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2 de julio de 2013

Afuera escuelas, que venga el hotel

La primera vez que entré a la Manzana de Gómez, no fue a una de las tiendas de la planta baja. Mal podría haberlo hecho en aquel momento, en lo más álgido de este interminable Período Especial cubano. Si no recuerdo mal, ni siquiera la posesión de divisas convertibles era todavía legal en nuestro país.
 
La primera vez que entré a la Manzana de Gómez, fue a un concurso de conocimientos, probablemente de Física, de los que lleva a cabo nacionalmente nuestro sistema educacional. Y si mi memoria no me arrastra por un exceso de romanticismo, ahí fue donde por primera vez nos encontramos cerca mi compañera y yo, antes de que ella encontrara que su vocación era más bien para las humanidades. La edificación albergó, durante muchos años, centros escolares, teatros, revistas y otros establecimientos culturales, como la Institución Iberoamericana de Cultura, presidida por el célebre intelectual Fernando Ortiz.
 
Esta edificación fue erigida paulatinamente, entre 1890 y 1918, con gran protagonismo de la potentada familia Gómez-Mena. Desde entonces, ha constituido uno de esos sitios emblemáticos de la ciudad de La Habana. Los estragos del paso del tiempo y la falta de labores de mantenimiento han hecho estragos en su estructura.
 
Recién me entero, por un despacho de Prensa Latina, que se va a erigir un hotel de 500 habitaciones en su lugar. Sospecho que se conservará la forma exterior, por eso del Patrimonio y la memoria de la ciudad, que el historiador-empresario Eusebio Leal Spengler sabe administrar tan bien. Y duele el alma al pensar que, para ello, han de ser necesariamente desaparecidas las escuelas del lugar.
 
A decir verdad, desde hace varios años el edificio se veía tan destruido que, tal vez, las escuelas ya llevaran cerradas un buen tiempo, con sus estudiantes reubicados por otros centros de la zona. A fin de cuentas, es lo mismo que ha pasado con la Facultad de Física de la Universidad de La Habana. Y con miles de edificios más, escolares, habitacionales, centros médicos, industriales, que vieron crecer el peligro hasta volverse inhabitables, trampas mortales donde perecieron no pocas personas. Los recursos para las reparaciones nunca aparecían, a pesar de derrocharse en otros lugares de utilidad dudosa.
 
Ahora, para edificar un hotel, sí se pueden destinar recursos. Todo buen capitalista sabe que, para ganar dinero, hay que invertir dinero. Tal vez la Colina Universitaria vea crecer un día otro lindo hotel, más productivo que la enseñanza de las ecuaciones de Maxwell; o el hospital Pedro Borrás se torne un Golf Resort.
 
Dudo que se haya consultado a la comunidad, a los padres, profesores, trabajadares, para decidir el nuevo destino de la Manzana de Gómez. No obstante, si alguien tiene otra noticia, que la comparta. Los muchachos y muchachas, nos queda un consuelo a medias amargo, no perderán sus oportunidades educativas. La mitad consoladora: llevarán sus lecciones en otros centros: de matemáticas, de español, de historias. Y la mitad amarga: llevarán también la lección de que son desplazables.

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