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27 de octubre de 2006

Memorias 2006: : Un académico conecta un gran jonrón

Foto: Rogelio M. Díaz Moreno

En este mes, previo a una copa intergaláctica de béisbol, en la que nuestra selección nacional se enfrentará a los mejores jugadores del mundo, los aficionados a este deporte estamos de plácemes. Si además nos exprimimos los bolsillos detrás de las hojas encuadernadas, se comprende que los libros sobre pelota gozarán de nuestra más furibunda demanda y que las guías oficiales, las memorias de respetados comentaristas deportivos y un texto como el de James D. Cockroft, Latinos en el béisbol, constituyan valiosas presas en la XV Feria Internacional del Libro de La Habana.

James D. Cockroft era más conocido entre nosotros como politólogo, merced a los más de 20 libros escritos por él sobre la situación de las minorías y de las políticas internas y externas de los Estados Unidos. Después de leer su libro y asistir a su presentación, no me queda duda de que es también tan fanático de mi deporte favorito como puedo serlo yo mismo. De cualquier forma, celebro sobremanera que haya lanzado su intelecto en esta obra, originando un primer imparable de la editorial Siglo XXI, allá en 1999, y que ahora podemos fildear -o recoger-, en la edición de Ciencias Sociales.

El texto fue anunciado por los periodistas Miguel Ángel Masjuán y Eddy Martin en la sala Fernando Ortiz, en esta jornada de martes 7 de febrero. El conocido comentarista deportivo Martin leyó fascinantes testimonios del joven Cockrof sobre anteriores visitas a Cuba. En la primera, en 1956, hizo nada menos que un viaje a pura “botella” por carretera de La Habana a Santiago, y sin hablar una palabra de español. El entonces estudiante fue detenido por la policía, más abusadora y despótica en aquellos momentos en que la guerrilla cubana consolidaba su presencia en la Sierra Maestra. En 1970 regresó a nuestro país y cortó caña como un cubano más en la famosa zafra de los 10 millones. En todo momento ha mantenido una posición de ejemplar dignidad y enfrentamiento a las hostiles políticas del gobierno estadounidense contra nuestra isla.

El mismo Cockroft se reconoció un fanático de nuestro pasatiempo nacional y narró el “momento cumbre” de su carrera deportiva a los 8 años, cuando se robó el home en un juego infantil en su localidad. De su libro, se refirió a un par de pasajes que considera claves de su argumento, y citó una frase genial de otro gran aficionado. Aunque sea increíble, Ernesto Cardenal dijo una vez: “El béisbol es como el sexo. Nunca se aburre uno”.

En los EE.UU. la literatura sobre béisbol ocupa anaqueles completos en las librerías. La popularidad de ese deporte asegura un público constante y remunerador, pero muchas veces recibe versiones rosa y superficiales del devenir de equipos y deportistas. No es el de Cockroft otro texto ligero o pura relación de anécdotas alegres. Él va a abordar aspectos oscuros del béisbol, de esos que constituyeron una vergüenza y que provocaron humillaciones, segregación y agresiones contra las minorías, los marginados y los inmigrantes. Se desmontan en su texto leyendas manufacturadas deliberadamente para glorificar la naturaleza supuestamente anglosajona de una manifestación de origen impreciso y posiblemente compartido. Durante decenas de años, la actividad atlética, la más antigua concebida para unir a las comunidades de todo el universo, sirvió en los terrenos estadounidenses para consolidar el racismo contra negros y latinoamericanos, así como contra los judíos.

Cockroft explica y detalla cómo el racismo en el béisbol norteamericano fue el reflejo de las tendencias de dicha sociedad, y persiste aún en nuestros días, si bien en formas más sutiles que antaño; cómo periodistas y diversas autoridades se confabularon para opacar el gran arraigo de los guantes y las pelotas en otros países desde tempranas épocas y, final e inevitablemente, la forma en que latinoamericanos y negros fueron imponiendo su presencia y sus grandiosos rendimientos en el big show.

La historia de las ligas de béisbol en la primera mitad del siglo XX es comentada por Cockroft desde ese punto de vista, que pasma y escandaliza, de tanto comprobar cómo estrellas de insuperable calidad eran relegadas por el color más opaco de su piel, negándoseles el derecho de competir al lado de las figuras “blancas”. Se refiere una consistente serie de encuentros, entre equipos whasps y de morenos, en los que estos últimos demostraban ser iguales o superiores a los primeros, para escándalo o euforia del público, según la zona del graderío. En particular, varias de estas series se jugaron entre equipos norteños y cubanos, y los nuestros hicieron excelentes papeles frente a los foráneos.

Por las páginas de Latinos… desfilan nombres que provocan hoy un ataque de nostalgia en los aficionados de cada país, aún sin haberlos conocido: los Martín Dihigo y José Méndez, el diamante negro de Cuba; los afroamericanos Fletwood Walter, Andrew Foster, Charlie Grant y Bruce Petway; el venezolano Alejandro Patón, etc. Una escena de discriminación típica la vivió el gran Adolfo Luque, que recibió por su condición de cubano, y a pesar de su piel clara y ojos azules, abucheos y gritos de “negro” por indeseables aficionados.

En una lucha nacional que abarcó prácticamente cada esfera de la sociedad, enfrentando instituciones racistas y terroristas como el Ku – Klux – Klan, realizando innumerables sacrificios, ofreciéndose a derramar su sangre por su país en las guerras mundiales, y acudiendo a la insubordinación y a la lucha por los derechos civiles, los aspectos más desvergonzados de la segregación racial se fueron venciendo. En el béisbol, la reconocida e indiscutible calidad de atletas como Martín Dihigo -primer latino escogido para el Salón de la Fama- y, no podía faltar, el pensamiento pragmático y el dinero que se podía recaudar, fueron desvaneciendo las barreras entre jugadores. Latinos… prosigue la exposición de los acontecimientos que jalonaron esta etapa, y destaca la emblemática figura de Jackie Robinson, abanderado de la integración en la pelota grande. A fuerza de batazos y actuaciones tremendas, latinos, negros e inmigrantes fueron venciendo estigmas en un proceso no exento de retrocesos; despertaron una enorme popularidad entre las masas de público que pagaban su entrada a los estadios; impusiéronse a los obstáculos y se ganaron su justo lugar en el pasatiempo nacional estadounidense. Y no puedo resistirme a la tentación de mencionar a otro grande cubano que corre entre las líneas de Cockroft a estas alturas, Saturnino Orestes Arrieta Armas, más conocido por el segundo nombre y el apellido de su padrastro, Miñoso.

Miñoso, desde su primera temporada como novato de los Medias Blancas de Chicago, bateó muchísimo, robó bases tanto como Capone dólares y provocó una afluencia inédita de público al estadio de la urbe norteña. Él limpió el camino para que docenas de otros cubanos llegaran a las Ligas Mayores en los años siguientes.

Los casos de jugadores procedentes de ligas mejicanas, dominicanas y portorriqueñas también son abordados por Cockroft, con destaque para el emotivo caso del desaparecido Roberto Clemente. El poderoso movimiento por los derechos civiles consolidó la presencia de latinos y afroamericanos en el béisbol, para mayor fortuna del gustado deporte. Aún siguieron siendo explotados adicionalmente, a través de condiciones más severas y contratos menos remunerativos, advierte Cockroft, a pesar de ganar innumerables títulos de bateo, jonrones, bases robadas, y brillar en todas las categorías del juego.

Cockroft dedica un capítulo al desarrollo beisbolístico en nuestro país a partir de 1959. Martín Dihigo regresa a su país en esta etapa y sirve de ministro de deportes e instructor de nuevos talentos. El estadio del Cerro, hoy Latinoamericano, fue ampliado hasta su actual capacidad. En general, los estadios brotaron en todos los rincones del país y de ellos brotaron las estrellas que yo he visto jugar, y que en tantos cubanos han levantado el amor más incondicional por deporte alguno que se puede tener.

Para concluir con las características del acento latino actual en el béisbol de grandes ligas, Cockroft cita a los grandes nombres de Pedro Martínez, Rafael Palmeiro, Sammy Sosa y numerosos más que esparcen euforia en cualquier estadio. No obstante, la integración racial y la igualdad es una meta no del todo conseguida y con ocasionales derrotas, como la anulación en 1995 de acciones de acción afirmativa, por la Corte Suprema. El racismo de la sociedad y el de los estadios, resume el autor, es el mismo mal y han de desaparecer juntos, como resultado de la misma lucha de deportistas, aficionados y todas las personas generosas de la nación norteamericana.

Publicado por primera vez en el sitio de la Feria Internacional del Libro de Cuba (XV edición, 7 de febrero de 2006, en http://www.cubaliteraria.com/delacuba/resultado.php?s_Seccion=53)

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