Sobre las pasadas elecciones en Venezuela
se habló muchísimo y todavía hay gente por ahí traumatizada. Yo quería dejar
algún comentario mío, en ese tiempo que nuestro blog estuvo censurado. Yo
quería, simplemente, referirme a un contraste que me resultó muy ilustrativo.
Por un lado, tuvimos a nuestros ideólogos
oficialistas de siempre, los Ángel Guerra y compañía. Antes y durante el día de
la votación, aquellos anunciaban a bombo y platillo que el pueblo venezolano
“educado gracias a la revolución chavista”; “sabía cómo defender sus intereses
y valores mediante las armas de la democracia”; “derrotaría a los sectores
malvados, vendepatrias, de la oposición”; e “iba a darle otra gran victoria”, al
gobierno amigo del nuestro. Ello, a pesar de que dominaban perfectamente la
información sobre los sondeos serios que auguraban todo lo contrario –y que a
los cubanos de a pie se nos ocultaron, por cierto.
Después de conocidos los resultados, la
retórica de tales señores se hundió a niveles más profundos de incoherencia,
con una escasez de ética peor aún. Culparon de todo a la guerra económica de la
oposición y a la injerencia estadounidense. En realidad, estos factores fueron
muy reales, pero ya se podían haber dado cuenta y tomado mejores medidas en
defensa de su proyecto, antes y no el día después de la elección. En todo caso,
ahora se desbordan de exhortaciones para que el pueblo se alinee con el
presidente, que defienda las conquistas, que detenga el avance de la oligarquía
derechista. Pareciera que los que votaron por los contrarios al gobierno de
Maduro fueron unos marcianos, de visita temporal, que ya regresaron a su
planeta.
El colmo fueron ciertas comparaciones de
estos intelectuales, que dejaban al Liborio de allá como el gran malagradecido.
Supuestamente, los votantes por la oposición habrían preferido las promesas de
pantalones y abundancia de otras pacotillas, que hacía la oposición, ante las
computadoras y las viviendas y todas las otras mercedes que el magnánimo gobierno
había repartido.
Pero Telesur dejó ver un pequeño filito de
otra realidad, que valió mucho más que cualquier cantidad de explicaciones y
demagogias. Se trató de una reunión del presidente Maduro, con representantes
de las bases de su partido. Allí se paró, en un momento dado, un hombre, que
habló con mucho dolor, mucha humildad.
Yo lo percibí como una persona sin una
refinada o erudita formación académica, bien lejos de los Atilio Borones y
demás de esa laya. Porque habló con palabras sencillas, que puedo recordar no
al pie de la letra, pero sí clarito clarito, su mensaje.
Que la dirigencia venezolana tenía que
revisarse a sí misma, desde la vicepresidencia hacia abajo. Que en la base
estaban cansados de tanta reunión de muchas horas donde se hablaba, se hablaba,
pero no se resolvían los problemas. Que el vicepresidente Diosdado Cabello les
había prometido, varias veces, visitar su región para atender los problemas que
los agobiaban, pero nunca había cumplido. Y que al final pasaba que aquel que
criticaba algo, entonces (era acusado de que) era un contrarrevolucionario.
Dijo aquel hombre, y yo lo vi por Telesur,
con estos ojos que se los van a comer los gusanos.
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