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Otro ejemplo de lo contrario.
Imagen tomada de aldia.cu |
Oficialmente, en la República de Cuba
no se producen huelgas desde que, en la década de 1960, la Central
sindical única estableció un compromiso con el Gobierno a este
respecto. A partir de esa fecha, el término de huelga se volvió
como un tabú, un concepto exótico para otras latitudes, cuya
invocación local acarreaba graves consecuencias.
Sobre las huelgas, existen muchas
definiciones, elaboraciones, protocolos y prosopopeyas. En un
diccionario de mi barrio, es cuando unas personas trabajadoras
consideran que no se les paga lo suficiente por su trabajo, o los
tratan demasiado mal; se les llena la cachimba de guizasos [1], y
dejan el trabajo en rebeldía. La labor que desempeñaban queda
interrumpida, y las pérdidas al negocio y las molestias a los
clientes presionan a la patronal correspondiente. Puede que entonces
se les haga caso, o que la patronal sea más fuerte y se imponga
sobre los y las huelguistas, les obligue a volver o les sustituya por
esquiroles.
Ha sido mi opinión que, a pesar de lo
establecido oficialmente, en nuestro país se han producido
movimientos huelguísticos en las últimas décadas. No exactamente
igual que los de otros países, pero sí funcionan de una manera muy
parecida. En el sector de la construcción, en el de la policía, en
los de educación y salud, entre otros, se produjo un éxodo de las
plantillas que obligó al Estado empleador, en algunos casos y
siempre de mala gana, a hacer algunas concesiones.
Un ejemplo reciente de estos conflictos
salió reportado, nada más y nada menos que en uno de los diarios
estrella del sistema, el Juventud Rebelde. Creo que la dirección del
periódico no se dio cuenta de la trascendencia última de lo que
revelaba, cuando publicó la carta del colectivo de carteros de
Banes, de la oriental provincia de Holguín. Los firmantes de esta
misiva relatan sus cuitas, a partir de lo que perciben como un
trato salarial injusto.
Sin entrar en muchos detalles, se trata
simplemente de otro caso donde los intereses de la dirigencia entraba
en conflicto con los de los dirigidos. En estos últimos se generó
un nivel de disgusto, agraviado en ocasiones sucesivas por lo que
percibían como arbitrariedades que los perjudicaban. Una
representación de estas personas estimó pertinente denunciar la
situación a la prensa, mediante la mencionada carta. En esta, se
apoyan en determinados principios del Código de Trabajo que
consideran vulnerado y, mientras, alertan que “como consecuencia,
se ha producido un éxodo masivo de carteros integrales en el
municipio, que pone en crisis la distribución postal y de la
prensa”.
Como elemento interesante se encuentra
la unidad, en la base de los descontentos, de los trabajadores con su
jefe de brigada y el representante sindical inmediato. No causa
sorpresa, por otra parte, que niveles superiores de la central
sindical se hayan mostrado inoperantes, si no cómplices, del
empleador –o sea, el Estado.
Rebuscando un poco más, se encuentra
en el oficialísimo Granma,
información adicional sobre esta situación. Una carta a la
dirección del diario, firmada por Luis Pérez, del municipio de
Banes, refiere los inconvenientes causados por el abandono de los
carteros. A pesar de verse afectado, Pérez manifiesta
apoyo
hacia las demandas de los huelguistas, que considera justas.
Abandono del
trabajo, denuncia pública contra la administración y recabo de
solidaridad, son elementos que se evidencian por sí mismos como
componentes de una huelga. Todos están presentes en esta situación
que se desenvuelve en Banes en los últimos meses.
Esta postal, intrascendente si se
contempla como un conflicto aislado, contiene sin embargo un
significado sustancial. Confirma, en nuestra opinión, la tesis de
que la clase trabajadora cubana conserva la combatividad y la
decisión de oponerse a la explotación de que son objeto, en
correspondencia con el nivel de fuerza con que se les pretenda
sujetar, y el nivel de auto organización y conciencia que haya
alcanzado en cada situación particular. Se ratifica la validez del
recurso de la huelga, así sea de manera extra oficial y en casos
extremos. Ratifica el patético papel de los supuestos representantes
de la clase obrera a niveles medios y altos. Y, por último, vuelve a
destacar la valía de José Alejandro Rodríguez, digno periodista
que se hizo eco de la “carta de los carteros” en su columna
habitual.
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