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19 de junio de 2010

Ok, la corrupción

Alguna vez me enseñaron en la escuela una definición marxista sobre la llamada situación revolucionaria, aquella a la que arribaba una sociedad cuando los de los de arriba habían terminado por perder la capacidad de reprimir la efervescencia de los de abajo, que a su vez no podían y no querían aguantar más la explotación.

Me parece que con la corrupción se pueden hacer varios símiles en más de una dirección aunque, lamentablemente, en un plano mucho más bajo respecto a aquella sencilla definición marxista que me sigue pareciendo muy atinada.

En una sociedad como la nuestra, al gobierno le gustaría mucho que sus empleados no le robaran. Tanto es así, que hasta ha inventado expresiones como “faltante” y “merma” y permite un sinnúmero de razones rocambolescas acerca de la desaparición masiva, continua, de recursos de todo tipo de sus empresas y almacenes, a ver si escondiendo la cabeza como el avestruz puede esquivar el meollo del asunto. También, por temporadas, le da por llamar a cruzadas contra el fenómeno, que percibe correctamente como un cáncer que le roe las entrañas y le drena la vida misma.

Los mecanismos constringentes comunes en las sociedades para impedir la corrupción y el robo de baja estofa son, ante todo, el imperio de leyes castigadoras, aunque acompañadas por mecanismos más o menos efectivos y más o menos sinceros que permiten o prometen distintos niveles de seguridad y bienestar a quien se adapta socialmente. Con todas estas, se crea cierto consenso a nivel de superestructura social de tipo ideológico, de lo conveniente de la honestidad, el valor del trabajo, un poco mezclado con la ética protestante del trabajo o los mandamientos católicos de no robarás.

Los mecanismos de sanción en nuestro país han demostrado una efectividad bastante endeble en lo que respecta a evitar el robo de los recursos del Estado. Entre que ningún gobierno posee los medios para controlarlo bien todo, y que para controlar todo se requiere de mediadores humanos a los que también se debiera controlar, las leyes pierden mucha efectividad. Al asentar claramente su rol: el Estado controla… a los demás… pues los demás se identifican con los del grupo de abajo, al que se quiere controlar. Aquí tenemos entonces la primera condición del caldo de cultivo de la corrupción: no es posible humana, física, socialmente, controlar tanto como el Estado cubano quiere controlar.

Y los de abajo, a su vez, ya no están tan predispuestos como antes a asimilarse a un consenso de trabajo y sacrificio en aras de una problemática, futura prosperidad, en el marco de la ideología aquella de la superestructura social; así que se buscan sus atajos en una amplia gama de actitudes, desde el que con algunos escrúpulos toma o se apodera de lo mínimo para solventar necesidades urgentes, hasta el que rompe el saco de la avaricia insaciable. Y como el gato es uno solo y los ratones, muchos, pues la mayoría queda impune y se refuerza el comportamiento aprendido de desafío. Segunda condición completada.

Viremos ahora la dirección del análisis, en el sentido que le gustaría a un enciclopedista francés. Reconozcamos que el soberano en una sociedad, la autoridad legítima, es el pueblo llano, y el Estado debe estar sujeto a su servicio. Bueno, pues el pueblo soberano debe tener también sus mecanismos para controlar al Estado, díganse electorales, de revocación, obligaciones legales de transparencia administrativa, órganos de prensa responsables, etc. Si esos elementos constringentes no funcionan bien y los funcionarios no desean acatar más el mandato del pueblo, tendremos pronto casos sonados de corrupción, y los descamisados de ayer empezarán a llevar su fortuna por los cielos, o a empalagarse con las mieles del poder. Concentrados en estas actividades, consentirán la aparición de términos como “faltantes” y “mermas”, que encubren las pequeñas trapacerías de sus subordinados o proclamarán sus arengas contra la corrupción y el robo de los demás. Para mayor ironía, si aparece algún alegato honesto, algún periodista extranjero, algún intelectual serio, ahondando en el problema, lo tacharán de repetir patrañas enemigas o de proporcionar argumentos al enemigo, y procurarán su sanción.

Alguna vez antes, nuestra patria estuvo en situaciones más tristes. Y con poderosas y trascendentales revoluciones se dio al traste con aquellos estados de las cosas.

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