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Imaginemos un escenario hipotético en el que a cada ciudadano se le pide que conteste un referendo con una sola pregunta, aparentemente simple, que sería: ¿Debe la ley proteger por igual a todas las familias?
No se apresure en contestar. La cosa tiene su truco. Recuerde que hay muchos tipos de familias. Está la que todo el mundo se imagina: Papá, mamá y uno o más nenés. Por alguna razón, es la que representa el ideal de familia en la mente de la mayoría de las personas, a pesar de que estadísticamente no tiene tantas razones para reclamar ese carácter universal. El papá y la mamá pueden estar oficialmente casados por algún ritual civil o religioso, o no estarlo, vivir juntos o no, tener mucho sexo o no. Existen muchas familias donde falta el papá. O la mamá. O ambos, y hay una abuela o un tío a cargo de los pequeños. U otros arreglos de parientes conviviendo con o sin niños. Interraciales e intrarraciales. De la misma, distintas o ningunas religiones. Polígamas. Poliándricas. De amigos o compañeros hermanados fraternalmente por circunstancias o necesidades de la vida. Heterosexuales. No heterosexuales.
¿Se complica ahora la respuesta? Una cosa podemos decir, basados en vistazos a la historia: muchas veces se respondió a esta pregunta con un solemne, rotundo y sangriento No.
La calidad de la familia se evaluó, durante mucho tiempo, a través del color de la religión que la acogiera. Las familias hebreas en la España de Torquemada la tuvieron muy dura para sobrevivir. Y no era solo un problema de antisemitismo: pocas garantías tenían las familias de la corriente derrotada de cristianismo, católico o protestante, cuando predominaba en los belicosos países europeos la tendencia contraria. Y los enamoramientos de personas de religiones distintas podían terminar peor que Romeo y Julieta, puesto que ni después de las muertes se reconciliaban las familias.
No se puede decir con mucha seguridad que el paso del tiempo acabara rápidamente con los atavismos de los seres humanos. Casi en el medio del siglo XX, en grandes territorios de la civilizada Europa, muchas familias se las vieron peludas para ocultar todo posible lazo con otras personas de origen hebreo, gitano, homosexual, entre otros, para intentar escapar así del holocausto al cual las condujeron las masas enardecidas por la furia fascista.
La llamada raza de las personas fue también una cuestión muy manipulada y sufrida por muchas familias en el mundo a lo largo de la historia, debido al afán de los dominadores de emplear cualquier mecanismo que les permitiera explotar mejor a los sometidos. Por ejemplo, en nuestro país, durante el período de la esclavitud, la mayoría de los que se consideraban como "la sociedad cubana", no tenían a la familia de negros esclavos como algo demasiado digno de consideración. Hasta entre los próceres de la independencia hubo discusiones a la hora de respetar, o no, el derecho a la libertad de estas personas.
Digo respetar y no conceder, porque los derechos no se conceden. Los derechos son, como bien deberíamos recordar todos, inalienables de las personas. Se puede, con suficiente poder, impedir el ejercicio de los derechos a una persona, pero no enajenárselos. Entonces, regresando a lo que nos ocupa, bastante trabajo costó que los negros y mestizos en Cuba alcanzaran el reconocimiento de la igualdad de sus derechos -entre ellos, los de formar una familia protegida por la ley-, al menos de manera oficial, ya que la práctica tiene sus otros problemas.
El racismo y la tendencia al mestizaje traen muchas historias dignas de atención. Pensemos en el Sur de los Estados Unidos en la época, digamos, después del fin oficial de la esclavitud y la mayor parte del siglo XX. La ley tampoco fue nada justa con las personas de color negro, y un afroamericano podía ir hasta a prisión (como fue Malcolm X) si convivía con una "whasp". La ley se enmendó, con gran trabajo, pero no hace mucho decía un juez, impunemente, que él no casaba parejas interraciales por sus convicciones personales. En Sudáfrica, el régimen del Apartheid llevó estas aberraciones a extremos horripilantes, por suerte también abolidos desde los años 90 del pasado siglo.
¿Creemos que estos son episodios del pasado, dejados felizmente atrás y superados por la sonrisa del actual mandatario afroestadounidense? Bueno, según. Imagínense que una familia que lleva más de veinte años viviendo en los Estados Unidos, cuyos adultos han trabajado la mayor parte de ese tiempo para empresarios de los Unidos Estados, pagado impuestos al Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, cuyos menores nacieron en los Unidos Estados, estudian en escuelas de los Estados Unidos y pueden ser reclutados por el Ejército de los Unidos Estados, puede muy sin novedad ser disuelta por el Departamento de Inmigración de los Estados Unidos por el problema no bien resuelto de la llegada irregular a un Estado, tal vez incluso uno separado a la fuerza del vecino sureño y Unido a los del norteño.
La relación de familias cuyos miembros sufren dolores de cabezas y hasta la pérdida de las mismas por la ojeriza ajena puede continuar con más ejemplos actuales. Por aquí no llegan muchas noticias de ese tipo pero podemos estimar que, si por una casualidad, una persona palestina y una israelí se compenetran, fraternizan y se aman hasta el punto de desear formar familia, van a tener enormes dificultades en el caso de desear establecerse en el país de cualquiera de los dos.
Y si vamos a hablar de familias diferentes por composición nacional mixta, no se nos puede escapar lo que pasa en estos lares. Cuando un cubano o cubana se casa con alguien "de a-fuera", la ley le permite libertades que no se extienden a otros compatriotas, como viajar, residir en el extranjero y regresar; invertir en empresas mixtas; comprar un automóvil, y algún que otro ejemplo incómodo del tipo del que, escandalosamente, no se le permiten a otras familias cubanas.
Y otra peculiaridad relativa a lo excepcionales que somos nosotros, hace que muchos latinos, en esos mismos Estados Unidos que mencionamos ahorita, tengan en alta estima a los nativos de nuestro archipiélago a la hora de contraer matrimonio: les permite alcanzar la nacionalidad estadounidense más fácilmente, por aspectos legales relacionados con la famosa ley de Ajuste Cubano.
La realización o no de un ritual de matrimonio oficial también determinó y determina aún en muchos lugares, como hemos podido refrescar en los casos anteriores el nivel de protección que la ley puede extender a las parejas y a sus hijos. Recordemos de paso que se puede ser hijo por nacimiento natural, tratamiento de fertilidad asistido, por una madre de alquiler en algunos lugares o porque un alma humana recoge y adopta a un desamparado.
Lo peor de todos estos casos, es que si alguien hubiera preguntado en Alemania, en 1939; en Alabama, tanto en 1950 como hoy, en el Madrid del siglo XVI, en el Jerusalén contemporáneo o en la tertulia de la Condesa de Merlín, se hubiera encontrado con que la opinión generalizada de la clase dominante y, con frecuencia, de la mayoría de las personas de estas sociedades, resultaría contraria a la protección legal y al respeto incondicional de todos los derechos de todas las familias, en igualdad de condiciones.
Recordemos mencionar algunos de estos derechos: herencia, pensiones de jubilación o invalidez, seguridad social, adopción, cobertura médica más o menos inclusiva, representación legal del otro, protección ante despojos por terceras partes, etc. A nivel cándido, pareciera que ninguna familia debiera ser impedida de disfrutar de estas garantías, en tanto ofrezcan un honrado aporte a la sociedad con la que conviven. Muy en la actualidad, sin embargo y a nivel de mezquindades humanas, resulta que muchos creen que algunas familias no merecen estos "privilegios", reservados solo a aquellas otras que cumplan sus estrechas definiciones. Resulta indignante, en esas condiciones, que se considere que para "conceder" ¬y ya establecimos que no se trata de conceder, sino simplemente de respetar aquello que no es dado otorgar ni quitar estos derechos, debiera pedirse algún tipo de referendo.
El respeto a los derechos humanos no es un objeto legítimo de referendo. Los casos que expusimos anteriormente evidencian el peligro de convertir derechos humanos en rehenes de sentimientos, por populares que sean, establecidos y permeados de prejuicios y discriminaciones. Espero que el trabajo de muchas personas permita, en un futuro no demasiado lejano, que solo se conciba como respuesta, a la pregunta del encabezamiento de estas líneas, un sonoro e invencible SÍ si es que todavía alguien tiene la desfachatez de hacer tal pregunta.
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