En un punto de la discusión sobre si
ocurre o no el fin del ciclo progresista de América Latina, yo me
puse a especular sobre las posibles consecuencias de tal fenómeno
para nosotros, desde el punto de vista económico. Yo pensaba darle
unas vueltas a la noria política pero, francamente, me sentía
inferior al propósito.
La segunda intervención de Ángel
Guerra Cabrera está dedicada, como la primera de ese autor, a negar
el posible retroceso de la izquierda latinoamericana. No quería yo
entrar en contradicción directa con aquel ponente, pero sí tomo ese
pie para exponer algunos criterios que me parecen oportunos.
Y es que, en el texto aludido, se
encuentran expuestos varios puntos que parecieran reunidos ex –
profeso para ilustrar lo que los revolucionarios marxistas han
explicado y criticado insaciablemente, como los flancos débiles de
las políticas de izquierda al centro y sur del continente. Guerra
Cabrera solo encuentra, en la crítica socialista marxista,
“incapacidad y rígidos esquemas”. Sin embargo, al intentar dar
sus argumentos, no se percata que simplemente refuerza la razón de
cada una de tales críticas.
La desaparición de Hugo Chávez,
lamentable sin duda alguna, puso en evidencia aquella debilidad del
movimiento bolivariano de la dependencia de una figura carismática.
No cuajó en Venezuela un poder organizado desde las bases, donde la
clase trabajadora y los vecindarios rigieran democráticamente la
nación en busca del socialismo. En lugar de ello el sistema
verticalista, ahora con Nicolás Maduro al frente, lidia
dificultosamente con todas las maniobras de la oposición de derecha,
más las manifestaciones de corrupción y burocracia internas que
eran de esperar. En la obra póstuma de Chávez, El golpe de
timón, tal vez se hubieran encontrado algunas directivas claves
de giro sobre el tema pero, desgraciadamente, no llegaron o no se han
tomado en cuenta a tiempo.
La carencia de una organización del
poder económico y político desde las bases, democrática y
autogestionada, fue característica no solo de Venezuela, sino
también de las otras naciones que participaron de este tipo de
gobierno. Ni en Brasil, ni en Argentina, ni en Ecuador, por poner
algunos ejemplos, se transformó la estructura de propiedad de los
medios de producción. Las nacionalizaciones efectuadas dejaron
recursos bajo el control de los Estados, pero no de las clases
proletarias organizadas. Pudieron efectuarse, de tal suerte, algunas
políticas redistributivas que aliviaron la pobreza, pero no
resolvieron sus causas sistémicas. Luego, con la crisis y la
contracción económica mundial, no pocos de tales avances han de
retroceder frente a políticas de ajuste fiscal implementadas por los
mismos movimientos políticos que las combatieran no hace mucho.
Guerra Cabrera refiere también que los
esfuerzos de estos gobiernos ahora se desvían por la necesidad de
enfrentar al enemigo interno. A las fuerzas de derecha, en ofensiva
en cada una de estas naciones. ¡Naturalmente! El analista acumula,
sin percatarse, más elementos todavía para evidenciar las
limitaciones de sus favoritos.
Como es sabido, las fuerzas que
revirtieron parcialmente el neoliberalismo en Latinoamérica, no
fueron los clásicos movimientos de masas de personas trabajadoras,
orientadas por las teorías revolucionarias marxistas. Eran más bien
movimientos mixtos, poli clasistas, con grandes capas de la mediana y
pequeña burguesía afectadas por el dominio de los grandes capitales
financieros y especulativos mundiales. Les afectaba y se oponían,
por lo tanto, al neoliberalismo, pero no al capitalismo propiamente
dicho. El proletariado podía ser, en todo caso, un invitado con poca
voz, y aspiraciones limitadas en tales convites. Pudo obtener mejoras
salariales, algunas concesiones laborales, pero los derechos primeros
y últimos sobre los medios de producción siguieron siendo
burgueses.
Se evidencia cómo hay que tomar en
cuenta, obligatoriamente, los aspectos de la globalización. Y es que
esta, inaugurada por el mundo moderno desde hace mucho más tiempo
del que se piensa, no es casualidad. El avance de las fuerzas
productivas bajo el estímulo del capitalismo rebasó las fronteras
de los Estados nacionales y empezó a empujar las relaciones del
mercado a niveles internacionales, fácilmente, desde la época de
los viajes de Cristóbal Colón. La organización económica
contemporánea del mundo ha sido obra de pujas entre imperialismos, y
nuestro subcontinente ha recibido el rol subordinado de mercado de
consumo de sus mercancías y suministrador de materias primas.
Para lograr avances sociales y
económicos permanentes, no cabía sino aplicar métodos
revolucionarios. Eso implicaba romper con el rol secundón, y
desarrollar fuerzas productivas capaces de competir y vencer a la de
las potencias tradicionales. Estas fuerzas podrían encontrar vías
libres de las crisis periódicas de la economía mundial, pero solo
si se basaran en principios socialistas. Y nacionalizar formalmente
una industria o una fuente de recursos naturales no era suficiente
si, bajo la forma estatal, permanecía de todas maneras bajo el
control de un estamento burocrático estatal, una burguesía en parte
nueva y en parte la misma de antes. La socialización real, bajo el
control democrático de las fuerzas trabajadoras, de la economía,
industria, servicios, finanzas, hubieran sido el objetivo y garantía
últimos de estos avances.
Solo así se lograría la necesaria
independencia y soberanía, para contrarrestar los efectos de
depreciones económicas mundiales y no retroceder drásticamente en
los avances alcanzados como ocurre en estos momentos en Venezuela,
Brasil, Ecuador, etcétera. La extensión de los movimientos de
izquierda por varios países del continente hubiera podido crear los
lazos y los reforzamientos mutuos necesarios, de haberse aceptado los
principios del internacionalismo. Estos no son tampoco ningún
invento reciente, pues se supieron desarrollar desde los tiempos de
las Internacionales Comunistas; aunque algunas de estas tuvieron
también sus períodos de pobre consecuencia política, dejaron la
teoría bien abonada.
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