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15 de noviembre de 2011

Será marxismo, ¿será?

Palabras clave: salario, Cuba, sociedad, marxismo, trabajo por cuenta propia, industria azucarera, demografía, descentralización
 
En estos últimos años, parecen verse algunas señales desde las altas esferas que indican cierta voluntad de rescatar la filosofía marxista, reimpulsar su estudio, celebrar eventos y todo ello. Pues bien, en estos nuevos escenarios por donde nos movemos, ahora que ya es bueno (casi) todo lo que antes era malo –las divisas, vender tu carro o vivienda, ir a un hotel, tener celular y trabajar sin que sea para el Estado–, un humilde servidor que no sabe mucho de filosofía y marxismo se pregunta si no estaremos viendo la aplicación diáfana de los teoremas marxistas más elementales.
 
En la calle 23 del municipio capitalino de Plaza, por ejemplo, y en muchas otras vías importantes o no tanto, florecen los negocitos por cuenta propia, ya sea de venta de mercaderías o de servicios varios. Los establecimientos equivalentes del Estado, por contraste, languidecen. Se me ocurre si no tendrá que ver con aquella parte de El Capital donde se explica que las formas económicas que explotan más eficazmente la fuerza de trabajo son las que vencen en la marcha larga. Lo mismo, pienso, se puede aplicar a la actividad agrícola cuyo principal motor parece ser la entrega de más tierras a campesinos privados, mucho más productivos que los obreros agrícolas de las granjas administradas por el gobierno.
 
En más de 50 años, el mecanismo de acumular sistemas de control y burocracias y llamados a la conciencia y el patriotismo y la disciplina, habrá producido hipertrofiados aparatos de dirección, pero nada capaces de competir hoy con la más elemental célula económica privada. A mi modesto entender, los dirigentes de alto nivel podían encontrar la explicación teórica de este problema en los mismos manuales que orientaban estudiar, pero parece que no la buscaban allí. Ahora la respuesta se ha impuesto con mucho dolor, en la práctica hasta los niveles de merolicos y concentraciones disimuladas de medios de producción pero, sin el reconocimiento teórico consciente de esta realidad y su estudio colectivo para sacarle el mejor provecho, un día de éstos se nos abre la caja de Pandora.
 
Y mientras solo sean cubanos, ya es seria la cosa. Pero cuando son las empresas extranjeras las de mayor empuje en el asentamiento de empresas explotando la fuerza de trabajo cubana, ¡ay mamá!
 
Tengo otro escenario que creo que se explica por la también marxista Ley del Valor. En la industria azucarera, por decenios el Estado recogía el fruto del trabajo de los centrales (el azúcar y sus derivados) y entregaba a cambio a las empresas lo que estimaba conveniente, que se traducía en pagar salarios, efectuar algunas reparaciones, etc. A todas luces, esto no fue suficiente para mantener capitalizadas a las empresas. Los administradores de este ministerio, ¿no conocían la ley marxista, o apretaban firmemente los ojos para no ver la ruina creciente delante de sí?
 
Finalmente, otra pedrada mía en esto del marxismo para que la rebatan los que saben más que yo. Decía Marx que lo menos que podía pagarle el patrón a su fuerza de trabajo era lo mínimo indispensable para la reproducción de esta. Si lo que recibe esta fuerza de trabajo es menos de lo que necesita para alimentarse y adquirir los bienes materiales y espirituales mínimos –y con el desarrollo del mundo, esos bienes mínimos crecen en cantidad y calidad– la fuerza de trabajo sufrirá un detrimento inevitable. ¿Será que hay una relación entre lo magro de nuestro salario, y el envejecimiento y decrecimiento de la población cubana, con sus bajos índices de natalidad y altas tasas de emigración? ¿Serán, tantas de nuestras realidades, comprensibles mediante la aplicación de la teoría marxista?

1 comentario:

Boris dijo...

Mi querido Roge, el marxismo es una asignatura aprobada por algunos inteligentes capitalistas. En el socialismo real, aquel y el nuestro, se ha leído mal, con autoritario desgano. Pero nos hacen creer que el barco los guía Marx, o Martí, cuando en realidad son otros quienes nos conducen al abismo (o ya nos dejaron allí)