La imposibilidad de las clases
trabajadoras de implantar su predominio a nivel nacional representó
una seria limitación en estos movimientos latinoamericanos. Tener
que fungir de vagón de cola de los grupos políticos policlasistas,
capitaneados por la mediana y pequeña burguesía –anti neoliberal,
pero no anticapitalista– , les inhibió el desarrollo
independiente, no solo en las arenas nacionales, sino a la hora de
coordinar esfuerzos y luchas a nivel regional. El proletariado y el
campesinado tampoco tendieron al establecimiento de alianzas
internacionales de carácter clasista desde las bases.
En cambio, todos los mecanismos de
unión continental potenciados (CELAC, UNASUR, MERCOSUR, etc.) se
establecían a esos niveles de las élites. Los mecanismos de
integración comercial, de inversiones, de infraestructura, han sido
cuidadosamente atendidos. Se alcanzaron, eso sí, acuerdos para la
circulación de mercancías y capitales, en el marco de los mercados
y circuitos; se trabajan los aranceles y se fomentan los bancos.
Incluso, con el protagonismo notable de Venezuela, se establecieron
condiciones económicas inéditas para acceder a recursos básicos
clave –el petróleo—por parte de varias naciones de limitados
caudales. Una vez más, debe reconocerse que esto permitió la
reducción sensible de los niveles de pobreza, lo que se reflejó en
el apoyo popular a estos gobiernos.
Aun así, no se produjo
significativamente, una mayor unión entre los sindicatos de unas y
otras naciones, o de las fuerzas partidistas de trabajadores, que se
tradujeran en tácticas y estrategias comunes para el avance de los
intereses particulares de la clase trabajadora y el enfrentamiento a
las fuerzas de la burguesía reaccionaria a escala continental. No se
han alcanzado, ni siquiera, acuerdos generales para el movimiento
libre de personas entre todas estas naciones.
En cambio, se refozó inexorablemente
el papel subordinado del continente ante el mercado mundial, con su
papel principal de exportador de materias primas. Esto se puede
confirmar con el ejemplo fresquito del acuerdo comercial, firmado por
Ecuador, con la Unión Europea. La comisión de Comercio
Internacional del Parlamento europeo elogió a aquel país por su
trabajo en pro del mejoramiento de las condiciones “de los sectores
productivos orientados a las exportaciones”, según un reporte de
DPA. Otro ejemplo es el de Chile de la presidenta “de izquierda”
Bachelet. Recientemente, se inauguró el mega - acuerdo comercial
Trans-Pacífico, negociado en secreto, entre países de muy distintos
grados de desarrollo, desde superpotencias como Estados Unidos,
Canadá, Australia, hasta naciones subdesarrolladas como Perú y el
mismo Chile. Para no hablar del “hermano país que construye el
socialismo con sus peculiaridades”, Vietnam.
El efecto lógico de todo esto sería
debilitar la capacidad de pueblos y personas trabajadoras ante el
avance de la reacción. El golpe de estado propinado al ex presidente
Zelaya en Honduras fue un ejemplo especial de todos los problemas
señalados.
El hacendado Manuel Zelaya llegó a la
presidencia de Honduras en el 2006, tras una campaña antineoliberal,
mas no anticapitalista. Se ganó el apoyo electoral de las mayorías,
con los argumentos de revertir los peores efectos del neoliberalismo,
avanzar hacia una reforma agraria, y medidas de beneficio social en
la medida de “lo posible”, sin salir del marco capitalista. Era
el típico caso donde, a los críticos radicales, se les respondía
prácticamente con el mismo argumento de los “clásicos” del
neoliberalismo: no hay otra alternativa, lo demás son idealismos,
etcétera. Honduras se hizo socio del ALBA y de PetroCaribe. Pero, en
cuanto Zelaya se insinuó un tilín más radical que lo que la
oligarquía estaba dispuesta a resistir, fue defenestrado en un abrir
y cerrar de ojos, en el 2009.
La clase trabajadora hondureña no
contaba en esos momentos con una organización de masas, poderosa e
independiente; que llevara un trabajo organizado año tras año, para
hacer converger a las masas hacia un programa revolucionario
consecuente –y a los mismos soldados del ejército, que no debemos
olvidar que salían de las mismas filas de campesinos y obreros
pobres. Sus representantes participaban del conglomerado mixto
alrededor del gobierno, atraidos por el programa de reformas de
beneficio social y las vagas promesas de una reforma agraria. Si
alguien opinaba que la postura debía ser más radical, se pueden
imaginar como lo iban a criticar por andar en “izquierdismos de
cafetín”.
Pues se produce el golpe de la extrema
derecha. Los demás gobiernos progresistas latinoamericanos emitieron
enérgicas condenas, implementaron una especie de boicot temporal,
incluso expulsaron al gobierno de facto de Micheletti de la
Organización de Estados Americanos. Pero no se produjo la respuesta
revolucionaria necesaria. Pudiera haberse pensado en una huelga
general, de haberse contado con las estructuras organizativas
adecuadas, con el programa revolucionario adecuado y el soporte
resuelto de las clases obrero - campesinas del resto del continente;
hasta la derrota de la intentona golpista y la victoria del pueblo
trabajador. Que esto no era una utopía, lo demostró la heroica
resistencia del pueblo humilde hondureño, que por varios días se
manifestó masivamente, y desafió al bien armado ejército,
reclamando el regreso de su Presidente. Sin embargo, se impuso una
negociación en la que las élites capitalistas llevaron las de
ganar.
Al final, todo se arregló entre
burgueses. Da una medida del asunto, el hecho de que la oligarquía
hondureña denunció los tratados del ALBA… pero no los de
PetroCaribe. A la larga, Zelaya aceptó unos acuerdos que devolvieron
su partido burgués al terreno electoral, y no se ha vuelto a hablar
de reformas sociales en Honduras. Actualmente se produce, de nuevo,
una efervescencia anti corrupción que vuelve a demostrar enorme
potencial de rebeldía entre las clases humildes, pero de nuevo
falta el programa organizativo y movilizativo basado en principios
del marxismo revolucionario.
Argentina, Brasil, Venezuela, han
atravesado o atraviesan sus propias crisis, con sus diferentes
características, pero derivadas de las mismas limitaciones. La
derecha de esas naciones se aprovecha de debilidades similares de las
fuerzas progresivas respectivas. Los partidos multi clase, pos
neoliberales, alcanzan las presidencias respectivas, pero no se
soportan en una base trabajadora que imponga el control obrero sobre
los principales medios de producción. Por lo tanto, las derechas más
rancias tiene la capacidad de maniobrar, generar movimientos masivos
de contrabando, especulación de mercancías, fomentar y explotar las
tendencias de corrupción en las estructuras autoritarias y
verticalistas montadas por los gobiernos “izquierdistas”. De tal
suerte, agravan las dificultades inevitables en unos sistemas,
todavía capitalistas e inmersos en el inestable mercado mundial y
aumentan el nunca ausente descontento social hasta provocar –al
menos, eso intentan– la caída de tales fuerzas, bien sea por medio
de elecciones o de la violencia. Las clases trabajadoras de uno u
otro país, que no han establecido el tipo de alianzas
internacionales de las que gozan las fuerzas capitalistas, no pueden
hacer gran cosa por el vecino ni pedir su ayuda cuando sus propias
bardas arden.
El acercamiento de los Estados Unidos y
Cuba, después del pasado 17 de diciembre, es como el argumento final
de Guerra Cabrera para “desmentir” lo del fin del ciclo
progresista. Sin embargo, como se ha repetido hasta la saciedad, el
imperialismo yanqui cambió de medios, no de fin. Y si de algo hay
que preocuparse, será precisamente del entusiasmo de los
empresarios, negociantes, capitalistas estadounidenses, que gestionan
febrilmente en su Capitolio, la extensión de licencias y permisos
para establecerse, invertir, hacer negocios y comprar y penetrar en
este suelo todo lo que le permitan las laxas leyes cubanas de
inversión extranjera, y el espíritu mercantilista de nuestras
nuevas élites. Élites que le reclaman al presidente Obama que
retire la base militar de Guantánamo, y le ofrecen a su Secretaria
de Comercio, Pritzker, una base económica en el puerto de Mariel.
En resumen, que aún sin decantarse por
una afirmación rotunda del llamdo “fin del ciclo progresista”,
no se puede ignorar la urgencia de realizar el balance de las
experiencias, conquistas, victorias y retrocesos de estos últimos
años. Que no se pueden ignorar las lecciones históricas, no solo de
este siglo y continente, puesto que mucha agua ha corrido bajo los
puentes de las luchas de los trabajadores, los movimientos
reformistas y las tentaciones hacia alianzas poli clasistas. Y que
cada elección de camino tiene sus ventajas y desventajas. Que se
puede eventualmente avanzar por una senda con algunas compañías
heterogéneas, pero las fuerzas revolucionarias de trabajadores deben
mantener la capacidad crítica, independiente de tales temporales
aliados, “compañeros de camino”. Que no se debe perder la
firmeza en el desarrollo de los principios científicos del
socialismo marxista; ni descuidar el cultivo de los mecanismos y
recursos propicios para sus propios fines, entre ellos, el
internacionalismo del proletariado y el campesinado. Solo así se
efectuarán los avances irreversibles hacia el destino final pues, de
permitirse concesiones de principios hacia los eternos alegatos
reformistas generados por las contradicciones internas de la
burguesía, se facilitará indefectiblemente el estancamiento de
cualquier ciclo o etapa de avances revolucionarios.
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