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29 de junio de 2010

El invento, la intención, la comprobación, el problema

Una noticia de nuestro entrañable Granma de este lunes 28 de junio da cuenta de que han fabricado más de cien mil unidades de un tarequito de barro que, insertándose en una hornilla eléctrica, se supone que permite un ahorro considerable de electricidad. Un par de vecinos bienintencionados, imbuidos del espíritu de la campaña ahorrista que en estos tiempos (¿cuándo no?) machaca nuestro país, unieron sus empeños y concibieron una basecita del barato material, cuyo tipo fue inmediatamente fue enviado a las empresas en todo el país que podían reproducirlo por montones, y al poco tiempo se podía comprar a un precio muy económico. Qué bueno, eh.
Ahora, el mismo lunes publicaba otro de nuestros diarios, Trabajadores, el resultado del estudio de otros investigadores del Centro de Estudios de Energía y Tecnología de Villa Clara, que termómetro y multímetro en mano echan por tierra las afirmaciones de que el tarequito tiene alguna efectividad en el propósito de ahorrar energía. Qué lástima.

La moraleja de este ingrato cuento pasa por lamentar la ligereza conque algunos funcionarios aceptaron la afirmación de los primeros inventores, cuyas ideas, por bonitas que fueran, no soportaron la prueba de la evidencia. Nada pienso que se deba achacar a los desarrolladores de la fallida base, porque hicieron lo mejor que estuvo en su conocimiento y estaban convencidos que aportaban algo positivo. Ahora, quienes les aceptaron apresuradamente su “invento”, que no buscaron un análisis independiente y fundamentado basado en el método experimental con ojo científico-técnico (la ciencia, ¡carajo!, qué desprecio) se vuelven responsables de una inversión considerable en el inútil equipo. Por barato que sea, se fabricaron y distribuyeron en números impresionantes –suponiendo que la cocina con el tareco de marras no termine gastando más que la cocina original, como pudiera ocurrir según el segundo y más reposado estudio.
Mis felicitaciones a los segundos investigadores, que no amilanaron sus dudas ante una medida ya tan consolidada de producción y venta nacional de basecitas de barro, y que tuvieron el decoro de sostener sus conclusiones frente a autoridades que hubieran podido aplicarles –felicidades a estas últimas por no hacerlo– la política de “no esté cuestionando eso, compañero, que es una cosa decidida a nivel de los más altos niveles”, “si ya se está repartiendo nacionalmente es porque los más altos niveles saben lo que es mejor para el país y ustedes cállense”.

Como sin dudas transcurrió cierto tiempo desde que se obtuvieran y expusieran por primera vez los resultados del segundo estudio descalificador hasta ahora que se publicaron –el mismo día que otro artículo encomiástico cuyo autor, al parecer, no está al tanto de las últimas novedades–, cabe preguntar qué mecanismos se debieron o deben poner entretanto en movimiento para rectificar el error (y evitar otros en el futuro), si se han seguido vendiendo los inútiles aditamentos (iba a una tienda hoy, por jabolina, donde los vi vender la semana pasada, pero con la lluvia no sé), si se le va a recomendar a la población que los compró que los bote, o devuelva, o si se les va a devolver el dinero. Sobre todo, cómo y quién evaluará los próximos inventos.

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