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6 de julio de 2009

Balada de mis cuatro abuel@s

Como en otras ocasiones, el pie para este post me lo suministró una conversación entre conocidos. Esta vez, nos habíamos puesto a escarnecer a uno de esos personajes que manifiestan una necesidad tremenda de demostrar que “no son racistas”, y empiezan entonces a recitar el pedigrí de las relaciones que han tenido, amigos, parejas o lo que fuera y, en medio del discurso, al referirse al color de la piel de algunos integrantes de ese aparentemente privilegiado círculo personal remarcan, con mucho afán, que son “negros como usted”, señalando a algún interlocutor.

Ahora, para entrar con total sinceridad en este tema de las discriminaciones, pienso que debería revelar algo políticamente incorrecto. O sea, que soy racista. O, al menos, que tengo actitudes racistas.
  • En un grupo mixto, en un ambiente indeterminado, de personas negras y blancas, mi fuero interno mantiene cierto sesgo racista respecto a las reservas y la confianza en las personas, durante el tiempo necesario para que otros criterios más realistas ajusten mi comportamiento.
  • Todavía hoy encuentro más rápidamente –con una afortunada excepción- la belleza en una mujer blanca que en una mujer negra.
  • Cuando pasa uno de esos carros con la música reguetonera o de cualquier otro género escandaloso a todo volumen, veo el color del conductor con mis prejuicios antes que con mis ojos.
Y ahora tengo un arduo trabajo para intentar convencer a mis lectores de que, a pesar de esas tendencias, no soy tan mala persona.

Los especialistas en Freud y compañía podrían darse banquete si me volviera engorroso con las ideas que quiero defender a continuación. En este tipo de cosas, al carecer yo de las herramientas sofisticadas de los psicoanalistas y demás especialistas del tema de las actitudes y relaciones humanas, trato de plantearme los términos de manera sencilla, de manera que pueda guiarme por los principios éticos que encuentro más respetables. Y la lógica más fuerte y simple en estos campos la he encontrado en la conocida regla de oro de “no hacer uno a los demás aquello que no le gustaría que otros le hicieran”. Podría ampliar esto con conceptos más generales sobre lo sagrado del ser humano, los valores de la solidaridad, etc., pero al estar mi especialidad profesional algo alejada de las ramas humanistas, prefiero atenerme a lo natural, a lo que hasta al más ducho retórico le cueste trabajo retorcer. Cada uno coopera con lo que mejor sabe utilizar.

Con la llana vigencia de la citada regla de oro, no se me deberían haber creado los sesgos que confesé allá arriba. Sin embargo, desde antes de que uno pueda tomar parte activa –y hasta decisiva– en la formación de su propia naturaleza, está inmerso en una sociedad que impone normas de moralidad, costumbres e idiosincrasias. Por ejemplo, hace un par de generaciones, mi familia vivía en un país donde había parques con aceras para negros y aceras para blancos. Ellos participaron de un viraje radical que trastornó aquel odioso orden de cosas, pero las transformaciones en los seres humanos siempre van más despacio, aunque se trate de personas que uno reconoce como fundamentalmente éticas y decentes. Décadas más tarde, con muchísima agua corrida bajo los puentes de la lucha contra la discriminación racial, unos rizos revoltosos cuando llevo un tiempo sin pelarme, o el que un conocido me describa como “jabao”, causa unas divertidas incomodidades sobre las que, por discreción, no abundaré.

Cursando los niveles básicos de enseñanza en municipios periféricos de la capital, no pude escapar a la realidad de la desigualdad manifiesta entre los muchachos de los barrios “marginales” y otros más favorecidos. En esta etapa clave de la formación del carácter del niño-adolescente, el prototipo de “vejigo guaposo y abusador”, encajaba frecuentemente en el perfil de los educandos negros, de origen humilde. El “Abelardito de espejuelos”, aunque no exclusivamente, solía ser blanco e hijo de profesionales universitarios, que en aquella época estaban en alza. Y no es que los profesionales de los ochenta –graduados de los sesenta y los setenta- fueran todos cara pálidas, ni que en los barrios de la periferia todos fueran negros, pero de que había un desbalance relativo a los índices demográficos generales de la nación, lo había, y notable.

O sea, que a pesar de que después de mil novecientos cincuenta y nueve la Universidad se pintó de campesino, de mujer, de negro y de mulato en mucha mayor medida que en ninguna otra época anterior; a pesar del evidentísimo vuelco experimentado en todos los sentidos de acceso por parte de los sectores desfavorecidos, a todos los espacios sociales, laborales, de participación, recreación y superación, la diferencia acumulada no se pudo eliminar por completo.

Los hijos de los anteriormente privilegiados –blancos generalmente- partían de una posición de ventaja demasiado marcada respecto a los anteriormente oprimidos –negros- en lo relativo a niveles educacionales y patrimoniales en la familia, cultura de estudios y superación, habilidades de participación y negociación en ámbitos técnicos, académicos, políticos y otros sectores de prestigio. Lógicamente, aún con igualdad en las demás condiciones creadas, aquellos que parten en la delantera llegan primero y más lejos en las direcciones más apetecidas. A los negros les quedaba el consuelo de prevalecer en las actividades deportivas –excepto el ajedrez.

Por otra parte -como humildes pecadores humanos que somos- siempre hay un grupo nada despreciable que cede a la mezquina tentación de seguirse considerando, apoyados en prejuiciosos conceptos, mejores o superiores a otras personas y resistirse al cambio de mentalidad. Para mayor dificultad, en cierto momento las personas con el mayor peso en la dirección de los asuntos del país estimaron prematuramente vencido y superado al flagelo y, en nombre de la unidad, perjudicaron ulteriores esfuerzos en el cierre de la brecha racial.

Desde hace cierto tiempo se ha podido evaluar el perjuicio causado por este último elemento, y se han tomado algunas medidas para revertirlo. Los planes de trabajadores sociales constituyeron un paso sustancial en el reconocimiento de los sectores más retrasados respecto al resto: esos que residían en los barrios marginales que nunca llegaron a eliminarse; esos otros que levantaron nuevos vara-en-tierra en los suburbios de las ciudades más importantes –sobre todo en la capital.

En el movimiento artístico e intelectual se revitalizó el tratamiento del tema racial, de la identidad cultural y el estudio de las particularidades de las vidas de las personas afectadas por el asunto, en los sentidos económicos, educacionales. De esta forma, muchas personalidades puedieron retomar los espacios que les fueron esquivos por políticas desfavorables tiempo atrás, y dar vía libre a aquellos temas que los estudiosos nos explican con los términos de sociología, antropología y otros por el estilo, con los que viene bien estar familiarizados para no caer en errores de diversos tipos y final similar: la reproducción de patrones discriminativos.

¿Qué obstáculos veo ahora como los más significativos en el combate a las manifestaciones remanentes de discriminación racial, y cómo puede seguirse progresando en la eliminación de este flagelo? Aunque cabezones reconocidos como Roberto Zurbano, Esteban Morales y otros lo pueden explicar mejor que yo, aquí me acerco a ayudar con mi piedrecita.

El primer obstáculo es la desigualdad todavía presente y visible –entre otras manifestaciones- en las composiciones étnicas de distintos colectivos: los de instituciones docentes prestigiosas vs cárceles; barrios de Miramar vs La Corea... Es necesario denunciar las actitudes de complacencia, las que niegan o minimizan el problema y/o pretenden que se le concede demasiada importancia porque, después de todo, “eso no afecta a tantas personas” o “el negro que quiere superarse hoy día ya lo puede hacer, si no lo hace es porque no quiere”.

La existencia de la desigualdad promueve su enraizamiento y reproducción. Que es por lo cual se debe seguir promoviendo la igualdad por algo más que las vías formales y legales. En otras palabras, sostener programas activos, del tipo de acción afirmativa. Entre otras medidas se deben promover políticas tan parecidas a cuotas raciales -en matrículas docentes, candidaturas y funcionarios electivos y directivos- que todo el mundo sepa de qué va el asunto aunque no lleven ese nombre.

En segundo lugar está el obstáculo de la existencia de otras desigualdades y discriminaciones. La niña blanca, que crece minimizada por su condición de mujer, verá como lo más natural del mundo discriminar a la persona negra en un lógico cruce de discriminaciones. Y reproducirá ese patrón de conducta en la educación de su descendencia.

El repudio de TODAS las formas de discriminación –racial, de género, por preferencias sexuales, por creencias filosóficas, por región (¿qué me dicen de los cubanos de las provincias orientales?), etc.,- se debe eslabonar en una misma política; tal como se imbrican las actitudes que dan pie a cada una de las injustas segregaciones entre las personas. Y por este camino habrá que criticar también las políticas que le escamotean al cubano, en su propia tierra, derechos de los que hace libre ejercicio cualquier extranjero que se encuentre en Cuba, suponiendo que ambos, el cubano y el extranjero, tengan el medio de costearlo –como ejemplo concreto, el acceso a internet.

En tercer lugar, la cuestión de quiénes dirigen y protagonizan la contienda contra la discriminación. Por más felices que estemos de que se le preste profunda atención al tema por parte del gobierno; de que algunos funcionarios de elevado nivel estén profundamente comprometidos y otros, al menos, se dejen ver en las actividades que jalonan esta campaña; de que algunos medios de prensa –Juventud Rebelde, Alma Mater, Somos Jóvenes- se hagan eco de este sentir… persiste la aprensión de que los motivos de los dirigentes cambien un mal día y los avances logrados se detengan o, peor aún, se reviertan.

Como es bien sabido, la mejor garantía de continuidad de un empeño constructivo es que los más interesados mantengan el poder de convocatoria, la capacidad de presión pública, mediática, cultural y parlamentaria, la coordinación y aglutinamiento de los esfuerzos de todos los implicados, de una manera abierta, transparente, democrática.

Y vale la pena destacar como elemento con identidad propia el tema del papel de los medios, muy especialmente la televisión y el cine. A pesar de la existencia de mensajes educativos de pequeño formato –como aquel genial de las niñas blanca y negra que juegan con muñecas negra y blanca, y con inocencia y encanto infinitos desarticulan el mito racista- la mayoría de los programas cubanos, telenovelas, películas, dramatizados, etc., reproducen conservadoramente los arquetipos hegemónicos de belleza caucásica que hoy en día hasta Hollywood sabe, astutamente, recombinar.

El ICRT resulta de nuevo un sector retrógrado, que mantiene como los moldes más envidiados la piel prístina, el pelo lacio y platinado, los ojos escandinavos, la chica Barbie, el hombre Kent. Con tantas personas de sangre africana llenas de vitalidad, de energías, de actitudes optimistas ante la vida que se pasean por nuestras calles, centros de trabajo, parques, playas; con tanto talento en nuestros creadores para desarrollar las direcciones más maravillosas de la estética, aprovechando todos los recursos del infinito acervo de la diversidad, duelen la inercia y la desidia, el racismo de aquella institución.

A diferencia de la situación en otras esferas de las artes y la cultura en general, la marginación del ángel negro en la poderosa pantalla reafirman y amplían los sentimientos racistas y obstaculizan la imperiosa transformación de la mentalidad. Existe una urgente necesidad de cambio en las políticas de los medios… y de cambiar a los que no entiendan esta realidad.

Por último, el progreso en la lucha contra la discriminación favorecerá también el avance en todos los aspectos sociales de la utopía que deseamos construir. Y viceversa. Una pata del elefante no puede avanzar mucho sola, ni permanecer adelantada por mucho tiempo si el resto del elefante no camina también. Es una posición incómoda para el paquidermo que, cuando se canse, buscará recuperar el equilibrio de dos formas posibles: adelantando las otras tres patas –espalda, trompa, panza y cola incluidos– o recogiendo la extremidad vanguardista. Huelga decir que esta última posibilidad es la que no deseamos. Y sería funestamente inevitable, si el bicharraco en general decidiera retroceder por cualquier motivo conservador.

Para aumentar las probabilidades de que el avance de esta pata se sostenga y abra paso a otros, todos los interesados, trabajadores, artistas, deportistas, etc., deben mantener o incrementar las manifestaciones, posturas, pronunciamientos y actitudes antidiscriminatorias en cuanto ámbito oficial o informal se encuentren. El egoísmo y la apatía, el dejar a los demás cuanto problema no sea particular de uno, serían una trampa mortal en esta contienda. A pesar de que muchas veces pareciera lo contrario, la presión ciudadana en este país también funciona... cuando llega a suficientes niveles de intensidad y extensión. Y ahora las personas sensibilizadas tienen el terreno favorable.

Personalmente y con la conciencia de mis atavismos, me permito reírme un poco con Freud, y conciente, o subconsciente o supraconscientemente, me alecciono a portarme bien; a contrarrestar con mis actos el daño que pudieran inflingir mis prejuicios y educar mejor a mi bebé por nacer.

Para que sea un poco más libre.

5 comentarios:

100 % Gusano dijo...

Bueno, así que todavía no ha nacido el jabaíto. Oye, ¿Pero debe faltar poco?
Rogelio, tenemos mucha carga de racismo, todos. Incluso, los que tradicionalmente han sido discriminados por la raza: ellos más que tú y que yo.
Mi hijo también es mestizo. Y he tratado de evitar que la familia le trasmita prejuicios.
A veces el padre (mulato) le dice: "No te me aparezcas con una negra, toma mi ejemplo", y eso es motivo de pelea por días y días.
Te digo, que a pesar de que reconozco cierta cuota de racismo en mi, esas cosas me duelen tanto.
Te será difícil, pero hay que hacer todo para despojar a los niños de esa tara.
Va y nos toma tres generaciones lograrlo.

100 % Gusano dijo...

Felicidades por el nacimiento de Rogelito

el buen doctor dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
el buen doctor dijo...

Hola Rogelio, es mi primera entrada en cualquier blog, confieso que he seguido muchos blog cubanos en los ultimos 4 meses. Algunos buenos, otros no tanto. Bubsopía es uno de mis favoritos y por eso dejo a un lado mi miedo escénico y me lanzo a un comentario.
Creo que todos somos racistas de algún modo. Los menos somos los que lo reconocemos. Y creo que no se debe avergonzar nadie de serlo, es solo reconocer las diferencias físicas entre dos personas. Los prejuicios derivados del reconocimiento de estas diferencias son los que convierten este racismo interior en DISCRIMINACION.
Creo que en 50 años se han cometido actos discriminatorios, pero tambien creo que las oportunidades a los "niños blancos" han sido las mismas que la de los "pobres negritos". Hace mucho tiempo ya del fin de la pseudorepublica y un mas de la esclavitud.
Yo blanco de piel, crecí en un barrio pobre y soy un profesional. Mientras "niñitos blancos" de barrios mejores no pudieron ( o no quisieron) llegar a mitad del camino.
Porque tirarle la toalla al que no se esforzó en su momento y decir que solo porque es fisicamente negro y su tataratatarabuelo fue arrancado de su villa en africa y traido las plantaciones de caña; pues se merece una 2da (mas bien 3ra, 4ta, o 5ta) oportunidad. No es negarsela, pero creo si esa oportunidad se le da con francas ventajas sobre él que si se esfuerza en llegar lejos desde la mas temprana edad, pues es incluso mas discriminatorio que los que nos tilden de racistas solo por ver las diferencias físicas (y sociales) notables en otro grupo de personas.
saludos y felicidades

Anónimo dijo...

Hey