A finales del 2015, un periodista de
Juventud Rebelde proclamó que el año anterior habría revelado una
ligera disminución de los precios a los productos del mercado
cubano. Los asiduos de Havana Times compartirían el estupor
generado, por toda la evidencia existencial en contra.
En general, muchos
sitios mediáticos, con mayor o menor apertura según el origen,
discuten sobre el galopante costo de la vida en nuestras calles. La
preocupación llegó a tales extremos, que la última sesión del
Parlamento cubano se manifestó por tomar medidas de emergencia.
Justo por esos días, los medios oficiales pretendían alegrarnos con
la noticia de un crecimiento del Producto Interno Bruto nacional de
un 4%.
Se recordará la
reiterada promesa gubernamental de que el crecimiento de la
producción traería aparejada la disminución de los precios.
No pocos hemos criticado tales ideas, por su completa falta de
objetividad.
Personalmente,
encuentro deprimente la mayoría de las intervenciones sobre el tema
en los medios, así como de la actitud de los diputados
parlamentarios. Y es por razones sencillas, porque se
le da vueltas a un asunto sin la disposición de reconocer su
verdadera naturaleza; se desprecia la necesidad de documentarse y
estudiar el tema que, por demás, no es tan complicado. Es el
capitalismo, Cándido.
Sin la capacidad de los grandes
expertos de la economía política, acá hemos apuntado en materiales
anteriores un par de verdades elementales sobre esta situación.
Aquellos que se precian de marxistas deberían conocerlas muy bien, y
se han confirmado hasta la saciedad. Mientras tales realidades no se
reconozcan, de nada valdrán las enardecidas arengas de los
políticos; los golpes en el pecho de los dirigentes; los llamados a
la conciencia de las personas trabajadoras sin ningún poder para
cambiar la situación.
No cuestiono la cifra de crecimiento
ofrecida por las autoridades. Una economía que basa su
funcionamiento en resortes del mercado liberal, bajo ciertas
condiciones externas positivas, puede crecer en términos
macroeconómicos. Y eso es lo que hemos tenido aquí. Materias primas
de importación abaratadas, arreglos financieros y crediticios
favorables, más una considerable suavización de las condiciones del
embargo/bloqueo norteamericano: en el caso del turismo, reflejado en
un aumento del 30% de visitantes. Súmesele una política interna de
desregulación, y ya tiene un caldo de cultivo excelente para el
crecimiento… capitalista.
Por su naturaleza intrínseca, el
beneficio de este tipo de crecimiento no puede llegar a las capas de
personas trabajadoras, que componen la mayoría de la población.
Este es el primer punto sobre el que hemos llamado la atención.
Ha crecido la producción, y ha crecido
la oferta. Han crecido, porque las políticas implementadas han
permitido el desenlace de ciertas trabas, previamente existentes.
Pero estas mismas políticas han condicionado el tipo de crecimiento
de tal oferta, de modo tal que se produce para acompañar el
crecimiento de la demanda solvente. En Cuba ha entrado más dinero, y
florece una capa afortunada que puede pagar precios más altos, que
dispara el nivel de vida.
Échese un vistazo, por ejemplo, por
este barrio de Miramar. Los nuevos ricos han llenado ya todos los
espacios vacantes con el crecimiento de sus mansiones. Ha florecido
un buen número de restaurantes, donde una comida cuesta mi salario
mensual –que es el doble del promedio del país. Esos restaurantes
no son para mí, pero tienen su clientela.
Las mercancías y servicios ofrecidos
por el Estado tampoco favorecen la disminución de los precios. Un
funcionario de Etecsa –monopolio estatal cubano de las
telecomunicaciones– le explicó a un periodista que muchos
clientes, especialmente jóvenes, les solicitan equipos de altas
prestaciones, de los que cuestan ocho o diez salarios. Y yo les paso
por al lado, a estas personas, en las zonas públicas de navegación.
Con todas las deficiencias del servicio, pagan, por un rato del
mismo, de dos a tres días de mi salario. Otros productos básicos
mantienen unos impuestos de circulación y al valor agregado,
leoninos, dentro del mismo espacio estatal, antes de ofrecerse al
consumidor final.
Hay más dinero en circulación, por
las remesas, la inversión extranjera, el turismo, los nuevos
empresarios privados… Dentro del mismo Estado hay más recursos,
sin mejores mecanismos de control, o sea, que también hay más para
robarle. No se trata de que haya más justicia, sino más solvencia.
Para ser objetivos y no ignorar alguna
parte buena, en el sector salud se hizo un ajuste de salarios, aunque
ya la inflación se lo ha comido en su mayor parte. Y también me
constan otras inversiones para elevar el nivel de atención, con todo
y las deficiencias internas que se presentan. Pero todavía están
lejos de satisfacer todas las necesidades, y la mayoría de las
personas no visita todos los días los hospitales. Y como reporta
otro cronista de HT, paralelamente se aplican medidas
para recortar actividades, gastos y salarios.
Entonces, en el espacio de la economía
privada, la ley de la oferta y la demanda simplemente viene a
establecer el equilibrio a través de los precios. Llueven las quejas
sobre la retención de mercancías, la especulación, la coordinación
monopólica entre empresarios para optimizar ganancias a costa de los
clientes. Son todos mecanismos propios, naturales, para nada ajenos,
al mercado y a las dichosas oferta y demanda. Es necesario
despojarnos de toda candidez. Sencillamente, así se explica en todo
el rango de las teorías objetivas de la economía política. En el
capitalismo, no se juega “al suave”.
En estas condiciones, alegar que “Cuba
es un país socialista, no puede funcionar así” constituye otra
cándida abstracción. Lo que determina el funcionamiento de un
sistema socio económico son sus fuerzas productivas y sus relaciones
de producción, no palabras teóricas. “El Estado tiene que
intervenir, regular precios, multar las infracciones”, son
retrocesos a medidas requeteprobadamente ineficaces. La
insatisfacción popular volvió a alcanzar niveles de efervescencia,
y los políticos volvieron a la actitud demagógica de pretender
defender al consumidor del demonio que ellos mismos alimentan con las
reformas actuales.
¿Qué consecuencias se reportaron,
tras el último intento de regular los precios del agro?
Desabastecimiento, la felicidad del mercado negro. Si hay algo que
funciona peor que el mercado “libre”, es la intervención de un
ente burocrático y funcionarios (inspectores y sus escalas
jerárquicas) corruptibles.
En resumen, el crecimiento, se ve. Pero
no es para todos, ni siquiera para la mayoría. El nuevo juego ha
establecido nuevas reglas, y los ganadores se lo llevan todo. Lo más
doloroso será el crecimiento de la desigualdad, de la pauperización
de las mayorías trabajadoras sin accesos a las nuevas fuentes de
enriquecimiento.
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