, Rosa Luxemburgo: hay libertad cuando hay libertad para el que piensa diferente, para el que disiente, para el adversario. Esto lo podríamos fundir: hay libertad, cuando el que disiente de la posición que tiene el poder –grande o chiquito– tiene los mismos derechos que el oficialista, es respetado en la misma medida, se le trata con igual justicia, lo que le permite ser igualmente honrado.
 
Ubieta dice encontrar, en el espacio del Observatorio Crítico, posiciones que asigna a la derecha contrarrevolucionaria alrededor de estos conceptos de libertad y democracia. Estos pasajes demuestran, según él, que el Observatorio es un nido del oportunismo y de la reacción derechista camuflageada de falsa izquierda. Le parece comparable nuestra posición con las que debilitaron y precipitaron invasiones militares estadounidenses en otras partes del mundo, como fuera Granada.  Para nosotros, la posición de Ubieta es simplemente idéntica a la de los incondicionales estalinistas que infligieron al socialismo las dos peores traiciones de la historia cuando, por una parte, lo sentenciaron a una lenta pero inevitable derrota por la alienación entre el pueblo y el gobierno en la Unión Soviética y, por otra, provocaron en el resto del mundo la asociación ideológica –tan grata al imperialismo– de los proyectos socialistas con sus deformaciones del llamado "socialismo real". Pues otra persona podría irritarse si encuentra que el gobierno revolucionario no ha satisfecho y luego sobrepasado estos aspectos de libertad y democracia que llaman tanto la atención, de una manera tan absoluta que haya dejado atrás por varios años luz a los más adelantados delirios de las corrientes liberales o socialdemócratas, las que habrían perdido entonces todo sentido y posibilidad de hacerse notar.
 
Si en nuestras páginas aparecen ciertos nombres y eventos que Ubieta quisiera sepultar, se debe a la vergonzosa circunstancia de que no fueron rebasados, como hubiera debido ser. Sin que esto quiera decir que compartimos programas u otros objetivos, puede que reconozcamos –en ciertos contextos particulares que no es éticamente correcto tergiversar– que existen, por la razón anterior y por la no menos irrebatible razón de que forman parte de este país, al igual que cualquier otra.
 
Del siguiente concepto estaremos tratando, sin habernos despegado del anterior. La igualdad de todos los ciudadanos, el valor idéntico de cada uno ante la ley, establecen la imposibilidad de discriminaciones sin causa legal por medio. Si no existe quebrantamiento de la legalidad, ¿cómo puede justificarse que ciertos discursos puedan campear y otros deban ser reprimidos? Cuando la situación sea distinta, cuando haya ruptura de la legalidad, ya la cosa cambia; pero para ello existen los mecanismos del sistema de justicia que no se deben pretender remedar o rectificar con maniobras para-estatales. Reconocer la igualdad de todas las personas y sus ideas, mientras no hayan sido demostradas culpables de otras cuestiones, implica el respeto a su libertad. El respeto a su libertad, implica reconocer su igualdad y, por tanto, la pertinencia de sus criterios en el espacio público.
 
Y la libertad e igualdad, qué duda cabe, son condicionantes imprescindibles de la democracia socialista. No puede haber igualdad entre el 1% que es dueño de las finanzas del mundo, y las poblaciones que sufren los peores azotes de las crisis económicas y, dado que la libertad de estas últimas es muy cuestionable, no es difícil contemplar la imposibilidad de la democracia en las sociedades donde prima el sistema capitalista de explotación. De tales circunstancias evidentes extraemos la necesidad de nuestra posición de izquierda anticapitalista. Ahora, para construir una alternativa mejor, la que anhelamos y por la que trabajamos, nos parece igualmente disparatado asignarle a los trabajadores, como derechos últimos, las "iniciativas" de autodisciplinarse y autoreportarse para que los regañen cuando se portan mal; o pretender convertir a ciudadanos en soldados incondicionales –porque una República, como también dijo Martí, no se dirige como un campamento. De ahí que la libertad para participar en la construcción de un proyecto común que haga florecer otros derechos y libertades; la igualdad de todas las voces en el ágora, y democracia socialista a la hora de administrar todo el jelengue, consten entre nuestros más caros principios como movimiento de izquierda.
 
Con estas boberías mías que escribo como parte del debate, espero haber plantado una semilla de inquietud en cualquiera que tropiece, en lo adelante, con escritos donde se invoquen estos conceptos tan importantes, y que no deben ser tratados a la ligera.

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