Secciones

Secciones

Reglas para comentar

1) Los comentarios ofensivos serán borrados
2) Los comentarios deben tener alguna relación con el tema del post
3) Se agradecerá el aporte de argumentos con referencias para que podamos ampliar el debate

2 de abril de 2011

Una visión sobre esas cosas espantosas que dicen están pasando en Fukushima (IV, final?)

Para poner en perspectiva todo lo que está sobre el tapete en el tema de la energía nuclear, incluyendo las recientes causas de apasionamiento alrededor de los sucesos de Fukushima, es preciso manejar la información desde todas sus facetas. El análisis del problema que realice la persona convencida de antemano de que tiene las respuestas, tampoco arrojará el resultado mejor orientado; si acaso, revelará nuevamente las convicciones previas del sujeto, y arrastrará tras sí al profano o enajenará la posibilidad del debate colectivo abierto y científico.

En lo que avanzan las labores de reconstrucción de la golpeada nación japonesa, en lo que los sobrevivientes intentan recuperar los cuerpos de los seres queridos para darles sepultura, la discusión sobre el empleo de la energía nuclear alcanza un nuevo ciclo. Sus enemigos acérrimos intentan aprovechar las secuelas del accidente de la central atómica para “demostrar” la necesidad de sustituir y eliminar hasta el último reactor de la faz de la tierra.

Para estas personas, no es necesario hacer un análisis comparativo de los riesgos y potencialidades de las distintas tecnologías. Lo nuclear es malo porque sí, y es más malo que todo lo demás, y no hace falta para demostrarlo más que lo que ocurrió en Chernobil y ahora en Fukushima. O cerramos todas las plantas atómicas hoy o moriremos mañana, pasado mañana a más tardar.

La arena pública ya está viendo los efectos de este accidente en la nueva ola de impopularidad que se abate contra el empleo de estos combustibles. En Alemania, España, y otros lugares, de pronto el tema se vuelve más espinoso que un erizo para los políticos. La política, sin embargo, es un pésimo marco para planificaciones peliagudas, puesto que las pasiones barren con facilidad las endebles trincheras de la razón y la lógica. Para empezar, en los países mencionados no ocurren terremotos.

La razón última del accidente de Fukushima fue el terremoto de fuerza 9, más poderoso de los últimos ciento y tantos años, más el posterior tsunami. Es Japón zona sísmica por excelencia, y las centrales electronucleares se calculaban también contra esos riesgos. Así, ni siquiera el violentísimo temblor desestabilizó a Fukushima, que vino a ser afectada fundamentalmente por la rabiosa penetración del mar… y la posterior imposibilidad de recibir energía eléctrica de emergencia desde un exterior igualmente devastado. Si se hubiera escogido un lugar separado del mar por solo 5km para erigir esta planta, hoy no estaríamos atormentados por este asunto, solamente por las restantes secuelas del desastre natural que barrió con casas, escuelas, hospitales, fábricas, etc. ¿Nadie se ha planteado que debiéramos dejar de producir civilización?

La contaminación radiactiva parece ser el demonio que prueba la maldad definitiva de esta industria. Los gruñidos de los detectores de radiación despiertan un eco de rugidos a lo largo y ancho del planeta. A juzgar por los más sensacionalistas, pareciéramos estar en medio de una hecatombe. Contrariamente a esto, los dos trabajadores más afectados por la radiación ya fueron liberados del hospital donde se atendieron quemaduras generadas por laborar entre los charcos con radioisótopos en la recuperación, ignorando las señales de sus contadores personales. Otra veintena de trabajadores recibieron dosis menores, tal vez causando gran conmoción, pero dentro de límites que no causan ninguna preocupación entre los familiarizados con el tema. Para dar una referencia, en medicina se usan dosis de ese orden para algunos estudios diagnósticos y dosis mucho mayores para tratamientos de distintas enfermedades.

¿Que queda contaminación en el ambiente? Pues… sí, se regaron ciertas cantidades de Yodo y Cesio, fundamentalmente, y cantidades menores de otros elementos como Plutonio. Tampoco hay que entrar en pánico porque una agencia de prensa reporte “detectaron niveles de plutonio 10 mil veces por encima de lo normal”. Se cayó en ese lugar una gotica, par de miligramos, del susodicho elemento, y ya eso es suficiente para que se cuente esta elevación y más. Lo que no quiere decir que podamos dormirnos en los laureles, que tampoco, la región necesitará un proceso de monitoreo y descontaminación de los puntos más conflictivos. Se ensució también, lamentablemente, el entorno marino. Las comisiones de la Agencia Japonesa de seguridad nuclear e industrial, con el acompañamiento del Organismo Internacional de la Energía Atómica, estudian minuciosamente la cuantía del desparrame. Puede ser aconsejable dejar descansar la tierra de cultivos unos meses. Tal vez traer agua de beber de las regiones cercanas durante un tiempo. Pero no me vengan a decir que esto es mucho peor que las contaminaciones causadas por los desastres de la industria petrolera y del carbón. ¿Cuánta contaminación causó exactamente la detonación de la plataforma Deepwater Horizont, incidente donde perdieron la vida cerca de veinte desdichados? ¿El hundimiento del buque Prestige? ¿La zozobra del Exxon Valdez? Esto, para mencionar sólo los más conocidos. ¿Cuántos muertos en Nigeria por los conflictos y la irresponsabilidad ambiental de las grandes petroleras, cuántos en Ecuador? Los accidentes en minas de carbón, con su secuela de muertos e incapacitados, son tan frecuentes que ya no son noticia –para no mencionar que los gases de efecto invernadero, resultado de la quema de combustibles fósiles, están descongelando los refrigeradores del planeta.

Vamos a suponer que no hubiera existido Fukushima. Que no se hubieran construido nunca las plantas atómicas donde Japón genera aproximadamente el 30% de su electricidad. ¿Cuánto petróleo, cuánto carbón se hubiera quemado allí? ¿Cuántos millones más de toneladas de dióxido de carbono, sulfuros, metano, liberado a la atmósfera? ¿Cuánto más por arriba estuvieran hoy las temperaturas del mundo? ¿Cuánto peores hubieran sido, en la última década, los huracanes, las sequías, las inundaciones y otros eventos climáticos extremos causantes de hecatombes masivas ? ¿Cuántas lluvias ácidas más hubieran caído sobre el delta del Yang-Tse, el Mekong, sobre los bosques y las nieves del monte Fujiyama, sobre la fauna marina? ¿De verdad que lo ocurrido en Fukushima –donde no se ha reportado hasta ahora un solo muerto– es peor que todo esto?

Vamos a seguir en esta vena. Si vamos a renunciar a la energía atómica por el uso y peligro de las radiaciones, ¿deberíamos renunciar también a su uso en la medicina? Porque en accidentes relacionados con esta rama, han muerto y sufrido más personas que en toda la historia de la energética nuclear. En un simple ejemplo, el accidente de la ciudad brasileña de Goiania, provocó un desastroso reguero de Cesio-137 por un barrio popular de aquella ciudad, con varios fallecidos y decenas de personas con secuelas. Toneladas y más toneladas de tierra y suelos tuvieron que ser removidos en aquella ocasión. Pero la vida en Goiania se repuso, continúa, y tomadas las medidas que el accidente enseñó, la medicina sigue sirviéndose de estas herramientas únicas en su lucha por servir al hombre.

Cada jornada de marcha de las distintas industrias basadas en las fuerzas atómicas, deja lecciones. Las jornadas marcadas por circunstancias extremas, como accidentes, son aún más aleccionadoras. Por ejemplo, podemos confirmar la necesidad de asegurarnos de la seguridad natural, geológica, hídrica, de los lugares donde se vayan a ejecutar determinadas construcciones. Podemos comprobar la necesidad de someter a las grandes compañías al escrutinio público, para evitar que traten de engañar al público para proteger sus intereses -no solo a la Tokyo Electric Power Co., sino también a la British Petroleum, a la Royal Dutch Shell, a Chevron, Halliburton, Raytheon, el Bank of Scotia, el Santander y el AIG. A la General Electric, a Gazprom, a ETECSA y hasta a etcétera. Aunque para aprender esta lección no hacía falta esperar al terremoto.

Que el paroxismo no nos impida meditar y reflexionar y poner cada cosa en su justa medida. El mundo de la energía 100% renovable es muy bonito, y la búsqueda de tecnologías eficientes más, pero hay que trabajar muy duro todavía, y mucho tiempo, para sustituir porciones significativas de lo que hoy producen las tecnologías de combustibles fósiles y nucleares. Para no mencionar que la minería y la industria de transformación del silicio, elemento fundamental de las celdas solares, contamina más como resultado de sus procesos químicos industriales, que la propia energía nuclear –¿qué sorpresa, eh, a que no todos sabían eso?

Y si las secuelas de la energía a base de petróleo y carbón son malas, peor aún es la falta de energía, que sufre sobre todo el Tercer Mundo. Sustituyendo lámparas incandescentes por ahorradoras, tal vez un hospital disminuya su consumo de 5 a 3 megawatt. Pero todavía hace falta producir esos 3 megawatt, o se morirán los pacientes en apoyo vital, se morirán otros pacientes por no poder realizarse los análisis necesarios; se morirán, en fin, por falta de energía. Un frigorífico protege de la hambruna estacional: necesita energía, y no la de unos panelitos solares, ni la de un molino de viento que se detiene cuando este no sopla. Y así sucesivamente.

Antes de criminalizar a la energía nuclear y usar a Fukushima como estandarte, aún en esos países donde la tierra nunca ha ni estornudado, pensemos un poquito en todas esas cosas.

No hay comentarios: