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5 de abril de 2013

Para los negros en Cuba la Revolución no ha comenzado aún

[tags Roberto Zurbano, New York Times, racismo, Revolución, afrodescendencia, antirracismo, ciudadanía, crítica, Cuba, debate, democracia, derechos ciudadanos, derechos humanos, desigualdad, discriminación, espacio público, Estado, nación]
 
Por Roberto Zurbano
 
La Habana, 23 de marzo - La últimas noticias salidas de Cuba se refieren a los cambios, aunque esto es más un sueño que una realidad para los afrocubanos como yo. A lo largo de la última década, han sido abolidas muchas prohibiciones ridículas para los cubanos que viven en la Isla, como dormir en un hotel, comprar un celular, vender una casa o un automóvil y viajar al extranjero. Estos gestos han sido celebrados como signos de aperturas y reforma, aunque en realidad solo son esfuerzos para normalizar la vida. La realidad es que en Cuba tu experiencia de estos cambios depende del color de tu piel.
 
El sector privado goza ahora en Cuba de cierto grado de liberalización económica, pero los negros no estamos en posición ventajosa para aprovecharnos de ello. Heredamos más de tres siglos de esclavitud durante la era colonial española. La exclusión racial continuó después de la independencia de Cuba en 1902, y medio siglo de Revolución desde 1959 ha sido incapaz de superarla.
 
En los primeros años de la década de los 90, después del fin de la Guerra Fría, Fidel Castro se embarcó en reformas económicas que continúa Raúl, su hermano y sucesor. Cuba había perdido su mayor benefactor, la Unión Soviética, y cayó en una profunda recesión que se conoció como el "periodo especial". Había frecuentes apagones. El transporte público apenas funcionaba. La comida escaseaba. Para encauzar el descontento, el gobierno dividió la economía en dos sectores: uno para el negocio privado y las empresas de orientación extranjera, esencialmente autorizadas a negociar en dólares estadunidenses; y otro que continuaba el viejo orden socialista centrado en puestos gubernamentales de trabajo con un promedio de 20 dólares mensuales.   
 
Es cierto que los cubanos tienen aún una fuerte red de seguridad: la mayoría no paga alquiler, y la educación y la salud son gratuitas. Pero la divergencia económica creó dos realidades contrastantes que persisten hoy en día. La primera es la de los cubanos blancos, que han equilibrado sus recursos, para entrar en la nueva economía de mercado y cosechar los beneficios de un socialismo supuestamente más abierto. La otra realidad es la de la pluralidad negra, que fue testigo de la desaparición de la utopía socialista en los  sectores más desprovistos de la Isla.
 
La mayor parte de las remesas del exterior —principalmente del área de Miami, centro neurálgico de la comunidad de exiliados mayormente blancos— va a cubanos blancos. Tienden a vivir en mejores casas, que pueden ser convertidas fácilmente en restoranes o alojamientos con desayuno —el modo más común de negocio privado en Cuba—. Los cubanos negros tienen menos propiedades y dinero, y además han tenido que lidiar con el racismo imperante. Era frecuente no hace mucho que los administradores de hoteles, por ejemplo, contrataran solo empleomanía blanca para no ofender la supuesta sensibilidad de su clientela europea.
 
Este tipo de racismo escandaloso se ha vuelto socialmente menos aceptable, pero los negros son aún tristemente poco representados en el turismo —probablemente el sector más lucrativo de la economía—, y es mucho menos  probable que posean sus propios negocios que los blancos. Raúl Castro ha reconocido la persistencia del racismo, y ha tenido éxito en algunas áreas (hay más maestros y diputados negros en la asamblea nacional), pero falta mucho por hacer para enfrentar la desigualdad estructural y el prejuicio racial que aún excluye a los afrocubanos de los beneficios de la liberalización.
 
El racismo en Cuba ha sido ocultado y reforzado en parte porque no se habla de él. El gobierno no ha permitido que el prejuicio racial sea debatido y confrontado política o culturalmente, pretendiendo a menudo, en ocasiones, que no existe. Antes de la década del 90, los cubanos negros sufrían una parálisis de movilidad económica mientras, paradójicamente, el gobierno decretaba el fin del racismo en los espectáculos y publicaciones. Cuestionar la extensión del progreso racial equivalía a un acto contrarrevolucionario. Esto hizo casi imposible señalar lo obvio: el racismo está vivo y  saludable.  
 
Si los años 60, la primera década después de la Revolución, significaron oportunidad para todos, las décadas que siguieron demostraron que no todo el mundo podía tener acceso al beneficio de tales oportunidades. Es cierto que la década de los 80 produjo una generación de profesionales negros, como médicos y maestros, pero estas ganancias disminuyeron en la década de los 90, cuando los negros fueron excluidos de sectores lucrativos como la hotelería. Ahora, en el siglo XXI, se hace muy visible que la población negra está poco representada en universidades y en espacios de poder económico y político, y sobrerrepresentada en la economía subterránea, en la esfera criminal y en los barrios marginales.
 
Raúl Castro ha anunciado que cesará en la presidencia en 2018. Espero que para entonces, en Cuba el movimiento antirracista habrá crecido, tanto legal como logísticamente, de modo que pueda traer soluciones que durante tanto tiempo han sido prometidas y esperadas por cubanos negros.
 
Un primer paso importante sería lograr finalmente un conteo oficial de afrocubanos. La población negra de Cuba es mucho mayor que los números espurios  de los recientes censos. El número de negros en la calle subraya obviamente el fraude numérico que nos coloca con menos de un quinto de la población. Muchas personas olvidan que en Cuba una gota de sangre blanca puede —aunque solo en el papel— hacer un mestizo o una persona blanca de alguien que en la realidad social no cae en ninguna de estas categorías. Aquí, los matices que gobiernan el color de la piel son una tragicomedia que oculta conflictos raciales de larga existencia.
 
El fin del gobierno de los Castro significará el fin de una era en la política cubana. No es realista esperar un presidente negro, dada la insuficiente conciencia racial en la Isla. Pero cuando Raúl Castro deje el puesto, Cuba será un lugar muy distinto. Solo podemos esperar que mujeres, negros y jóvenes serán capaces de ayudar a guiar a la nación hacia una mejor equidad de oportunidad y al logro de ciudadanía plena para cubanos de todos los colores.
Publicado el 23 de marzo de 2013 en The New York Times: "For Blacks in Cuba, the Revolution Hasn't Begun"

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