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12 de enero de 2016

Venezuela, los sabihondos y la contundencia de las sencillas verdades



Sobre las pasadas elecciones en Venezuela se habló muchísimo y todavía hay gente por ahí traumatizada. Yo quería dejar algún comentario mío, en ese tiempo que nuestro blog estuvo censurado. Yo quería, simplemente, referirme a un contraste que me resultó muy ilustrativo.
Por un lado, tuvimos a nuestros ideólogos oficialistas de siempre, los Ángel Guerra y compañía. Antes y durante el día de la votación, aquellos anunciaban a bombo y platillo que el pueblo venezolano “educado gracias a la revolución chavista”; “sabía cómo defender sus intereses y valores mediante las armas de la democracia”; “derrotaría a los sectores malvados, vendepatrias, de la oposición”; e “iba a darle otra gran victoria”, al gobierno amigo del nuestro. Ello, a pesar de que dominaban perfectamente la información sobre los sondeos serios que auguraban todo lo contrario –y que a los cubanos de a pie se nos ocultaron, por cierto.

Después de conocidos los resultados, la retórica de tales señores se hundió a niveles más profundos de incoherencia, con una escasez de ética peor aún. Culparon de todo a la guerra económica de la oposición y a la injerencia estadounidense. En realidad, estos factores fueron muy reales, pero ya se podían haber dado cuenta y tomado mejores medidas en defensa de su proyecto, antes y no el día después de la elección. En todo caso, ahora se desbordan de exhortaciones para que el pueblo se alinee con el presidente, que defienda las conquistas, que detenga el avance de la oligarquía derechista. Pareciera que los que votaron por los contrarios al gobierno de Maduro fueron unos marcianos, de visita temporal, que ya regresaron a su planeta.

El colmo fueron ciertas comparaciones de estos intelectuales, que dejaban al Liborio de allá como el gran malagradecido. Supuestamente, los votantes por la oposición habrían preferido las promesas de pantalones y abundancia de otras pacotillas, que hacía la oposición, ante las computadoras y las viviendas y todas las otras mercedes que el magnánimo gobierno había repartido.

Pero Telesur dejó ver un pequeño filito de otra realidad, que valió mucho más que cualquier cantidad de explicaciones y demagogias. Se trató de una reunión del presidente Maduro, con representantes de las bases de su partido. Allí se paró, en un momento dado, un hombre, que habló con mucho dolor, mucha humildad.

Yo lo percibí como una persona sin una refinada o erudita formación académica, bien lejos de los Atilio Borones y demás de esa laya. Porque habló con palabras sencillas, que puedo recordar no al pie de la letra, pero sí clarito clarito, su mensaje.

Que la dirigencia venezolana tenía que revisarse a sí misma, desde la vicepresidencia hacia abajo. Que en la base estaban cansados de tanta reunión de muchas horas donde se hablaba, se hablaba, pero no se resolvían los problemas. Que el vicepresidente Diosdado Cabello les había prometido, varias veces, visitar su región para atender los problemas que los agobiaban, pero nunca había cumplido. Y que al final pasaba que aquel que criticaba algo, entonces (era acusado de que) era un contrarrevolucionario.

Dijo aquel hombre, y yo lo vi por Telesur, con estos ojos que se los van a comer los gusanos.

12 de noviembre de 2015

El ciclo progresista latinoamericano que se acaba o no y la baza marxista (II)


La imposibilidad de las clases trabajadoras de implantar su predominio a nivel nacional representó una seria limitación en estos movimientos latinoamericanos. Tener que fungir de vagón de cola de los grupos políticos policlasistas, capitaneados por la mediana y pequeña burguesía –anti neoliberal, pero no anticapitalista– , les inhibió el desarrollo independiente, no solo en las arenas nacionales, sino a la hora de coordinar esfuerzos y luchas a nivel regional. El proletariado y el campesinado tampoco tendieron al establecimiento de alianzas internacionales de carácter clasista desde las bases.

En cambio, todos los mecanismos de unión continental potenciados (CELAC, UNASUR, MERCOSUR, etc.) se establecían a esos niveles de las élites. Los mecanismos de integración comercial, de inversiones, de infraestructura, han sido cuidadosamente atendidos. Se alcanzaron, eso sí, acuerdos para la circulación de mercancías y capitales, en el marco de los mercados y circuitos; se trabajan los aranceles y se fomentan los bancos. Incluso, con el protagonismo notable de Venezuela, se establecieron condiciones económicas inéditas para acceder a recursos básicos clave –el petróleo—por parte de varias naciones de limitados caudales. Una vez más, debe reconocerse que esto permitió la reducción sensible de los niveles de pobreza, lo que se reflejó en el apoyo popular a estos gobiernos.

Aun así, no se produjo significativamente, una mayor unión entre los sindicatos de unas y otras naciones, o de las fuerzas partidistas de trabajadores, que se tradujeran en tácticas y estrategias comunes para el avance de los intereses particulares de la clase trabajadora y el enfrentamiento a las fuerzas de la burguesía reaccionaria a escala continental. No se han alcanzado, ni siquiera, acuerdos generales para el movimiento libre de personas entre todas estas naciones.

En cambio, se refozó inexorablemente el papel subordinado del continente ante el mercado mundial, con su papel principal de exportador de materias primas. Esto se puede confirmar con el ejemplo fresquito del acuerdo comercial, firmado por Ecuador, con la Unión Europea. La comisión de Comercio Internacional del Parlamento europeo elogió a aquel país por su trabajo en pro del mejoramiento de las condiciones “de los sectores productivos orientados a las exportaciones”, según un reporte de DPA. Otro ejemplo es el de Chile de la presidenta “de izquierda” Bachelet. Recientemente, se inauguró el mega - acuerdo comercial Trans-Pacífico, negociado en secreto, entre países de muy distintos grados de desarrollo, desde superpotencias como Estados Unidos, Canadá, Australia, hasta naciones subdesarrolladas como Perú y el mismo Chile. Para no hablar del “hermano país que construye el socialismo con sus peculiaridades”, Vietnam.

El efecto lógico de todo esto sería debilitar la capacidad de pueblos y personas trabajadoras ante el avance de la reacción. El golpe de estado propinado al ex presidente Zelaya en Honduras fue un ejemplo especial de todos los problemas señalados.

El hacendado Manuel Zelaya llegó a la presidencia de Honduras en el 2006, tras una campaña antineoliberal, mas no anticapitalista. Se ganó el apoyo electoral de las mayorías, con los argumentos de revertir los peores efectos del neoliberalismo, avanzar hacia una reforma agraria, y medidas de beneficio social en la medida de “lo posible”, sin salir del marco capitalista. Era el típico caso donde, a los críticos radicales, se les respondía prácticamente con el mismo argumento de los “clásicos” del neoliberalismo: no hay otra alternativa, lo demás son idealismos, etcétera. Honduras se hizo socio del ALBA y de PetroCaribe. Pero, en cuanto Zelaya se insinuó un tilín más radical que lo que la oligarquía estaba dispuesta a resistir, fue defenestrado en un abrir y cerrar de ojos, en el 2009.

La clase trabajadora hondureña no contaba en esos momentos con una organización de masas, poderosa e independiente; que llevara un trabajo organizado año tras año, para hacer converger a las masas hacia un programa revolucionario consecuente –y a los mismos soldados del ejército, que no debemos olvidar que salían de las mismas filas de campesinos y obreros pobres. Sus representantes participaban del conglomerado mixto alrededor del gobierno, atraidos por el programa de reformas de beneficio social y las vagas promesas de una reforma agraria. Si alguien opinaba que la postura debía ser más radical, se pueden imaginar como lo iban a criticar por andar en “izquierdismos de cafetín”.

Pues se produce el golpe de la extrema derecha. Los demás gobiernos progresistas latinoamericanos emitieron enérgicas condenas, implementaron una especie de boicot temporal, incluso expulsaron al gobierno de facto de Micheletti de la Organización de Estados Americanos. Pero no se produjo la respuesta revolucionaria necesaria. Pudiera haberse pensado en una huelga general, de haberse contado con las estructuras organizativas adecuadas, con el programa revolucionario adecuado y el soporte resuelto de las clases obrero - campesinas del resto del continente; hasta la derrota de la intentona golpista y la victoria del pueblo trabajador. Que esto no era una utopía, lo demostró la heroica resistencia del pueblo humilde hondureño, que por varios días se manifestó masivamente, y desafió al bien armado ejército, reclamando el regreso de su Presidente. Sin embargo, se impuso una negociación en la que las élites capitalistas llevaron las de ganar.

Al final, todo se arregló entre burgueses. Da una medida del asunto, el hecho de que la oligarquía hondureña denunció los tratados del ALBA… pero no los de PetroCaribe. A la larga, Zelaya aceptó unos acuerdos que devolvieron su partido burgués al terreno electoral, y no se ha vuelto a hablar de reformas sociales en Honduras. Actualmente se produce, de nuevo, una efervescencia anti corrupción que vuelve a demostrar enorme potencial de rebeldía entre las clases humildes, pero de nuevo falta el programa organizativo y movilizativo basado en principios del marxismo revolucionario.

Argentina, Brasil, Venezuela, han atravesado o atraviesan sus propias crisis, con sus diferentes características, pero derivadas de las mismas limitaciones. La derecha de esas naciones se aprovecha de debilidades similares de las fuerzas progresivas respectivas. Los partidos multi clase, pos neoliberales, alcanzan las presidencias respectivas, pero no se soportan en una base trabajadora que imponga el control obrero sobre los principales medios de producción. Por lo tanto, las derechas más rancias tiene la capacidad de maniobrar, generar movimientos masivos de contrabando, especulación de mercancías, fomentar y explotar las tendencias de corrupción en las estructuras autoritarias y verticalistas montadas por los gobiernos “izquierdistas”. De tal suerte, agravan las dificultades inevitables en unos sistemas, todavía capitalistas e inmersos en el inestable mercado mundial y aumentan el nunca ausente descontento social hasta provocar –al menos, eso intentan– la caída de tales fuerzas, bien sea por medio de elecciones o de la violencia. Las clases trabajadoras de uno u otro país, que no han establecido el tipo de alianzas internacionales de las que gozan las fuerzas capitalistas, no pueden hacer gran cosa por el vecino ni pedir su ayuda cuando sus propias bardas arden.

El acercamiento de los Estados Unidos y Cuba, después del pasado 17 de diciembre, es como el argumento final de Guerra Cabrera para “desmentir” lo del fin del ciclo progresista. Sin embargo, como se ha repetido hasta la saciedad, el imperialismo yanqui cambió de medios, no de fin. Y si de algo hay que preocuparse, será precisamente del entusiasmo de los empresarios, negociantes, capitalistas estadounidenses, que gestionan febrilmente en su Capitolio, la extensión de licencias y permisos para establecerse, invertir, hacer negocios y comprar y penetrar en este suelo todo lo que le permitan las laxas leyes cubanas de inversión extranjera, y el espíritu mercantilista de nuestras nuevas élites. Élites que le reclaman al presidente Obama que retire la base militar de Guantánamo, y le ofrecen a su Secretaria de Comercio, Pritzker, una base económica en el puerto de Mariel.

En resumen, que aún sin decantarse por una afirmación rotunda del llamdo “fin del ciclo progresista”, no se puede ignorar la urgencia de realizar el balance de las experiencias, conquistas, victorias y retrocesos de estos últimos años. Que no se pueden ignorar las lecciones históricas, no solo de este siglo y continente, puesto que mucha agua ha corrido bajo los puentes de las luchas de los trabajadores, los movimientos reformistas y las tentaciones hacia alianzas poli clasistas. Y que cada elección de camino tiene sus ventajas y desventajas. Que se puede eventualmente avanzar por una senda con algunas compañías heterogéneas, pero las fuerzas revolucionarias de trabajadores deben mantener la capacidad crítica, independiente de tales temporales aliados, “compañeros de camino”. Que no se debe perder la firmeza en el desarrollo de los principios científicos del socialismo marxista; ni descuidar el cultivo de los mecanismos y recursos propicios para sus propios fines, entre ellos, el internacionalismo del proletariado y el campesinado. Solo así se efectuarán los avances irreversibles hacia el destino final pues, de permitirse concesiones de principios hacia los eternos alegatos reformistas generados por las contradicciones internas de la burguesía, se facilitará indefectiblemente el estancamiento de cualquier ciclo o etapa de avances revolucionarios.

7 de septiembre de 2015

Mesa con comején


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Algunas fuentes reportan la conformación de una plataforma (otra más), que integran algunos sectores de la llamada disidencia cubana tradicional. Esta empresa llevaría el nombre de Mesa de Unidad de Acción Democrática o algo así.

Alguien ha notado la semejanza del nombre de esta estructura, con una similar en Venezuela, donde los antiguos partidos políticos rumian sus agravios contra el partido chavista. La coincidencia, nos tratan de tranquilizar, es solo una coincidencia desafortunada.

A grupos activistas de izquierda, que integro o conozco, se nos hacen llegar sugerencias de integración a tal engendro. Específicamente, se acercan al grupo Socialismo Participativo y Democrático (SPD) y al Observatorio Crítico (OC). Parece que les atraen nuestras posturas críticas ante los problemas de corrupción y burocratismo en el gobierno cubano.

Unas buenas relaciones con estos grupos, le otorgarían a la Mesa cierto aval de integralidad, de unir hasta elementos marxistas en el empeño común que se proponga. Y nos insisten en la conveniencia de dejar de definirnos como “anti-” algo, porque lo que está de moda, lo que es cool, lo que permite el diálogo y el entendimiento y la felicidad, es ser “pro”, estar “a favor”.

Conozco a miembros de SPD, con los que intercambio fraternalmente y comparto ideas, pero obviamente no puedo hablar a nombre de ellos. Por lo tanto, me limito a expresar las posiciones que defiendo, dentro y fuera del OC.

Para empezar, la tal Mesa parece que viene conformada del extranjero, lo que ya induce cierta desconfianza. Se podría replicar que muchas experiencias históricas cubanas loables se fraguaron en distintos escenarios de la emigración, pero no me parece aplicable el símil. Puras impresiones mías, puede ser.

Lo que sí no me parece ninguna “coincidencia desafortunada” es la semejanza de nomenclatura a la que nos referimos antes. Creo que la Mesa de marras tiene sobre sí unas cartas muy claras, de unos jugadores muy bien definidos, con unos objetivos muy precisos. No faltará quien me llame jurásico y me amenace con el ostracismo, un poco por lo que he expuesto y mucho por lo que me falta por decir. Por mí, como si me dicen trilobite.

Considero un reverendo disparate considerar siquiera el prospecto de unidad, de quienes nos consideramos defensores de posturas revolucionarias y marxistas, con estos sectores de la disidencia de derecha. Veo que una cosa es simplemente incompatible con la otra.

Los defensores de las ideologías liberales y neoliberales, para la política y la economía, se reconocen históricamente como enemigos de las clases trabajadoras. Es el caso de los adecos y copeyanos en la Venezuela pre-chavista y en la actual oposición que practican desde su propia Mesa. Es el caso de un Antonio Rodiles o todo aquel que pregone para Cuba las supuestas ventajas del abrazo con el capitalismo. Porque es el espacio del capitalismo, aquel donde está servida esta mesa. Los platos que en ella invitan, tienen como ingredientes el libre mercado, la llamada democracia basada en el multipartidismo y la empresa privada.

Por supuesto que intentan endulzar el gusto de los invitados con palabras bonitas como Democracia, Derechos Humanos, Libertad. Oponerse a tales conceptos deja a uno muy mal parado. El problema no son esas ideas en abstracto, sino sus sentidos e implementación.

Por enésima vez, hay que insistir que no existen tales entelequias separadas de condiciones materiales y sociales realmente existentes. No me tiendan palabritas tiernas para ruborizarme. No me vengan a proponer alianzas espúreas con quienes identifico con discursos de capitalismo para Cuba.

Democracia han dicho poseer las ciudades esclavistas griegas, el Sur del Jim Crow, el país de Atenco y Ayotzinapa, la República Democrática y Popular de Corea y algunos otros feos ejemplos que andan por ahí. Los Derechos Humanos y la Libertad se proclaman por el país que torturó en Abu Ghraib y mantiene la prisión de Guantánamo, y cuyo Presidente afirma que le cabe el derecho de mandar a matar mediante un Dron, sin juicio previo, a cualquier sospechoso o sospechosa de terrorismo.

La Democracia, los Derechos Humanos y la Libertad son bienes preciosos, sí, y por eso no se les puede tratar tan a la ligera. El análisis serio de sus facetas demuestra indefectiblemente su carácter clasista, su dependencia de la posición desde la cual se defienden. La “libertad” de un banquero puede ser dejar sin sus ahorros a diez mil jubilados, a cien mil, a un millón de trabajadores... El “derecho” al sobreconsumo del 10% más rico del planeta implica una catástrofe ecológica para sufrir por parte del otro 90%.

Las libertades y derechos que defiende la burguesía consisten, como se conoce cualquiera que haya pasado el ABC del marxismo, en la libertad de expropiar a la clase trabajadora de los pocos recursos que le queden. En la libertad de confabularse para mellar los derechos laborales en todo el mundo, mediante los movimientos de empresas, capitales, tratados de “libre” comercio, etcétera.

Quien desee hablarme de libertad, no olvide que el imperialismo es un sistema mundial. Que las fronteras nacionales se desvanecen ante el capital, que domina todos los espacios y no tiene nacionalidad. No se puede soñar con ser simplemente libre de la opresión que el capitalismo impone, con desarrollarse en una nación de productores libres asociados, si no se levantan vigorosas defensas contra la penetración de ese poder económico... sin mantener una atenta guardia anticapitalista y antimperialista.

Quien desee entusiasmarme con democracia, pase por defender la autogestión de la clase trabajadora, dueña de los medios de producción y libre, sí, de relaciones de opresión por parte de los explotadores de cualquier país. Que se estudie a la ciudadanía de la mayor potencia del mundo, con el derecho de estar “a favor” de algo en elecciones de los poderes políticos, y cómo es que no puede acabar de materializarlo en un resultado concreto que responda a los intereses de la mayoría de esa ciudadanía, como denuncian tantos activistas y académicos de izquierda en esa nación. O se aprenda de las lecciones de ese otro pueblo que votó “a favor” de unos políticos que dijeron proteger la política de bienestar, que luego confirmó en un Referendo masivo que rechazaba más ajustes fiscales que los que ya había sufrido, y luego el poderío imperialista mundial le demostró lo poco que valían sus derechos y su democracia.

Yo trabajo, también, por la democracia. Pero espero una Democracia de trabajadores, donde realmente una persona valga por su humanidad y no por su dinero. Donde las decisiones políticas reflejen consensos populares sobre el bienestar común y donde quienes, aparentemente, dirijan, en realidad obedezcan este sentir; en vez de destacarse como expertos manipuladores y enajenadores de voluntades de masas.

A quien me venga a hablar de Derechos Humanos, yo también estaré de acuerdo. Pero no si su versión incluye islotes protegidos, de gente rica, rodeadas de océanos de villas miseria; con fuerzas policiales represivas que asesinan una persona inerme –preferiblemente un negro– a la semana; asediados por olas de inmigrantes y cadáveres de niños del Tercer Mundo recalando sobre sus playas.

Sería simplemente un suicidio, para el Observatorio Crítico y colectivos semejantes, para todos nosotros como Nueva izquierda cubana, aceptar este convite. De sentarnos a esta Mesa, no sacaremos sino comején. La historia de los movimientos revolucionarios y obreros demuestra, exhaustivamente, que las fuerzas progresistas que se alían a sectores cualesquiera de la burguesía, pierden aceleradamente su orientación; los programas revolucionarios que alguna vez pudieran haber abrazado, se les disuelven indefectiblemente. Se tornan un instrumento más de la derecha, con la función del “policía bueno”, para apaciguar las conciencias y la intranquilidad de la clase trabajadora.

Así que, el que quiera, que acuda a esa Mesa; pero le recomiendo que no pierda su tiempo invitándome.