Existe en nuestro país un ambiente de
total confusión teórica, de falta de resortes de filosofía y
economía política para comprender y analizar críticamente la
realidad que impera en la sociedad cubana. No digo en los círculos
académicos, pero sí en muchos medios de comunicación de masas, que
luego se refleja en "la calle" y en los debates de café y
pasillos, que forman luego el peso mayoritario o algo que se llama
“opinión pública”. Las herramientas del marxismo que podrían
iluminar este caos y ofrecer las pistas para su superación, están
tristemente abandonadas, parte por indolencia, o tal vez por con
premeditadas intenciones. Pues muy a pesar de lo que opina
un bloguero afín al oficialismo, las doctrinas
del capitalismo sí son programas, no lecturas a posteriori;
las élites dominantes las estudian concienzudamente y preparan
meticulosamente sus condiciones de aplicación.
Debe tenerse en cuenta una acotación
importante. Mucha gente inteligente analizó y dedujo, en la época
aquella de los bolcheviques y Lenin, que construir el socialismo es
un reto colosal, que no era posible en una nación aislada y de
economía tan atrasada como la rusa de aquella época. Ahora el
panorama tiene algunas semejanzas, pero es incluso más difícil,
pues el empeño partiría de una pequeña isla, a noventa millas de
la mayor superpotencia imperialista de la Humanidad. Esto da tema
para muchos ensayos, pero ahora apenas me quería centrar en un
detalle del gran cuadro. Me refiero a la discusión que tenemos por
acá más o menos todos los días, sobre los ingresos de las personas
trabajadoras, la remuneración a través de los salarios, los precios
y esas cosas.
Este articulejo, en particular, tiene
su génesis en un puñado de conceptos, divulgados por los medios
cubanos de estos tiempos, que me dieron vueltas por la cabeza hasta
provocarme los mareos que ahora les voy a trasmitir.
“Salud, la educación, el trabajo, la
alimentación, la seguridad, la cultura, la ciencia, y al bienestar”,
fueron definidos
por Fidel Castro como “derechos que
proclamamos cuando iniciamos nuestra lucha”.
“Urge una mayor educación ciudadana,
en especial en la familia y la escuela”, se
dice en el periódico Granma, para
imponer “la barrera que impedirá volver a los valores del pasado”.
El contexto presentado era el de un cochero, empresario privado de
una modalidad de transporte, que imponía un precio a su servicio,
demasiado oneroso para una enfermera.
El locutor Serrano, del Noticiero
Nacional de Televisión, había introducido un reportaje sobre los
cuentapropistas con el siguiente bocadillo: “la iniciativa privada
mejora la calidad de los servicios”.
El periodista del Granma,
considera Fernando Ravsberg, debe recordar que los cuentapropistas
son contemplados por el gobierno de Raúl Castro “no como un mal
necesario, sino como una pieza esencial del diseño del modelo
futuro.” El problema, según
Ravsberg, es el bajo salario en el sector de la
salud. En mi tal vez ignorante y seguramente desfachatada opinión,
el redactor de Cartas desde Cuba tampoco acierta al meollo.
El salario, de acuerdo a lo reconocido
por el propio gobierno, actualmente no permite resolver las
necesidades de las personas trabajadoras. El discurso oficial, de
sobras conocido, contemporiza; solo cuando la economía sea más
productiva de bienes y servicios, entonces será posible que dicho
salario valorize.
Finalmente, añadamos una definición
de Marino Murillo, en la pasada sesión de julio de este año, de la
Asamblea Nacional del Poder Popular. El papel de una empresa, lo vi
afirmar desde mi televisor, es producir una mercancía,
comercializarla y obtener una ganancia. Este discurso no lo he visto
publicado íntegramente, tal vez esté en un acta por ahí guardado.
La esencia de la discusión está,
entonces, en cómo se alcanza un sistema económico que permita, a la
ciudadanía honesta y trabajadora, alcanzar un nivel de vida
decoroso, digno de seres humanos con conciencia como civilización.
Aquí hay montones de bibliografía acumulada, y yo no voy a
descubrir el Mediterráneo, porque encima, no lo conozco todo lo que
fuera menester. Pero sé que hay quien sí, y puede enseñar; y los
demás debemos ir aprendiendo y entre todos, seguir explorando.
El problema central en esta línea, el
más preocupante, es el de la imposibilidad del sistema económico
basado en el trabajo asalariado enajenado para lograr tal empeño. No
importa cuánta demagogia se acumule al respecto. No importa si la
propiedad formal de los medios de producción es de una casta de
capitalistas privados o, bajo disfraces estatales, sea explotada por
una élite burocrática, corporativa, gubernamental. El sistema en el
que la clase trabajadora solo posee su fuerza de trabajo para vender,
sea al capitalista privado o al capitalista de Estado, como regla,
como clase, nunca va a permitirle a aquella clase, como regla,
alcanzar ese bienestar anhelado.
Las razones son sencillas, y también
han sido expuestas por filósofos marxistas mucho más inteligentes
que yo. Y si uno las contrasta con lo que dice Marino Murillo, se va
a dar cuenta de por qué se aplican a este caso.
La empresa, dice Murillo, tiene que
producir, comercializar y obtener ganancias. Tenemos en mente una
empresa que emplea trabajo asalariado. Ahora, ¿cómo se define la
ganancia en un sistema de trabajo asalariado? Desde el ABC marxista,
aprendemos que a través de la plusvalía, la parte del valor del
trabajo que no se le paga a quien lo produjo. La ganancia de la
empresa se produce directamente a expensas del valor añadido, no
entregado a quien lo generó.
Los reformistas de la socialdemocracia
europea sostuvieron, frecuentemente, que el progreso económico
industrial, los avances de productividad, permitirían que los
trabajadores, aún bajo el capitalismo, elevaran suficientemente su
nivel de vida. Este supuesto bienestar solo se ha alcanzado, al
final, en contadas excepciones de sociedades opulentas, y al costo
del establecimiento de relaciones asimétricas respecto a las
naciones del Tercer Mundo, sentenciadas al papel de economías
extractivistas, suministradoras de materias primas y fuerza de
trabajo barata. Un ejemplo común es contraponer la riqueza de una
nación como Bélgica, con los desastres humanitario del Congo. Lo
más común, es que la clase trabajadora conducida al
colaboracionismo, nunca obtenga los frutos prometidos y, en cambio,
sufra periódicamente las duras consecuencias de las crisis
económicas.
Y es que las ganancias de tal sistema
económico no satisfacen los apetitos de la clase capitalista, por un
lado, y las necesidades de la clase trabajadora por el otro. Y
encima, está obrando otra ley conocida del marxismo: la disminución
de la tasa de ganancias. O sea, que una rama de la industria que hoy
obtiene un X porcentaje de ganancia, mañana obtiene menos, debido a
la intensificación de la competencia, el agotamiento de los
suministros primarios, el encarecimiento de las inversiones de
capital, las mismas luchas proletarias por derechos laborales y
humanos, etcétera. Así que, poco a poco, la necesidad de mantener
alguna plusvalía conduce a apretar las condiciones de explotación
de la masa asalariada.
¿Por qué es tan importante conocer
este fenómeno, no son acaso distintas las condiciones de nuestro
país? No mucho, si lo analizamos bien. Apreciemos la trascendencia
de las palabras, de la filosofía del ministro de Economía Murillo,
que comparte con otros especialistas que dirigen el sistema y las
reformas en curso: el papel de la empresa es “producir,
comercializar, obtener ganancias”. El mercado obrará en la base de
las relaciones económicas entre los sujetos sociales. Y la base de
la economía en este archipiélago ha de ser “la empresa estatal
socialista”. Oxímoron total, contradicciones por todas partes. Por
ser tan estatal, es que no puede llegar a ser socialista. Socialismo
incluye desarrollo de fuerzas productivas y relaciones de producción.
Y para que estas se desarrollen, tienen que dejar atrás el sistema
enajenante, de trabajo asalariado, de tener un mercado para la fuerza
laboral para una empresa que tendrá que obtener ganancias.
Porque para que se obtenga esa
ganancia, como ya sabemos, no se puede pagar salarios muy buenos para
todos. Simplemente no va a dar la cuenta, por la elementalísima,
básica, marxista, ley del valor. No importa si la empresa es del
Estado, o de un privado: la remuneración del trabajador compite
directamente contra la ganancia de la empresa, igualito que en el
caso del capitalismo. Y si durante un breve período de auge y
expansión, unos espacios particulares dentro del sistema de mercado
internacional progresan un poquito, ya vendrá una crisis también
internacional a poner las cosas en su lugar. Aquí, la única
diferencia de matiz de la empresa estatal respecto al caso puramente
capitalista, es que una parte de la remuneración de la persona
trabajadora (salario) no se le paga en efectivo, sino que es
canalizada hacia el Estado para sufragar una porción, mayor que en
las otras sociedades liberales, de gastos como salud y educación.
Pero, como bien se sabe, el socialismo
no es ni puede ser un problema de cómo repartir, de cómo arreglar
el sistema de repartición. Se trata de revolucionar radicalmente,
desde la base, desde el proceso de producción y reproducción,
material y cultural, de la sociedad. Ciertamente, las empresas
cubanas se pueden administrar mucho mejor que lo que se ha venido
haciendo hasta ahora, aplicar sistemas de salarios mucho más
inteligentes, entre otras reformas que se vienen aplicando con poca
prisa y muchas pausas. Pero ya lo dice el nombre, son solo reformas,
que tienen una capacidad reducida para mejorar las condiciones
generales. Rápidamente, estas reformas agotan también su potencial
de mejoramiento. No permiten que toda la clase trabajadora, las
personas jubiladas, el estudiantado, los necesitados de asistencia
social, etcétera, se beneficien lo suficiente para alcanzar el
bienestar soñado. Mantienen en su contra los problemas generados por
las contradicciones de remuneración vs ganancia de la empresa, por
el decrecimiento de la tasa de ganancia, de competencia de los
rivales del mercado, etcétera. Y no tienen la capacidad de instalar
un verdadero antídoto contra la inevitabilidad de ser arrastrados en
el torrente de la siguiente crisis económica internacional. Por el
contrario, profundizan la dependencia de la inversión y el capital
extranjero, en cuyas manos se ponen las pocas riquezas que puede
ofrecer el país.
Lo más que se puede aspirar con tales
reformas, es a constituir islotes de un nivel de precariedad
relativamente menor que el mar de problemas que los rodee en el resto
del país. La posibilidad de progreso conjunto, empresa-personas
trabajadoras-sociedad, va a seguir padeciendo de un obstáculo, que
es precisamente esa relación de producción, definida mediante el
salario, que es una operación tan típica del mercado capitalista.
Para colmo, asimétrica, no justa, por no ocurrir entre dos sujetos
iguales, sino que uno de ellos tiene el poder y la propiedad, y el
otro nada, excepto sus cadenas. La persona asalariada cae en el
proceso de enajenación; al final, lo que más le importa será
obtener el máximo de recompensa, a cambio del menor esfuerzo. Y ahí
estará la última, infranqueable barrera, para el aumento de la
eficiencia y la productividad del centro. La aplicación de la
técnica, del desarrollo científico industrial y administrativo son
los recursos empleados por el capital para mantener su avance, con
cierto éxito, aún con este lastre, en un puñado exiguo de regiones
privilegiadas; pero a expensas, como saben bien los que quieren ver,
de aumentar las desigualdades mundiales; de una depredación de los
recursos naturales y de la degradación sin parangón del medio
ambiente planetario. O sea, a expensas de acumular explosivo para una
bomba de tiempo.
Una toma del poder revolucionaria, por
la clase trabajadora, le permitiría a ésta controlar los medios de
producción y abolir las desigualdades político- económicas,
resultantes de la división de la sociedad en clases. Administrando,
gestionando con sus propias manos el proceso productivo, las personas
trabajadoras estarán en condiciones de construir una sociedad
socialista, donde el mercado sea simplemente una herramienta para
evaluar bienes para su intercambio; no la base de las relaciones
entre sujetos. O sea, en la empresa socialista revolucionaria
–distinta de la mal llamada empresa estatal socialista– no
tendremos presente una élite al frente, a cargo de administrar la
fuerza de trabajo, acaparar sus frutos y repartir remuneración en
forma de salarios. Por el contrario, habrá comités de producción,
fabriles o agropecuarios, horizontales y democráticos, compenetrados
con todas las tareas necesarias, y capaces de asegurar que toda
persona del colectivo obtenga una porción justa de la riqueza
generada. Y capaces además, por supuesto, de relacionarse y
planificar, de conjunto con los demás colectivos del país y de la
sociedad, para satisfacer las necesidades sociales, según las
prioridades decididas popularmente.
Paradójica, pero sugestivamente, no
pocos empresarios capitalistas han sido pioneros en algunas
experiencias de empoderamiento administrativo, casi casi
autogestionario, de hombres y mujeres trabajadores en sus puestos de
producción. Por supuesto, que lo han hecho atendiendo a optimizar el
funcionamiento y las ganancias de la respectiva empresa y sus
accionistas, pero no deja de ser un hecho notable, con resultados
económicos favorables para los involucrados. Tal vez esta sea una
ilustración de esa otra ley marxista sobre cómo un régimen social
hace nacer, de sus entrañas, las simientes del régimen del futuro.
Aunque aquí el mejor referente serían los colectivos cooperativos
con gran tradición y potencialidades en todos los campos de la
economía en muchas naciones capitalistas.
Regresando al caso de una victoria
verdaderamente revolucionaria y socialista, el egoísmo no va a ser
el trasfondo de una relación del tipo “mi esfuerzo a cambio de un
salario”. Esto significa que habrá mucho más espacio para
procesos que hoy solo resultan utópicos. Digamos, el mismísmo
trabajo voluntario, y todo lo que las personas trabajadoras puedan
donar, crear con su esfuerzo desinteresado, para beneficiar a la
sociedad de la que forman parte. El hecho de que la experiencia del
trabajo voluntario fracasara bajo las condiciones del experimento
cubano, también nos debería enseñar algunas lecciones.
Al desbordar, superar el egoísmo
propio de la relación enajenada del trabajo asalariado, la
productividad del trabajo tendrá, a su favor, la fuerza que antes
tenía en contra. Entre los colectivos de trabajadores, entre estos y
sus comunidades, será mucho más natural establecer relaciones de
aporte mutuo, ofrecerse mutuamente productos o servicios que
beneficien a unos, u otros, o a todos; que en principio se podrían
estimar por sus valores de mercado y remunerarse, o aportarse,
alternativamente, sin esperar retribución directa, por el beneficio
social implícito, que implica bienestar directo o indirecto para la
ciudadanía involucrada. De manera mucho más expedita, y sencilla
que cuando las empresas de marras están limitadas por la lógica de
“producir, comercializar, obtener ganancias”. No menos importante
serían las ventajas para la ecología. Cuando la producción de una
cantidad de riquezas implique un detrimento del medio ambiente y, por
consiguiente, del nivel de vida de poblaciones particulares o
globales, será más factible, bajo estas condiciones revolucionarias
y socialistas, balancear todas las ventajas y desventajas, y ajustar
las políticas seguidas para el beneficio de la generalidad.
En resumen, que estaremos perdidos
mientras nos mantengamos escuchando los cantos de sirena de la élite
corporativa-gubernamental, respecto a mantenernos disciplinados,
abnegadamente entregados en sus manos, en lo que nos conducen al
futuro luminoso –alcanzado hace tiempo por ellos– después de
mucho sacrificio, nuestro. La meditación, el diálogo y debate, el
estudio de las ciencias de economía política, de las teorías
revolucionarias del marxismo, son claves a la hora de comprender los
intríngulis que encaramos y los caminos fuera de este laberinto.
Una última advertencia que no se puede
pasar por alto, es que la actual dirigencia cubana no ha salido del
atasco confesado –por el mismo Fidel– de que “había sido un
error creer que alguien sabía cómo construir el socialismo”. El
hecho de que ellos se confiesen impotentes, no quiere decir que el
todo el pueblo en colectivo, con los mejores recursos humanos e
intelectuales, gracias a la colaboración y solidaridad de la clase
trabajadora y el estudiantado, no pueda lograrlo. Es más, que debe
proponérselo y lograrlo, si quiere de veras alcanzar la victoria en
este dificilísimo, pero imprescindible, empeño.
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