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28 de julio de 2008

Thomas Beatie: siglo XXI

Por Kim Pérez

La primera impresión que me da la foto de Thomas Beatie es la de naturalidad.

Un cuerpo de hombre combado, un rostro de hombre joven con sus pelitos de barba impertinentes y a la moda, una expresión distendida, una figura entera que transmite una decisión importante, una hermosa espera.

La espera de una niña, que ha podido venir a este mundo gracias a que nadie pensó "Eso no puede ser".

Esto lo justifica todo. Por cierto, la estética de la foto se acentúa por el contraste de la piel lechosa de Thomas con el color oscuro del fondo. Y Thomas me recuerda físicamente al joven Leonardo di Caprio. Es un Leonardo en plena aventura.

La imagen se transforma en un icono de la transexualidad en el sentido de que expresa como ninguna otra la distinción entre sexo y género y la no binariedad del sistema sexogénero, que son las mayores aportaciones de la experiencia transexual a la conciencia de la humanidad.

La distinción entre sexo y género resulta evidente. Thomas es un hombre genérico, que hace vida de hombre, y que contiene dentro de su cuerpo unos órganos genitales femeninos que le permiten concebir y parir. Terminada esa función, volverá a ejercer su rol masculino. Thomas Beatie se puede definir como persona de género masculino y sexo femenino. Para él, sin duda, definición suficiente, que explica que haya podido tener una niña bien real.

Esta distinción es liberadora, porque permite otras soluciones prácticas cuya utilidad podemos comprender mejor que nadie las personas disfóricas. Thomas ha podido cambiar de género, pero para otras personas eso es imposible, por razones sociales. Ante esa imposibilidad, algunas nos planteamos -como yo en su momento- lo contrario de lo que ha hecho Beatie: adelantar en la transformación del sexo, mediante la hormonación o la cirugía, sin cambiar de género. Vivir un secreto íntimo, una satisfacción privada, limitada al propio conocimiento, el más importante. Género masculino pero sexo femenino o feminizado. Para mí, entonces, ésa hubiera sido también una definición suficiente.

Para expresar todo esto con palabras, nuestro lenguaje es inadecuado, porque refleja una cultura binarista, en la que sólo hay dos sexos, y a cada sexo corresponde un género. Por eso, la Prensa se ha hecho literalmente la picha un lío, al hablar del "primer hombre embarazado" o del "padre-madre", lo que nos devuelve al tema de la película de Arnold Schwarzegger. No se trata de eso. Desde luego, nuestro lenguaje transexual resulta más adecuado, porque diríamos simplemente "el primer hombre transexual embarazado" o "el primer transexual masculino embarazado" y sabemos que eso es perfectamente posible.

Pero lo que aparece con mayor profundidad es la no binariedad del sistema sexo género. Esta experiencia muestra que hay por lo menos cuatro posibilidades: género masculino, sexo masculino; género masculino, sexo femenino; género femenino, sexo femenino; y género masculino, sexo femenino. Hay más, en realidad; hay muchísimas más, porque la realidad es que tanto el sexo como el género son lo que se llama conjuntos difusos.

No hay dos sexos en la naturaleza, hay muchos más, lo que se llama intersexuales, naturalísimos, que nacen cada día en los paritorios, dos de cada cien personas, según creo. Y mucho menos hay dos géneros. La mujer masculina y el hombre femenino, cada uno con distintos grados de intensidad, con distintas formas de expresión, están en nuestra experiencia diaria. Sólo que la parte arcaica de nuestra cultura nos sigue ordenando: "La mujer debe ser femenina y el hombre masculino", lo que nosotros sabemos de sobra que puede ser asfixiante, incluso sin ser transexual. Porque podríamos añadir: "¿Y los intersexuales, deben ser intersexuales?" La parte arcaica de nuestra cultura, titubeante, respondería con total inconsecuencia lógica: "No, tienen que ser masculinos o femeninos", porque para ella, en el fondo, no existe o no debe existir la categoría "intersexual" o "intergenérico".

Yo les diré a los y las transexuales que no debemos tener miedo de las consecuencias de la experiencia de Thomas Beatie, al contrario.

No debemos temer que dé una imagen poco clara de la transexualidad, que confunda al público, que haga pensar que los transexuales no llegamos a ser verdaderos hombres y mujeres, usando inconscientemente definiciones arcaicas de lo que es hombre o mujer.

Nosotros no hemos roto el sistema sexogénero (porque lo hemos roto, al demostrar que sexo de origen y género de decisión no tienen que ir juntos) para vover a cerrarlo a nuestro paso. No podemos decir: "Sólo hay hombres y mujeres", una vez que hemos roto ese concepto asfixiante, para volver a decirlo, perjudicándonos a nosotros mismos, que nunca seremos afortunadamente hombres o mujeres en el sentido estrecho de las palabras. Seremos siempre lo que somos, una realidad que abre la realidad: transexuales.


¿Qué es ser transexual? Parafraseando una luminosa definición que leí una vez de la bisexualidad: Ni hombre a medias, ni mujer a medias: enteramente transexual.

Es verdad que entramos así en un mundo que da miedo, porque es nuevo, y está lejos de todo lo que estamos acostumbrados a pensar, con arreglo a la parte arcaica de nuestra cultura. Nuestra cultura, nueva, nos lleva a circunstancias inesperadas, que nunca hubiéramos podido pensar: a los trasplantes de órganos, a la inseminación in vitro, a la clonación, a la transexualidad.

Para no perderse en este mundo nuevo, tenemos que recurrir a un solo principio de la cultura arcaica: preguntarnos por el bien y el mal. ¿Dónde está el bien, en tanto cambio?

La respuesta es sencilla: lo bueno para el hombre es lo que sirve al hombre. Lo que le quita dolores, lo que aumenta su dominio sobre la naturaleza ciega. El hombre no está al servicio de nada, excepto del bien; todo está al servicio del hombre, pero para su bien.

En general, para contradecir una idea hoy muy en boga, el hombre no está al servicio de la naturaleza. La idea de que no se puede ir "contra natura" es errónea. Una vez leí que Felipe IV, rey de España y Portugal, pensó en hacer navegable el Tajo, mediante esclusas, de Lisboa a Toledo, idea grandiosa. Pero la sometió a una junta de los teólogos decadentes del siglo XVII que dictaminaron que si Dios hubiera querido que el Tajo fuera navegable hasta tan alto, lo hubiera hecho así, sin darse cuenta de que, por la misma regla de tres, cualquier cambio efectuado sobre la naturaleza sería malo, por ejemplo, la agricultura, porque si Dios hubiera querido que una tierra diera trigo y no otra cosa, hubiera hecho que lo diera por sí misma...

No; son buenos los cambios con que transformamos la naturaleza al servicio del hombre, como son malos los que nos perjudican.

Al servicio del ser humano está reconocer la naturaleza no bipolar, sino de conjunto difuso del sistema sexogénero, este reconocimiento supera muchos desajustes, muchos sufrimientos que produce el concepto de un sistema sexogénero bipolar, pues entonces este reconcimiento es bueno.

Hay otros dos iconos que yo pongo junto al de Thomas Beatie. Una fotografía, famosa en su día, de Leslie Feinberg, y un fotograma de una película de Eva Robin's.

La imagen de Leslie Feinberg lo muestra, desnudo, muy musculado, en postura de culturista. Brazos, torso, piernas, brillan con el contraste de luz y sombra de los músculos. Apenas se repara en el tanga negro que cubre su vientre ni en particular en que por la zona genital es liso. Pero esto es lo que Leslie Feinberg quiso hacer ver en esta foto. Que su masculinidad no tenía que ver con su genitalidad.

Lo mismo, pero a la inversa, es lo que Eva Robin's transmite en esa imagen, en la que está completamente desnuda. Sus larguísimos cabellos, su cara completamente femenina, sus delgados brazos alzados, los graciosos pechos en su ligero torso, se complementan con unos genitales masculinos inertes que no contradicen el resto de su cuerpo sino que son como su consecuencia natural, lo que justifica su encanto y su excepcionalidad.

Éstas y otras formas infinitamente variadas anuncian lo que será la sexogeneridad del siglo XXI.

Tomado de El comentario de la semana

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