Etiquetas: Economía, Política, autoorganización, autoritarismo, burocracia, capitalismo, control obrero, cooperativización, Cuba, explotación, industria azucarera, privatización, propiedad, Rogelio M. Díaz Moreno, sindicato, socialismo
El gobierno cubano acaba de establecer una empresa mixta con la trasnacional brasileña Odebrecht para la administración del central azucarero 5 de septiembre, en la provincia cubana de Cienfuegos. De esta forma se avanza un tramo más en la instauración de relaciones capitalistas en nuestro país, y se profundiza en la entrega de espacios soberanos de la nación a capitalistas extranjeros. Todo ello, por parte del mismo gobierno que pregona a grito pelado su adhesión a la causa del socialismo y a la defensa del nacionalismo. El hecho nos lo presentan, oficialmente, como un avance para modernizar la industria azucarera y otros muchos bellos objetivos. El ciudadano, no obstante, puede elaborar sus propias consideraciones.
Como es sabido, los empresarios brasileños han aprovechado a Cuba como una plaza donde invertir sus capitales. El bajo precio de una mano de obra altamente calificada; condiciones climáticas generalmente benignas; buena ubicación en las rutas de comercio y gobernabilidad y estabilidad social garantizadas se unen a la necesidad desesperada de apoyo financiero del gobierno cubano para convertir nuestro espacio en plaza favorecida por inversores avispados. Las aventuras más conocidas del gigante sudamericano en la isla antillana son, seguramente, los sembradíos de soya en las provincias centrales y la plaza portuario industrial que se encuentra en construcción, en el municipio de Mariel, un poco al oeste de La Habana.
Por la necesidad que tiene el capital, y que todo economista conoce, de buscar y explotar continuamente nuevos sitios de reproducción, no es extraño que Odebrecht haya explorado una de las industrias cubanas más famosas y con mayor potencial, la de producción de azúcar de caña. Esta última, véase, estaba en condiciones ideales para acoger cariñosamente al monopolio sudamericano.
La antaño locomotora económica cubana permanece actualmente a unos niveles productivos semejantes a los de hace un siglo. El que constituyera principal producto de exportación cubano se ha vuelto una rareza. La vida y la cultura de los trabajadores azucareros cubanos y sus familias ha sufrido un trastorno monumental. La actividad productiva padece de una crónica descapitalización, desórdenes tras decenios de mala administración, insuficiente inversión, desmotivación por parte de obreros y técnicos con ínfima remuneración, degradación de suelos por deficientes políticas agrícolas y una larga lista de calamidades, que permiten mantenerse en zafra a una minoría escandalosa de los centrales azucareros.
¿Qué opciones se le pueden ocurrir, en estas condiciones, a una dirigencia burocrática y basada en el autoritarismo, para remediar el desastre? Al cerrarse el grifo de los subsidios soviéticos, al evidenciarse durante un par de décadas la inefectividad de los vacuos llamados a la conciencia y al reducirse inexorablemente el rendimiento de cada unidad productiva, los que cortan el bacalao empezaron simplemente a cerrar centrales. El Ministerio del Azúcar fue disuelto y todas sus funciones sociales pasaron a ministerios más afines, mientras que un órgano estatal más compacto, el Grupo Azcuba, se estableció para dirigir lo que quedara en el ámbito exclusivamente productivo. Pero esto solo no basta para reanimar la deprimida industria.
Gran parte de lo sucedido resulta consecuencia de la enajenación de los trabajadores azucareros. Sujetos a mecanismos bloqueadores de toda iniciativa, de toda motivación y de cualquier posibilidad de mejoría y bienestar material a partir de su trabajo, pocas posibilidades podían tener técnicos y obreros de revertir la situación. El Estado era el dueño y mandaba: lo hacía mal, las cosas se iban a pique y lo único permisible era mostrar obediencia. La situación, insostenible, exigía un cambio revolucionario.
La solución socialista que era y que se mantiene imperativa, consiste en reconocer a los trabajadores la participación que nunca debió negárseles: respetar su capacidad para establecer y dirigir sus propios mecanismos productivos, administrativos, de gestión de recursos, finanzas, materias primas y mercancías obtenidas. ¿Quién puede dudar de la capacidad de quienes han hecho su vida en los bateyes, de conocer su trabajo y saber lo que les es útil, prometedor, distinguirlo de lo que no lo es, y sacar el mejor provecho de los medios de producción que, teóricamente, les pertenecen como trabajadores de este país? La situación exige entregar a los trabajadores los derechos de gerencia y administración sobre su actividad, incluyendo la capacidad para negociar la comercialización de su producción y la importación de materias primas, insumos y maquinarias, como el único camino socialista posible hacia la solución de la crisis que agobia al sistema.
No sería, por cierto, un camino inédito, si bien lo más sorprendente es que es un camino que ya ha sido explorado con éxito
por varias mega corporaciones capitalistas al borde de la quiebra. Las juntas directivas, accionistas, etc., de poderosas empresas de la producción y los servicios, aerolíneas, automovilísticas, finanzas, etc., han probado a compartir con sus asalariados las responsabilidades, derechos y deberes de la cogestión, el trabajo en equipo, la participación en las ganancias, etc., y han rescatado estos grupos económicos de la debacle a la que se precipitaban. Antes de perderlo todo, los duros capitalistas de Europa y Norteamérica han escogido, sugestivamente, el camino de compartir oportunidades con los proletarios, sin inhibirse por temores o recelos contra la clase históricamente antagonista del capitalismo
Ah, pero el gobierno cubano no puede confiar en sus trabajadores de la misma manera que lo hace un capitalista de Norteamérica o Europa. "No están preparados todavía", dicen los políticos de aquí, en el mejor de los casos. Con mucha renuencia, han entendido la necesidad de entregar a sus trabajadores, si acaso, los timbiriches más pequeños, de servicios, minicafeterías, etc. De fábricas, talleres, centros industriales, ni hablar. Es preferible cerrar el lugar, despedir a las personas y mandarlos a casa, con uno o dos meses de salario como compensación, y que luego se las arreglen por cuenta propia. O, como ahora se empieza a ver, ofrecer a Odebrecht el central y los derechos que les niegan a los trabajadores.
Ahora vendrán a hacer el cuento que la propiedad sigue en manos del Estado y que el socialismo está protegido, que uno es un manipulador o un equivocado y que le hace el juego al enemigo. La manera de enfocar el asunto revelará, como siempre, el lado y las motivaciones de cada cual: del lado de los trabajadores, por el socialismo; o del lado de la burocracia estatal, que recompensa con cuatro privilegios espúreos a todo el que la acompaña en su viaje hacia el capitalismo, en los brazos de las burguesías brasileña, china, etc.
La tozuda realidad será que directivos brasileños dirigirán el proceso productivo y se llevarán muchas ganancias a casa. A nadie le caben dudas de que lo harán mejor que la anterior dirección; incluso puede que los obreros ganen más, estén más motivados, sean más eficientes y productivos. Pero ¿cómo detener la ira generada por el hecho de que con el trabajo, la responsabilidad, la autonomía, de los trabajadores cubanos se podía haber logrado lo mismo, o mejor, ya que no íbamos a tener que tratar con un capitalista extranjero que, al final, se guarda en su extranjero bolsillo el lucro proveniente del sudor de nuestros y nuestras compatriotas? ¿Acaso Odebrecht no es un monopolio, tal vez de la periferia pero igualmente imperialista; un gigante agro-industrial que explota a sus trabajadores en todas las partes del mundo donde le dan la oportunidad, de la misma forma que lo hacían las Cuban-American-Sugar-Companies a las que se les nacionalizaron todos estos centrales en los años 1960, 1961?
Los trabajadores cubanos, cuando sean libres para organizar y disponer de los medios de producción que constitucionalmente le pertenecen, no tendrán necesidad de que venga un capitalista brasileño ni de ninguna otra parte, a decirles lo que tienen que hacer y quitarles la plusvalía. Cuba no necesita a estas compañías para asegurar mercados para su azúcar, de fácil e inmediata venta en Canadá, China, Vietnam, en otros varios países asiáticos, europeos, africanos, latinoamericanos y caribeños. Pero lo cierto es que el gobierno cubano tiene que pagar los créditos brasileños y las masivas inversiones que estos hacen de alguna manera. Abrirles el mercado del dulce es una manera de pagar tan buena como cualquier otra.
Por cierto, casi a punto de colgar este material en la red, me viene a la mente otro par de preguntas capciosas. Para tomar esta determinación, ¿fueron consultados los obreros del central 5 de septiembre? ¿Se le solicitó al sindicato de los azucareros una opinión al respecto? No es que el sindicato vaya ahora a contrariar la decisión del Gobierno-Partido, al que le debe obediencia según lo plasmado en los reglamentos de la central obrera, pero la ausencia de este paso manifiesta hasta qué punto está inerme el pueblo cubano ante un rumbo capitalista impuesto desde arriba.
Si se quiere contemplar hasta qué ultrajantes absurdos puede llevarnos esta situación, piénsese qué perspectivas veríamos si el gobierno estadounidense hiciera excepciones de táctica maquiavélica en su política de bloqueo. Como la legislatura cubana, tan nacionalista en su discurso, tan inconsecuente en su aplicación, no lo impide, no se pronuncia, no aplica políticas de preferencias hacia las personas trabajadoras de nuestro propio país, fácilmente hubiéramos podido ver comprado el central cienfueguero, en vez de por Odebrecht, por la famosa United Fruit Company. Tal vez, por la misma compañía estadounidense a la que se le nacionalizó en la década de 1960. Por suerte, la mafia cubano-miamense es lo suficientemente obtusa como para ahorrarles esta última humillación a nuestros padres y abuelos, que se alimentan de los cuentos del Granma para seguir aferrados a esa creencia de que la causa, por la que dieron su vida, no está de nuevo en venta al mejor postor.
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