Me llamo Alejandro, soy cubano, licenciado en derecho y actualmente trabajo vinculado a la esfera cultural.
Tengo dos hijos de 16 y 17 años, frutos ellos de mi anterior matrimonio con su madre y que desde hace unos años atrás viven en nuestra Cuba de hoy la condición de tener un padre gay.
Tengo mi pareja con el cual vivo mi vida sin que sea un secreto para nadie que ambos somos homosexuales. En nombre de mis dos hijos y de todos los padres homosexuales y sus hijos, vengo hoy yo aquí ante ustedes para hablar y de alguna manera dar mi aporte en la lucha contra ese mal que se nombra HOMOFOBIA.
Para cualquier padre o madre homosexual (fuera o no del closet) no hay nada más importante en esta vida que el amor, la educación, el futuro, la salud, la seguridad y la tranquilidad de sus hijos. Pienso que todo lo demás, cualquier otra situación o realidad social, se subordina a este gran sentimiento por el cual se está dispuesto a sacrificar y hasta dar nuestra propia vida.
Asumir hoy en día la homosexualidad en nuestra sociedad cubana después que se ha vivido y se ha compartido -como fruto del amor y por largo tiempo- una relación matrimonial desde la heterosexualidad y, más aún, cuando como fruto de la misma se tienen hijos, es un reto y una apuesta por el amor, la sinceridad y la verdad donde la doble moral y la mentira no tienen espacio.
Claro que no es fácil pero tampoco es difícil.
Hay (si se quiere decir así) una primera etapa donde tanto los padres como madres homosexuales, proclamándose públicamente heterosexuales, mantienen paralelamente relaciones sexuales con personas del mismo sexo y al mismo tiempo atienden sus responsabilidades para con sus hijos o cónyuge.
Viven, entonces, una etapa bisexual sin desear del todo ser bisexuales y más bien lo que buscan es encontrar una pareja de similar sexo del cual enamorarse y unir sus vidas.
Creyendo que engañan a otros no se logra algo más que engañarse a si mismo pues en el 90 % de lo casos tal mentira es del conocimiento y está en boca de los que les rodean causando un gran dolor en el otro miembro de la pareja al cual - aunque diga aquello de que: “no vivo con lo que dice mi vecino”- la vida siempre se le convierte en un verdadero infierno común para ambas partes.
Tanto sufre el uno como el otro.
Es verdad que las cosas no son ni tan fáciles ni tan simples como parecen ser, pero tampoco pienso que deban de ser tan traumáticas y que uno deba de estar condenado a vivir sufriendo sin razón , y más aún cuando la práctica demuestra que una vez que se asumen lo roles verdaderos la vida cambia para mejor.
Para un hombre o una mujer homosexual la relación sexual con una persona de igual y similar sexo siempre será algo indispensable una vez que nos ubicamos (pública o clandestinamente) dentro de este grupo: los homosexuales.
Con tal de no perjudicar mucho más a la pareja, nos juramos siempre usar condón, pero la práctica muestra que del dicho al hecho hay un buen trecho cuando se tratan de deseos reprimidos por buen tiempo. De tanto desearlo o esperarlo siempre existen esos otros momentos en los que llegamos a prescindir del uso del condón a sabiendas del riesgo que para la madre de nuestros hijos – persona totalmente inocente en toda esta historia- puede verse afectada por nuestra culpa.
No basta con desear o pensar. La vida va mucho más allá de lo que uno piensa o desea querámoslo o no. La fe y las ideas no son lo que salva sino la voluntad del ser humano en cambiar.
Siempre hay temores para todo proyecto que uno se proponga a realizar en nuestras vidas.
Sabemos que para un adolescente, dominados fundamentalmente por los criterios del grupo de amigos y, por lo general, sin una opinión propia dependiendo de lo que asuman como valor o antivalor dentro del grupo, tener un padre homosexual o una madre lesbiana puede convertírsele en un problema serio por el simple hecho de que, de la noche a la mañana su padre o su madre que siempre han respetado y amado – ante los ojos del grupo- se convirtió, en fracción de segundos, en un maricón o su madre en una tortillera ; o lo que es peor que para algunos de nuestros muchachos y muchachas, como un evidente y único mecanismo de defensa ante el grupo y el medio social, no encuentran otra opción que optar y apostar por asumir rasgos y conductas marginales como la llamada guapería y la violencia de barrio con tal de, entre otras muchísimas cosas: “no permitirle a nadie que hable mal de mi papá o de mi mamá…mis padres no van a estar en boca de nadie”.
Pero al temor se le enfrenta con sabiduría y con valor. Mucho más grande que cualquier temor es la felicidad que reporta vivir nuestra vida dentro de la verdad.
Hoy mi vida es otra. Atrás quedó toda esa historia de dolor, hipocresías y sufrimientos innecesarios. Mi familia me acepta y me respeta; vivimos en total armonía, unidos todos en esta lucha a favor de la diversidad y el amor verdadero.
Pienso que nuestra juventud y nuestros niños – fundamentalmente- merecen en esta Cuba que amamos un futuro mucho mejor.
Quiero dedicar este minúsculo esfuerzo primeramente a mis dos hijos que amo sin medida. Quiero dedicarlo también a la madre de ellos, mi primer amor del cual nunca olvidaré todo lo verdaderamente hermoso vivido. Quiero, finalmente, dedicarle estas palabras de hoy a mi pareja que está presente en todo momento de mi actual vida y al cual aprovecho la ocasión para decirle, también delante de todos ustedes: estoy muy orgulloso de haberte conocido y te amo con todo mi corazón.
Gracias.
Tomado de NotiG 112, La Habana, 19 de mayo de 2009.
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