Durante la presentación del libro Humanismo, espiritualidad y ética médica ¿cómo enfrentar el peligro de las drogas?, de la Editorial Política, en la sala Carlos Juan Finlay tuve la dicha de encontrar nuevamente a una persona conocida. Con mucho placer había yo asistido a la presentación de la primera obra -en esta Feria del libro de La Habana-, del profesor Ricardo González Menéndez, Prevenir, detectar y vencer las adicciones. No es ocioso repetir aquí que este autor es una de las personalidades latinoamericanas más prestigiosas del campo de la Psiquiatría, Presidente de la Sociedad Cubana de Psiquiatría y de la Comisión Nacional de Ética Médica, entre otros altos títulos y responsabilidades, y que ha escrito profusos libros y artículos científicos publicados en revistas de gran prestigio.
Luis Calzadilla, médico del hospital psiquiátrico de La Habana y autor de Yo soy el caballero de París, realizó la presentación de Humanismo, espiritualidad… Debemos adelantar aquí que, en el preámbulo, Calzadilla le jugó una mala pasada a su colega y más adelante explicaremos por qué.
Calzadilla refirió que el libro está dedicado a los trabajadores cubanos de la salud que realizan o han realizado misiones internacionalistas. El autor quiso homenajear a estas personas que encarnan, de manera ejemplar, los valores que él tanto estima y que se dedica a justipreciar en los capítulos de su libro, Premio Anual al Trabajo Científico por el Ministerio de Salud Pública en el 2005.
En la actualidad, explicó Calzadilla, muchos médicos están siendo presas de la llamada enfermedad o síndrome de Thomas, que les provoca una fuerte alienación hacia su labor. El profesional atacado por este mal sufre una fuerte pérdida de la sensibilidad ante su trabajo, se torna indiferente al sufrimiento del paciente y pierde el interés por el estudio y la superación. Hay una serie de factores generados por la sociedad moderna que desencadenan este trastorno, y los más significativos son, por una parte, las presiones de las poderosas compañías, que exigen a los galenos que optimicen las agendas de trabajo en pro de la máxima ganancia y en desmedro de los pacientes y, por otra parte, el temor a demandas por malas prácticas profesionales.
De esta manera se producirá en el médico una nociva tendencia a la deshumanización de su práctica. Con la excepción de algunos notables especialistas y países, con la experiencia cubana como la más significativa, los practicantes se alejan de los paradigmas éticos que deben regir su trabajo y su propia filosofía de la vida.
Calzadilla señaló que el autor remarca la importancia de una formación integral docente, donde se una a la sólida preparación académica, un intenso y significativo trabajo sobre los valores morales y humanistas de la profesión.
La mala pasada que le hiciera a su colega consistió en revelar que, en la apartada región donde aquel trabajó durante sus primeros años como médico, le tomaron tanto cariño, admiración y respeto que, aún hoy en día, aquellos sencillos campesinos guardan fotos de González en el altar religioso familiar, al lado de las imágenes de la Virgen del Cobre.
Después de estas palabras de Calzadilla, el Dr. González Menéndez, visiblemente emocionado, comenzó a hablar. Achacó la creciente incidencia del síndrome de Thomas a la aberrante mercantilización que abruma la sociedad moderna, que transforma algo de raíz tan profundamente humana como la medicina, en una mercancía manipulable y vendible a las personas, que se convierten inevitablemente en pasivos consumidores y no reciben el trato humano y compasivo que merecen y necesitan.
Cuba es una luminosa excepción en este oscuro universo, recalcó, haciendo el llamado a cooperar todos porque no entre nunca en nuestro país ese venenoso flagelo. Quizá una persona sencilla, compatriota nuestro o extranjero, no tiene la capacidad para apreciar la profunda capacidad científica que también portan nuestros especialistas, pero no cabe duda de que notará el calor humano y la identificación del profesional con su sufrimiento propio.
González Menéndez evocó aquellos años de práctica social en las comunidades de Niquero. Aquellos años fueron los que consolidaron su formación; allí comprendió el verdadero significado de una revolución social profunda como la cubana. En aquellos años empezaron a crecer en él estas convicciones y principios que ahora ha tratado de trasmitir y compartir con colegas de su generación y, fundamentalmente, inculcar en las siguientes, sobre la importancia de la sólida formación ético-moral del médico, la identificación con el sufrimiento del enfermo y su familia hasta sentirlo como propio. Estas posiciones deben asumirlas íntimamente todos los trabajadores del sistema de la salud, incluyendo enfermeras, camilleros, trabajadores del pantry, limpieza o administración.
El autor de Humanismo, espiritualidad… recordó preceptos con los que Martí subrayaba la importancia de la comunicación con un enfermo, al que un amigo puede hacerle tanto bien como un médico.
González Menéndez, al llegar a este punto, guardó silencio unos instantes, visiblemente conmovido, y el público prorrumpió en aplausos, demostrativos de la inmensa empatía que había despertado el profesor.
Ahí está el legado de la Psiquiatría cubana, señaló González al retomar el hilo de su intervención. En circunstancias tan difíciles como los años ’90, el gobierno estadounidense emprendió una campaña de descrédito contra los valiosos profesionales de nuestros hospitales. Como respuesta ejemplar, en Cuba se discutió entonces, a nivel nacional y con todos los implicados en la atención de este delicado problema de salud, médicos, técnicos, enfermeros, organizaciones y trabajadores sociales, el Código de ética de la psiquiatría cubana, que se proclamó con la participación y adherencia de todas las personas buenas relacionadas de una manera u otra con esta esfera.
Con este libro, fruto también de los esfuerzos de editores, diseñadores, y muchos más, se proposieron aportar un granito de arena al movimiento de Colectivos Morales, abanderados de aquellos ideales que ha venido sosteniendo desde sus años de médico rural. La verdadera medicina nunca abandonará ciertos principios muy antiguos, que establecen su práctica como la de un sacerdocio; rechazar su uso para enriquecerse y no hacerse una persona médico o médica, a menos que un paciente recuperado o una madre que sonríe por el niño salvado le resulte suficiente motivo para sentirse feliz y recompensado.
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