Siguen su avance estos tiempos
nuestros, de reformas o actualizaciones según la semántica al
gusto. A veces, cuando no es para tanto, las novedades nos pueden
caer de súbito, como rayos desde un cielo despejado. Otras veces,
cuando la cosa es más seria, los heraldos de la corte reciben
primero la misión de preparar los ánimos del público, a través de
las correspondientes campañas mediáticas.
Los sitios digitales Cubadebate y
Rebelión, publicaron recientemente un artículo del ensayista
Luis Toledo Sande, con serias implicaciones para nuestro porvenir. Su
autor es una figura reputada en las filas de los ideólogos
oficiales. Tal vez sea hasta miembro o asesor de esas comisiones
secretas a las que el gobierno encargó conceptualizar nuestro país
–no hay manera de saberlo, para algo son secretas. En todo caso, es
una voz para tener en cuenta.
Su texto funciona, simultáneamente,
como señal de próximos giros y confirmación de la inevitable
deriva de un proceso, presa de fuerzas reaccionarias. Se trata
de una exploración (vínculo de Cubadebate) de la
posibilidad de desarticular el carácter del Partido Comunista de
Cuba, (vínculo de Rebelion) que hasta hoy se proclama
formalmente como partido de clase obrera y campesina.
Últimamente, nuestros caminos han
estado marcados por el fomento del creciente capitalista nacional; la
normalización de relaciones con los Estados Unidos y la atracción
del capital extranjero. En resumen, por la asimilación de Cuba en el
capitalismo mundial. Ahora tenemos un Congreso del partido dirigente
a las puertas y se discuten, bajo distintos grados de
discrecionalidad, procesos definitorios del país del futuro. Más de
uno por ahí habrá pensado que es hora de que el Partido, que
proclama representar la vanguardia proletaria cubana, se defina un
poquito. Si va a admitir las crecientes desigualdades. Si va a estar
del lado de los explotados o de los explotadores.
Y no es que el encumbrado profesor vaya
a fijarse en lo que cualquier renacuajo ande diciendo por ahí. Son
las circunstancias las que ponen estas cuestiones sobre el tapete de
manera perentoria. No es posible desarrollar más profundamente
ciertas políticas, sin resolver algunos problemas teóricos
demasiado agudos.
La élite local tiene ante sí un
verdadero nudo gordiano ideológico con esto del progreso del nuevo
capitalismo. Específicamente, de su progreso. Hasta ahora, el
Partido ha cumplido satisfactoriamente bajo la forma conocida, los
servicios demandados. Pero bajo tales esquemas, más temprano que
tarde, le será simplemente imposible avalar la profundización de
las políticas en curso. Privatización, ajustes presupuestarios,
despidos masivos, resultan cada vez más incompatibles con una
postura supuestamente colectivista. Quienes obtienen las grandes
ganancias de las reformas económicas; quienes amasan propiedades,
inversiones –capital–, requieren también el control de los
resortes del poder político. O sea, necesitan el control del PCC.
Y lo necesitan bajo su forma revelada.
Los tiburones, disfrazados, pueden llevar o no mucho tiempo en la
reunión de las sardinas. Pero el máximo grado de preponderancia no
lo pueden ejercer bajo esa condición. Necesitan revolver, también,
las formas oficiales del cónclave, pues les complican demasiado
trastocar el contenido. Tal es el sentido último de la tesis de
Toledo Sande.
¿Cómo lanza el profesor esta tremenda
maniobra? Con abundante verborrea, se basa en comparaciones entre
nuestro actual PCC, el partido bolchevique de V.I.Lenin y, por
supuesto, el movimiento independentista cubano de fines del siglo
XIX, liderado por el Héroe Nacional, José Martí Pérez. Este
último vuelve a servir de comodín universal, fuente perfecta de
ideas manipuladas y sacadas de contexto para el demagogo de turno.
La retórica oportunista del autor
alcanza el terreno de la ofensa. Resulta ser que el principio de una
fuerza organizada, exclusiva de la clase trabajadora, para conquistar
y defender sus derechos, constituye un “aldeanismo”, ajeno al
legado martiano. Martí, en los trajines del Partido Revolucionario
Cubano (PRC), asentó el concepto de “con todos y para el bien de
todos”. Por lo tanto, sostiene Toledo Sande, nosotros deberíamos
rechazar el carácter uni-clasista en el partido –propio solamente
del bolchevismo– y abrirlo, como el PRC, a “todo el pueblo de
Cuba”.
De acuerdo con el profesor, no existe
un aporte cubano y latinoamericano legítimo en el terreno del
marxismo revolucionario. Todo lo manejado en ese sentido habría sido
la copia de “europeísmos”. Mariátegui, Julio A. Mella, Ché
Guevara, Carlos A. Libanio Christo (Frei Betto) y demás obstinados
en alinearse con las víctimas de la explotación y denunciar a
quienes explotan, habrían sido presas de “lecturas extranjerizas,
confusas e incompletas”.
La maniobra anunciada está a tono con
los tiempos y tiene probabilidades de éxito. Con la justificación
de un modelo de socialismo “actualizado”, con la desacreditación
de “los igualitarismos”, la burguesía emergente cubana no tendrá
pronto necesidad de camuflarse. Escudados en la abstracción de “todo
el pueblo”, se revelarán abiertamente en los espacios políticos.
En esto, también seguirán otro ejemplo chino –ese no es
“extranjerizante”– por el que conocemos que el Comité Central
de aquel partido está copado por millonarios. De esta suerte,
multiplicadas las fuerzas derechistas con la hegemonía del poder
político, prevalecen a la ofensiva contra las conquistas de la clase
obrera, los derechos laborales, etc.
Eso no quiere decir que la clase
trabajadora no tenga cómo contraatacar. Esta maniobra tiene también
sus debilidades e inconsistencias. Es sencillísimo evidenciar que
una revolución anticolonial –como la que ocupaba a Martí– tiene
un contexto radicalmente diferente de la vida de una república que
ya conquistó la soberanía. Si Toledo Sande quiere ignorar las
diferencias, sus razones tendrá.
El principio del exclusivismo del PCC
en la arena política nacional, descansa en el supuesto de que éste
representa a la clase obrera y campesina. Que defiende sus intereses
y la dirige en la construcción del socialismo, que ahora estaría en
una de las primeras fases de transición.
Si la naturaleza proclamada del Partido
deja de ser clasista, todo cambiaría. Aunque este conserve el
nombre, se igualará con cualquier otro partido “normal” de los
del mundo. Y se comprenderá su rol, más transparentemente aún que
antes, de defender los intereses del subgrupo explotador específico
que logre la preponderancia dentro del mismo. El último de los
intereses de una burguesía explícita, en el control del Partido,
sería avanzar en la construcción del socialismo y destruirse a sí
misma. Probablemente termine de vender a los gringos lo que queda de
soberanía, a cambio de unas migajitas.
En esas condiciones, no habrá basamento legal ni moral para impedir,
al proletariado cubano, organizar soberana y democráticamente sus
propias fuerzas, sin interferencias ni controles de la burguesía.
Mientras existan la explotación e injusticias intrínsecas al modelo
capitalista, la lucha nunca terminará.
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