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27 de febrero de 2008

La dialéctica de los cambios

Unos creen que todo seguirá igual y otros prefieren esperar que el tiempo pase.
Por Dalia Acosta IPS/Diario DigitalRD.Com
LA HABANA,, 26 feb (IPS) - Tras meses de incertidumbres y apuestas, siempre con la mira en la figura de Fidel Castro, el "foco delirante" en Cuba se desplaza ahora hacia los cambios que necesita el país y a la interrogantes de hasta dónde está dispuesto a llegar el nuevo gobierno de Raúl Castro.
Mientras en las calles de esta isla caribeña los comentarios van de la expresión extrema "todo seguirá igual" a la optimista y moderado "vamos a ver qué pasa", analistas, representantes de la sociedad civil, intelectuales y hasta funcionarios gubernamentales insisten en que se pueden esperar medidas importantes en diferentes esferas.
"Cambios habrá seguro, en caso contrario es imposible seguir adelante. El problema es definir cuáles serán sus límites", comentó a IPS un profesor universitario de 32 años.
Los límites parecen estar dentro del "socialismo cubano", un concepto que se ha hecho cada vez más habitual en determinados círculos oficiales, académicos y periodísticos de la isla, en un intento por diferenciar la experiencia nacional de la que se vivió en lo que se llamó el socialismo real en Europa oriental y en la ya disuelta Unión Soviética.
Sin embargo, como otras veces en el pasado, no pocas personas en Cuba se preguntan quién define qué está dentro del socialismo. La interrogante tiene espacial importancia para el sector intelectual que, el pasado año, protagonizó un debate sobre la política cultural y su principio básico: "dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada".
¿Qué crítica social es revolucionaria y cuál es contrarrevolucionaria? ¿Quién, cómo y según qué criterios decide cuál es la respuesta correcta a esas preguntas?, se cuestionó el ensayista Desiderio Navarro, el 30 de enero del año pasado, al introducir un ciclo de conferencias sobre el llamado quinquenio gris (1971-1976) y sus secuelas en la cultura.
Por el momento, en su primer discurso como presidente de Cuba, Raúl Castro intentó dejar clara la necesidad de no temer a las "discrepancias", de abrirse al "intercambio profundo de opiniones divergentes" y, aunque partan de la desinformación, no negar "el derecho a expresarse, siempre que sea en el marco de la ley".
Tras llamar a "nunca olvidar que el enemigo sigue al acecho", en una clara alusión a Estados Unidos y otros países o sectores que buscan el fin de la Revolución Cubana, llamó a evitar caer en algo que durante décadas ha sido muy usual: acallar la crítica en aras de "no darle armas al enemigo".
"No vamos a dejar de escuchar la opinión honesta de cada cual, que tan útil y necesaria resulta, por la algarabía que se arma, a veces bastante ridícula, cada vez que un ciudadano de nuestro país dice algo a lo que esos mismos promotores del espectáculo no harían el menor caso, si lo escucharan en otro lugar del planeta", sostuvo Castro.
Sin mencionar la palabra cambios, el presidente precisó que "las prioridades y el ritmo de solución" de las dificultades que afronta el país "partirá invariablemente de los recursos disponibles y del análisis profundo, racional y colegiado" y, cuando sea necesario, "previa consulta" a sectores de la sociedad o "a todo el pueblo".
Así, el debate popular que sucedió al discurso del actual presidente, el pasado 26 de julio, y que puso sobre el tapete un grupo de problemas e inquietudes en este país de 11,2 millones de habitantes, podría convertirse en un mecanismo sino permanente, al menos sistemático que garantice una mayor participación en la toma de decisiones.
Ese estilo podría apuntar a la clave de uno de los problemas que han afectado a la sociedad cubana en muchos años y que es la ausencia de formas reales de participación de los diferentes sectores sociales y la sensación de que todo "cae de arriba", desde las esferas de poder, sin tener a veces en cuenta la realidad "de abajo".
"Nada fortalece más a una revolución que los mecanismo de consulta e intercambio con el pueblo", dijo a IPS Eliades Acosta, jefe del departamento de Cultura del Comité Central del gobernante Partido Comunista, para quien los momentos más brillantes de la Revolución Cubana se caracterizaron justo por el intercambio constante con la población.
Según Acosta, a partir de las opiniones recogidas en amplios sectores de la población el pasado año, el gobierno deberá de inmediato enfrentar un grupo de problemas económicos, en el área de los servicios a la población e, incluso, en la esfera de algunas de las consideradas conquistas históricas: la educación y la salud.
Como otra prioridad, aseguró, están los aspectos cívicos, morales, culturales y políticos. A su juicio, "este no es un proyecto social para garantizar nivel de vida simplemente a la gente, sino calidad de vida, y eso pasa por tener acceso a amplia y diversa información, amplias ofertas culturales, acceso a la ciencia, a la tecnología".
"Cómo perfeccionar la sociedad para que sea una sociedad plena no sólo para que viva mejor, que coma mejor, se vista mejor, pueda disfrutar de su tiempo libre mejor sino para que pueda usar ese tiempo en ofertas enriquecedoras y que el pueblo se las de a sí mismo, no como consumidor sino como activo participante", añadió.
La necesidad de una mayor participación y diálogo ha sido también reiterada por organizaciones de la sociedad civil cubana que, con un trabajo sistemático dentro del sistema socialista y muy cercano a la comunidad, podrían convertirse en voces importantes en el análisis de los problemas y la búsqueda de soluciones.
Cuba debe impulsar una "apertura hacia un socialismo democrático participativo, lo que necesariamente implica un sostenido diálogo multilateral sobre el futuro cercano y más lejano", dijo a IPS el pastor bautista Raimundo García, director ejecutivo del Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo, con sede en Cárdenas (150 kilómetros de La Habana).
Más que las tan necesarias medidas en el área de la economía, García enfatiza en la necesidad de abandonar el uso de "un lenguaje muchas veces agresivo y violento", atender a la "desilusión" de sectores de la población, y promover "el respeto a la diferencia".
"Todo pasa por la aceptación de una mayor pluralidad, el saber escuchar a los que piensan diferente y permitir iniciativas diversas para la solución de los problemas, evitando el centralismo excluyente", añadió.
En este contexto, algunos sectores de la oposición política, que actúan en condiciones de ilegalidad, han empezado a asegurar que los debates registrados el pasado año en amplios sectores de la población e incluso algunos problemas reconocidos por funcionarios del gobierno, empezaron "a dejar sin contenido" a esos movimientos.
Esa realidad podría poner en entredicho el actual carácter ilegal de determinados grupos, pero no los libraría del fantasma de "subordinación" y "dependencia financiera" del gobierno de Estados Unidos, principal argumento de las autoridades de la isla para no aceptar su legitimación como alternativa interna, verdaderamente genuina.
En ese ámbito, la posición del nuevo gobierno parece haber quedado clara cuando, este 24 de febrero, el presidente Castro alertó que, aunque se garantizará el derecho a expresión dentro de las legislaciones vigentes, no se puede "ser extremistas, pero tampoco ingenuos".
Mientras grupos de la oposición miran con escepticismo el equipo de gobierno formado por Raúl Castro y José Ramón Machado Ventura, considerado un representante de la línea más ortodoxa dentro de la dirigencia cubana, otros consideran que hay procesos sociales irreversibles y que la sociedad cubana debe "modernizarse".
"El mejor camino es la gradualidad de los cambios. Las terapias de choque en Cuba no funcionan en ninguno de los sentidos posibles, porque el cambio político tiene que tener una base cultural y nuestra cultura no permite ese cambio brusco", aseguró a IPS Manuel Cuesta Morúa, portavoz de la opositora Arco Progresista.
"Todo cambio que se dé en Cuba tiene que proteger la paz civil. Se necesita empezar ya un proceso gradual de transformaciones, que vaya incorporando actores y buscando un pacto político, social y cultural entre los sectores divergentes, en un país donde se han acumulados muchos resquemores, muchos agravios", añadió.

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