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22 de julio de 2014

El lenguaje idealista como herramienta de la reacción (II Parte)

Los fenómenos apenas esbozados al final de la parte anterior de esta entrega son los que consolidan la mentalidad de que la persona triunfadora es aquella que se eleva en poder económico y de consumo por sobre sus semejantes, sin importar mucho los medios empleados para llegar allí. Estos mismos fenómenos –a los que habría que oponerse– constituyen los más draconianos obstáculos al florecimiento de valores propios de una sociedad en sus antípodas. Como manifestaciones de capitalismo que son, fomentan la enajenación social; el consumismo como medio de intentar escapar de la frustración que representa permanecer del lado estrecho del embudo; la naturalidad del presumir los más altos estatus de consumo, de fama mediática, etcétera, como medio de una deseable ascensión social. Estos (anti)valores son funcionales a ese tipo de sistema, y se retroalimentan con él.

 

Las personas cuyas profesiones se asocian con el mayor valor humano, como la medicina o el magisterio, en este tipo de sociedad quedan sujetas a los mismos condicionantes que todas las demás. Tendrán una trascendencia y se harán de una valoración en la medida en que respondan al criterio de éxito predominante, que requiere alto poder adquisitivo en el mercado para satisfacer sus necesidades materiales, recreativas, espirituales, etcétera. No vivirán, pobrecitas, en una campana de cristal, protegidos del resto del mundo profano. Su capacidad para potenciar conductas, éticas y estéticas progresistas quedará muy limitada por el reducido reconocimiento de estas corrientes.

 

Es fácil para los intelectuales oficialistas acomodados llamar a la paciencia y a esperar que, con el éxito de la política económica del gobierno, mejore la situación hasta que estas personas puedan recibir una recompensa material y espiritual proporcional a su sacrificio y, mientras tanto, seguir con la inmolación. Estas tesis se desmoronan, como era de esperar, tanto en el choque con la realidad inmediata cubana como frente al análisis crítico basado en la ciencia y la historia de esta civilización.

 

Cada año, se repiten las comparecencias de los políticos, del presidente para abajo, que reconocen resultados desesperantemente pobres de la gestión económica; cada escena de estas repite el guión de la anterior, como para terminar de convencer hasta al más optimista de los Cándidos de que el alivio no está cerca. Y a continuación, aparecen nuevas medidas a favor del mercado, soluciones para darle más espacio al capital pequeño, mediano y grande, de adentro y de afuera. Pero es sobradamente sabido que las soluciones que capital y mercado ofrecen, pueden hacer crecer en última instancia a la macroeconomía; pueden permitir a una élite social prosperar, pero no sostienen ni hacen progresar sistemas universales prósperos de servicios sociales básicos como educación y salud. El gobierno nunca se atreverá a responder cuestiones como esta: ¿cuántos centros educativos se han cerrado ya en todo el país, en nombre de las famosas políticas de racionalización y ahorro? ¿Cuántos centros de salud? ¿Qué pasó con los programas de trabajadores sociales?, entre tantas otras que se pueden plantear.

 

¿Qué puede concluirse, además, de la observación de sociedades mucho más desarrolladas que la nuestra en eso de sostener una economía “próspera y sustentable” de acuerdo a criterios técnicos característicos del mercado y el capital? Que ni siquiera en estas se puede elevar mucho la pujanza de servicios sociales universales y al alcance de todos, ni mucho menos, la prosperidad y el prestigio y, por lo tanto, el papel de paradigma de quienes trabajan y se dedican a estos sectores de sacrificio y entrega humana. Los ejemplos de huelgas y protestas de personal médico y educativo, por bajos salarios, malas condiciones de trabajo, etcétera, se suceden en el sector público (el que está al alcance de los menos favorecidos en esas sociedades) de muchos de estos países que son mucho más “prósperos y sustentables” que nosotros, de acuerdo a esos criterios tecnocráticos y economicistas. La privatización y mercantilización de estos sectores es el precio de la “prosperidad sustentable”, con alguna que otra excepción en Finlandia o Noruega. Ups, se me olvidaba, Noruega ha pasado a ser un mal ejemplo, “otanista” según el criterio de Sánchez, así que tal vez solo Finlandia.

 

Independientemente de que es posible gestionar más inteligentemente una cantidad limitada de recursos, el impacto inmediato, y duradero y a largo plazo, es el sentimiento de abandono y traición que el ciudadano siente por parte del Estado. La moraleja que se establece, es que lo que perdurará será aquello relacionado con la ganancia, a nivel individual, lo que cada cual sea capaz de “luchar”, en lugar de todo aquello que implique esfuerzos en pro de bienestares colectivos. La justificación de las autoridades y las promesas que hacen son las mismas que nos acostumbramos a repudiar cuando se producen en regiones tradicionales del neoliberalismo.

 

Existe una salida socialista en este laberinto, pero requiere de un valor y una voluntad revolucionaria, ausente del poder local. Se trataría de democratizar todo este tipo de decisión y gestión económica nacional. Requeriría de transparencia presupuestaria y administración colectiva, donde todas las voces tengan iguales derechos y cada ciudadano tenga potestades republicanas y un voto para decidir los sacrificios a asumir; los proyectos a consumar; las leyes para dirigir todo el proceso y la manera de redistribuir lo disponible. Incluso en condiciones materiales poco prometedoras, la unidad de las personas en pro del tantas veces aplazado futuro luminoso, podrá surgir una vez que se sepan capacitadas e igualmente empoderadas para trabajar por él. Como no va a surgir nunca esta unidad, tan esencial para el cultivo de una cultura de convivencia progresista, es en un escenario donde las empresas e instituciones del Estado –que son aún la mayor fuerza del país– constituyan bloques monopólicos, más concentrados en defender sus egoístas pedacitos que en reconocerle derechos a los endebles ciudadanos/consumidores. Y encima, generando nuevas leyes que refuerzan sus posiciones, por más impopulares que resulten y más aprieten a las personas con iniciativas desde sus propios esfuerzos y comunidades. Las prohibiciones sobre las salas de cine 3D, las jugarretas de las telecomunicaciones con ETECSA y sus precios, las regulaciones aduanales y muchas otras, dan fe de lo que referimos.

 

Sin el cabal análisis y comprensión de la sociedad que se consolida en este país, la discusión sobre valores, principios y cultura es un ejercicio estéril. Y la que se consolida, repítase y entiéndase bien, es una sociedad basada en relaciones de explotación; una donde la satisfacción de las necesidades materiales y espirituales de las personas se produce de manera proporcional al poder adquisitivo de esta persona frente al mercado, o de ciertos prebendas otorgadas por el poder político. Los productos artísticos y culturales que son connaturales en este ambiente, típicamente reducen las relaciones amorosas a la reducción del otro a un objeto sexual para la satisfacción de las fantasías del protagonista, o la novela rosa donde una persona pobre asciende merced a un éxito en negocios o en su carrera personal o, más frecuentemente, merced a una relación sentimental con una persona rica. Este tipo de producción cultural y espiritual es el más apto para el consumo económico de las masas y, a la vez, las mantiene predispuestas favorablemente para la continuidad de todo el sistema. Es el que naturalmente se reproduce en el cine y la televisión de los países “normales”; es el mismo que viene en el “paquete” que tanto molesta a Jorge Ángel Hernández; y es el mismo que se reproduce acá, sin muchos escrúpulos, en nuestros mismos centros culturales, emisoras de radio y televisión, sin que nadie se escandalice porque, al final, responden a una realidad de reproducción material que es a la que parece resignada y hasta termina despertando el entusiasmo en nuestra sociedad.

 

Estos productos, que tanto molestan a nuestros filósofos idealistas, son entonces el fruto que produce el olmo, ese árbol donde no crecen las peras. Uno esperaría verlos molestos con el olmo y atacarlo desde la raíz y el tronco, o por lo menos sembrar otros árboles distintos, en vez de elevar protestas esperando las nunca producidas peras. Las historias y los triunfos de colectivos de personas solidarias; el reflejo artístico del avance de la cooperación y  la felicidad del desprendimiento; del crecimiento de las personas en base a la integridad del carácter; las contradicciones de una posible historia amorosa entre personas embebidas de los principios de un ambiente de igualdad social, son frutas de esos otros árboles.

 

Para cuestionarse el auge y combatir los (anti)valores, hay que combatir los elementos funcionales que los engendran. No basta con bonitas declaraciones sobre lo hermoso de la gracia y la misericordia en el plano de lo abstracto, que no combaten los problemas de raíz y, por lo tanto, les dejan libre el paso. Habrá que ponerse del lado, definitivamente, de las fuerzas por la autogestión obrera, por el control de los trabajadores sobre los medios de producción y de política del estado. Sin embargo, la autogestión y el control obrero se rechazaron ya desde los años de la década de 1960 porque los trabajadores “no estaban maduros” para ello. La plena y real  democracia socialista, que consistiría en la administración política pública y en igualdad de toda la ciudadanía, tampoco está en los planes de quienes prefieren mantener la hegemonía de una autoproclamada vanguardia ilustrada sobre el vulgo al que le corresponde trabajar, aguantar y ser disciplinado. Y encima, le arrojan el escarnio de que el igualitarismo ahora se ha vuelto malo, y hay que aprender que las crecientes diferencias sociales  son buenas. Habrá que ver cuáles, entre las diferentes posiciones en discusión, son más favorables al progreso de esos valores tan hermosos del ser sobre el tener, del aportar sobre el apoderarse, de la felicidad de ofrecer al prójimo aquello que esperamos aporte a la felicidad de todos como seres humanos.

 

Habría que preguntarse cómo personas aparentemente tan ilustradas como los filósofos oficialistas cubanos de hoy caen en los sofismas de ensalzar cultura y espiritualidad “socialistas” sin la correspondiente concreción de realidades revolucionarias. Tristemente, numerosos ejemplos históricos ofrecen posibles explicaciones. Esta derivación al idealismo filosófico, este abandono de la filosofía marxista, ha constituido sistemáticamente una introducción al abandono definitivo y la traición de las posiciones socialistas previamente proclamadas. El desdén por el papel de las relaciones de clase, el de las fuerzas productivas y de los conflictos que emergen de las relaciones de producción en el origen y desarrollo de los valores espirituales de las sociedades, es sucedido por el posicionamiento abierto del lado del capital, y en contra de las clases trabajadoras. El vocero estoico e idealista termina maldiciendo a la plebe ignorante, por ser de baja estofa, malagradecida, e incapaz de apreciar que el verdadero paraíso –el que les toca– no está en las mansiones y yates de los ricos sino en ciertos tipos de humildad, resignación y trabajo duro en las empresas de los patrones. Mientras el momento de la mutación final se acerca, la prédica del humanismo superficial les permite mantener un lustre “progre”, al tiempo que una prédica agradable a los oídos del poder que los mima, mientras se sirve de ellos para terminar de instalar el capitalismo en nuestra sufrida tierra.

19 de julio de 2014

El lenguaje idealista como herramienta de la reacción (I Parte)

En los últimos años se ha podido presenciar este fenómeno al que me quiero referir. Incluso quienes carezcan de autoridad en materias filológicas y no sean, como yo, más que aprendices de marxistas, pueden notar la aberración. En los medios públicos, el discurso político oficial, medios de prensa y televisión, y en los espacios de los pensadores oficialistas como blogs o columnas de los tabloides circulantes, predomina un lenguaje que tiene poco que ver con una concepción revolucionaria marxista.

 

Este panorama se evidencia mejor, en aquellas discusiones y arengas que pretenden reflexionar sobre los temas de valores sociales y culturales, modos de vida y de consumo, relaciones sociales y demás dentro de esos géneros. Dicho de una manera intencionalmente simplificada, con este tipo de discursos los exégetas del establishment están muy dedicados a dominar los espacios de reproducción cultural, espiritual, y de convivencia social, o sea, los que lubrican la continuidad de la reproducción material del sistema.

 

Cualquiera que haya seguido, por ejemplo, las crónicas de Enrique Ubieta en su publicación de La calle del medio –también concentradas en sus libros como el reciente Ser, tener, parecer– puede apreciar cómo estos filósofos son animados por un intenso fervor. Este sentimiento los conduce a encendidos discursos contra algunas manifestaciones de consumismo; contra ciertas presentaciones de espectáculos públicos y mediáticos, y en defensa de determinados ideales o actitudes que se entienden como altruistas y opuestas al egoísmo. Muchos párrafos producidos por Ubieta, por su colega Iroel Sánchez, y otros escritores, en abstracto, no suenan mal. Todo el mundo estima grandemente, o dice estimar, a Teresa de Calcuta.

 

En esta línea, estas personas marchan y recontramarchan sobre la posibilidad de desarrollar una “cultura socialista”, a pesar del hecho de que estamos envueltos en una cultura que emana de condiciones capitalistas en la reproducción material de la sociedad. En nuestras condiciones de partida, existe el consenso, no se ha desarrollado todavía un polo socialista próspero, sustentable, y generador de su propio entramado cultural y espiritual; luego, afirman aquellos, es necesario desarrollar esa cultura, dar impulso a la formación del hombre y la mujer nuevos, con estos valores que no imiten a los de los lobos sino a otros animales, digamos, un poco mejor valorados. Y esa cultura y espiritualidad habría que buscarlas desde las condiciones realmente existentes en nuestra Cuba contemporánea, donde tampoco se ha desarrollado ese sistema socialista en pleno y donde la persona “nueva”, que lamentan ver en boga, es más bien el modelito ideal del neoliberalismo; poco crítico, ansiosa de prosperidad material a cualquier costo, objeto maleable de cualquier poder hegemónico con grandes recursos mediáticos.

 

El abordaje de estos personajes, sin embargo, padece de una honda y potencialmente perversa falencia, y representa un retroceso de 150 años en materia de la filosofía revolucionaria que se supone que se defiende en estos terrenos. La pose romántica de estos empeños ignora tesis elementales del marxismo y del materialismo, y termina al mismo nivel que cualquiera de esos discursos “bienintencionados” de los capitalistas “con rostro humano”; de los filántropos dentro del occidente, desde los tiempos de la revolución industrial hasta nuestros días. Evidentemente, nuestras élites gobernantes y sus exegetas han hecho suya la corriente filosófica hegemónica en el mundo occidental “normal”, que considera las doctrinas del marxismo y el materialismo dialécticos como poco más que reliquias jurásicas. Nadie quiere ponerse tal sambenito, y las voces de pensadores marxistas auténticos y persistentes, como Fernando Martínez Heredia o Desiderio Navarro, constituyen aisladas excepciones.

 

En principio, yo podría coincidir con Ubieta et al en que aquellos poderes hegemónicos imperiales son malos, muy malos. Sin embargo, estimo que poner solamente lo espiritual o cultural en el centro de la palestra constituye un retroceso hegeliano de la mayor conveniencia para esas mismas fuerzas hegemónicas, en tanto desbrozan el camino de las reformas reaccionarias que mantienen el curso de la sociedad cubana hacia el sistema de mercado internacional, o el simple capitalismo.

 

Si no existe ese centro socioeconómico socialista, que constituya por sí mismo y del cual emane naturalmente una cultura y unos valores superiores a los capitalistas, la solución no puede ser invertir la relación que Marx enderezó hace tanto tiempo y pretender construir el edificio empezando por el tejado. No hay que ser un albañil para saber que esto no es factible; por la otra parte, unos pensadores que se aprecian de defender el socialismo debían conocer un poquito mejor el ABC de esta filosofía.

 

La prédica de valores comunistas, del desprendimiento altruista, del sentido de proyecto colectivo, etcétera, puede ser muy bonita, aún cuando parta de personas dichosas, con conexión libre a Internet, refrigerador lleno, vehículo propio y otras diferencias significativas con el cubano de a pie. Sin embargo, estos valores no constituirán nunca una masa fraguada y creciente, en las condiciones de una sociedad donde lo que predomina son las condiciones de explotación, de libre mercado y de sálvese el que pueda de la sociedad capitalista. En la sociedad capitalista, la superestructura cultural, espiritual e ideológica predominante será siempre la opuesta, la de la ambición, el egoísmo, la de acaparamiento de poder y riquezas en una estrecha élite y la reducción de las masas al consumismo, embrutecedor y enajenante. Si usted desea los valores de izquierda, usted debe ser consecuente y propulsar, para el esfuerzo principal, la transformación revolucionaria de la reproducción y la base material.

 

El paradigmático cubano José Martí no se sentó en un pedestal a predicar, como manera de derrotar al régimen colonial, el desarrollo de los valores culturales y espirituales del republicanismo. Martí contó con los valores republicanos existentes para hacer una revolución, concreta, y también espiritual, pero con una primera etapa muy práctica de derrotar, por medios tan radicales como los de las armas, el modelo conservador existente. La sociedad republicana que aspiraba a instaurar, sería la mejor incubadora de más y mejores valores republicanos.

 

Hoy en día, se puede y se debe rechazar el derramamiento de sangre para conseguir triunfos revolucionarios. Lo que no se puede es creer que aquellos valores de una sociedad revolucionaria (altruismo, solidaridad, el ser por sobre el tener) van a prevalecer per se en un medio conservador. Tales valores, dentro del medio conservador, son apenas privilegio de una cantidad de personas determinada por factores formativos de conciencia bastante excepcionales. Sin embargo, estos valores sí pueden alimentar una gesta que transforme ese medio, hasta otro que ofrezca a todos los seres humanos la capacidad de abrazarlos.

 

Si vamos a hablar de los valores espirituales, humanistas o culturales del comunismo, como tanto le gusta a Ubieta y compañía, vamos a plantearnos las condiciones materiales bajo las cuales florecen la cultura, el humanismo y la espiritualidad. Vamos a reivindicar las condiciones de libertad para la clase trabajadora, la libertad de producir bienes u ofrecer servicios a la sociedad solo compulsados por el reconocimiento de la necesidad. Esto es, por libertad coordinada horizontal y democráticamente; sin explotaciones, sin dominaciones, sin relaciones de poder asimétricas por causa de posesión de medios de producción o de divulgación de ideas; sin el predominio político de unos grupos de personas sobre otros, sin costumbres discriminadoras patriarcales, o por violencias de género o políticas y hábitos racistas ni de ningún otro tipo.

 

Vamos a cuestionarnos profundamente, incito yo, en qué medida construimos hoy una sociedad en Cuba que favorezca el florecimiento de esos valores que todos decimos apreciar. Es posible que no todos los que han hablado mucho hasta el momento vayan a seguir adelante a partir de este punto. Se requerirá, para ello, condenar el fomento de las relaciones de explotación disfrazadas de cuentapropismo, cuando no se trata de otra cosa más allá que de la contratación privada de mano de obra que no es más que explotación por parte del dueño de una finca, de un restaurant u otro tipo de negocio de la empresa privada. Habrá que cuestionar a fondo el auge de una inversión extranjera que adquiere derechos de explotación de los trabajadores cubanos.

 

El mismo modelo de empresa estatal, ciento por ciento, cumple igualmente un rol de retroceso al profundizarse las reformas actuales del gobierno cubano. Del esquema paternalista se deriva, en la medida y la velocidad que el gobierno puede lograr, en un modelo donde la principal prioridad son la productividad y la eficiencia, y las potestades de los administradores y la subordinación de las personas empleadas son semejantes a los equivalentes en sus pares del mundo capitalista declarado. En pro de concretar ganancias, la propaganda comercial de productos de estas empresas se extiende alegremente por nuestras plazas, con toldos, sombrillas y carteles que incitan al consumo de productos como cigarrillos Holliwood y bebidas alcohólicas como las cervezas Cristal y Bucanero y el ron Legendario. Del otro lado, instituciones antaño favorecedoras de políticas sociales y humanitarias, son objeto de las alegres tijeras presupuestarias. De esta manera, se refuerza el estereotipo de que, para ser exitoso, para ser reconocido, para tener garantizadas las condiciones de vida, hay que ser un consumidor pudiente. Con la actual política del gobierno cubano, por la misión que este le ha planteado a su base productiva y financiera de formar un sistema “próspero y sustentable” a través, básicamente, de categorías económicas del capitalismo, esa es la evolución inevitable.

 

8 de julio de 2014

Los amiguitos de Milton Friedman en el Parlamento cubano

Hace unos días, un activo comentarista de nuestra blogosfera ardía en santa ira contra aquellos que, en su opinión, encarnaban el espíritu del ideólogo liberal Milton Friedman. Me imagino que, si se ha mantenido al tanto de las informaciones de la prensa en estos tiempos, haya atravesado unos días de particular sufrimiento.

 

En estos días, precisamente, transcurrieron las sesiones estivales de la Asamblea Nacional del Poder Popular o Parlamento cubano. Normalmente, este indiscreto opinador mete sus narices en tales asuntos; honra esta vez igual costumbre, recuerda y relaciona por aquí y por allá. Los reunidos en la Asamblea, para no variar la tendencia de los últimos años, dieron continuidad a los procesos de reforma y de paulatina implementación del capitalismo en nuestro suelo.

 

Los capitalistas del todo el mundo, con la Cámara de Comercio de los Estados Unidos a la cabeza, están entusiasmados. Los integrantes de la actual clase élite gobernante cubana son los mejores propulsores del capitalismo en Cuba y tienen las mejores posibilidades para conseguirlo. Las maniobras realizadas figuran en sitios destacados de los manuales de doblez e hipocresía políticas.

 

En este fenómeno, se pueden reconocer  la naturaleza corruptora del poder totalitario; el peligro de de una burocracia opaca y parasitaria; así como el daño efectuado mediante la banalización y el descrédito del pensamiento marxista revolucionario. Analícense variadas y muchas facetas. Ramas enteras de la economía, de la sociedad, del latir cotidiano de la población, cómo fueron por décadas ahogados por los mecanismos burocráticos e hipercentralizados que impedían su desarrollo natural, que hubiera sido posible en un ambiente de verdadera libertad, democracia, espontaneidad e iniciativa: sofocadas al faltarle esta atmósfera. Ahora se proclama (y suena convincente para la mayoría de las personas que no conocen otras alternativas) que el mercado será la única solución mágica para los problemas creados. Y criticar al mercado suena tan extemporáneo, casi como decir jurásico. Sin embargo, el creciente universo del mercado “libre”, en Cuba, deja afuera, pauperizada, a una cantidad agobiante de compatriotas, para el provecho de una minoría egoísta – igualito que en el resto del mundo “normal”. Así que toca repetir que un proyecto social, colectivo y solidario, tiene que poder usar al mercado, y sería correcto y el mercado tendría mucho que aportarle, pero nunca consistirá en ponerse en manos del mercado. Más bien, en manos de los que van a controlar el mercado.

 

Considérese el caso paradigmático de la agricultura, fuente de más dolores de cabeza y estómago que de alimentos en nuestra tierra. Décadas de malversación, mal gerencia, desfalco, burocratismo y otros males, en un macrocefálico ministerio, en una estructura kafkiana llamada Acopio, en una política estatal que terminó perjudicando más que todos los planes de la CIA. La agricultura y sus  afanes fueron un tema muy serio en esta Asamblea. Ante la impotencia e incapacidad de los viejos resortes, se impone como “natural”, como “normal”, la práctica del “sálvese quien pueda”, de la compraventa por el mercado libre de todo lo relacionado con esto, desde los insumos y materias primas iniciales, hasta las mercancías y alimentos finales. Si se naturalizan las relaciones de mercado en el proceso de compraventa de estos productos, se naturalizan también en la compraventa de fuerza de trabajo. Hoy en día, los hacendados que explotan decenas de peones son la admiración del periódico Granma y no necesitan conceder, siquiera, derechos laborales dignos de tal nombre.

 

A esta política da luz verde nuestro parlamento. La hoja de parra esgrimida para tapar las vergüenzas se refugia en lenguajes idealistas; lejos de la objetividad del fenómeno económico, se expresan “preocupaciones” que suenan humanitarias alrededor de la inflación de los precios. Pero esto no obra más que como fetiche, que concentra la atención y la distrae de la raíz del fenómeno. La ley de la oferta y la demanda ha sido impuesta por los triunfadores y, como ocurre en todas partes, no se preocupa por los perdedores. Es una ley económica en las condiciones de mercado aceptadas; llamar a unos comercios con ese nombre y a otros con otro nombre es un recurso tan banal como pretender que la ley de gravedad solo funcione en un planeta que se llame Gravedad, y no en otro que bauticen Esperancita.

 

Imponer un proyecto revolucionario alternativo hubiera sido posible, pero requería de un valor y una voluntad que una élite corrupta no se interesa en sostener. ¿Qué hubiera resultado si, en lugar de reorganizaciones y reciclajes de políticas centralizadas se hubieran puesto los recursos institucionales, organizativos, comerciales, en manos de las bases campesinas? Almacenes, vehículos de carga, mercados, plantas de procesamiento, la capacidad de comercializar internamente y negociar directamente con los fabricantes extranjeros, todo ello en manos de los campesinos organizados libremente, algo así como la ANAP pero verdaderamente democrática, horizontal, representativa y defensora de los intereses de sus integrantes y del pueblo cubano. El mercado tendría un espacio, lógicamente, pero las relaciones a su alrededor marcarían una lógica de intercambio entre complementarios solidarios, no entre sujetos enajenados y egoístas.

 

El espacio empresarial industrial sigue más o menos el mismo camino. Después del bregar de estos meses, nos cae como cubo de agua helada el pírrico crecimiento económico de 0.6%, que es el nombre de nuestra más actual recesión. El Presidente dice que no hay por qué desanimarnos. Pero otros, frustrados durante decenios en sus proyectos de prosperar en esta vida, no piensan igual. Y la desesperanza labra el camino a opciones nada bienintencionadas.

 

La supercentralización, las exigencias de lealtades políticas ciegas, la ceguera económica e incompetencia de una clase corrupta, y veinte lacras más, arruinaron la empresa industrial cubana; a cargaron de obsolescencia, enajenaron a todo el personal calificado y capaz de aportar un trabajo de provecho, que ahora busca en otros aires el chance de mejorar la vida. Los resultados   crecientemente malos dan el mejor pie al reforzamiento de las “actualizaciones”, “modernizaciones”, consistentes en reformas economicistas, despidos, ajustes estructurales y cesión de derechos de administración y gerencia a capitales extranjeros. Se refuerza el carácter subordinado de la clase obrera, y su papel de vendedora de fuerza de trabajo al mejor postor... o al que aparezca, bajo las condiciones que le de la gana de imponer. Que para eso, el que paga, manda.

 

La necesidad de negar la filosofía revolucionaria marxista implica la incapacidad de la clase élite de reconocer hechos básicos. Si la clase trabajadora no puede reproducirse con el salario oficial, se vuelve simplemente imposible impedirle que complemente sus ingresos básicos “por la izquierda” pues en última instancia, si no lo hace, se extingue. Esto último es cosa que tampoco le conviene a los explotadores, que se rompen la cabeza en la noria sin fin de cómo aumentar la explotación. Ahora, la peor corrupción ocurre entre cuellos blancos, donde se manejan de veras el poder y el dinero; ningún sector de esta clase, percibida desde abajo como un todo, un todo enemigo o, en última instancia, como el ejemplo en el que convertirse, alcanza el carisma para convocar a los de abajo a luchar contra esas prácticas. El desarrollo bajo estos mecanismos está condenado... y eso conduce “naturalmente” a que la élite busque recursos entre los capitalistas de afuera, entre sus inversiones, su participación directa en la explotación de trabajadores y trabajadoras de Cuba, las soluciones. Así, aprueba el Parlamento leyes de Inversión Extranjera; abren el campo al capitalismo con el  nuevo Código Laboral; perfeccionan los mecanismos de control con sus planes de reorganización de los aparatos políticos y administrativos; sus campañas contra las “contravenciones”, de reorganizaciones de ciudades en las que la opinión de los ciudadanos no ha sido consultada; de establecer que las empresas y el ciudadano se relacionarán mediante el mercado... o más bien, se enfrentarán mediante este.

 

A manera de corolario de lo discutido en esta última Asamblea, se puede invocar la perlita que ha sacado este martes el sitio Cubadebate, de la autoría del conocido periodista Randy Alonso Falcón. Como el dirigente empresarial clásico anterior del Estado cubano constituyó un fracaso tan glamoroso (“fracaso”, entre comillas, pues a su clase le fue muy bien, mucho tiempo, así), ahora es “inevitable”, “deseable”, un nuevo tipo de empresario. Uno con “más chispa”, capaz de sacar más jugo de las facultades y autonomía que el Estado deposita en él.  En él, no en el colectivo de trabajadores. Que quede claro. Es él, el que podrá ver si le conviene o no entrar en la cumbancha con el capital extanjero. El que podrá manejar palo o zanahoria entre su personal. Quien le corresponderá llevar “liderazgo, ciencia, inteligencia y hasta arte”. De manera sorprendentemente franca y ominosa, a la vez que desfachatada, dice Randy que nos olvidemos de llamar “compañero”, a quien esté al frente de la empresa. Evidentemente, para Randy Alonso, para nuestros parlamentarios, para nuestro gobierno, para todos estos amiguitos de Milton Friedman, será más propio y normal el tratamiento de Señor empresario. Sí, Señor.

 

En lugar de todo esto cabía, una vez más, una política revolucionaria: el poder al pueblo organizado en órganos democráticos; las empresas, a los trabajadores. El control, directo y democrático, de los trabajadores y trabajadoras sobre su actividad empresarial, sobre el fruto de su esfuerzo y de su colectivo, en compañerismo fraterno y solidario, como el mejor antídoto contra la tentación de un extraño de venir a robar el sudor ajeno. La potestad de desarrollar libremente las fuerzas productivas y entrar en relaciones mutuamente ventajosas con quien fuera que tenga algo que aportar, sin imposición de subordinaciones. El mercado, un espacio donde  hemisferios solidarios se complementan y no donde se enfrentan... Muchas personas piensan que esto no son simples sueños, sino aspiraciones eternas y enraizadas en lo hondo de la naturaleza gregaria humana, por lejana que parezca su concreción, por lejos que esté de nuestro Parlamento y del gobierno que hoy sufrimos.