El experimentado ensayista Samuel
Farber me hace un honor inesperado al tomar un articulejo de este
servidor y profundizar el análisis de las ideas tratadas. El tema
gira alrededor del papel de uno o más partidos políticos, en las
sociedades en general y en la situación cubana en particular.
Como destaca Farber, pocos
intelectuales cubanos, de los más reputados como “leídos y
escribidos”, se animan a debatir este tema. Ya que ellos no quieren
hacer la limonada, nos dejan entonces en la situación, a los
aficionados de adentro como yo o a otras personas más experimentadas
de afuera, de exprimir los limones y mezclarlos como mejor sepamos o
podamos.
Por mi parte, me quedé encantado con
la respuesta de Farber. Además de halagarme su atención, encontré
la oportunidad de ver otros reflejos de estos fenómenos,
profundizados, con nuevos elementos.
La explicación de Farber sobre el
unipartidismo cubano, con un poder al frente que tiene el nombre pero
no la naturaleza de un partido político, es esclarecedora. En
general, comparto con aquel la explicación del monopolio y las
diferentes correas de trasmisión. También la necesidad de la
sociedad civil y política de participar, bajo otros principios
democráticos.
Debo introducir unas acotaciones a la
interpretación de Farber sobre mis explicaciones. Mi tesis
comprendía, a los partidos políticos burgueses típicos, como
defensores de los intereses de esa clase, de forma general. No
pretendí asentar que, en una sociedad capitalista, un partido
político representara a toda la clase burguesa. Tal escenario sería
impracticable teóricamente y errado de acuerdo a la historia. Tal
vez con un ejemplo imaginario pueda dar una mejor explicación de mi
idea.
Supongamos una ciudad-estado
específica: una Verona, como la de Shakespeare, pero mucho más
adelantada en desarrollo, con un capitalismo mucho más avanzado que
lo que le correspondería a esas alturas del Renacimiento. Digamos
que los Montesco fueran... empresarios de textiles. Y los Capuleto,
capitanes del comercio. Las contradicciones económicas explicarían
de lo más bien el odio entre las familias. Digamos que unos
promoverían una política proteccionista. Los otros, el libre
comercio.
Obviamente, esos dos grupos no van a
constituir un partido político conjunto. En el afán de volver menos
sangriento sus rifirrafes, sí podrían acordar el enfrentamiento a
través del juego cívico electoral. Aún así, diríamos que las
estructuras partidiarias defienden, en última instancia, los
intereses generales de la clase capitalista.
Porque tal vez se arruine la familia
perdedora, por las políticas de la ganadora. Pero lo que seguro no
va a suceder es que, si ganaran los Capuletos, permitieran a los
obreros de los telares apropiarse de los mismos. Y en el caso
contrario, los Montescos tampoco dejarían que los estibadores y
almaceneros socializaran los medios, servicios y ganancias de la
actividad comercial.
Lo que sí es probable es que, si todos
esos trabajadores, de conjunto, trataran de reclamar un espacio de
participación política, con derechos y demás, les cerraran el paso
desde arriba. La burguesía, con todos sus recursos, experiencia y
poder, les opondría una alianza más sólida que cien matrimonios de
Romeos y Julietas. De aquí la necesidad de esas personas de abajo,
en nuestro ejemplo ficticio, de no dividirse por cuestiones que no
afecten los principios básicos de una unidad de clase trabajadora.
He de prolongar este ejemplo
caprichoso, como recurso ante mi falta de la erudición comparado con
mi amable crítico. Los objetivos, el alcance y las formas
organizativas de la actividad de la clase trabajadora constituyen un
tema tan extenso y complejo, que ni el trabajo de muchas personas
inteligentes durante varios siglos ha podido resolverlo plenamente.
¿Querría el proletariado veronés organizar un partido, a la usanza
común? ¿Querría trabajar como una red de organizaciones gremiales
y comunitarias e inventar de paso las ONGs?
Cualquier cosa que hagan, no deberá
funcionar como estructura autoritaria y centralizada. Martianamente,
diríamos: una República no se dirige como un campamento. Si una
distorsión así se abriera paso y triunfara, una nueva élite no
tardaría entonces en sustituir a los antiguos explotadores;
Montescos y Capuletos se reciclarán, y los de abajo volverán a
estar tan mal como antes. Apoyamos, entonces, lo planteado por Farber
en el sentido de involucramiento activo de la membresía, la
transparencia y la democracia como antídotos contra la
burocratización y las tendencias autoritarias.
El movimiento político, partido o como
se le quiera llamar, de trabajadores veroneses, puede plantearse
realizar un programa acorde a sus intereses de clase. Idealmente,
estaríamos hablando de nada menos que una revolución.
Almaceneros y tejedores tendrán
intereses comunes, compartidos con las mayorías trabajadoras, dígase
de las herrerías-forjas, artesanos, campesinos de los alrededores,
etcétera. Elevar el nivel de salubridad de sus vidas, mejorar la
atmósfera de crecimiento de sus hijos, serían algunos fines del
programa revolucionario. Un proceso estratégico ineludible para
garantizar tales fines, consistirá en la intervención o control del
proceso y los medios de producción, y la defensa de este control. Se
incluirían algunas entidades financieras que ya se hubieran
establecido, y alguna más que paso por alto. Aún a través de las
mejores maneras, leyes parlamentarias aprobadas democráticamente y
todo eso, se buscarán un gran problema. La reacción de la burguesía
expropiada amenazará, como históricamente lo ha hecho, con sangre y
fuego.
Fuera de este objetivo central, los
miembros de la clase trabajadora veronesa tendrán otros intereses
muy diversos e, incluso, ideas diferentes acerca de cómo alcanzar
los mismos objetivo. Por ejemplo, el mismo dilema viejo de
proteccionismo versus apertura. Farber señala el importante punto
de la contradicción entre planificar, priorizando la inversión, o
el consumo. También habría mucho campo de discusión en lo relativo
a políticas artísticas, escuelas científicas, urbanísticas,
filosóficas; hoy añadiríamos, y grupos feministas, ecologistas y
un largo etcétera.
La mayor parte de estas discusiones
podría ser conveniente, incluso, realizarlas fuera del ámbito
reducido del cuerpo partidista, “político”, en el sentido
estrecho de la palabra. Las asociaciones y gremios de trovadores,
asambleas de vecinos, de amantes de las artes plásticas y de los
paisajes medievales, tendrán mucho que aportar y deberán ser
partícipes destacados de toda la vida en esta Verona imaginaria. Así
todo puede desarrollarse con más frescura, espontaneidad, y cada
trabajador o trabajadora impulsar su espíritu con espontaneidad. Lo
mejor que pueden hacer, creo yo, es debatir las diferencias
fraternalmente, con plena libertad, pero sin fracturar la capacidad
del conglomerado para asumir los retos colectivos que se les
presentarán, una y otra vez.
Le agradezco su amable atención y
críticas a Samuel Farber y a todos cuantos estimen pertinente
aportar constructivamente en este debate. Espero continuemos este
intercambio en lo futuro.
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